sábado, 12 de marzo de 2011

La prostitución, otra forma de explotación

Con ocasión de la conmemoración del 8 de marzo, encuentro en YouTube este vídeo de La Tuerka:

¿Qué pasa con las trabajadoras del sexo?



Y me viene a la memoria que hace cinco años hice algunas puntualizaciones sobre este tema, en el que, como en tantas otras cosas, las posturas inamovibles me producen desazón...

La prostitución. Una forma más de explotación del sistema capitalista.
  • Decir que la prostituta “vende su cuerpo” es una metáfora. Del mismo modo “vende su cuerpo” un modelo publicitario o un futbolista, que “venden su imagen”. ¿Dónde está la frontera, en el cine, entre “lo que exige el guión”, como se decía en la época del destape (y hay veces que el guión, incluso en el cine más serio, exige actos de sexo, incluso explícito) y el cine pornográfico más o menos duro? ¿Dónde está la “venta del cuerpo” cuando no hay contacto físico (sexo por Internet, etc.)?
  • El trabajador manual “vende su cuerpo” cuando es contratado, y el intelectual “vende su cerebro”. En muchos casos esta “venta” incluso los fuerza a actos que ellos mismos pueden estimar vergonzosos o humillantes. Jornaleros, servidores domésticos, periodistas, abogados, arquitectos… saben algo de eso.
  • La venta de un bien supone la desaparición de cualquier derecho del vendedor sobre la cosa vendida. Solamente en caso de esclavitud (cosa que también puede darse) el cuerpo de una persona es vendido, y en ese caso no lo vende el sujeto, su propietario natural, sino alguien que lo usurpa.
  • La desaparición de la esclavitud y de la servidumbre en sus distintos grados cambió la relación laboral, y en una primera fase estableció la propiedad del trabajador sobre sus medios de producción. En este caso la venta del producto del trabajo se confunde con la venta del trabajo; el contrato liberal entre iguales es un pacto libre en que se acuerda libremente el precio del bien, y con él el del trabajo.
  • El trabajo asalariado cambia estas condiciones, y el equívoco de suponer que el asalariado sigue vendiendo su trabajo permanece hasta que Marx desarrolla los conceptos de fuerza de trabajo y plusvalía.
  • Ciertamente el contrato liberal entre desiguales, forzando el estado de necesidad a una de las partes a aceptar lo que sería inaceptable en otro caso, no es legítimo en ningún caso, aunque sea legal en muchos.
  • Aún sin renunciar nunca a un horizonte de erradicación del trabajo asalariado y la enajenación que comporta, los trabajadores de todos los tiempos jamás han renunciado a negociar mejores condiciones laborales, sean económicas u otras, como un paso necesario para humanizar su condición.
  • Unas mejores condiciones laborales precisan reconocerles un status legal; que el sistema acepte, a partir de un momento dado, la existencia de nuevos derechos. Así se fueron estableciendo históricamente el derecho a la negociación colectiva, la limitación de jornada, el establecimiento de normas de salubridad y de seguridad en el trabajo, las vacaciones pagadas y tantos otros que nunca han figurado en el ideario liberal, pero que hoy son una realidad que se les ha forzado a aceptar.
  • El contrato liberal entre la prostituta y el cliente es tan ilegítimo como el contrato liberal entre el trabajador y el capitalista, pero al menos debería ser tan legal como éste.
  • En las dos situaciones hay en la práctica imposibilidad para pactar libremente las condiciones, impuestas por el estado de necesidad (de ahí la ilegitimidad, al ser falsa la premisa de libre pacto). Y en los dos casos el alcance de un status legal es un paso necesario para humanizar la condición del trabajador.
  • Como en el caso de los trabajadores asalariados, puede, y debe, establecerse un marco legal que ponga coto a la explotación, con garantías para humanizar una relación que, abandonada al mercado libre en un mundo con necesidades básicas crecientes para la mayoría, no puede sino empeorar.
  • Decretar la abolición de esta actividad, como en diversas épocas han intentado tantas instituciones, con tan escaso éxito, no resolvería en absoluto el problema, y empujaría, más aún, a la clandestinidad y la marginalidad. (Esta solución me recuerda una frase, no se si auténtica, pero atribuida a Fidel Castro en respuesta a una hipotética salida utópica de Che Guevara: “Che: ¿abolimo' la rumbita?”).
  • En el horizonte del comunismo, la prostitución, como todo trabajo enajenado, es una institución sin cabida. Lo que la mantiene es precisamente la necesidad, y cuanta más necesidad, en peores condiciones.
  • Si nos oponemos a la regulación, debemos referirnos a la explotación capitalista de las prostitutas que ahora mismo regulan de hecho proxenetas al margen de las leyes, pero con la permisividad corrupta de las autoridades, con redes de tráfico organizadas, en clubes de alterne, saunas y salas de masajes, etc.
  • Nuestro temor no debería ser la regulación, sino una posible regulación hecha en connivencia y beneficio de los capitales mafiosos que tanto se lucran con esta y otras explotaciones, relacionados con mafias similares (de la droga, del ladrillo) y con la globalidad financiera que facilita los trasiegos.
  • A los tráficos ilícitos los hace atractivos el alto precio de mercancías que son de difícil acceso y oferta limitada, precisamente, por su ilegalidad. También resulta atractivo contratar trabajadores irregulares porque están al margen de la ley y por ello indefensos. No pueden exigir nada, al carecer de derechos reconocidos, y su fuerza de trabajo es de bajo precio.
  • Pero siempre se necesitan fachadas legales. El dinero conseguido ilegalmente tiene en algún momento (cuanto antes mejor) que convertirse en propiedad legal. La entrada de capitales, sea cual sea su origen, no sólo es favorable, sino que es necesaria para el sistema. El subsistema financiero, con su opacidad y libertad de movimientos, brinda excelentes servicios convirtiendo dinero negro en capital.
  • Nos encontramos ante un negocio con dos caras y un eje. La cara invisible aporta la clandestinidad para conseguir mano de obra barata y producto caro. La cara visible se beneficia de esa facilidad para acumular y la forman sobre todo sectores especulativos, con negocios no productivos pero muy seguros. Ambas pivotan alrededor del mundo financiero, ágil y opaco.
  • El capital mafioso aflora legalmente a través de sectores altamente especulativos de demanda asegurada. Construcción (*) y prostitución satisfacen esa expectativa, y mezclan las actividades legales e ilícitas, cumpliendo a la perfección su papel de blanqueadores de dinero.
  • La prostitución siempre ha tenido una condición ambigua. Las más de las veces se la ha considerado ilícita, pero ha sido ampliamente tolerada en todas las sociedades. Actualmente, su faceta ilegal propicia, por una parte, traficar con personas en condiciones de semiesclavitud; por otra, impide a quienes la ejercen la exigencia de derechos. La parte que aflora, siempre tolerada y a veces más o menos legal, favorece la demanda y la expansión de un negocio tan lucrativo, que obtiene de algo abundante y disponible como es un cuerpo humano, material y herramienta a la vez, beneficios que surgen como de la nada. Si dejamos a un lado la baja consideración social y los riesgos psicológicos y sociosanitarios que comporta su ejercicio, sólo hay una diferencia sensible entre ejercerla o no: la que separa vivir de perecer, en unos casos, o  la opción de una vida cómoda sin excesivas penalidades, en otros menos infelices.
  • Y la baja consideración social y los riesgos que acompañan su ejercicio se deben en gran parte a su papel regulador del sexo en casi todas las sociedades. Las sociedades históricamente estables lo son porque han alcanzado un equilibrio tanto en el campo de la producción como en el de su propia reproducción. Ésta abarca a su vez la población y las condiciones sociales. La institución básica es la familia, en cualquiera de sus formas conocidas. Las superestructuras jurídica e ideológica se encargan de protegerla.
  • Pero no se puede evitar por completo que los instintos, anteriores a la sociedad, desborden el marco establecido en ella. El desbordamiento se encauza y controla a través de una institución tolerada y a la vez proscrita, la otra cara de la familia patriarcal. Su carácter marginal le impide alcanzar nunca un nivel inconveniente.
  • En este momento, la disminución (teórica sobre todo; menor en la práctica) de tabúes sexuales, lleva a algunos a considerar la regulación del comercio sexual un avance social más. Pero la persistencia del propio comercio señala que también persiste la ideología represora como una necesidad reproductiva de la sociedad.
  • La consolidación del negocio del sexo, como una parte fundamental de la cara visible del blanqueo de dinero, sería favorecida por una regulación favorable a sus empresarios, que como grupo de presión próspero buscan para sí la máxima seguridad y estabilidad en su negocio.
  • En el caso de inmigrantes ilegales, el gran beneficiario de la situación es el que explota una relación laboral con personas totalmente desprotegidas. La unión del estigma social y la clandestinidad (caso de la prostitución) provocan un doble desamparo.
  • Negar a la prostitución el carácter de trabajo supone dejar esta profesión en un limbo legal. Es el peor modo de favorecer las peores condiciones para ejercerla.
  • En cambio, reconocerla como trabajo es empezar a entender el tema, al aplicar los conceptos de fuerza de trabajo y de plusvalía. Podremos hablar sobre la propiedad de los medios de producción, el control del trabajador sobre sus propias herramientas, entendiendo una situación que es la del artesano anterior al capitalismo; cuando el trabajador posee sus medios de producción no hay explotación capitalista ni plusvalía. Cuando la prostitución no está organizada en redes, ni en manos de proxenetas, no puede hablarse de explotación.
  • Es una aparente paradoja que en esta actividad se muevan tan grandes capitales, pese a que pocas hay que menos los necesiten. Aquí no tiene sentido el aumento de productividad, la tecnología, la empresa, las finanzas. El capital ha entrado a saco tan sólo por la gran cantidad de dinero que mueve y la debilidad y el desamparo de sus trabajadores, no por razones objetivas ligadas a la evolución de las formas de trabajo.
  • La situación social heredada de su papel regulador del sexo la ha llevado a la marginalidad, y con ella a la explotación de necesidades de los más débiles. Las terribles necesidades que sufre gran parte de la humanidad, la falta de verdadero interés por personas a las que se margina deliberadamente, y el limbo legal hacen el resto.
  • No habrá redención posible de las prostitutas explotadas mientras se sustituya el análisis objetivo del tema por declaraciones de corte ideológico que hunden sus raíces en la moral tradicional heredada del pasado.
  • La regulación es una necesidad. Lo que no puede ser es que se haga sin contar especialmente con los trabajadores, en función de sus necesidades e intereses, en lugar de que sean los especialmente sórdidos empresarios de este sector quienes lleven adelante sus iniciativas.
Juan José Guirado
 marzo de 2006
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(*)  En el caso de la construcción, ya hemos visto lo asegurada que estaba la demanda. Esperemos que algún día ocurra lo mismo con la prostitución...

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