miércoles, 13 de agosto de 2014

El síndrome de McCain

Si no lo veo, no lo creo. Falso. Creo porque creo ver.

La evidencia no es más que un conjunto de percepciones. Pocas de ellas directas. Mi interpretación del mundo se basa sobre todo en información indirecta. No he visto lo anterior a mi nacimiento ni la mayor parte de lo contemporáneo. Del inmenso saber acumulado históricamente cada uno de nosotros conoce una ínfima parte, mezcla de algunas experiencias directas e innumerables actos de fe.

No puedo comprobar la mayor parte de las cosas que me dicen. Creo aquellas que me parecen posibles y probables. Seguramente, algunas son falsas.

Pero si la completitud es imposible, la coherencia es exigible.

Dudar es importante. Hay creencias ampliamente compartidas que se fundamentan en testimonios de los que hay motivos para dudar.

¿Cómo discernir lo cierto de lo falso en este torbellino de noticias que repiten fuentes que creemos fiables, pero que sospechamos interesadas? No se me ocurre otra forma que la vieja pregunta "cui prodest?".

Es más fácil formarse juicios acertados si se siguen estos principios:

  • Diversificar las fuentes. Los que pensamos a contracorriente tenemos ventaja, porque conocemos la corriente principal. Los de la corriente principal suelen ignorarlo casi todo sobre otras fuentes de conocimiento.
  • ¿Que pretenden que crea? ¿Qué me dicen y qué me ocultan? ¿Por qué?
  • ¿Tengo criterios éticos? ¿Todo me es indiferente? Quien me diga que es así seguramente me engaña, y en primer lugar se engaña a sí mismo. Criterio de la práctica: písale un callo.

Todos tenemos interés en nuestra persona. Muchos lo extienden a su familia, sus amigos, sus "próximos"; a sus paisanos, sus correligionarios, los de su clase...

A sus descendientes, a la humanidad entera, presente y futura. A la vida en su más amplio sentido.

Por algún motivo interior, relacionado con la evolución de la especie, amamos la verdad y la justicia. Sólo el conocimiento de la primera nos hará ser conscientes de en qué lugar podría habitar la segunda.

Esa que amamos sin haberla conocido.



Rebelión

Sufre de este mal el que acepta sin chistar mentiras pueriles que se justifican con argumentos torpes y engañabobos. Se recuerdan algunas: En Rusia, el general frío derrotó a Napoleón y a Hitler; hace 70 años se lanzaron dos bombas atómicas sobre Japón, rara vez se menciona quién las lanzó y por qué; Stalin y Hitler son iguales; el socialismo es una doctrina para vagos, como si la FED derramara una sola gota de sudor para imprimir los dólares con que EE.UU. adquiere la mitad de las riquezas del planeta; en Bolivia, Ecuador y Venezuela no hay libertad; Fidel está loco; Pinochet salvó a Chile; nuestras guerras son humanitarias y contra el terrorismo; Israel es víctima de la agresión palestina; Bin Laden derrumbó las torres; el gobierno de Kiev es democrático; Oswald asesinó a Kennedy; Putin repite en Ucrania lo que Alemania hizo en Checoslovaquia; los Rosenberg entregaron secretos atómicos a la URSS; en Venezuela hubo fraude electoral, en Honduras, no; el referéndum de Crimea y el del sureste de Ucrania son ilegales, el de Kosovo fue legal; EE.UU. ganó la II Guerra Mundial, y así por el estilo.

Rara vez se menciona que Napoleón perdió la Batalla de Borodinó el verano de 1812, que el ejército nazi peleó contra la URSS más veranos que inviernos y que en Alemania también hace frío; que EE.UU. practica el terrorismo todos los días; que Israel lanza misiles contra piedras palestinas; que los judíos huyen aterrorizados de Kiev; que le era imposible a Oswald realizar el atentado; que Occidente entregó Checoslovaquia a Hitler en Múnich; que los Rosenberg eran inocentes; que no hubo referéndum en Kosovo sino una guerra terrorífica contra Serbia; que el 75% de las Fuerzas Armadas de la Alemania nazi fue destruido por la URSS, y así por el estilo.

Basta que un representante del imperio pronuncie cualquiera de estas frases para que en el último periódico, radio, canal de TV, del más apartado rincón del mundo, e incluso en el cine, se repita hasta convertirla en una falsa verdad. Con este método, la monstruosa maquinaria de propaganda que engatusa a la humanidad hace creer que lo bermejo es blanco.

Estas mentiras se justificarían en boca del senador McCain, puesto que él fue derribado en Vietnam, donde pasó largos años en un agujero, lo que lo dejó turulato, pero cuando las propagan políticos o periodistas o ingenuos que no han sufrido los avatares de este pobre hombre, da para pensar que se han entregado al imperialismo o sufren de senilidad precoz o le temen al lobo feroz.

¡Cuánta ruindad hay en este mundo!

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