miércoles, 20 de febrero de 2013

La revolución desde arriba y la contrarrevolución desde dentro

En este enlace encontraréis una reseña de Jesús Aller sobre el libro "La revolución alemana de 1918-1919", de Sebastian Haffner, una apasionada y lúcida crónica de una revolución poco conocida.

Quiero hacer algunas consideraciones, a raíz de su lectura.

La reciente moda de volver a leer a los clásicos lleva a repetir mucho que "los hechos históricos se dan como si dijéramos dos veces", y se añade que "unas veces como tragedia y otras como farsa". Yo diría más bien que las situaciones parecidas se dan, no dos, sino muchas veces, y generalmente todas contienen una parte de tragedia y otra de farsa.

Hay momentos decisivos en la historia. Situaciones en que el futuro, en el filo de la navaja, puede caer a uno u otro lado. Se personaliza el resultado en figuras luminosas o sombrías, cuyo planteamiento estratégico o su actuación fueron determinantes. Complejos y dependientes de muchos factores son los fenómenos históricos, pero hay pocas dudas sobre el papel resolutivo de esos dirigentes.

En cierto momento (1), el artículo sugiere la comparación entre dos situaciones conflictivas, desigualmente trágicas. La estrategia de "control de daños" que acabó con el imperio alemán le recuerda al autor una estrategia parecida al final de la dictadura de Franco.

Si el estratega reconocido de la "transición" alemana fue Ludendorff, se cita a Torcuato Fernández-Miranda como principal artífice intelectual de la española. En los dos casos la ruptura posible quedó en reforma. Si en Alemania la república de Weimar cargó con el estigma de la rendición, en España un cambio más superficial que de fondo condenó al PCE a aparecer como corresponsable de una mellada democracia. Pero las heridas cerradas en falso acaban supurando. En Alemania fue el nacismo quien recogió los podridos frutos. Ahora que se prepara una segunda transición, esperemos no repetir como farsa aquella tragedia. Los farsantes ya están preparados.

Erich Ludendorff
Torcuato Fernández-Miranda y Hevia

Si Fernández-Miranda hizo el papel de Ludendorff, artífice gatopardiano de mantener lo esencial de un régimen, Felipe González fue en la farsa española lo que Ebert en la tragedia alemana.

Hasta hace poco, una mayoría no identificaba claramente su papel de liquidador de un proyecto socialista al final de la transición.

Friedrich Ebert y Felipe González, en tiempos y situaciones diferentes, jugaron parecidos papeles, propiciando cambios de trayectoria que destruyeron expectativas para muchos años. Pero "nunca" no es nunca para siempre.

Tragedia y farsa. En estos dos casos al menos, Alemania fue país de tambor. España, de pandereta.

Friedrich Ebert
Felipe González Márquez

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(1) El 29 de setiembre de 1918 es una de las fechas cruciales de la historia alemana. Ese día el jefe adjunto del Estado Mayor General, Erich Ludendorff, que ejercía prácticamente de dictador sobre sus superiores en escalafón, Hindenburg y el káiser, pone en marcha un plan de una complejidad diabólica. Ante la inminencia de la derrota militar, el general decide realizar una reforma de la constitución que instaure un gobierno parlamentario. Este será el encargado de negociar la inevitable rendición, y con el estigma de ella cargará para siempre. Es un buen ejemplo de la famosa “revolución desde arriba” que encontrará otro hito importante en la autodisolución de las cortes franquistas en la España de 1976 

(2) No hay duda alguna sobre quién sofocó la revolución: la dirección del SPD, Ebert y sus hombres. Tampoco existe ninguna duda de que los líderes del SPD, para poder derrotarla, se pusieron primero a su cabeza y luego la traicionaron. En palabras del incorruptible y lúcido testigo Ernst Troeltsch, «esta revolución que los dirigentes socialdemócratas no habían hecho y que para ellos era una especie de aborto, fue adoptada para no perder su influencia sobre las masas, como si se tratase de la adopción de un niño largamente deseado».

2 comentarios:

  1. Estimado Juan José,
    Gracias por la lectura. Creo que cuando apunté sobre la marcha la semejanza entre los dos procesos, lo que tenía en la cabeza en realidad era lo que agudamente diseccionas en este texto. No puedo estar más de acuerdo con él.
    Da gusto con lectores así.
    Un fuerte abrazo desde Oviedo,

    Jesús Aller

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    1. Gracias, Jesús, por tu comentario.

      Me sugiere una reflexión sobre la permanencia de las botellas que los náufragos echamos al mar, con la (des)esperanza de que alguien recoja el mensaje.

      El mío era apenas un eco del tuyo, y ahora, meses después, me llega desde tí el eco de ese eco.

      Cuando dejas algo en la red, tienes la sensación de que se pierde en medio de un inmenso caos, entre lo mejor y lo peor que hay en ella.

      He pasado varios meses sin apenas actividad en este blog.

      Además de tu inesperado reencuentro contigo mismo,reflejado en mí, y del mío sobre este escrito a partir de tu comentario, cada vez que entro veo algunas entradas nuevas a escritos ya remotos.

      Es un pequeño goteo constante. No todo lo que pasa se pierde. La mente crítica colectiva se hace así, con átomos que otros, no sabemos quiénes, podran, o no, recoger.

      Mi esperanza es perderme en ese remolino anónimo de aportaciones que configurarán el futuro, y esperar que no se configure de la peor forma posible.

      Seguiré lanzando botellas al mar. Lo de menos es que yo no sea el autor.

      O sí...

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