miércoles, 26 de marzo de 2014

Modos de leer a Miguel de Cervantes

El soneto dialogado que reproduzco más abajo lo colocó en su página de Facebook mi amigo y sin embargo poeta Rafa León, y lo compartí en la mía. A cuento de él se me han ocurrido ciertas reflexiones.

José Antonio López Calle publicó, en el lejano abril de 1989, en El Catoblepas un artículo titulado Marx, Pierre Vilar y el Quijote, en el que polemizaba con el historiador, que había escrito, en el aún más lejano 1956, otro titulado "El tiempo del Quijote".

Cervantes era el novelista predilecto de Marx, junto con Balzac. Sentía una gran admiración por Cervantes y tenía un profundo y detallado conocimiento del Quijote.

Recuerda López Calle que Anselmo Lorenzo, el padre del anarquismo español, en su célebre visita y estancia en la casa de Marx en Londres, con ocasión de la celebración de una conferencia de la Primera Internacional Socialista en 1872, mantuvo con él una larga conversación nocturna hablando de Cervantes y de la literatura española del Siglo de Oro.

Al día siguiente, para mejorar su español, le leyó a su hija mayor, Jenny, el discurso de don Quijote a los cabreros sobre la edad de oro. ¿Fue una casualidad esta elección o quizás estaba relacionada con el coloquio nocturno entre Marx y Anselmo Lorenzo? ¿Quizá Marx había hecho una exégesis socialista de este discurso o la había sugerido el sindicalista anarquista español, de modo que ambos veían en las palabras de don Quijote un repudio de la propiedad privada y una apología del socialismo, aunque de un socialismo que ambos calificarían de utópico? Todo esto no es más que interrogantes especulativos, pero lo cierto es que algunos cervantistas marxistas del siglo XX verán en el discurso de la edad dorada una formulación anticipada de la idea del comunismo primitivo y en don Quijote, e incluso en Cervantes, sus paladines.

Así Pierre Vilar analizaba, desde una óptica marxista, la gran novela, presentada como una novela social, que refleja a la perfección la grave crisis de la sociedad española como sociedad feudal y a la vez la conciencia española de esa crisis.

Oponiéndose a esta interpretación "moderna" que considera equivocada, López Calle refuta algunas de las interpretaciones de Vilar:
  • 1ª. El Quijote no es la conciencia crítica de la aguda crisis de la sociedad española cervantina.
  • 2ª. El Quijote no es una sátira alegórica de una sociedad feudal agonizante.
  • 3ª. Don Quijote no es el símbolo de una sociedad encantada que prefiere soñar en vez de encarar la dura realidad.
  • 4ª. No hubo un espejismo de las Indias, según Cervantes, que fuera la causa de los grandes males de la España de 1600.
Esta crítica a la interpretación del historiador francés es seguramente impecable, si nos atenemos a lo que podría pensar Cervantes, cosa por otra parte imposible de reconstruir. Seguramente el Quijote no es un libro en clave en el que con ironía encubierta expusiera disimuladamente críticas que no se atrevía a decir abiertamente. Aunque en alguna medida también pudo ser así.

Pero no es esa la cuestión. No se trata de interpretar la siempre hipotética intención consciente de un autor. Aún en los más rebeldes, siempre estará enmarcada en las coordenadas de su época. Si eso fuera lo importante, el propio Marx sería para nosotros un autor pasado. No podríamos extraer de él enseñanzas adecuadas para nuestro tiempo, tiempo que no es el suyo. Ni él, ni tampoco Cervantes, pudieron ir más allá.

A ningún autor podemos pedirle que haya viajado en el tiempo hasta nuestros días, asimilado nuestras ideas y vuelto con ellas hasta los suyos, para reflejar, con una conciencia que es la nuestra, lo que fue su época.

Pero las grandes obras de los grandes autores sí que son el testimonio vivo del pasado que les tocó. Y nosotros, con nuestra conciencia, reinterpretamos lo que dijeron incluso cuando no pretendieran decirlo.

Entonces podremos encontrar valiosos análisis sobre el contexto en que el autor era el testigo, contexto que se plasmó en su obra. Tales análisis estaban implícitos en ella incluso contradiciendo su ideología.

Por eso Marx pudo hallar una utopía comunista en el discurso de Don Quijote, y nosotros podemos leer la obra como un gran retablo de la decadencia de la sociedad española, de sus retrasos históricos (y por supuesto también de sus adelantos) y de las luchas de clases, que no siempre se dan según el esquema simplificador de "burgueses contra proletarios", sino que transcurren bajo la apariencia de luchas religiosas, étnicas, etc. Incluso, como en nuestros días mismos, en el seno de alianzas contra natura.

Se comprende entonces que Marx considerase que su otro autor favorito, Balzac, reaccionario legitimista, era el que mejor había retratado la sociedad burguesa, a la que enfrentó a un espejo en que mirarse, sin que eso hiciera de él un revolucionario.

Las obras literarias tienen vida propia. Lejos de ser un testimonio muerto fijado para siempre, evolucionan, más allá de su autor y a pesar de él mismo y de sus aparentes intenciones, con la conciencia de los lectores.

El autor, más allá del momento del parto, no es el propietario de su obra (mal que le pese a la SGAE), que una vez dada a luz pertenece al común.

Ni después del parto, ni en el parto ni aún antes del parto. Esto es tan cierto, que durante la gestación un autor no puede transformar a sus personajes en cualquier sentido. Desde luego, el personaje evoluciona a lo largo de la obra, como le ocurre a Don Quijote, y más aun a Sancho.

Una obra literaria, si no es un aborto, es un ser vivo. El autor es una madre que la concibe, fecundada por numerosos e inciertos padres, entre los que no cabe excluir al Espíritu Santo.

Pero desde el momento de la concepción el nuevo ser tiene vida propia y se desarrolla con cierta autonomía. El autor no puede hacer lo que quiera con sus personajes, so pena de hacerlos falsos e increíbles.

Despues del parto ya ha escapado definitivamente de sus manos. Y la criatura, si nace sana y conserva su vitalidad, se hace adulta, y muestra lo que tenía oculto en sus genes con independencia de los deseos de la madre.

Este mismo escrito ya no es lo que yo quise hacer cuando lo inicié. Tal vez quería hacer de Cervantes un premarxista, cuando ni siquiera era un cervantista, como Marx no era un marxista. Pero me encontré con los análisis contradictorios de Vilar y López Calle. Ahora comparto con éste último que Marx no estaba en la mente de Cervantes, pero de la obra de Cervantes se puede extraer un análisis marxista, como hace Vilar.

¿Tenemos derecho a ser marxístas después de Marx, que no lo era? Desde luego que sí, como los cristianos a serlo después de Cristo, que tampoco era cristiano.

Por supuesto que tampoco Cervantes era cervantista.


´´´´´´
Mi visión previa del soneto y mi escueto "análisis marxista" de su contenido. Me gustaría extraer de él otras sustancias. No voy a hacerlo ahora, dejo la tarea "al que leyere":
¿Sabemos leer a Cervantes desde nuestro tiempo? ¿Fue de algún modo un precursor del materialismo dialéctico? Algo así pudo pensar Carlos Marx... 
Dos caballos hablan.

Dos explotados, con visiones contrapuestas.

El caballo bien tratado, respetuoso con los amos en general.

El caballo maltratado, crítico con su amo concreto.

Aristocracia obrera integrada y rebelde realismo proletario.

 El Cid sobre Babieca

       
                 Diálogo entre Babieca y Rocinante
―¿Cómo estáis, Rocinante, tan delgado?
―Porque nunca se come y se trabaja.
―Pues, ¿qué es de la cebada y de la paja?
―No me deja mi amo ni un bocado.

―Anda, señor, que estáis muy mal criado,
pues vuestra lengua de asno al amo ultraja.
―Asno se es de la cuna a la mortaja.
¿Queréis verlo? Miradlo enamorado.

―¿Es necedad amar? ―No es gran prudencia.
―Metafísico estáis. ―Es que no como.
―Quejaos del escudero. ―No es bastante.

¿Cómo me he de quejar, en mi dolencia,
si el amo o escudero o mayordomo
son tan rocines como Rocinante?
. . . . . . . . .
Preciso es traducir a hoy, desde el antes,
otras luchas de clases, del pasado.
Que la velada pluma de Cervantes 
leamos con los ojos despejados


domingo, 23 de marzo de 2014

Sentido amplio y sentido estricto

El artículo que reproduzco más abajo es una protesta contra los biempensantes que, en nombre de la puntillosa definición de los conceptos en "sentido estricto", definen el fascismo (y yo añado comparativamente el comunismo) como objetos históricamente situados en un tiempo pasado, embalsamados en él, irrepetibles y de nefando recuerdo.

La polisemia juega malas pasadas a los ingenuos. Por escrúpulos de precisión unas veces, otras con mala intención, se usan los términos de una u otra forma, y a veces las definiciones se mezclan confusamente.

En lo que se refiere al término comunismo, los significados de la palabra oscilan entre del sentido más general y el que más estrictamente cristaliza en los sistemas de corte soviético, lo que es algo así como hipostasiar a todos los Manolos del mundo en el personaje de Manolo el del bombo.

Comunismo, como mínimo, puede significar:
  • Una sociedad ideal que míticamente existió alguna vez, o que llegará a existir algún día. 
  • Una sociedad real e imperfecta, que fracasó y no puede volver nunca más. 
  • Una práctica emancipatoria, un movimiento real encaminado a superar la sociedad capitalista.
En este último sentido lo usan Marx y Engels en La Ideología Alemana:
 “Para nosotros el comunismo no es un estado que debe implantarse, un ideal al que haya de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera al estado de cosas actual.”
Este tercer significado es el más interesante, si se lo enlaza como aspiración con el primero.

He aqui, aquí y aquí algunas definiciones. Pese a la intención de objetividad, al final suele haber un deslizamiento hacia el segundo significado, puesto que es el único históricamente realizado en sociedades modernas y en gran escala.

El resultado ideológico y socialmente eficaz en el contexto de las sociedades actuales es desprestigiar el término, inutilizándolo casi en la mayoría de las mentes, al subsumir todos sus posibles significados en uno previa y concienzudamente demonizado.

Este mismo deslizamiento hacia lo histórico concreto, y con eficacia probada, ocurre con el término fascismo, cuando se lo restringe para definir a los regímenes autodenominados totalitarios de la primera mitad del siglo XX, igualmente demonizados.

Pero si en relación al comunismo el sentido estricto envuelve al sentido amplio hasta invisibilizarlo, para el fascismo lo que se pretende, y a menudo se consigue, es aislar el sentido estricto para negar la posibilidad de englobarlo en un sentido más amplio.

Recordemos alguas definiciones de fascismo, para detenernos en algunas características del fascismo histórico, en boca de algunos de sus protagonistas:

Ramiro Ledesma Ramos consderaba estos dos factores:
  1. Su tendencia al descubrimiento jurídico-político de un Estado nuevo, con la pretensión histórica de que ese Estado signifique, para el espíritu y las necesidades de la época, lo que el Estado liberal-parlamentario significó en todo el siglo XIX, hasta la Gran guerra.
  2. Su estrategia de lucha contra una fuerza social -el marxismo, el partido clasista de los proletarios-, venciéndola revolucionariamente, y sustituyéndola en la ilusión y en el entusiasmo de las masas...
Y consideraba estas determinantes del fascismo como fenómeno mundial:
  1. La Patria es la categoría histórica y social más firme. Y el culto a la Patria, el impulso creador más vigoroso.
  2. El Estado liberal-parlamentario no es ya el Estado nacional. Las instituciones demoburguesas viven al margen del interés de la Patria y del interés del pueblo. No representan ni interpretan ese interés.
  3. La oposición a la democracia burguesa y parlamentaria es la oposición a los poderes feudalistas de la sociedad actual.
  4. El marxismo es la solución bestial, antinacional y antihumana que representa el clasismo proletario para resolver los evidentes problemas e injusticias, propias del régimen capitalista. La primera incompatibilidad de tipo irresoluble del fascismo se manifiesta frente a los marxistas. Tan irresoluble, que sólo la violencia más implacable es una solución.
  5. Desde el momento en que el fascismo no es un producto de los sectores más conformistas de la sociedad, es decir, de los grupos más satisfechos y partidarios de la actual ordenación económica y política, su régimen y su victoria implican, necesariamente, grandes transformaciones revolucionarias.
  6. El fascismo busca un nuevo sentido de la autoridad, de la disciplina y de la violencia. Respecto a la autoridad, vinculándola en jefes verdaderos. Respecto a la disciplina, convirtiéndola en liberación, en eficacia y en grandeza del hombre.
Y para José Antonio Primo de Rivera:
El fascismo no es una táctica: la violencia. Es una idea: la unidad. Frente al marxismo, que afirma como dogma la lucha de clases, y frente al liberalismo, que exige como mecánica la lucha de partidos, el fascismo sostiene que hay algo sobre los partidos y sobre las clases, algo de naturaleza permanente, trascendente, suprema: la unidad histórica llamada Patria. La Patria, que no es meramente el territorio donde se despedazan aunque sólo sea con las armas de la injuria varios partidos rivales ganosos todos del Poder. Ni el campo indiferente en que se desarrolla la eterna pugna entre la burguesía, que trata de explotar a un proletariado, y un proletariado, que trata de tiranizar a una burguesía. Sino la unidad entrañable de todos al servicio de una misión histórica, de un supremo destino común, que asigna a cada cual su tarea, sus derechos y sus sacrificios.
Se presenta el fascismo como enemigo del liberalismo y del marxismo. Como una vía diferente de liberación. La liberación por la violencia y en nombre de una entidad tan evanescente, cambiante y conflictiva como un destino común cristalizado en la Patria. Como hay muchas patrias, y como alguien dijo "el amor a la patria es ante todo odio hacia la de los demás", es un movimiento que, de triunfar universalmente, se traduciría en una lucha universal de patrias. ¿No es esto lo que vemos en los exclusivismos que repudian al extranjero, en especial al inmigrante pobre, pero no al inversor que trae el maná?

El fascismo disciplina a los nacionales, encuadrando a los trabajadores para que asuman sus sacrificios en nombre de una unidad de clases opuestas y una oposición de clases afines.

Si se presenta como liberador frente al liberalismo, ¿por qué su mayor enemigo es un movimiento como el marxismo? Sin embargo, recibe apoyos del capital y del imperialismo. ¡Cosa más rara! ¡Me lo expliquen!

El fascismo prolifera cuando la vía liberal se agota, cuando el sistema ya no puede continuar por la vía de su crecimiento, de su acumulación, para ofrecer una vía alternativa autoritaria. Es cierto que un fascista es, antes que nada un burgués asustado.






Rebelión


Alguien de puntillosa índole y probada buena fe me advierte de que quizás algunos analistas pequen de reduccionismo o, al menos, de falta de tino propagandístico al motejar de fascistas a los opositores belígeros de Ucrania y Venezuela -radicales suele nombrarlos Occidente-, pues, señala, el término posee otra connotación histórica y, además, podría estar definitivamente pasado de moda en un mundo donde, tal apunta Jesse Myerson (insurgente.org), en la conciencia común se enraíza una visión del capitalismo como promotor de la individualidad, hiperestésico ante la uniformidad, respetuoso de los derechos humanos y abanderado de un libre intercambio exento de la violencia de Estado.

Bienvenida la duda como partera de lo nuevo, me digo, y ante cualquier exaltado impugnador de tamaña ingenuidad, justifico la preocupación vertida en voz alta ya que, siguiendo a Antonio Gramsci -citado por Rigoberto Pupo en el número 15 de la revista Marx Ahora-, 
"hay que destruir el prejuicio muy difundido de que la filosofía es algo muy difícil por el hecho de que es la actividad intelectual propia de una determinada categoría de científicos especialistas o de filósofos profesionales y sistemáticos".
O sea que mi "diletante" amigo -faltaba más- tiene la prerrogativa de meditar y pronunciarse soberanamente sobre lo humano y lo divino, entre otros motivos por andar impregnado de (respirando una) "filosofía espontánea", cobijada: 
"1) en el lenguaje mismo, que es un conjunto de nociones y de conceptos determinados y no solo de palabras gramaticalmente vacías de contenido;
2) en el sentido común y buen sentido;
3) en la religión popular y por lo tanto en todo sistema de creencias, supersticiones, opiniones, modos de ver y actuar que se revelan en aquello que generalmente se llama 'folklore'".

Sí, enhorabuena la hesitación. Pero sobre todo porque me ofrece pábulo para, a despecho del fraterno contradictor, reafirmar el calificativo -fascistas, caramba-, tomando en cuenta, en un rimero de argumentos, la perogrullada de que la vida rezuma (está hecha de) identidad y diferencias. Y por estas, las diferencias, se puede convenir con el gran marxista italiano en que la filosofía como búsqueda de esencias, mirada más allá de las apariencias, resulta precisamente 
"la crítica y la superación de la religión y del sentido común y en ese sentido coincide con el 'buen sentido' que se contrapone al sentido común".
En este caso, al sentido común de una época en que la búsqueda de la globalización del neoliberalismo incorpora en calidad de arma la parcelación -"¡abajo el pensamiento integrador!", claman algunos; "¡abajo los metarrelatos!", plañen; "¡abajo el marxismo!", patalean-, práctica que, según Arturo R. Roig (el mismo número de Marx Ahora), se aprecia en dos ejemplos lamentables. En uno de ellos se proclama que
"en términos generales, la postmodernidad se ha ido configurando en nuestro discurso por los siguientes rasgos:
  • mentalidad pragmático-operacional
  • visión fragmentada de la realidad
  • antropocentrismo relativizador
  • atomismo social
  • hedonismo
  • renuncia al compromiso
  • desenganche institucional a todos los niveles: político-ideológico, religioso, familiar, etc. 
Todo ello es -se concluye diciendo- en alguna medida consecuencia de la derrota del ideal del racionalismo iluminista o científico-positivista unificadores del proyecto moderno".
Por otra parte, el "dogma del estallido de las totalidades" -denominación de Beatriz Sarlo- deriva en el absurdo radical. En un texto de Gilles Lipovetsky, citado por Roig, campea no un inmoralismo en son de oposición a las moralidades vigentes, sino de actitud de completa indiferencia, de plena inmoralidad.
"En la era de lo especular, las antinomias duras, las de lo verdadero y lo falso, lo bello y lo feo, lo real y la ilusión, el sentido y el sinsentido se esfuman, los antagonismos se vuelven flotantes, se empieza a comprender, mal que les pese a nuestros metafísicos y antimetafísicos, que ya es posible vivir sin objetivo, sin sentido... la propia necesidad de sentido ha sido barrida y la existencia indiferente, puede desplegarse sin patetismo ni abismo..."
A estas alturas, preguntémonos si la cuestión inicial, la de la pregonada barrida del racionalismo iluminista, no representa una "racionalidad" conveniente al poder financiero del Primer Mundo para saquear a los pueblos del Sur e incluso destruir la naturaleza, en aras de una fatal maximización de las ganancias, en andas de un cortoplacismo funesto. Y ¿a quién conviene la proclamada apatía? Converjamos con el amigo avizor en que el calificativo fascista está decididamente fuera de moda... pero solo para los portadores de los intereses creados y algún que otro desprevenido.
 

¿Miopes o renuentes?

Para aquellos que no perciben, o no quieren percibir, lo que el sociólogo Boaventura de Sousa Santos explica con meridiana claridad:
"El capitalismo sólo se siente seguro si es gobernado por quien tiene capital o se identifica con sus 'necesidades`, mientras que la democracia es idealmente el gobierno de las mayorías que no tienen capital ni razones para identificarse con las `necesidades` del capitalismo, sino todo lo contrario. El conflicto es, en el fondo, un conflicto de clases, pues las clases que se identifican con las necesidades del capitalismo (básicamente, la burguesía) son minoritarias en relación con las clases que tienen otros intereses, cuya satisfacción colisiona con las necesidades del capitalismo (clases medias, trabajadores y clases populares en general).

"Al ser un conflicto de clases, se presenta social y políticamente como un conflicto distributivo: por un lado, la pulsión por la acumulación y la concentración de riqueza por parte de los capitalistas, y, por otro lado, la reivindicación de la redistribución de la riqueza generada en gran parte por los trabajadores y sus familias. La burguesía siempre ha tenido pavor a que las mayorías pobres tomen el poder y ha usado el poder político que le concedieron las revoluciones del siglo XIX para impedir que eso ocurra. Ha concebido a la democracia liberal de modo de garantizar eso mismo a través de medidas que cambiaron con el tiempo, pero mantuvieron su objetivo: restricciones al sufragio, primacía absoluta del derecho de propiedad individual, sistema político y electoral con múltiples válvulas de seguridad, represión violenta de la actividad política fuera de las instituciones, corrupción de los políticos, legalización del lobby... Y siempre que la democracia se mostró disfuncional, se mantuvo abierta la posibilidad del recurso a la dictadura, algo que sucedió muchas veces." 
¿No es este "recurso del método" el que anda aplicando la oligarquía venezolana con su golpe dizque blando? ¿Acaso esa porción de la oligarquía ucraniana que detenta hoy el poder no se muestra desenvueltamente xenófoba, antisemita, anticomunista? No, cualquier parecido no es mera coincidencia. En puridad, ni el término puede pasar de moda, ni empleándolo nos despeñamos en el reduccionismo. El fenómeno que designa no se ha difuminado en el turbión de la historia. Entonces, califiquémoslo sin vergonzantes actitudes ni melindrosa oratoria. Con más vigor, después de leer a -y comulgar con- Pancho Fonseca, en CanariasSemanal.org:
"El fascismo, más que una corriente ideológica sensu estricto, es sobre todo una forma de actuación violenta y de respuesta primitiva que se nutre de los más irracionales y perversos instintos de los seres humanos. Sus mecanismos de actuación son deliberadamente estimulados por los grupos del poder político o económico cuando la defensa de sus intereses así lo requiera. Pero los huevos de la poderosa serpiente del fascismo permanecen siempre incubados en sociedades como las nuestras, en las que el culto a lo individual predomina sobre la dimensión de lo colectivo. Conveniente sería no olvidarlo, particularmente en un país como el nuestro, donde la anaconda del fascismo bebe de las mismas ubres del Estado, y donde durante los últimos treinta y cinco años se ha educado a las jóvenes generaciones en la interpretación del fenómeno del fascismo como `una corriente ideológica tan digna de respeto como todas las demás`".
¿Digna de respeto? Claro, para el capitalismo, que nunca ha sido enemigo verdadero del engendro. Solo que el italiano y el germano, de tan nacionalistas, se erigían en un peligro para la expansión global del capital. No en vano hubo que cerrar filas, incluso con ese "imperio del mal" que constituían los soviéticos. Mas ahora el fascismo sirve a intereses globales. Conforme a Ángeles Diez, en la digital Rebelión, se torna cosmopolita, y se trueca en un ariete ideal para la continuidad del sistema único.
"Parece como si desde las instancias de poder se contemplara esta opción ideológica como la mejor para acabar con la democracia en aquellos países en los que sus poblaciones hayan elegido inadecuadamente. Presentado como un movimiento de masas y desprovisto de rasgos ideológicos que pudieran ser rechazados por la opinión pública internacional, asimismo tratarán de justificar las imágenes de violencia como algo inevitable dada la represión gubernamental."
Y vendrán las élites a justificarse. Y se irán los incautos tras el canto de sirenas. Y hasta llegará algún que otro amigo de índole puntillosa y probada buena fe, transpirando ingenuidad, a rogarnos que adaptemos el lenguaje a los tiempos, como si los tiempos hubieran variado para bien. Que no pequemos de reduccionistas, como si el fenómeno hubiera desaparecido de una "santísima" trinidad cuyas dos últimas personas "divinas", la democracia liberal y el fascismo, se prodigan en apuntalar a la primera. ¿Cuál es ella? ¿Habrá que nombrar al capitalismo?

viernes, 21 de marzo de 2014

¿Cómo y por qué regresa el fascismo?

Preocupante tema.

Como la mente se conforma en el seno de una cultura y a lo largo de toda la vida, es difícil conocer lo que de modo no consciente perdura en ella cuando creemos haber superado viejos prejuicios.

Para el pez humano, el agua en que vive es transparente. Solamente la presencia de un reactivo crítico puede precipitar las sustancias deletéreas que respiramos con ella.

Pero ¡ay si se echa al agua un reactivo equivocado!

El precipitado puede ser mortal.

Si no eres parte de la solución, eres parte del precipitado






























Contestando a Raúl Zibechi

Rebelión

No es la primera vez en la historia que el fascismo toma las calles o imita las formas de lucha de la clase obrera. Sucedió también en el segundo cuarto del pasado siglo, cuando las instituciones obreras construidas por la II Internacional fueron barridas del mapa en la mayor parte de Europa, por la violenta ofensiva de la extrema derecha alentada por las clases dirigentes. La primera pregunta que debemos hacernos, es entonces, ¿por qué la extrema derecha ha conseguido liderar otra vez la protesta contra la crisis económica? Y en lugar de ignorar la historia, como hacen quienes buscan novedades, la respuesta debe venir de las lecciones que nos llegan del pasado.

Pues en efecto, ¿alguien podría explicar qué tiene de novedad el asalto de Kiev por la extrema derecha ucraniana, respecto de la marcha sobre Roma liderada por Mussolini? Porque a mí me parece que en sus formas externas esos dos acontecimientos tienen muchos puntos en común; y hace falta un análisis muy preciso para distinguir las diferencias que pueda haber entre ambas movilizaciones de la extrema derecha, más allá de los rasgos particulares de cada cultura. ¿No llegaron, en efecto, ambas movilizaciones hasta el control del Estado mediante un violento derribo del poder político legalmente establecido? ¿No han sido apoyadas, tanto la una como la otra, por las elites imperialistas dominantes a nivel internacional?

Y ¿no son resultado de la crisis cíclica del capitalismo liberal? Con una diferencia temporal que bien puede entenderse como resultado de un ciclo económico –una onda larga del desarrollo capitalista, según la explicación de Mandel, interpretable por tanto desde las premisas teóricas de El Capital-, los mecanismos de mercado dejados a su libre determinación nos han vuelto a traer un tremendo desastre histórico. Las condiciones objetivas para la superación del capitalismo están dadas en ese desastre económico; pero fallan las condiciones subjetivas.

Por tanto, las similitudes son extraordinarias y no se entiende bien cómo alguien puede hablar de la novedad en esta movilización fascista del siglo XXI. ¿Tal vez porque nadie se lo esperaba ya a estas alturas de la historia? Pero hay más semejanzas; la coyuntura histórica repite cansinamente las mismas pautas evolutivas, apenas perceptibles para el entendimiento de la humanidad a causa del bloqueo ideológico de la conciencia social. Desde luego: ¿no llegó el fascismo italiano al poder acompañado por un terremoto político mundial, que dejaría el Estado en manos de la extrema derecha dentro de la mayor parte de los países europeos? Del mismo modo, la marcha sobre Kiev tiene por compañía la violencia sectaria del extremismo islámico, el ascenso de la ideología nacionalista conservadora en Europa del Este, y no tan al Este, la violencia de los liberales latinoamericanos en Venezuela, Colombia, Honduras, Paraguay, etc., -una nueva ofensiva imperialista en América Latina-.

Acontecimientos históricos muy similares, identidad estructural en el desarrollo capitalista de la historia; el asalto fascista al poder, ni entonces, siglo XX, ni ahora, siglo XXI, ha consistido en hechos aislados, sino en un ambiente de rebeldía ampliamente generalizado a nivel internacional. ¿Se trata de una moda con profundas raíces en la mentalidad de la especie humana? ¿O es más bien un resultado de los condicionamientos estructurales en los que se mueve la acción humana? O las dos cosas al tiempo: la repetición del fenómeno es índice de que nos encontramos ante un rasgo determinante de la naturaleza humana.

Y sin embargo, si afinamos nuestra vista, en medio de tantos paralelismos tal vez podamos descubrir entre ellos algunas diferencias esenciales. El evidente salto temporal, más de 90 años después, no puede ocultarnos las concomitancias; casi un siglo, la barbarie vuelve a presentarse en el seno de las masas europeas. Pero la diferencia temporal nos aporta una categoría esencial: la experiencia histórica. La subjetividad humana ha cambiado en este tiempo. Pero entonces, ¿qué ha pasado para que la situación objetiva se mantenga idéntica y el fascismo vuelva a repetir sus gestas?, ¿por qué no hemos aprendido las lecciones de la historia? Decía Hannah Arendt que no debíamos olvidar los campos de concentración, porque al hacerlo corríamos el riesgo de repetir su horror. Pero ahora sabemos que el horror se repite en nuestro mundo ante la indiferencia de la opinión pública. ¿Es que nos hemos olvidado ya de aquello? Debe haber algo más que eso, cuando ni siquiera un presidente de los EE.UU. –el hombre más poderoso del país más poderoso-, es capaz de cumplir su promesa electoral de cerrar un pequeño campo de concentración en Guantánamo.

Creo que en la reflexión de Arendt se deslizaron algunos errores básicos; su equivocación fue no haber reconocido que el caso alemán no fue tan excepcional como ella pretendía, el haber insistido en su singularidad. Cierto que le tocaba muy de cerca y para ella fue excepcional. Pero los genocidios se repiten en la historia con mayor frecuencia de lo que sería deseable, para afirmar la racionalidad en la especie humana. Echemos un vistazo a la historia. Un genocidio que seguramente Ahrend querría olvidar, fue la conquista de Palestina por los israelitas hace más de 3000 años, tal como nos lo cuenta la Biblia –genocidio que hoy se repite en el exterminio palestino provocado por el Estado de Israel-. Seguramente en ese olvido, tan inconsciente como interesado, está el prejuicio que originó el error en su análisis de la monstruosidad fascista.

Es el prejuicio etnocéntrico, típico de la mentalidad liberal europea. En el debe del imperialismo europeo y liberal está el genocidio americano durante la colonización de aquel continente, la esclavitud de los negros africanos prolongada durante varios siglos, y algunos otros genocidios modernos, incluido el lanzamiento de la bomba atómica. Ese liberalismo tan racional para incrementar el desarrollo económico hasta límites inconcebibles, es también una ideología de la explotación del hombre por el hombre, puesto que sin explotación, esclavización y destrucción cultural no hay acumulación de capital. El desarrollo económico que impulsa el imperialismo europeo se apoya en la creación de millones de víctimas en aras del progreso; ésa es la matriz del fascismo europeo y olvidarlo es verse condenados a repetir la historia. Frente a la miopía de Ahrend, debemos situar las tesis de la filosofía de la historia de Walter Benjamin.

Se dirá que esos hechos históricos son cosas antiguas; pero siguen pesando en la indiferencia europea ante el cataclismo histórico en el que nos encontramos. Esa memoria cultural pesa en la conciencia deformada de los ciudadanos en los Estados imperialistas. Late en la ignorancia histórica del intelectual progresista, que se pregunta cómo es posible que la extrema derecha esté consiguiendo aprovecharse de la crisis para destruir otra vez los derechos naturales de la humanidad. Son aquellos intelectuales que, como Ahrend, basan su buena intención en los prejuicios arraigados del etnocentrismo cultural, como parte de su estrategia de acomodación a los poderes hegemónicos. Éstos, como la opinión pública democrática, no se han enterado todavía de que estamos ante una crisis terminal de la civilización liberal; pero todos lo intuyen y la crisis económica lo evidencia. La senilidad del liberalismo, más que la experiencia histórica, es la diferencia que aporta el paso del tiempo. Y como fiera acorralada por el tiempo, el imperio se apresta a vencer a la desesperada lo que podría ser su último mortal combate.

Se podría haber esperado que la Segunda Guerra Mundial hubiera sido la lección histórica que nos redimiera de nuestras más torpes miserias humanas. Ya se ve que no. Por el contrario, el fascismo está ahora más extendido que nunca. A lo largo del siglo XX los europeos perdieron la oportunidad de regenerarse diciendo adiós de una vez al colonialismo y sus nefastas consecuencias históricas para la humanidad. No hubo valor ni decencia suficientes. Ahora, noventa años después, nos damos cuenta de que no hemos aprendido nada y vemos el fascismo como una novedad histórica, exactamente igual que Ahrend nos contaba que los nazis eran una novedad histórica. Pero no es la primera vez que Ucrania es invadida por el fascismo, apoyado por los europeos occidentales; noventa años después los rusos siguen teniendo razón.

Otra diferencia podría ser la geográfica, espacial; en el sentido de que el fascismo fue un fenómeno europeo en el siglo XX, pero ahora en el siglo XXI es un fenómeno mundial. Durante estas décadas ominosas de comienzos del siglo XXI, el fascismo se exporta fuera, a lugares donde nunca había existido antes ni podía imaginarse su existencia. Civilizaciones y culturas, hasta ahora pacíficas y pacifistas, parecen inmersas en un frenesí integrista, que estaba lejos de pertenecer a sus señas de identidad. ¿Cómo es posible que la religión musulmana, compendio de sabiduría práctica, haya dado paso a la barbarie wahabita? ¿Por qué las culturas centroafricanas andan exterminándose entre sí a machetazo limpio? ¿A qué fue debido que países latinoamericanos con largas tradiciones liberales y democráticas se convirtieran en Estados dictatoriales durante décadas en el siglo XX?

¿No sucede como si la imagen que el imperialismo exporta, fuera asumida como identidad propia por las demás culturas humanas? Los yihadistas buscan el renacimiento del Islam, mirando a Europa y desconociendo su propio pasado; los negros asesinos de los Grandes Lagos reproducen la imagen del salvaje fabricada por los europeos colonizadores; los fascistas latinoamericanos se reconocen en los colonizadores españoles que organizaron el genocidio de los indígenas en aquel continente. ¿No es, precisamente la Europa liberal el modelo de inhumanidad que triunfa con el fascismo rampante?

¿Y de dónde nace esa inhumanidad europea? La tesis que propongo a discusión: el antirracionalismo forma parte esencial de la ideología imperialista, porque está en las entrañas mismas de la cultura europea. Esas entrañas, constituidas por el cristianismo romano, sus ritos sacramentales y sus mitos absurdos, catequizados pacientemente durante milenios a los pueblos europeos. No hay más que conocer los supuestos metafísicos de la filosofía de Locke o de la teoría del mercado, para comprender que el liberalismo está contaminado por la misma ideología imperialista que subyace al monoteísmo religioso. Y perteneciendo a los prejuicios culturales de nuestra civilización, habría que preguntar si no contamina también a la mayor parte de la izquierda progresista europea, y sus influencias por el mundo, como agentes inconscientes del imperialismo.

La conclusión es que resulta absolutamente necesario desprenderse de esos prejuicios etnocéntricos, para entrar en el nuevo mundo que ha producido la globalización. Reconozco que después de lo que ha pasado en estos últimos treinta años, tengo muy poca confianza en la capacidad de los europeos para superar esos estigmas de la historia. Creo que mientras la superioridad militar esté en la OTAN, mal le va a ir al mundo y a la humanidad: el fascismo estará siempre a las puertas del triunfo. Frente a la banal indiferencia con que los pueblos europeos ignoran el desastre humano que provoca su egoísmo, apenas nos queda una terca resistencia, fundada en la memoria de las víctimas, y confiar que las nuevas sociedades emergentes en el mundo sean capaces de encontrar una solución a los problemas radicales de la humanidad moderna.

No me cabe duda de que esas soluciones serán republicanas: construir una sociedad justa requiere reconocer los límites del desarrollo humano, sin renunciar a los derechos fundamentales. En lugar de la expansión imperialista propugnada por el imperialismo capitalista, la sociedad autocontenida fundada en la virtud moral de los ciudadanos. Donde la política sea entendida como negociación entre los intereses diversos, armonizados en el bien común; y dentro de un Estado fundado en el consenso y no en la coerción, que administre los bienes públicos para satisfacción de los derechos humanos universales. Donde el Estado renuncie al uso de la fuerza en las relaciones internacionales y la ONU sea el foro que determine racional y pacíficamente la solución de los inevitables conflictos intra-específicos. Quizás no estemos tan lejos de ello; pero todavía no sabemos verlo.

Las fases de un "golpe suave"

Benito Rabal, en la última página del último número de Mundo Obrero (aún no está en la edición digital), cuenta en su habitual columna, bajo el título División, uno de los procedimientos empleados para debilitar a los países díscolos, y con ello a los movimientos que desean, parafraseando a Lampedusa, cambiar algo para que cambie todo.

Cuenta que en Venezuela se intenta controlar la cantidad que se puede sacar de los bancos para evitar la fuga de capitales, y cómo para burlar la medida ha aparecido una curiosa profesión, consistente en viajar por diversos países para sacar dinero en cajeros con tarjetas de crédito proporcionadas por los contratadores del "turista por cuenta ajena".

Es muy difícil evitar la fuga de capitales, y este es uno de los procedimientos de sangrado de un país incómodo, para crear malestar que primeramente desanime a los partidarios de los cambios y luego acabe dividiéndolos en dos campos, el de los "posibilistas" que renuncian a cambios de fondo y el de los "radicales" que quieren profundizarlos.

No es nada nuevo. En las revoluciones liberales de hace dos siglos ya se produjo la división entre moderados y exaltados. El movimiento obrero también se escindió pronto, apareciendo sucesivamente revisionistas que no sintiéndose capaces de vencer a su enemigo, acabaron por unirse a él. En el siglo XIX, en el XX y también desde luego en el XXI.

No sólo los movimientos revolucionarios resultan así divididos: también, y especialmente, menguan sus bases naturales, compuestas por ciudadanos menos concienciados que pueden optar por el mal menor del "que me quede como estaba" cuando la ola de cambios favorables refluye ante crecientes dificultades provocadas por quienes sin tener el gobierno conservan sin embargo el poder.

Es crucial el conocimiento de la realidad, la idea de que la salida reaccionaria que se ofrece no es tal, que después los falsos demócratas volverán a las andadas, y que nunca descartarán los más crueles procedimientos cada vez que los consideren necesarios.

Porque, como dijo Bertolt Brecht, “No hay nada mas parecido a un fascista que un burgués asustado”.



Rebelión

Gene Sharp es un filósofo y politólogo estadounidense, fundador de la ONG Albert Einstein, cuyo supuesto fin es promover "la defensa de la libertad y la democracia y la reducción de la violencia política mediante el uso de acciones no violentas". Su obra, sin embargo, da cuenta de cinco pasos para provocar golpes suaves:
  • ablandamiento
  • deslegitimación
  • calentamiento de calle
  • combinación de formas de lucha
  • fractura institucional
¿Cómo se dan estas etapas frente a los gobiernos posneoliberales de nuestro continente? ¿Qué similitud tienen con lo ocurrido durante el último mes en Venezuela?

Mediante el primer paso del “manual” Sharp -su libro sugestivamente titulado ”De la dictadura a la democracia”, que ha sido paradójicamente utilizado casi siempre contra gobiernos democráticamente electos- se busca la promoción de acciones provistas a generar un clima de malestar social en el país, desarrollando matrices de opinión sobre problemas reales o potenciales. La muletilla predilecta suele ser, en este primer momento, la promoción de denuncias de corrupción estatal que, en gran parte de los casos, no han sido comprobadas, pero influyen en generar “clima” -tanto antigubernamental, como antiestatal, como sucedió en la década del 90 para intentar justificar en nuestros países la ola privatizadora sobre las empresas estatales-.

Con estas denuncias, fundadas o no, se comienza a “ablandar” la fortaleza que sustenta las bases del gobierno en curso, apuntando a crear un descontento social creciente. ¿Cómo se refuerza este primer momento? Se busca la generación de problemas económicos cotidianos: el desabastecimiento de productos de primera necesidad y una escalada de precios, por ejemplo, a través del control directo de grupos monopólicos sobre gran parte de la matriz productiva del país. Una no intervención estatal en este primer momento puede resultar muy peligrosa a mediano plazo, ya que implicaría perder la posibilidad de controlar un área muy sensible para las necesidades básicas de la población. La creación de mercados populares, como en Venezuela, o determinadas políticas de control de precios pueden contribuir a contrarrestar los efectos especulativos.

El siguiente paso es intentar quitar legitimidad a través de la denuncia de la inexistencia de la libertad de prensa -desde la misma prensa, valga la paradoja- y un supuesto avance de este gobierno sobre los derechos humanos -algo que en general no ha podido ser probado fácticamente en los gobiernos posneoliberales de nuestro continente-. Se intenta crear la matriz de opinión de un autoritarismo creciente, bajo un supuesto “pensamiento único”, replicando estas denuncias por todos los medios masivos privados. La mayor parte de los gobiernos progresistas en América Latina han afrontado estas primeras dos etapas -en especial la segunda-. La frase “vienen por todo”, repetida hasta el hartazgo en varias de estas experiencias, ha sido el caballito de batalla de sentido común para intentar erosionar las bases de apoyo de estos gobiernos, fundamentalmente asentados en las mayorías populares. Así, las modificaciones que apuntan a lograr una redistribución del espectro radioeléctrico, por ejemplo, han sido caracterizadas erróneamente como “avances contra la libertad de expresión”. El problema de trasfondo no es de libertades, sino económico: quienes han puesto el grito en el cielo han sido precisamente los grandes empresarios mediáticos, que se han visto amenazados mediante las nuevas legislaciones que buscan poner límites a los monopolios informativos.

El tercer momento consiste en la promoción de una “lucha activa callejera”, que bajo reivindicaciones políticas y sociales confronte de forma directa con el gobierno. Así, se pueden dar protestas violentas contra las instituciones, tal como sucedió durante todo el mes de febrero en Venezuela -con el ataque a fiscalías públicas, casas de gobernadores, mercados populares promovidos por el Ejecutivo, etc-. Acá encontramos una contradicción notable con el supuesto paradigma “pacifista” que se ha intentado atribuir a Sharp desde la visión de algunos analistas internacionales, que han tratado de “embellecer” su obra en los últimos años.

El anteúltimo paso, vinculado con las movilizaciones, es la generación de un clima de “ingobernabilidad”, mediante operaciones de “guerra psicológica” o de cuarta generación. Así, por ejemplo, se utiliza a los medios masivos privados para responsabilizar al propio gobierno por las acciones de calle y sus resultados, ocultando y/o tergiversando información de lo sucedido. La difusión de noticias falsas, o fotografías de sucesos que se dan en otros lugares del mundo que rápidamente se “viralizan” por las redes sociales, intenta generar una matriz de opinión pública a nivel nacional e internacional. Se busca incluso lograr el apoyo de dirigentes, artistas y personalidades internacionales que, informadas o no sobre lo que realmente ocurre en ese país, opinan por ser un tema mediáticamente relevante a escala mundial. Luego, se reproduce esa opinión en los medios privados nacionales, generando un círculo (des)informativo.

Para finalizar, se espera que se produzca la fractura institucional, el punto álgido del “manual” de desestabilización. Para ello se intenta provocar un aislamiento internacional del gobierno, algo que, de no suceder, puede hacer fallar a los pasos previos (dos ejemplos de nuestro continente: la rápida reacción de Unasur frente a los intentos de golpe de 2008 y 2010 en Bolivia y Ecuador, respectivamente). Si el aislamiento internacional se produce, y los pasos previos se han cumplido, se intenta forzar la renuncia presidencial.

Aquí, por ejemplo, se puede promover una división aún mayor entre el Ejecutivo y el Legislativo, si el gobierno no llegara a controlar este último mediante una mayoría parlamentaria. Los “golpes suaves” en Honduras y Paraguay fueron conducidos por la derecha autóctona y los grupos empresariales desde ambos parlamentos. La destitución de Lugo, por ejemplo, se produjo mediante un “juicio político express” que definió su salida en menos de 24 hs, irrespetando normas jurídicas básicas frente a un presidente democráticamente electo. De no darse esta fractura, se puede apuntar a promover una intervención militar extranjera o bien fomentar el desarrollo de una guerra civil prolongada.
Como se ve en este último punto, bajo la idea de una posible intervención militar extranjera aparece un elemento no menor en todos los pasos que hemos visto: la injerencia externa. ¿Se puede analizar “autóctonamente” estos intentos de golpes blandos, sin dar cuenta del notorio incremento de bases militares estadounidenses en América Latina? ¿Es posible dar cuenta de la ola de protestas que tienen lugar en Venezuela sin analizar que es el país con mayores reservas probadas de petróleo a escala mundial? Tras el intento de deslegitimación internacional de gobiernos democráticamente electos en nuestro continente no sólo se esconde un interés ideológico -el rechazo una forma de gobernar con horizontes de cambio social- sino además un fin claramente comercial, tendiente a poder controlar nuevamente los enormes recursos naturales que tiene nuestro continente.