miércoles, 29 de agosto de 2012

El repudio de los otros

Rebelión viene publicando una serie de artículos de Arturo Borra sobre La economía política del sacrificio. 

Entendiendo que forman un conjunto, dejo aquí el enlace a los dos primeros, titulados A propósito del neoconservadurismo y Los suicidados de la sociedad.

El que me ha sugerido este comentario es el tercero, El repudio de los otros. Sigue mi reflexión:

sevillismoboticario.blogspot.com



















Desde su nacimiento, cada ser humano sólo es viable en el seno de un grupo. Nace más desvalido que la mayoría de los primates, y su supervivencia no depende sólo de los cuidados maternos, sino de la existencia de lo que se ha llamado el "útero social".

Nuestra puesta a punto es muy larga, va más allá del logro de la autonomía psicomotriz. Durante toda la vida dependemos del cuerpo social.

Esta reflexión, tan obvia, me parece necesaria. Porque si en las sociedades anteriores el individuo se veía encajado desde su nacimiento en una estructura social rígida, desde el auge del capitalismo se ha entronizado una idea de libertad individual que ha ido rompiendo lazos sociales, prometiendo a cada uno la posibilidad de una promoción sin límites, de la que sólo él es responsable. Así, cada uno tiene lo que se merece.

Esa es la ideología liberal. Que funciona relativamente bien en las fases expansivas. El arquetipo es el colono que llega a una tierra virgen que modifica con su esfuerzo. El emprendedor que "se hace a sí mismo". El estudiante esforzado que se abre camino. (Nótese que aún en estos casos idealizados, siempre hay una estructura social que otorga esa posibilidad. Y que a ese individualismo "unicelular" se añade siempre otro grupal, sea corporación, gremio... o cámara de la propiedad).

En momentos de recesión la competitividad ya no sirve, y solicitamos la protección social. Nos replegamos en el grupo. Y de lo que consideremos que es nuestro grupo dependerá la solución social que busquemos.

En estas condiciones es cuando el audaz individuo dispuesto a comerse el mundo se refugia en una identidad que lo integre a un colectivo, porque su fuerza sola no le basta para sobrevivir. El grupo elegido pudo ser al principio el linaje, la tribu, la horda. Más tarde, la ciudad, la patria, la clase social. Características raciales, religiosas, lingüísticas, culturales, pueden ser las señas de identidad.

Entonces es cuando adquiere importancia suma la ideología.  Las sociedades en crisis se polarizan. La identificación ideológica hace crecer a partidos de planteamientos radicales. Pero ese radicalismo puede ser tanto revolucionario como reaccionario.

Si por radicalismo entendemos la búsqueda de la raíz de los problemas buscaremos soluciones a problemas reales. Pero hay otro concepto de radicalismo, basado en erradicar a supuestos enemigos construidos sobre identidades diferentes de la propia, visualizadas a través de etnias, religiones y otros signos, muy aparentes, pero poco significativos en el verdadero terreno de lucha.

Porque la verdadera identificación es la que se basa en la clase social, y en estos tiempos de crisis las mentes lúcidas deben percibir cual es su clase. Por encima de las apariencias. Yo, que soy así de simple, sólo percibo dos: la de los que siguen creciendo a costa de los otros, y la de los otros. Y los que siguen creciendo están interesados en que los otros vean al enemigo entre sus semejantes y no entre ellos. Esas clases serían, como dicen algunos movimientos, el 1% y el 99%.

Si uno se identifica de entrada con un grupo racial o nacional, con exclusión de otros, planteará soluciones excluyentes. Que conducirán a enfrentamientos errados entre quienes más necesitan combatir unidos.

Eso ha sido históricamente el fascismo, basado en crear enemigos sobre esas falsas bases, y muchos cándidos empobrecidos, en lugar de hacia arriba, miran para abajo, tratando de salvarse a costa de otros, desposeyendo a otros más pobres aún.

CUIDADO: QUE NO OS UNZAN A ESA NORIA.

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