martes, 3 de diciembre de 2013

Simultaneidad






En el documental El mundo de Buckminster Fuller de Robert Snyder, el protagonista, con su imaginativa capacidad de observación, nos hace ver cómo el cielo estrellado muestra de una vez, en un solo plano, estrellas que estan a distancias enormemente diversas. Pero observa que a esa diversidad de distancias espaciales se suma una no menor de distancias temporales. Si es fácil imaginar que lo que aparece plano tiene gran profundidad espacial, nuestro sentido común (el mismo que aunque sepamos que no es así nos hace decir que el sol "sale" y "se pone"), hace mucho más patente (y potente) la percepción de que "todo nos llega de una vez" y es por lo tanto simultáneo. 

La experiencia de distancias cercanas pero distintas es más fácilmente extrapolable a las siderales que la no-experiencia de temporalidades distintas, de las que la única, y no directa, es el retraso del trueno respecto al relámpago, que sólo a través del conocimiento de la velocidad del sonido y la deducción correspondiente nos hace entrever la posibilidad de oir "antes" un sonido cercano que es realmente "posterior" a otro lejano.

Nuestra centralidad inevitable hace muy difícil, si no imposible, separarnos de nuestro punto de vista y contemplarnos "desde fuera". Salvo que la transposición sea muy inmediata. 

Pero el conocimiento y el análisis, si bien no nos van a dar una evidencia, tan cómoda como ingenua, que satisfaga la visión del mundo "en una sola imagen", sí nos permite aproximarnos a la realidad (sólo aproximarnos) de un modo más seguro.

El crítico literario David Becerra en esta entrevista, nos muestra la falsa identificación, la aparente simultaneidad que percibimos en el pasado al trasladarnos ingenuamente (lectura adolescente, la llama) hasta él:
En La cena de los notables Constantino Bértolo clasifica a los lectores en cinco categorías, según la distancia que marca el lector con el texto que se dispone a leer. Una de estas tipologías es la de «lector adolescente»: aquel que tiende a la identificación con el texto, estableciendo una correspondencia entre el texto y su propia biografía. Este «lector adolescente» cuando lee no puede sino exclamar: «¡Oh, esto me ha pasado a mí!». Como estamos educados en una concepción idealista de la literatura, donde ésta se interpreta como un intercambio libre entre dos sujetos igualmente libres, que comparten un mismo espíritu humano, siempre igual a sí mismo, independientemente de su momento histórico, al final todos terminamos cayendo en la trampa ideológica de la identificación, propia del lector adolescente, y exclamando «esto me ha pasado a mí». Digo que es una trampa por dos motivos. En primer lugar, porque es falso: el espíritu humano no existe y no hay nada que en esencia iguale a un individuo insertado en un sistema de explotación esclavista con otro feudal o capitalista. Son radicalmente distintos. Cuando leemos La Odisea y nos encontramos a nosotros mismos en el texto no estamos sino deshistorizando el texto. Y esta es la segunda trampa ideológica: la identificación nos impide leer el texto en su objetividad, esto es, como el resultado de un proceso histórico específico. Hay que aprender a leer de otra manera.
Y añade:
Frente a esta manera de leer, que es hoy dominante, proponemos leer nuestra tradición literaria desde su radical historicidad, analizando el texto como resultado o producto de unas relaciones sociales, económicas, políticas, en definitiva históricas, muy concretas. Con una lectura de este tipo no nos encontraremos a nosotros mismos en los textos y, en consecuencia, es posible que disfrutemos menos de la lectura, pero seremos capaces de concebir la literatura como lo que radical y objetivamente es: un producto de un momento histórico determinado.
Aunque para nosotros todo lo que vemos es simultáneo y presente, debemos aprender a distanciarnos de las estrellas.


No hay comentarios:

Publicar un comentario