jueves, 5 de mayo de 2011

El retablo de las maravillas


Miguel de Cervantes, El retablo de las maravillas [1615]


                Chanfalla: Por las maravillosas cosas que en él se enseñan y muestran, viene a ser llamado Retablo de las maravillas; el cual fabricó y compuso el sabio Tontonelo debajo de tales paralelos, rumbos, astros y estrellas, con tales puntos, caracteres y observaciones, que ninguno puede ver las cosas que en él se muestran, que tenga alguna raza de confeso, o no sea habido y procreado de sus padres de legítimo matrimonio; y el que fuere contagiado destas dos tan usadas enfermedades, despídase de ver las cosas, jamás vistas ni oídas, de mi retablo.
                Benito: Ahora echo de ver que cada día se ven en el mundo cosas nuevas. Y ¿que se llamaba Tontonelo el sabio que el retablo compuso?
                Chirinos: Tontonelo se llamaba, nacido en la ciudad de Tontonela; hombre de quien hay fama que le llegaba la barba a la cintura […].
                Chanfalla: ¡Atención, señores, que comienzo! ¡Oh tú, quienquiera que fuiste, que fabricaste este retablo con tan maravilloso artificio, que alcanzó renombre de las Maravillas por la virtud que en él se encierra, te conjuro, apremio y mando que luego incontinente muestres a estos señores algunas de las tus maravillosas maravillas, para que se regocijen y tomen placer sin escándalo alguno! Ea, que ya veo que has otorgado mi petición, pues por aquella parte asoma la figura del valentísimo Sansón, abrazado con las colunas del templo, para derriballe por el suelo y tomar venganza de sus enemigos. ¡Tente, valeroso caballero; tente, por la gracia de Dios Padre! ¡No hagas tal desaguisado, porque no cojas debajo y hagas tortilla tanta y tan noble gente como aquí se ha juntado!
                Benito: Téngase, cuerpo de tal, conmigo! ¡Bueno sería que, en lugar de habernos venido a holgar, quedásemos aquí hechos plasta! ¡Téngase, señor Sansón, pesia a mis males, que se lo ruegan buenos!
                Capacho: ¿Veisle vos, Castrado?
                Juan: Pues ¿no le había de ver? ¿Tengo yo los ojos en el colodrillo?
                Gobernador: [Aparte] Milagroso caso es éste: así veo yo a Sansón ahora, como el Gran Turco; pues en verdad que me tengo por legítimo y cristiano viejo.
                Chirinos: ¡Guárdate, hombre, que sale el mesmo toro que mató al ganapán en Salamanca! ¡Échate, hombre; échate, hombre; Dios te libre, Dios te libre!
                Chanfalla: ¡Échense todos, échense todos! ¡Hucho ho!, ¡hucho ho!, ¡hucho ho!
Échanse todos y alborótanse.
                Benito: El diablo lleva en el cuerpo el torillo; sus partes tiene de hosco y de bragado; si no me tiendo, me lleva de vuelo.
                Juan: Señor autor, haga, si puede, que no salgan figuras que nos alboroten; y no lo digo por mí, sino por estas mochachas, que no les ha quedado gota de sangre en el cuerpo, de la ferocidad del toro.
                Castrada: Y ¡cómo, padre! No pienso volver en mí en tres días; ya me vi en sus cuernos, que los tiene agudos como una lesna.
                Juan: No fueras tú mi hija, y no lo vieras.
                Gobernador: [Aparte] Basta: que todos ven lo que yo no veo; pero al fin habré de decir que lo veo, por la negra honrilla.
                Chirinos: Esa manada de ratones que allá va deciende por línea recta de aquellos que se criaron en el Arca de Noé; dellos son blancos, dellos albarazados, dellos jaspeados y dellos azules; y, finalmente, todos son ratones.
                Castrada: ¡Jesús!, ¡Ay de mí! ¡Ténganme, que me arrojar por aquella ventana! ¿Ratones? ¡Desdichada! Amiga, apriétate las faldas, y mira no te muerdan; ¡y monta que son pocos! ¡Por el siglo de mi abuela, que pasan de milenta!
                Repolla: Yo sí soy la desdichada, porque se me entran sin reparo ninguno; un ratón morenico me tiene asida de una rodilla. ¡Socorro venga del cielo, pues en la tierra me falta!
                Benito: Aun bien que tengo gregüescos: que no hay ratón que se me entre, por pequeño que sea.
                Chanfalla: Esta agua, que con tanta priesa se deja descolgar de las nubes, es de la fuente que da origen y principio al río Jordán. Toda mujer a quien tocare en el rostro, se le volverá como de plata bruñida, y a los hombres se les volverán las barbas como de oro.
                Castrada: ¿Oyes, amiga? Descubre el rostro, pues ves lo que te importa. ¡Oh, qué licor tan sabroso! Cúbrase, padre, no se moje.
                Juan: Todos nos cubrimos, hija.
                Benito: Por las espaldas me ha calado el agua hasta la canal maestra.
                Capacho: Yo estoy más seco que un esparto.
                Gobernador: [Aparte] ¿Qué diablos puede ser esto, que aún no me ha tocado una gota, donde todos se ahogan? Mas ¿si viniera yo a ser bastardo entre tantos legítimos? […].
                Capacho: Fresca es el agua del santo río Jordán; y, aunque me cubrí lo que pude, todavía me alcanzó un poco en los bigotes, y apostaré que los tengo rubios como un oro.
                Benito: Y aun peor cincuenta veces.
                Chirinos: Allá van hasta dos docenas de leones rampantes y de osos colmeneros; todo viviente se guarde; que, aunque fantásticos, no dejarán de dar alguna pesadumbre, y aun de hacer las fuerzas de Hércules con espadas desenvainadas.
                Juan: Ea, señor autor, ¡cuerpo de nosla! ¿Y agora nos quiere llenar la casa de osos y de leones?
                Benito: ¡Mirad qué ruiseñores y calandrias nos envía Tontonelo, sino leones y dragones! Señor autor, y  salgan figuras más apacibles, o aquí nos contentamos con las vistas; y Dios le guíe, y no pare más en el pueblo un momento.
                Castrada: Señor Benito Repollo, deje salir ese oso y leones, siquiera por nosotras, y recebiremos mucho contento.
                Juan: Pues, hija, ¿de antes te espantabas de los ratones, y agora pides osos y leones?
                Castrada: Todo lo nuevo aplace, señor padre.
                Chirinos: Esa doncella, que agora se muestra tan galana y tan compuesta, es la llamada Herodías, cuyo baile alcanzó en premio la cabeza del Precursor de la vida. Si hay quien la ayude a bailar, verán maravillas.
                Benito: ¡Ésta sí, cuerpo del mundo, que es figura hermosa, apacible y reluciente! ¡Hideputa, y cómo que se vuelve la mochac[h]a! Sobrino Repollo, tú que sabes de achaque de castañetas, ayúdala, y será la fiesta de cuatro capas.
                Sobrino: Que me place, tío Benito Repollo.
Tocan la zarabanda.
                Capacho: ¡Toma mi abuelo, si es antiguo el baile de la Zarabanda y de la Chacona!
                Benito: Ea, sobrino, ténselas tiesas a esa bellaca jodía; pero, si ésta es jodía, ¿cómo vee estas maravillas?
                Chanfalla: Todas las reglas tienen excepción, señor Alcalde.
Suena una trompeta, o corneta dentro del teatro, y entra un Furrier  de compañías.
                Furrier: ¿Quién es aquí el señor Gobernador?
                Gobernador: Yo soy. ¿Qué manda vuesa merced?
    Furrier: Que luego al punto mande hacer alojamiento para treinta hombres de armas que llegarán aquí dentro de media hora, y aun antes, que ya suena la trompeta; y adiós.  [Vase.] […] 
                                      Vuelve el Furrier.
                Furrier: Ea, ¿está ya hecho el alojamiento? Que ya están los caballos en el pueblo.
                Benito: ¿Que todavía ha salido con la suya Tontonelo? ¡Pues yo os voto a tal, autor de humos y de embelecos, que me lo habéis de pagar!
                Chanfalla: Séanme testigos que me amenaza el Alcalde.
                Chirinos: Séanme testigos que dice el Alcalde que lo que manda Su Majestad lo manda el sabio Tontonelo.
                Benito: Atontoneleada te vean mis ojos, plega a Dios todopoderoso.
                Gobernador: Yo para mí tengo que verdaderamente estos hombres de armas no deben de ser de burlas.
                Furrier: ¿De burlas habían de ser, señor Gobernador? ¿Está en su seso?
                Juan: Bien pudieran ser atontonelados: como esas cosas habemos visto aquí. Por vida del autor, que haga salir otra vez a la doncella Herodías, porque vea este señor lo que nunca ha visto; quizá con esto le cohecharemos para que se vaya presto del lugar.
                Chanfalla: Eso en buen hora, y véisla aquí a do vuelve, y hace de señas a su bailador a que de nuevo la ayude.
                Sobrino: Por mí no quedará, por cierto.
                Benito: Eso sí, sobrino; cánsala, cánsala; vueltas y más vueltas; ¡vive Dios, que es un azogue la muchacha! ¡Al hoyo, al hoyo! ¡A ello, a ello!
                Furrier: ¿Está loca esta gente? ¿Qué diablos de doncella es ésta, y qué baile, y qué Tontonelo?
                Capacho: Luego ¿no vee la doncella herodiana el señor furrier?
                Furrier: ¿Qué diablos de doncella tengo de ver?
                Capacho: Basta: ¡de ex il[l]is es!
                Gobernador: ¡De ex il[l]is es; de ex il[l]is es!
                Juan: ¡Dellos es, dellos l señor furrier; dellos es!
                Furrier: ¡Soy de la mala puta que los parió; y, por Dios vivo, que si echo mano a la espada, que los haga salir por las ventanas, que no por la puerta!
                Capacho: Basta: ¡de ex il[l]is es!
                Benito: Basta: ¡dellos es, pues no vee nada!
                Furrier: Canalla barretina: si otra vez me dicen que soy dellos, no les dejaré hueso sano.
                Benito: Nunca los confesos ni bastardos fueron valientes; y por eso no podemos dejar de decir: ¡dellos es, dellos es!
                Furrier: ¡Cuerpo de Dios con los villanos! ¡Esperad![1]

[1] Cfr. Miguel de Cervantes, Retablo de las maravillas [1616], en Entremeses, Madrid, Alianza, 1998, págs. 136-149. Ed. de F. Sevilla y A. Rey.

 
El retablo me recuerda al cuento de Andersen El vestido nuevo del emperador, y probablemente sea una fábula muy vieja. El furrier de Cervantes es el niño que denuncia que el rey va desnudo. En el cuento todos ven el vestido para no pasar por necios. En el entremés nadie quiere ser tildado de tener alguna raza de confeso, ni de haber sido procreado fuera de legítimo matrimonio. Pero dos circunstancias de la época hacen que el planteamiento de este retablo de las maravillas supere al simple cuento infantil.
Por una parte, podía ser entonces un grave problema para cualquiera que fuera cuestionada su limpieza de sangre, en el sentido racial y religioso; y, aunque de otra índole, lo era la deshonra irreparable de ser bastardo, otra variante del mismo concepto de limpieza de origen.
Por otra parte, el carácter de cristiano viejo y bien nacido no era sólo difícil de probar, sino que el sospechoso ante los demás podía serlo también ante sí mismo. A la defensa ante los otros se uniría una difusa sensación de culpa.
Así, este entremés no es sólo denuncia genérica de la estupidez, sino también clara denuncia de una situación general en la época. Pero la denuncia, como en el propio cuento, era difícil de denunciar. El inquisidor vocacional podría sospechar una velada alusión de Cervantes a un problema social, pero no podría acusarlo, so pena de desvelar la existencia misma del problema. Más valía callar.
En otras situaciones semejantes, el poder tiene que disimular ante acusaciones que todos entienden, porque han de hacer ver que el problema no existe. Conocemos los extremos ridículos a que llega la censura que se empeña en perseguir veladas alusiones, aumentando la evidencia de lo que se niega a admitir. No faltan ejemplos en la historia reciente, (y aún en la muy reciente). Al final no tienen más remedio que ceder y mirar para otro lado. 
Por estos resquicios se cuela en todos los tiempos la crítica en la obra literaria. El tirano más cruel no se atreverá en todas las ocasiones a sentirse aludido por la crítica. Con tal de que no las considere excesivamente peligrosas, las dejará pasar como si no fueran con él.
Así analizado, el retablo es otra obra que habla de sí misma, como ocurre en muchas creaciones cervantinas.

El crítico enmascarado
                                                           Juan José Guirado
Mayo de 2003
El presidente va desnudo

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