domingo, 20 de octubre de 2013

Estrategias destructivas

Por lo que vemos, los dueños del mundo no se proponen construir nada, pero sí están dispuestos a anticiparse a todo movimiento que pueda resultarles un peligro antes o después.

Nada nuevo. Eliminar a potenciales competidores antes de que llegaran realmente a serlo ha sido una constante desde los imperios antiguos y las monarquías absolutas hasta nuestros días. ¿Nos suena el concepto de guerra preventiva? ¿Alguien puede creer de verdad en la intención de reconstruir luego los países aniquilados?

Saturno devoraba a sus hijos ¿por el rico sabor a lechoncillo, tal vez?


El sí de cada no
Diagonal


Mediante la teoría del plan X, Raymond Williams identifica y examina una tendencia en el modo de actuar del adversario en las últimas décadas. No es una teoría de la conspiración, aunque no niegue que sectores de las clases dominantes hayan conspirado en ocasiones y sigan haciéndolo. El plan X, sin embargo, se presenta como el simple sentido común de la política de alto nivel. El objetivo del plan “es de hecho una X, un algo desconocido aunque voluntario, en el que el único elemento definitorio es la ventaja”. Los actores del plan X de forma novedosa asumen una lectura del futuro tan o más pesimista que las de la ecología y economía críticas. No consideran que los procesos peligrosos puedan ser detenidos; incluso allí donde existen medios técnicos, no creen que haya vías políticas. Y aunque como gesto de relaciones públicas todavía hablan de posibles estabilidades, no se centran en ellas sino en la aceptación de la crisis extrema y continuada. Con esta perspectiva, “todos sus planes tienen por finalidad la ventaja por fases, un margen efectivo aunque temporal, que siempre les mantendrá un paso por delante”.
 
En su extraordinario libro, tan apto para el debate, Sociofobia, César Rendueles nos recuerda hasta qué punto somos personas codependientes, frágiles y sólo parcialmente racionales. El plan X, la estrategia de sacar ventaja por fases, sin embargo, no suele estar llevado a cabo por los seres frágiles que somos, sino por actores semejantes a personas jurídicas, ya sean empresas, mafias, lobbys, élites institucionalizadas, sectores de gobiernos, que no necesitan gastar su tiempo en construir delicadas estructuras para el cuidado, el compromiso y el bien. Por eso hoy, como muchas veces a lo largo de la historia, tenemos dos tareas por delante. Una, “construir un entorno social donde las distintas instituciones económicas estén sujetas a la posibilidad de deliberación democrática” (Rendueles) y otra, enfrentar los procedimientos ventajistas de estructuras cuya fuerza procede tanto de la inercia de lo establecido como de la sencillez de una estrategia que no requiere discusión. Imagino que un día podremos deliberar e instituir, por ejemplo, un rango salarial donde ningún trabajo merezca ser mejor remunerado que el de quien cuida a un enfermo y aún es capaz de darle la mano cuando está tendido en la mesa de operaciones, o limpia y abraza a una niña que no es suya. Imagino también que, para poder llegar a hacerlo, tendremos que conspirar, ahora que la NSA nos ha hecho transparentes, y combatir.