jueves, 10 de marzo de 2011

Desde la Torre

Francisco de Quevedo (1580-1645), “Desde La Torre”

     Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos,
y escucho con mis ojos a los muertos.

     Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
o enmiendan, o fecundan mis asuntos;
y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos.

     Las grandes almas que la muerte ausenta,
de injurias de los años, vengadora,
libra, ¡oh gran don Iosef!, docta la emprenta.

     En fuga irrevocable huye la hora;
pero aquélla el mejor cálculo cuenta
que en la lección y estudios nos mejora[1].


[1] Cfr. J. M. Blecua (ed.), Poemas escogidos de Francisco de Quevedo, Madrid, Castalia, 1987, pág. 97.

LA TORRE DE JUAN ABAD. Castillo de Montizón

Tema o idea central del texto:

El valor de la lectura para el solitario

Definición de soneto: 

Catorce endecasílabos estructurados en dos cuartetos con la misma rima y dos tercetos, doblemente encadenados, con otra diferente (al menos era así en los sonetos clásicos). 

Si atendemos al ritmo, prescindiendo de la rima, es uniformemente solemne; transmite una sensación de perdurabilidad. Pero la estructura rimada superpuesta nos conduce sin ruptura a un ritmo más amplio que diferencia sus dos partes, y en la segunda se percibe una aceleración que lleva muy rápidamente al final. Esta estructura (me estoy dando cuenta ahora) es la que personalmente me produce una sensación tan melancólica, como de final brusco de la eternidad, a la que sigue otra eternidad de silencio.

Hay sonetos festivos, desde luego, pero el efecto no siempre consciente que he intentado describir se adapta mejor a sonetos como este. Aquí el contenido se adapta a la forma como un guante. La melancolía del soneto no es desesperación, y en éste se acepta el consuelo de que la escritura eterniza la obra.

Contenido del último terceto:

El tiempo es imparable, y podemos creer que una vez transcurrido vale tan poco como si no hubiera existido nunca. Pero las horas dedicadas a tareas valiosas no se pierden: perduran de alguna manera. Lo afirmado en la parte precedente del soneto sobre la escritura que eterniza al autor, se extiende en paralelo a una lectura que en cierto modo eterniza el tiempo del lector(*).
............

Las paradojas de Quevedo (casi una por verso, y en algunos dos) han sido vistas como un artificio retórico, tan repetido por el autor que se hace previsible y llega a perder fuerza. Pero es indudable que en casos como este, y en su circunstancia vital, su pensamiento es sincero y las figuras son oportunas. Podemos pensar y sentir con él.
Juan José Guirado
mayo de 2003
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(*) Como sabrás, el otoño pasado se celebró en Pontevedra un Congreso sobre los  treinta años de la saga/fuga, que organizó nuestra amiga Carmen Becerra. Ella me invitó a decir, como arquitecto, algunas cosas sobre el espacio en la literatura. Me vino la idea de que la escritura convierte el tiempo en un espacio. Creo que esa fijación tiene que ver con el consuelo que le produce a Quevedo fijar la eternidad.
No pensaba mandarte esa charla (como objeto literario deja sin duda mucho que desear, y siempre da vergüenza exponer nuestra ignorancia a alguien que sabe), pero acaso te pueda interesar su idea central, aunque sea para discutirla, o para decirme que he descubierto la Ría de Arosa.

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