sábado, 2 de febrero de 2013

Políticamente incorrecto (V)

Dejo a un lado el sexismo lingüístico para abordar otros aspectos de la corrección política en el lenguaje.

Ninguna palabra está libre de connotaciones. Todas tienen un grado de ambigüedad si se aíslan de su contexto. Esta natural plasticidad hace que el empleo preferente en el discurso de un término frente a otro acabe por alterar el significado de ambos.

El origen de muchas palabras es metafórico, imaginativo. El uso prolongado de la metáfora acaba por hacer olvidar ese origen. La rotunda palabra "cojones" se descarga de agresividad si se emplea en su lugar "testículos". No hay conciencia al usarlas de que "coleo" significa bolsa de cuero y "testiculus" pequeño testigo (de la virilidad). Al neutralizarse el significado original, un nuevo desarrollo metafórico da el mismo significado a "huevos", que acaba contagiada de rudeza, hasta el punto de que en Guatemala, Honduras y México, y posiblemente en otros lugares, para referirse a los huevos de gallina se los llama "blanquillos", evitando un término considerado malsonante. Pues bien, en esos países ¡también "blanquillos" ha acabado por significar, otra vez, "cojones"!

Y ya no es posible despojar de la connotación "sucio" al cerdo, aunque lo llamemos puerco, gorrino, marrano, guarro, cocho, cochino. Casi es peor reiterar los sinónimos. Tanto es así que en ambientes pacatos y monjiles he oído nombrarlo como "el animal de la vista baja", y aún con el simpatiquísimo eufemismo "el animalito rosa", excluyendo así al cerdo ibérico.



Expresiones con carga ideológica (a veces podría hablarse de "carga de profundidad") las emplean preferentemente sus creyentes, de un modo casi litúrgico. Son aceptados por otros con la intención de no crear una polémica estéril sobre algo que no se considera pertinente. Y en ocasiones llegan a formar parte del uso habitual, incluso por parte de personas que no tienen conciencia clara de que se han alterado los conceptos. Tarde o temprano, el uso se encargará de reconstruir el campo semántico en función de las necesidades.

El término "Ameríca española" se asocia hasta tal punto a la derecha reaccionaria que técnicamente, para ser preciso, se debe decir "América hispanohablante". "Iberoamérica" es más amplio, al incluir a Brasil, pero como ambos estados ibéricos coincidieron en un largo fascismo, contaminaron también el término. Todos decimos ahora "América latina" aunque allí no hablen el latín clásico. Al fin y al cabo hay allí algunos países francófonos, y las lenguas romances son las formas actuales del latín, como las gallinas son los dinosaurios de ahora mismo. Hoy la geopolítica aconseja la definición más inclusiva de "América latina y el Caribe". Así ya estamos todos.

Pese a esto, la contraposición con el mundo anglosajón ha introducido la palabra "hispanos". Que curiosamente no incluye a los españoles. C'est la vie!

Pero a veces, precisamente el contexto delata al que introduce una expresión con clara intención, frente al que la emplea sin ella, bien sea por impregnación, por simple mimetismo o por no discutir. Y como para muestra basta un botón, tras mi habitual y palicesca introducción paso a exponer el desencadenante de la precedente perorata.


Con ocasión de la cumbre CELAC-UE, Eduardo Tamayo G. entrevistó a Tom Kucharz, integrante de Ecologistas en Acción. Bajo el título "Transnacionales en la mira" aparece en Alainet. Comparto su visión. Por eso el motivo de mi comentario es otro, una expresión que desliza casi al final de la conversación:
"...necesitamos solidaridad para la lucha que tenemos en Europa, la lucha de los movimientos populares en Grecia, Portugal, el estado español, Italia, Irlanda, Bélgica..."
Nunca deja de llamarme la atención el empleo de la expresión "estado español". El estado es una institución, o un conjunto de instituciones, que no debemos confundir sin más con un territorio ni con su población. Aunque los domine a veces tiránicamente.Y el empleo del término referido exclusivamente a un país (no sé que otro término puedo emplear; quizá "trozo de mundo") delata una intención: proclama que España no existe, ni siquiera como realidad discutible.

¿Por qué Tom no habla de estado portugués, o belga? Desde luego, Portugal es un país mucho más homogéneo y menos fracturado que España. En cambio, Bélgica es un conglomerado más artificial, de origen reciente, que no es la tierra de los belgas de Julio César, sino una entidad determinada por luchas y repartos en la reciente historia de Europa. Cuenta con dos comunidades muy delimitadas, una de las cuales podría ser asimilada a Francia sin gran problema y la otra a Holanda, con no mucha mayor dificultad que la que identificaría como realidad política a los països catalans

Por supuesto, quien emplea estas expresiones intencionadas tiene perfecto derecho a hacerlo. A no creer que un ente al que podríamos llamar España tenga realidad alguna. A buscar una independencia. Del mismo modo hay derecho a pensar y a decir otra cosa. Y a puntualizar. 

En muchos contextos puede y debe hablarse de estado español, que no es lo mismo que España. Tiene un sentido preciso decir "la estructura del estado español", frente a un incierto "estructura de España". ¿Se trataría de la estructura física del territorio, de la estructura viaria? 

Menéndez Pelayo, en un célebre discurso que casi provocó un incidente diplomático, se empeñó en llamar españoles a los portugueses. Históricamente se habían considerado así ellos mismos, como recordó el erudito en tal ocasión, citando textos inequívocos del mismísimo Camões. Sólo el imperialismo castellano, aunque entonces se disfrazara de derecho dinástico, distanció a Portugal de la idea de ser parte de España, palabra que entonces carecía de sentido político. No me voy a alinear con el erudito cántabro (¿se hubiera reconocido él como tal?). Y no por reaccionario, sino porque la historia ha consolidado que Portugal no es ya España. Incluso los partidarios de una Federación Ibérica, como prácticamente todo el mundo, entienden que aquella vieja entidad, geográfica y no política, hoy debe ser llamada Iberia o "península ibérica". Y dejo aquí otro de mis barrocos incisos: ibérico remite a los iberos y al Ebro, con un sentido original todavía más restringido que "España". ¡Ah, la semántica política! 

Puedo asegurar que no soy españolista, ni galleguista, andalucista, etc. etc. Todos albergamos emociones, que nunca deberían ser excluyentes, hacia paisajes, gente y cultura de diversos pueblos. Es natural, palabra que viene de nacer.  Nadie deja de ser lo que la nacencia y la crianza han hecho de él sin desgarrarse, Somos animales sociales, siempre en alguna sociedad concreta.

Qué dolor de tierra mía
nunca está mejor un árbol
que en tierra donde se cría

Estos cálidos sentires se me enfrían cada vez que los convierten en armas ofensivas. Así, me siento más galleguista en algunos ambientes (no generalizo) de Madrid o de Andalucía, algo andalucista entre ciertos catalanes y algo "españoleiro" cuando oigo a algunos nacionalistas gallegos.

Si nos ponemos a poner etiquetas, me considero internacionalista. A nadie se le puede negar el derecho de autodeterminación. Mientras haya estados, podrá haber minorías más o menos forzadas a ser considerados lo que no quieren ser. Malo es que ocurra, no es malo poderlo denunciar.

En alguna entrada futura de este blog tengo intención de desarrollar con más detalle conceptos como nación, nacionalidad, nacionalismo, autodeterminación. Y los problemas que acarrea el esquematismo con que suelen tratarlos los nacionalistas, sea de gran potencia, de pueblo oprimido o de alguno de los muchos casos intermedios entre ambos extremos.

Aquí solamente he pretendido denunciar la frecuente mistificación que mezcla en una misma enumeración elementos no homogéneos, con la intención de hacerlos pasar por tales, o de destacar por el contrario la supuesta singularidad que el hablante desliza con vaselina para que cuele. Y como quien calla otorga, ni callo ni otorgo.


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