martes, 15 de marzo de 2011

Lo que no puede ser...

¡Qué gran vista! (la mía...)

"...y además es imposible" 

En la noche del lunes 27 de febrero de 2006 tuvo lugar en la televisión de Galicia un debate sobre urbanismo. Un experto arquitecto urbanista, un constructor, un economista, una ecologista y un conspicuo alcalde defendieron puntos de vista controvertidos acerca del amenazador proyecto de construir trescientas mil nuevas viviendas en nuestras costas.

Trescientas mil viviendas ¡son muchas viviendas!; podría alojarse en ellas casi la mitad de la población gallega, como demuestra un sencillo cálculo. Está claro, y no se oculta, que no son las adecuadas para resolver una necesidad acuciante, sino para proveer de segundas residencias a personas relativamente acomodadas. Se puede ver más de lo mismo por todas partes. La ciudad de Vigo, ejemplo cercano y de actualidad, prevé en su nuevo Plan General la edificación de tantas viviendas nuevas como para duplicar su población; pero Vigo hace años que no crece. Claro que más viviendas son más infraestructuras, más dotaciones, autopistas, etc. Y también más y más gasto innecesario.

Suele decirse de las personas manirrotas que "viven por encima de sus posibilidades". Los que de golpe obtienen una gran herencia o un premio millonario, a veces pierden el norte y en poco tiempo los dilapidan.

Pero en nuestra sociedad este planteamiento consumista no es, primordialmente, un error de cálculo. Se trata, sobre todo, de que no se pare la máquina. No se trata de necesidades de la población, sino del capital. El capital necesita esa actividad incesante. Cada vez más eficiente, necesita menos trabajo, menos trabajadores y menos gasto en personal, para hacer más cosas con las que obtener beneficio; pero al mismo tiempo, cada vez necesita más consumidores a los que colocar el producto. O, alternativamente, menos consumidores, pero ¡que consuman mucho! En tiempos de inseguridad económica, los inmuebles son capital-refugio; un modo seguro de acumular. Además, la actividad constructiva palia un paro catastrófico y evita la consiguiente fractura social, aun sin lograr el pleno empleo. La convergencia de intereses es perfecta y casi nadie, en el fondo, se opone a este aparato infernal que quema naturaleza, paisaje y recursos. Hay un consenso en la sociedad: este crecimiento nos beneficia a todos. ¿Quién no quiere desarrollo, obras públicas, empleo, nuevas autopistas... y suelo urbanizable? (cuántos tenemos un terrenito en el que "algo se podría hacer...")

Pues bien, no es tan cierto que nadie se oponga. Lo hace, precisamente, la naturaleza agredida. Los límites del crecimiento están ya ahí. Problemas ecológicos, como el ya más que probado cambio climático, la pérdida irreparable en poco tiempo de la biodiversidad acumulada en cientos de millones de años... pero, sobre todo, ahí, aquí, está ya el problema de la energía.

Todas las cosas se hacen con el trabajo. El capital es trabajo acumulado. A veces olvidamos que no todo es trabajo humano. Primero nos alivió el trabajo animal, luego el trabajo de la naturaleza (agua, viento...), finalmente, nos topamos con la energía fósil. No casualmente, trabajo y energía los miden las mismas unidades físicas. Todos han ido liberando a la humanidad de buena parte de la carga. Hoy difícilmente podemos hacer nada sin energía. Por eso, la crisis energética que nos amenaza es una auténtica crisis de supervivencia. Es un límite objetivo para el crecimiento.

Pero el crecimiento cero es la muerte del modo de producción capitalista, porque beneficio no es otra cosa que crecimiento del capital. Sólo replanteándonos seriamente este modo de producción, y también unas expectativas infundadas, en exceso optimistas, podremos salvarnos de la quema (expresión, por cierto, literal).

No quiero ser agorero: no estamos ante un Apocalipsis inevitable; sólo ante un serio aviso. Hay que ir pensando que, ciertamente, se podría vivir muy bien en una sociedad no expansiva, cuya evolución y perfeccionamiento no suponga crecimiento físico. Que cubra necesidades de las personas, no del capital.

¿Tendrá que ver todo esto con las OPAs, hostiles o amistosas, que ocultan tras el crecimiento de las grandes empresas la fagocitación de las menores? ¿Con el control sobre su autonomía energética que los menguados estados resultantes de esta globalización tratan desesperada, y desesperanzadamente, de conservar? ¿Con guerras por los recursos, el agua, el petróleo y el gas, el control de las rutas marítimas y terrestres, etc.?

De la página de Internet crisisenergetica.org (cuya lectura recomiendo) extraigo la cita que sigue. Es muestra de la inquietud que sentimos algunos por la inconsciencia de muchos, la desinformación de la mayoría y la mala fe de quienes, bien informados y conscientes del problema, prefieren ocultarlo. Mientras puedan.

A veces uno tiene la sensación de estar en un crucero. En la sala de baile la fiesta continúa mientras abajo el barco hace agua por todas partes y cada vez parece más difícil de mantener a flote. El capitán del barco ordena a los marineros que se esfuercen más y más en achicar el agua y en mantener en marcha los motores como sea, explotando para ello al máximo las máquinas y las personas (la mayoría de otras razas) y echando fuera a los que sobran. El agua se va colando cada vez por más agujeros y algunos pasajeros ya se van dando cuenta, pero la tripulación tiene orden de no informar. Los que se dan cuenta se lo están diciendo a algunos de los que siguen bailando, pero unos se ríen, otros los ignoran y otros se asustan tanto que deciden que no quieren saber nada del tema.

Se trata de explicar con la máxima claridad lo que está pasando; es como decir ¡cuidado que el barco se hunde!
Juan José Guirado
Marzo de 2006

El Algarrobico
 

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