sábado, 29 de junio de 2013

En un universo extraño

Sí que es rarito. Parecía estable, pero no lo es.

Y nos comportamos como si todo siguiera igual.

Al caer el coche al vacío me siento seguro: ¡llevo puesto el cinturón de seguridad!

Pues nada, hombre, como dice Javier Krahe.

 

El declive económico no viaja solo; va mal acompañado

Mundo Obrero

¡Cierra el pico y coge la pasta!



















Ya a nadie se le escapa el declive económico que está sufriendo Europa como consecuencia de la crisis financiera y las políticas destinadas desviar de forma infinita millonarios fondos económicos al sistema bancario y al pago de intereses de deuda, en detrimento de las condiciones sociales de la ciudadanía. Lo que parece pasar desapercibido es el colapso moral de los gobiernos europeos. Hace pocas semanas, el 13 de junio, ya observamos que, mientras los países africanos y latinoamericanos votaban en Ginebra a favor del Derecho a la Paz en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, los europeos se sumaban a Estados Unidos y a Japón absteniéndose o votando en contra, como el caso de España. 

Nunca hasta ahora habíamos asistido a la vergonzosa situación de un primer ministro europeo condenado por prostitución de menores. Acto, por otro lado, más que conocido y del que alardeaba sin que tuviese consecuencias electorales negativas ni sanción pública por el resto de gobernantes europeos.

El caso de Edward Snowden, el subcontratado de la CIA y la NSA (Agencia de Seguridad Nacional) que filtró a The Guardian y a The Washington Post los programas de vigilancia masiva de las comunicaciones de los ciudadanos por parte del Gobierno de EE.UU. sin control judicial alguno, ha vuelto a recordarnos a que altura moral se encuentra Europa. Por motivaciones más o menos loables, países como China, Rusia, Cuba o Ecuador han participado en planes para proporcionar refugio a Snowden. Por supuesto, los países europeos estaban todos descartados para ayudar al filtrador y no hubieran dudado en entregarlo a las autoridades estadounidenses a pesar de que, según las legislaciones europeas, el delito lo hubiera cometido el Estado norteamericano y no el ex agente. En cambio, quienes sí pudieron pasearse impunemente por las fronteras europeas sin que gobiernos ni policías pusieran ningún obstáculo fueron los aviones en los que la CIA secuestraba personas, las llevaba a centros de detención ilegales -algunos también en suelo europeo- y se les torturaba

De modo que si usted está en contra del derecho a la paz, tendrá un gobierno europeo que le representará; si es un prostituidor de menores, podrá ser primer ministro en Europa; y si necesita utilizar nuestro suelo y espacio aéreo para secuestrar, encarcelar y torturar, lo tiene a su disposición. Eso sí, no se le ocurra denunciar los programas ilegales de vigilancia del gobierno estadounidense y luego venir por aquí porque será detenido y repatriado a Estados Unidos. 

Para esto último deberá contar con la ayuda de “dictaduras” y “países bananeros” cuyos presidentes no se prostituyen con niñas y además se empeñan en apoyar el Derecho a la Paz.

Sobre las protestas en Brasil

Ahora sí voy a recoger el texto del misterioso X.L., que probablemente no será Ferrín, sobre las protestas en Brasil.

Hay que alarmarse justamente ante el apoyo del poder económico y sus medios reaccionarios a un movimiento que socava a gobiernos que desean eliminar, pero no se entenderá por completo lo que está pasando si no se atiende a las causas que subyacen.

Las transformaciones sociales que han beneficiado a los más pobres, y que en parte los han elevado a la "clase media", no han supuesto grandes cambios en la estructura económica de estos países con gobiernos progresistas (unos más que otros, y no puede ser de otra manera, por la diferente presión popular y la diversa correlación de fuerzas).

Se han apoyado sobre todo en un auge económico que también ha beneficiado a los ricos. Los gobiernos, desde luego, lo han aprovechado para ayudar a los desfavorecidos. Pero la estructura productiva de estos países no ha cambiado en aspectos fundamentales. Han negociado en mejor posición que la derecha corrupta y entreguista frente a las multinacionales del agronegocio y las industrias extractivas, y así han realizado notables mejoras sociales.

Se trata del goteo que los neoliberales consideran que se derramará de modo natural sobre los pobres si a los ricos les va bien. Obvian que ese goteo, si se produce, es por la presión social de abajo arriba. Y que lo acompaña un aumento de la desigualdad. Si la pobreza absoluta disminuye, suele aumentar la pobreza relativa.

Pero como el sistema-mundo no da más de sí, la contracción económica de los países ricos repercutirá, y ya lo está haciendo, en un menor crecimiento de los menos desarrollados. En estas condiciones será difícil mantener mejoras sociales sin cambios estructurales a los que no están dispuestas las respectivas oligarquías. El dilema de los gobiernos progresistas es avanzar en estos cambios o mantener una estrategia de apoyo a los capitalistas nacionales. En este último caso tendrán que enfrentarse de nuevo, desde el otro lado, a los pueblos.

La socialdemocracia tradicional hace muchísimo tiempo que dio ese paso. Periódicamente, destacamentos enteros de los partidos de izquierda se han pasado al otro bando. Sobran ejemplos y no los voy a citar.

Sin contar con que el destrozo de la naturaleza causado por el agronegocio y el extractivismo no puede continuar y podría acabar con las verdaderas posibilidades de desarrollo, incluso a corto plazo.



Rebelión

Todos hemos visto las ya familiares imágenes en Internet o en televisión. Decenas o centenares de miles de personas en las calles protestando. Pancartas, consignas, cánticos y concentraciones. Brutal represión policial, palizas y gases lacrimógenos. Coches en llamas. Las similitudes con las recientes protestas en Turquía o, salvando las diferencias, con lo que ocurriera en España hace no tanto tiempo, han llevado a muchos a apoyarlas sin reservas. Sin embargo lo que empezó como un movimento de carácter izquierdista relativamente limitado ha adquirido en los últimos días un tono sombrío que nos debe hacer reflexionar sobre la importancia de informarnos debidamente sobre un tema antes de opinar sobre él o apoyarlo.

Las protestas iniciales fueron organizadas por Movimento Passe-Livre (MPL), un grupo autonomista que desde siempre ha centrado su actividad en la lucha por un transporte público y gratuito. Dirigidas contra la decisión del alcalde (PT, socialdemócrata/liberal) y gobernador (PSDB, socialdemócrata según sus siglas y conservador en la práctica) de São Paulo de subir los precios de autobús y metro, las protestas fueron inicialmente apoyadas por un amplio espectro de partidos y movimientos a la izquierda de los gobernantes (PSTU, PSOL, PCB, etc), pero debido a la orientación anarquista y apartidista del MPL su participación fue rechazada.

Los grandes medios, partidos gobernantes y personalidades conservadoras del país denunciaron duramente las protestas justificando la brutalidad policial (con imágenes ampliamente difundidas de palizas a manifestantes y disparos con pelotas de goma a quemarropa), tachando de vándalos anti-demócratas y radicales a los manifestantes. Hasta aquí, sin duda, estas revueltas podrían parecer muy similares a las que se repiten constantemente por todo el planeta, y más allá de nuestras diferencias políticas con el MPL serían merecedoras de todo nuestro apoyo. Sin embargo a los pocos días comienza a producirse un cambio notable.

Los medios y personalidades reaccionarias comienzan a percibir que sus audiencias tradicionales no están dispuestas a condenar las revueltas, llegándose a dar el caso de que una famosísima figura de extrema derecha de la TV brasileña es humillada en directo por su audiencia al preguntarles si condenan los actos de “vandalismo”. Se comienza a fraguar un cambio en el discurso, y los medios que antes condenaran las movilizaciones empiezan a decir que la furia está justificada ya que presenta una protesta contra “problemas mucho mayores”. Ya no se trata de los 20 céntimos del autobús, dice el mismo presentador ahora arrepentido y habiendo dado un giro de 180 grados a su discurso, sino que el pueblo brasileño ha despertado y lucha contra la corrupción y el mal hacer de un gobierno de tendencias casualmente izquierdistas. Se repite la estrategia ya utilizada en Venezuela, Honduras u otros lugares, con la Red Globo (propiedad de un multi-millonario y dueña absoluta de la información audiovisual privada en Brasil) llamando a la movilización contra el PT y por el cambio. Se crean vídeos en inglés para el consumo externo con peticiones que, aunque sin duda legítimas, no tienen ya un carácter de izquierda ni mucho menos revolucionario. Se resalta el carácter apartidista (en parte marcado desde un principio por el MPL) y “ciudadanista” de las protestas, con protestantes que no son ni de izquierdas ni de derechas sino “simplemente brasileños”. Centenares de miles de personas salen ahora a la calle, y se empiezan a ver pancartas que piden un golpe de Estado militar, quema de banderas rojas y palizas a a comunistas y anarquistas. Incluso algunos policías, que antes reprimiesen a los manifestantes con tanta dureza, llegan a sumarse al movimiento.

Es en este momento cuando se le comienza a helar la sangre a mucha gente en el país, ya que el anterior golpe de Estado fascista fue precisamente precedido por una marcha multitudinaria por la “libertad” y en contra del progresista João Goulart, que sería depuesto poco tiempo después por los militares. Empiezan a perder importancia el objetivo inicial de las protestas, y progresistas y revolucionarios de todas las tendencias tratan de unirse para hacer de contrapeso a la creciente influencia derechista y reaccionaria en las calles. Están convocadas para los próximos días grandes movilizaciones organizadas por la izquierda, que espera esta vez no ser barrida a palos por los fascistas de las calles y recuperar el liderazgo de unas protestas que ellos comenzaran.

¿Existe una moraleja en toda esta historia? Si la hay, es simple. No debemos transplantar experiencias o formas de análisis de un país a otro sin más, ya que cada pueblo y estado tienen su historia y particularidades que pueden dar un contenido muy diferente a eventos superficialmente similares. En este caso en concreto, y como es bien conocido, existen grandes y poderosos intereses en América Latina por acabar con cualquier gobierno que no sea un servidor sin fisuras de los intereses imperialistas, por muy tibias que pudiesen parecer sus políticas. Por muy legítimas que sean ciertas críticas contra el PT no debemos pensar que siempre que se movilicen grandes masas en las calles deben merecer éstas automáticamente nuestro apoyo, porque por desgracia también los programas más retrógrados y reaccionarios son capaces de movilizar a mucha gente. Prestemos atención, siempre, al carácter de las peticiones, a quién las organiza, y a cómo reaccionan ante ellas los poderes establecidos y los medios de comunicación oligarcas y monopolistas. Tan improbable es que la Red Globo apoye un cambio transformador progresista en Brasil como lo sería aquí que La Razón o Antena 3 llamasen a la revolución y al socialismo.

Ante la gran velocidad con la que cambia la situación en Brasil no queda más remedio que seguir con atención cada desarrollo, tratando siempre de apoyar al pueblo trabajador brasileño en su lucha contra el fascismo, el imperialismo y por una nueva sociedad auténticamente transformadora.

jueves, 27 de junio de 2013

Sobre posturas ignorantes e intransigentes

Iba a comentar un artículo sobre las protestas en Brasil, escrito por un un misterioso X.L. en Rebelión, y me picó la curiosidad por averiguar esa identidad. Con estas iniciales sólo encontré el escrito en cuestión y otro de mi admirado Xosé Luis Méndez Ferrín. No estoy nada seguro de que se trate del mismo X.L., pero todo podría ser.

Me picó otra vez la picajosa curiosidad y busqué el  segundo artículo. Comentaba la postura digna de José Manuel Blecua ante una pregunta insidiosa sobre la convivencia lingüística en Cataluña. (Por cierto, las lenguas no discuten entre ellas; como diría Álvaro García Meseguer, lo hacen sus hablantes).

Ferrín y Blecua son ambos catedráticos de Lengua Castellana en "territorio hostil", sin que eso empañe sus trayectorias respectivas. En el caso del gallego nadie podría acusarlo de "españoleiro", término peyorativo empleado profusamente contra los sospechosos de centralismo españolista o de "obediencia a Madrid".

Recordé inmediatamente la tormenta que se desató contra Xesús Alonso Montero (que pese a su incansable trayectoria en defensa de la lengua gallega sí es tildado de tal en ambientes nacionalistas) cuando dijo aquello de que "aman ó galego coma esas nais que de tanto abrazar ó fillo o abafan".

Y me vino también a la memoria la carta Territorio de afectos, que Víctor Fernández Freixanes dirigió al propio Xesús, publicada en La Voz de Galicia, en la que relata una significativa anécdota de don Ramón Otero Pedrayo.

Y yo podría contar escandalizados comentarios similares oídos sobre Freixanes...

La ignorancia sobre las circunstancias históricas por las que pasan las lenguas minorizadas y las circunstancias por las que también pasan sus defensores tiene estos resultados.

Pues bien, veamos las cosas con perspectiva, leed los enlaces, y quédese para otro momento el artículo sobre las protestas en Brasil.

Usar, tirar, responsabilidad y unión

La imagen con que ilustro este artículo de Ivana Belén Ruiz deja clara la relativa responsabilidad de cada uno en la ceremonia demencial del consumismo. Nos enchufamos solos, y a veces con demasiado entusiasmo, a esa cadena que nos ata.

Pero como indica bien el texto que sigue, no es una recta moral individual la que puede sacarnos de ese círculo infernal, sino el fomento de una nueva moral colectiva. Sin que este hecho pueda servir de pretexto exculpatorio de la conducta de cada cual.

Es el instinto de conservación comunitario. El éxito de los Alcohólicos Anónimos y otros  grupos solidarios de ayuda mutua demuestran que la comunidad puede extraer fuerzas de donde no puede sacarlas el individuo aislado.

La moral colectiva racional precisa con urgencia evaluar y confrontar capacidades y necesidades, porque el paño no da más de sí. Refundar la sociedad sobre las mismas bases, con la misma mentalidad, para volver a las andadas, es más utópico que confiar en la posibilidad de una toma de conciencia colectiva. Porque ese cambio compartido de mentalidad ofrece una salida. Perseverar en lo mismo, no.

¿Cómo valorar un cachivache cualquiera, que ya empieza a ser viejo cuando sale de la tienda? Ni el propio fabricante puede mantener una esperanza racional de amortizarlo, salvo que en una loca (y en el fondo desesperada) huida hacia delante tienda a reducir a cero el valor de los materiales que extrae de la naturaleza y el del trabajo humano que les añade su esencia, el valor.

Usar, tirar, responsabilidad y unión
Ivana Belén Ruiz Estramil
Rebelión

Usar y tirar

Parece que últimamente nos estamos dando cuenta de que las cosas se acaban. Me surge precisamente en este punto una duda acerca de si verdaderamente antes pensábamos en la existencia de un mundo con recursos ilimitados, o si esto se refiere tan solo a un pensamiento que se impuso como dominante, que se apropia de los recursos (también la fuerza de trabajo humana). Ante esa práctica, existía también en el mundo otras formas de vida, diríamos contractuales con el entorno, donde podríamos englobar a las poblaciones indígenas, pero también a esas prácticas “mil usos” que no hace tanto tiempo, hacían nuestros mayores de todos los productos. Pretendo destacar aquí ese contacto con el entorno, tratando de buscar siempre esa reutilización de todas las cosas que caían en nuestras manos. 

Nos puede parecer incluso cómico desde nuestra cosmovisión de “usar y tirar”, ese cajón de casa llena de piezas de antiguas cosas que se han roto y que nuestros mayores guardan cuidadosamente, cosas que se sabe en muchos casos que no se volverá a usar, pero que ante la pregunta – ¿para qué? – se responde –por si acaso–. 

Cultura que de un periódico podía sacar mil utilidades, envolver objetos, secar calzado, hacer manualidades al mezclarlo con cola, mojarlo y tras convertirlo en una bola compacta esperar a que seque y utilizarlo para alimentar el fuego durante un largo tiempo, y un largo etcétera junto con esas aplicaciones escatológicas en las que no me detendré. Hoy en cambio, nos enorgullecen las miles de aplicaciones de nuestro nuevo móvil, muchas de las cuales son absurdas o no usaremos nunca.

Que las capacidades del mundo para nuestras nuevas “necesidades” son limitadas es un hecho, y es así como por el momento se recurre a limitar las capacidades de vida de unos muchos, para poder seguir viviendo la ilusión de infinitud de unos pocos.

Se nos ha presentado una sociedad en la que consumir constituye una más de nuestras cadenas. Por un lado, la obsolescencia programada en la que no es ya el mal uso o desgaste el que marque el fin del funcionamiento, sino que viene de fábrica. El repararlo termina costando más que el adquirir uno nuevo, o también el hecho de no contar con piezas de repuesto. Por otro lado el individuo, que no quiere escapar de ese consumo.

¿Qué hacer entonces con un individuo que no quiere renunciar a ese consumo desmedido? ¿Es verdaderamente necesario que surjan cada año nuevos modelos de móviles y ordenadores con cada vez más capacidades? ¿O al que le es necesario es al mercado, porque así obtiene cada vez más beneficios? Quizás la respuesta a la primer pregunta sea primero comprender las dos siguientes, es decir, mientras sigamos pensando que esas actualizaciones constantes son necesarias, y que se promuevan como tal desde el sistema, será difícil que el individuo adquiera consciencia de que no se puede extender en el tiempo esa forma de vida. Ya ni siquiera es asumible en un contexto en donde la mayoría de las personas en el mundo no tienen ese nivel de consumo.

A la hora de abordar ese nuevo escenario de futuro en el que justicia, redistribución e igualdad de oportunidades, formen parte de los proyectos de vida, habría que contemplarse el hecho de que esas lógicas de consumismo, que no de consumo, son propias del modelo que basa todo su sistema organizativo en la explotación y en la promoción de ese ideario de infinitud. Todo el sustento del “tanto tienes, tanto vales” no es más que una falacia para adscribirnos aún más al mismo. Se convierte en imprescindible una resocialización en un nuevo sistema de valores que tome como base que la igualdad de acceso es básica y que por lo tanto si las capacidades son limitadas, habrá que pensar hasta dónde se puede llegar.

Así como un niño juega con un palo de escoba simulando el mejor de los jamelgos, capaz de atravesar los desiertos más áridos, deberíamos de mirar más allá de la etiqueta “usar y tirar”, quizás así nos hagamos más activos, sostenibles, críticos e imaginativos.


Desde donde poner los límites

La cuestión es, ¿en la actualidad o en esa sociedad futura imaginada? Porque en el segundo de los casos, la respuesta puede presentarse más sencilla, al contemplarse ese escenario como fruto de una nueva implicación más amplia, y en donde como apuntábamos en el apartado anterior, el individuo sea consciente de todo el entorno del que forma parte. El caso de las prácticas en la actualidad ya es más complejo de abordar.

Frente a la imagen de un individuo individualizado debemos de lidiar con lo que nos dice Stiglitz, “la esencia de la libertad es el derecho a decidir”, que aunque aplicado a un razonamiento algo distinto nos puede valer aquí. Y es que ¿Qué hacemos entonces cuando el individuo ejerciendo su “libertad”, elige entrar en la lógica consumista al mismo tiempo que el sistema promueve esta misma práctica para seguir obteniendo beneficios? En un primer punto quizás establecer esos limites de la libertad, ya que como siempre hemos entendido, al menos en lo teórico, “mi libertad termina donde empieza la de los demás”.

Ha sido muy útil el trazar esa frontera básicamente disruptiva entre ese “ellos” y el “nosotros”, alejando toda responsabilidad de un ejercicio desmedido de aparente libertad. Aparente libertad, porque se trata de adquisiciones que en realidad nos atan más, coches ultimo modelo con tecnología punta, me gustaría saber cuantos lo adquieren al contado, porque de lo contrario se está encadenando a una deuda, o la paradoja de los móviles que si recordamos su razón de ser estaba en darnos autonomía y movilidad, pero ahora, nos lleva a buscar desesperadamente tomas de corriente porque consumen mucha energía.

Consideremos el supuesto de que somos libres, de que es una decisión puramente personal la de actualizar constantemente nuestros aparatos tecnológicos ¿somos libres de salirnos de ese circulo o acarreamos en muchos casos una deuda que dictamina cuando podemos salir y cuando no?

No se pretende apuntar a una vuelta a la edad de piedra, de ahí la diferenciación entre “consumo” y “consumismo”, y es este último el que lleva a colocar al primero como propia finalidad, en lugar de ser un medio para cubrir ciertas necesidades. Al convertirse el medio en el fin, la velocidad de consecución del mismo aumenta, y con ello la frustración por alcanzarlo. El individuo se autoconvence (se promueve ese autoconvencimiento) de que está en sus manos el conseguirlo, y se culpabiliza en el caso de no poder hacerlo. Paradójicamente, entendiéndose el consumo como un fin, se crea así la imagen de que este acto es la máxima expresión de ese ejercicio de la libertad.

Desde dónde poner los límites es siempre una tarea complicada, en este caso, se podría en primera instancia limitar la exaltación del consumismo, aunque resulta en todo caso difícil al encontrarnos en un sistema que se basa en ello. En segundo caso reivindicar esas alternativas de vida en las que el consumo responde a la necesidad y no la necesidad del consumo. Por último, aunque todas ellas fueran implementadas simultáneamente, el iniciar una concienciación sobre un “nosotros global” como habitantes de un mismo espacio, aunque de distintas realidades.

Si bien es cierto que es consustancial al hecho cultural esa diferenciación entre el “ellos” y el “nosotros”, en ningún caso puede ello seguir basándose en una lógica de suma cero, en el que lo que uno gana es porque el otro lo pierde. ¿Garantiza esto el éxito? Probablemente no del todo, pero es un primer paso hacia el cambio de moral del individuo individualizado.


De la “des-responsabilidad” a la moral colectiva 
 
Volviendo al “usar y tirar”, encontramos la mayor expresión de lo superfluo, inmediato y fugaz. También las personas parecen cargar sobre si mismos esos atributos que desde años se les ha reconocido, valorados en cuanto a su función social.

Si fijamos nuestra mirada en lo que he dado en llamar “des-responsabilidad”, intentando con ello poner el énfasis en la práctica de borrosidad que se coloca sobre el proceso mediante el cual se obtiene aquello que consumimos, nos permite prestar atención al hecho de cómo también al consumidor se le convierte en un objeto, importando el individuo sólo, en tanto en cuanto pueda consumir.

Esa falta de moral colectiva que nos lleva a actuar sólo en función de lo próximo que nos afecte, es muy ilustrativo de esa lógica que nos aleja de la conformación de una identificación con un nosotros más amplio, y también así, que nos muestra su cara más amarga cuando nos sentimos solos, únicos responsables ante nuestra propia vida. Quizás si nos contempláramos en una visión más amplia, veríamos que nuestros problemas no son sólo nuestros, sino que son compartidos con muchos otros, una especie de “soledad compartida” que se vive en individualidad, ¿en qué se relaciona esto con la des-responsabilización de los límites? En que en todo momento identificamos nuestros éxitos y desventuras en nosotros mismos, en que nuestro ejercicio de la libertad no se va a vincular ya con aquella frase que mencionábamos antes de que “mi libertad acaba en donde empieza la del otro”.

Un proverbio africano dice que “la unión en el rebaño hace al león acostarse con hambre”, quizás es por eso que lleva dándose festines durante tanto tiempo, y es que ese no mirarnos como un todo, ha hecho que no prestemos atención a que las diferenciaciones, más bien parcelizaciones, se aplican solo a nosotros y no a quienes dirigen las riendas de ese, su mundo, en el que nosotros no somos más que piezas. 

La creación de una moralidad colectiva que lleve a la conciencia sobre “el otro”, no ya solo en términos globales, que es fundamental, sino también del más próximo, constituiría el primer paso hacia una responsabilización, que llevaría en última instancia a un auto-limitarse en función de las necesidades. Esa moralidad colectiva ha de sustentarse casi con toda seguridad en un nuevo discurso, englobante en el sentido de que recoja todas las realidades, necesidades y proyectos de las comunidades del mundo. Comprender que necesariamente esto no rompe con la posibilidad de ser individuos, sino de que se trata de la única manera de que todas y todos podamos serlo, teniendo las mismas oportunidades de reconocimiento mutuo, como diría el Subcomandante Marcos:
Yo soy como soy y tú eres como eres, construyamos un mundo donde yo pueda ser sin dejar de ser yo, donde tú puedas ser sin dejar de ser tú, y donde ni yo ni tú obliguemos al otro a ser como yo o como tú”.
El individuo individualizado se muestra como una paradoja si partimos del hecho cultural que nos dice que el individuo adquiere sus cualidades en comunidad, en su red, que no necesariamente se limita ya a los más próximos, pero que nos muestra como el individuo va adquiriendo diferentes características. Esta red en la actualidad prima la competencia a la cooperación, siendo ya de entrada un primer aspecto de contradicción, ya que tradicionalmente una comunidad ha de basarse en la cooperación. Por otro lado, el individuo se fundamenta en su individualidad, pero no en la capacidad de los demás de ser también individuos, de ahí la individualización, y el potenciamiento a toda la base de competencia y des-responsabilización. 

El establecer límites sobre ese tipo de individuos que se han basado en la inexistencia de esos limites y en la desconexión de quienes padecían las consecuencias, hace que todo el proceso sea complejo. Pero más complejo se presenta aún, el que los grandes promotores de ese consumo dejen de hacerlo, me refiero con ello a las grandes empresas, el capital en general, que todos sabemos perfectamente que nunca van a dejar por su propia voluntad de explotar al planeta, tanto a seres humanos como a recursos naturales, ya de partida en cuanto a que ambos son considerados como “recursos” para un fin privado, individualizado.

Indudablemente, un cambio completo de sociedad, de reconocimiento de ese “otro”, ha de pasar por el fin de la sociedad actual, ya que aunque si bien es cierto que nuestras prácticas individuales son ejemplificadoras de que el cambio es posible, se necesita de generalizar por medio de una socialización en esa moral colectiva.

El sistema actual juega con la baza de esa desunión y de la falta de una moral colectiva, como si hubiéramos interiorizado aquel panóptico del que nos hablara Foucault, cada uno en una celda. Dentro de cada celda, las realidades son diferentes, pero el ojo controlador es el mismo.

Protestas

Henrique Carneiro, Correio da Cidadania, traducido en Rebelión.
La acción burguesa por medio de los medios intentará secuestrar el movimiento social para reducirlo a una acción "cívica" y "patriótica", sin contenido anticapitalista. La infiltración de grupos de derecha e incluso fascistas, intentando apoyarse en el saludable sentimiento anti-institucional, para direccionar ese rechazo a los partidos y movimientos organizados de la izquierda revolucionaria es un síntoma de que la indignación sin programa claro puede ir para cualquier lado.

martes, 25 de junio de 2013

Adiós a las cosas. Tiempo, tecnología, capitalismo


En otro momento reflexionaba sobre el tiempo. La distinta velocidad de los fenómenos, al entrelazarse continuamente, hace imposible la vuelta atrás. Todo regreso al pasado es una ilusión. El retraso de los efectos respecto a sus causas se hace más evidente en los procesos rápidos, en los que aumenta la distancia temporal relativa entre acción y reacción.

Todo equilibrio dinámico es contradictoriamente desequilibrado.

La historia se acelera. Los progresos materiales se acumulan. La obsolescencia programada hace que los objetos nazcan viejos. Gran problema para el capital, que se las ve y se las desea para amortizar cualquier novedad, atropellada por otra más reciente.

Pero la mente humana tiene sus propios tiempos. Si los ordenadores son más y más rápidos, nuestro cerebro lleva miles de años funcionando a la misma velocidad. Las ideas tienen su propio ambiente, se desarrollan despacio en un medio social, se modifican lentamente, cuando llegan a hacerlo, y, por más que les pese a los forofos de las redes sociales, un substrato profundo (profundamente reaccionario, remacharía) tiende a permanecer.

Por eso tantas veces la solución llega tarde, y la reflexión también. Viejas ideas renacen, algunas muy alarmantes, en medio del caos.

Tras la resaca terrible de la guerra europea, en pleno ascenso del fascismo italiano, el escéptico Mario Mariani escribió "Las meditaciones de un loco". No es extraño que se trate de un libro pesimista:
«En los períodos de cansancio, cuando no se tiene potencia para hacer nada nuevo, revuelven los escombros de las demoliciones para extraer los viejos ídolos, Y los desempolvan. E insultan a quien, luego de haberlos derribado, no quiere adorarlos de nuevo y arrodillarse ante ellos».
Estos tiempos nuevos no deberían ser pesimistas, pero son alarmantes. En medio del caos acelerado, "pescadores en río revuelto" (me suena a lenguaje del franquismo, pero ¡qué le vamos a hacer!) se cuelan en la indignación de las masas. Se requiere un gran esfuerzo educativo, ideológico, para que no se lleven el gato al agua (vaya, vuelve a sonarme a franquismo, ahora televisivo).

Llegamos al fin de la huída hacia delante del capitalismo. La contracción llega tras la expansión. En una sociedad compleja y convulsa, analizamos con la mente revuelta, igualmente complicada. Poco coherente la de la mayoría, porque las lentas certezas de épocas más estables se han roto.

Más urgente que nunca es la lenta labor de convencer. Paradoja: hay que construir el embalse en medio de la inundación.

La alegórica caída del muro (ya no muy sólido, y socavado desde dentro y desde fuera) no era la consolidación del sistema antagonista, sino el primer aviso de una ruina más general. Tras las felices expectativas nunca cumplidas vino un período relativamente largo (bueno, no tan largo) mitad de optimismo, mitad de apatía. En algún momento la insatisfacción estalla en movimientos que en principio comparten el malestar y poco más. Si no cristalizan en proyectos sólidos de futuro, lo harán en adoración de viejos ídolos.

Es exagerado identificar entre sí todos los movimientos, y hacerlo puede aumentar la confusión. Las "revoluciones de colores", las "primaveras árabes", diferentes en cada lugar, la actual revuelta turca, o la no menos sorprendente de Brasil, ni son uniformes ni expresan los mismos estados sociales, ni mentales. Sin embargo, en todos los casos expresan anhelos insatisfechos, esperanzas, impaciencias. Juegan en medio de la lucha de clases y de la geopolítica mundial. La resultante suele ser una mezcla revolucionaria y reaccionaria, difíciles de separar.

La sociedad es fluida, pero con alta viscosidad. Otra vez la distancia entre la velocidad de la causa y su efecto retardado:
«Cabe señalar que la viscosidad sólo se manifiesta en fluidos en movimiento, ya que cuando el fluido está en reposo adopta una forma tal en la que no actúan las fuerzas tangenciales que no puede resistir. Es por ello por lo que llenado un recipiente con un líquido, la superficie del mismo permanece plana, es decir, perpendicular a la única fuerza que actúa en ese momento, la gravedad, sin existir por tanto componente tangencial alguna».
De modo fragmentario, la conjugación de tiempos lentos y rápidos, de prisas y de pausas, empieza a formar parte del sentir general. Dejo aquí algunos cascotes de unos edificios interesantes por sí mismos:

Sobre la aceleración del tiempo (time is money, of course!):

Tiempo, tecnología, capitalismo
Adiós a las cosas
El capitalismo es sobre todo una lucha contra el Tiempo; una lucha paradójica, pues en realidad, como veremos enseguida, nos disuelve para siempre en su flujo biológico. Si lo definimos, siguiendo a Marx, como un sistema en el que toda la riqueza aparece, y sólo puede aparecer, como mercancía y en el que la fuerza de trabajo opera como la mercancía más valiosa, fuente de valorización de todas las otras mercancías, el capitalismo establece una relación orgánica sin precedentes entre trabajo, cuerpo y tiempo. Como sabemos, la explotación del trabajo y la acumulación ampliada de beneficios exige la fertilización del “plusvalor relativo” o, lo que es lo mismo, una ininterrumpida aceleración del tiempo, lo que sólo puede lograrse mediante una “permanente revolución tecnológica” de la producción. Las máquinas, cristalización de trabajo y del saber social, son la condición y la demanda de nuevas máquinas y, por tanto, de una nueva aceleración temporal. Cabe discutir mucho sin duda sobre la interdependencia ontológica entre el capitalismo y las sucesivas “revoluciones industriales”, pero nadie puede poner en cuestión el papel de estas últimas como motor íntimo de la hybris capitalista. No es posible pensar la mercantilización general ni la explotación ilimitada del trabajo humano -con sus “regresos” legales, éticos y sociales- sin este “progreso” tecnológico desencadenado que ha ido penetrando, como un quiste, todos los aspectos de la vida individual y colectiva.

Sobre los diferentes tiempos, sucesivamente retrasados, de la indignación, la protesta y su puesta en práctica como conciencia organizada:

Una entrevista a Santiago Alba Rico, a propósito de “Tiempo, tecnología, capitalismo”.
Rebelión
Tenemos -dice Christian Raimo- “un leninismo sin revolución”. ¿O será, al contrario, una revolución sin leninismo? El hecho de que me preguntes, Salvador, puede inducir la ilusión de que tengo más respuestas que tú, cuando es exactamente lo contrario. No sé. Conocemos muy bien al enemigo, pero muy mal nuestros propios recursos, que gestionamos sin duda mucho peor que los capitalistas los suyos. En todo caso, lo que demuestran los -por otra parte- muy esperanzadores movimientos populares de los últimos años (de las revoluciones árabes al 15-M, de Occupy Wall Street a las protestas turcas) es que hay mucho más malestar que conciencia y mucha más conciencia que organización. La expresión de este malestar ha sido tan inesperada como explosiva y además relativamente juiciosa, lo que revela la incapacidad de ese “dispositivo destituyente” para “formatear” completamente la memoria de las resistencias y desenraizar al “hombre común” chestertoniano. Pero esa expresión expresa no sólo malestar contra el capitalismo sino también contra todos los marcos de legitimidad política, tanto el de los vencedores como el de los perdedores, incluidos por supuesto los de los comunistas y los de las izquierdas en general. Creo que lo mejor que le puede pasar a la izquierda en estos momentos -lo más de izquierda que puede pasar- es que se vea obligada a participar en movimientos que no dirige ella, de los que no puede convertirse en “vanguardia”, pero en los que hace sin duda mucha falta. Seguir siendo “minoría” pero a la intemperie, lejos de sus capillas cerradas autocomplacientes, en medio de la gente, donde pueda contagiarse de realidad y, al mismo tiempo, contagiar discurso. No sé muy bien qué quiere decir esto, pero tengo la impresión de que si Lenin estuviese vivo, para poder ser Lenin, sería hoy antileninista.

Sobre el carácter polícromo y contradictorio de los movimientos. Muchas veces la satisfacción, siempre relativa, de necesidades perentorias hace aflorar otras necesidades y nuevas contradiciones pasan al primer plano. Esto es muy sano, y no sería problemático sin las interferencias y oportunidades que esto ofrece a actores más que dudosos, en medio de la lucha de clases nunca resuelta y la atenta mirada (y algo más que mirada) geoestratégica de águilas de cabeza blanca y buitres más o menos leonados.

Además, muchas veces el ascenso social a las "clases medias", sin una adecuada digestión ideológica, más que mover a continuar la lucha hace cambiar de bando a los favorecidos. No digo que sea el caso de Brasil, pero en las democracias parlamentarias la prosperidad mira casi siempre a la derecha.

Rebelión
El contenido fascista afloraba de un movimiento que era fuerte por su capacidad para discutir un tema sensible de un sistema injusto. Mientras entusiasmaba la posibilidad de un nuevo Brasil que en los últimos años no había salido a las calles, la izquierda se encontraba con una reacción que no quedaba claro si se trataba de una coincidencia incómoda o si era en sí misma una respuesta intolerante contra fuerzas de cambio que se habían liberado. Emir Sader, un conocido operador petista de las redes sociales, mostraba el desconcierto. A la mañana del jueves manifestó que ese día iría a las manifestaciones con su camiseta roja, como parte del movimiento de algunas bases del PT, y de las propias declaraciones de Dilma y Lula que saludaron las protestas del lunes. A la vuelta, escribía para sus contactos que “a partir de hoy, los que participen de estas manifestaciones estarán apoyando las hordas fascistas que quieren terminar con la democracia en Brasil”.

viernes, 21 de junio de 2013

La vida en el lago y la escombrera

Sobre regeneración ambiental

La discusión sobre la permanencia o no de ENCE en la ría de Pontevedra suele centrarse en su ataque al medio ambiente. En consecuencia, se plantea la reparación de los daños que causan las industrias a la naturaleza. La postura ingenua y maximalista es que hay que dejar las cosas como estaban, como si nada hubiera pasado. Pero lo pasado siempre ha pasado. Y en sentido estricto no hay transformaciones reversibles.

Claramente lo dice Santiago Alba Rico en una conversación con Salvador López Arnal a propósito de su artículo “Tiempo, tecnología, capitalismo. Adiós a las cosas":
No podremos renunciar al progreso tecnológico porque, como he dicho más arriba, esos marcos de comportamiento y de conocimiento son en algún sentido irreversibles. Lo son además porque para satisfacer las necesidades básicas de 7.000 millones de personas habrá que aceptar -racionalizando lo más posible- una división del trabajo muy tecnologizada. El ludismo es muy lúcido, pero ni es viable ni es ya justo. En definitiva, habrá que aceptar un cierto grado de “opresión” y “alienación” tecnológicas. Pero habrá que llamarlas así, “opresión” y “alienación”, sin hacerse ilusiones, ni de emancipación a través de la máquina ni de transparencia ludista, y habrá que tratar de mitigar sus efectos (haciendo menos opaca y más colectiva la gestión de los centros de producción) y de liberar grandes franjas horarias para un ocio no proletarizado.
No voy ahora a entrar en la ley de costas de la época de Cristina Narbona ni en las modificaciones que introduce ahora el gobierno del Partido Popular. Ni siquiera voy a referirme otra vez al caso pontevedrés.

Insistiré en el "no hay vuelta atrás". Las sucesivas capas de hechos entierran el pasado. No quiere esto decir que haya que olvidarlo. Al contrario, la memoria es lo único que puede evitar la repetición de lo peor. Las necesidades son siempre nuevas, pasado cristalizado como presente y anticipando el futuro:
«La necesidad como primera forma de la situación histórica y dinámica del hombre nos pone ante los ojos de su existir: La trascendencia, ya que su ser es tensión hacia una nueva situación y abandono de aquella en que se encuentra, por el desequilibrio abierto con la necesidad. Y no estamos ante una entidad en proceso indiferente, sino ante una historia orientada por la negatividad de cada una de sus posiciones sucesivas; historia, por otro lado, que no es acaecida, sino provocada y revolucionaria, ya que su motor es la relación entre la carencia y la búsqueda de la satisfacción, y no un empuje que viene, ciegamente, desde el fondo del pasado. La necesidad es precisamente la cristalización de ese pasado, pero asumido como presente y anticipando la resolución. Se elimina, pues, todo finalismo -enmascaradamente teleológico-, ya que es el presente en su necesidad el que conforma el proyecto con el fin.»
Manuel Ballestero: La revolución del espíritu, pag. 161. Editorial Siglo XXI, 1970.

Esta cita constata que nunca hay vuelta atrás, sino proyecto hacia delante.

"La vida en el lago y la escombrera de As Pontes" es un vídeo sobre ingeniería medioambiental:



Este ejemplo muestra muy bien lo que puede hacerse y lo que no se puede hacer. Hasta qué punto son reversibles los cambios en el medio ambiente y a qué situación no se puede volver.

Devolver la situación al pasado sería (evidente caricatura) devolver el lignito, desde la atmósfera, al subsuelo.

Sin ese extremo imposible, se podría volver a rellenar el hueco con el material de la escombrera. Enorme trabajo humano, y de la naturaleza (energía), que sólo justificaría la excelencia irrepetible de lo que existía antes.

La recuperación real parte de mantener el hueco y la escombrera, y sobre esta nueva topografía regenerar un monte y un humedal. Recuperar ecosistemas. Mejor dicho, crear las condiciones para que se generen nuevos ecosistemas.

"Cristalización del pasado asumida como presente y anticipando la resolución".

Y aquí hay otro ejemplo, muy interesante, de la tecnología colaborando con la naturaleza:

Minas de Río Tinto: Touro da ejemplo de recuperación del medioambiente

El equipo de Felipe Macías consiguió la regeneración de aguas, suelos, flora y fauna. Se aplica el método de los tecnosoles. Más del 80 % del terreno está ya rehabilitado.