domingo, 10 de agosto de 2014

El sistema no es reformable, y "Podemos" tampoco

Estas reflexiones de Miguel León me parecen lúcidas. Por eso las traigo aquí. No asumo sin más la proclama que da título al artículo, que tiene más de llamada de atención que de afirmación rotunda.

¡Naturalmente que todos los sistemas son reformables! Pero la contraposición entre reforma y revolución no significa eso. Son revolucionarios los cambios que minan el sistema. Son reformistas los que lo apuntalan.

Cuando se dice que un sistema no es reformable se denuncian los retoques dirigidos a consolidarlo, sea o no esa la intención.

Así que Podemos sería, como tantas cosas, profundamente reformable. Tan profundamente que dejaría atras sus pecados originales, sus ambigüedades calculadas, sus llamadas a compromisos que no comprometen, dirigidas a poco comprometidos adherentes periféricos.

El peligro de Podemos es acoger, como hacía la legión de Millán Astray, a unos indignados recientes bien provistos de (des)información y muy desprovistos de formación y, en medio de la urgencia de debates confusos dirigidos a conformar una heterogénea mayoría, renunciar a contribuir a que esos indignados se formen.

De los tres ejemplos analizados en el artículo que sigue, el primero los condiciona a hacer un análisis sin análisis. El medio televisivo de las frases cortas y los minutos contados, del control en la elección de los tertulietas, del diálogo para besugos, de la permanente reconducción, ejercida por el mal llamado moderador... Este medio, y sobre todo su más o menos invisible dueño, impide explicar a fondo la realidad. Por algo era tan televisivo aquel programa que se llamó "59 segundos"..

De esta imposibilidad se sigue el segundo ejemplo. Como No Podemos explicar, banalicemos el mensaje, adaptándolo a orejas entre las cuales se interiorizó hace mucho tiempo que la reforma política era la ruptura anunciada. Como no hay en una mayoría de espectadores conciencia de la continuidad entre franquismo y monarquía, "No Podemos" renuncia a un análisis fino y habla en grueso de "la casta". No niego que exista esa casta, pero las mentes heterogéneas de los oyentes pueden interpretar cualquier cosa si no se explica bien en qué consiste.

Los fascistas de toda laya pueden emplear términos así y aplicarlos a quienes quieran, desviándolos de los verdaderos causantes y beneficiarios, sustituidos por una entelequia que, aunque imaginada como ese pequeñísimo grupo de poderes financieros, los mantiene en una penumbra inalcanzable, y lanza sus proyectiles indiscriminadamente contra "los políticos", todos. (¿Incluidos los miembros de Podemos?).

El tercer ejemplo aducido es el objetivo inmediato de ganar elecciones. Cierto que es un paso esencial, pero sin una masa crítica coherente puede ser el paso hacia el derrumbe de ilusiones no bien explicitadas. Con la consecuencia de una desmoralización colectiva que nos haga llegar demasiado tarde a los problemas, cuando la degradación universal de la naturaleza y de los valores aleje definitivamente las soluciones que hoy aún son posibles.

Podemos será reformable en el mismo sentido en que lo llegue a ser el sistema que quiere reformar. Forma parte del mismo, pero esto nos ocurre a todos, nos guste o no. No será reformable mientras acepte sin discusión los medios y los métodos habituales, aunque pregone otros fines..

Esperemos que no los confunda el oleaje de su éxito reciente, que puede ser efímero (y de consecuencias devastadoras) si no contribuye a la creación de algo más sólido, unitario y con ideas mucho más claras.

Una convergencia necesaria, que no pueda digerir el sistema. No vaya a convertirse, con el hundimiento del PSOE, en el nuevo partido "por el cambio" para que nada cambie, impidiendo la solidificación de un gran movimiento de izquierda. No será, desde luego, el único responsable si eso llega a ocurrir.

Rebelión
Este es el texto de mi intervención en el acto organizado por el Círculo de Podemos de Arganzuela el pasado 2 de Agosto de 2014, y en el que también participó José Errejón. A nuestras dos intervenciones siguió una hora de debate en el que intervinieron unas 20 personas; una gran cantidad de ellas plantearon cuestiones y críticas relacionadas tanto con lo que aquí sigue como con mi anterior artículo sobre Podemos [1]. No pude responder como hubiera querido a esas intervenciones, así que me permito añadir al final unas breves notas en las que intento recoger el guante y aclarar ciertos matices que no siempre expreso tan bien como sería deseable. Algunas notas, que tampoco figuraban en la primera versión, también están escritas en diálogo con esas observaciones.

***

En primer lugar, me gustaría agradeceros enormemente la invitación. Es para mí un placer tener la oportunidad de participar en este debate con vosotros y un honor que se me ofrezca la posibilidad de contribuir a delimitar las coordenadas de la discusión. Dicho eso, he de reconocer de entrada, y porque se me ha sugerido la posibilidad de que haga una intervención propositiva, lo problemático que es estar hoy aquí, participando en uno de esos “grupos de discusión” a los que llamamos círculos. Esa es una contradicción que resolver, y mi idea es hacerlo planteando una intervención, unas contribuciones, que sean útiles para vosotros, que me habéis invitado, pero que no sean digeribles por la organización. Por eso mismo creo que tengo que plantearos cuál es mi posición con toda franqueza antes de decir nada más: el sistema no es reformable y el “fenómeno Podemos” tampoco. No digo que sea imposible que quienes han visto en Podemos una oportunidad valiosa consigan aunar fuerzas y subvertir la situación actual, sino que esa subversión no puede realizarse sin pagar un alto coste electoral y de visibilidad mediática. Por tanto, diría que lo que yo puedo aportar a la discusión es una crítica re-constructiva.

Una segunda advertencia inicial es que, aunque también se me había propuesto que abordara el problema del análisis de clase, yo he decidido omitir en su mayoría las referencias explícitas a esta cuestión, porque para discutir con seriedad en qué consiste un análisis marxista y cuál es su utilidad, hace falta aclarar primero cuál es el lugar político de la teoría y del análisis. Ese asunto, que reconozco que no suena atractivo, va a estar en el centro de mi intervención. Podemos es un proyecto impulsado por intelectuales y que está teniendo especial éxito, como apuntó Íñigo Errejón [2], entre los votantes “considerablemente educados”. En ese sentido, que yo sitúe la discusión en ese plano tampoco está fuera de lugar ni para ellos ni para mí, que me dedico a “la lucha de clases en la teoría”.

Tal y como yo lo veo, Podemos nace lastrado por una cierta falta de rigor teórico que es causa y al mismo tiempo resultado de lo que me parece una grave irresponsabilidad en lo práctico. Falta rigor porque el proyecto Podemos está basado en la confusión, sea intencional o involuntaria, de lo analítico con lo estratégico. Hay, por otra parte, irresponsabilidad porque nadie parece haberse parado ni siquiera un segundo a pensar qué puede suceder si este despliegue de audacia termina siendo, por la razón que sea, un estrepitoso fracaso.

Mi intervención se va a centrar en desarrollar con cierto detalle este par de ideas.

Podríamos convenir que los desacuerdos en el seno de “la izquierda” tienen dos causas: o bien son analíticos o bien son estratégicos [3]. Cuando tienen un origen analítico, nuestros desacuerdos son objetivamente fáciles de resolver, puesto que basta con ser rigurosos. Cuando, por contra, tienen un origen estratégico, es mucho más difícil llegar a un acuerdo, porque entramos en esa parte de la política que más tiene de “arte”.

En principio parece muy sencillo llegar a un acuerdo de mínimos en el plano analítico y esperar que un diagnóstico común facilitará que encontremos estrategias comunes, ya que es incuestionable que de un mal diagnóstico no puede surgir una buena estrategia. El problema es, por otra parte, que un buen diagnóstico tampoco garantiza que la estrategia sea buena, y por eso los debates estratégicos nos ubican en un terreno necesariamente resbaladizo pero que es en último término ineludible. En cualquier caso, de lo dicho no puede derivarse que el análisis esté blindado por la neutralidad y la estrategia esté contaminada por la toma de partido: el posicionamiento político determina evidentemente el análisis, pero tomar partido no significa hacer concesiones en detrimento del rigor teórico.

Si aplicamos estas ideas básicas a Podemos, vamos a descubrir inmediatamente que en el planteamiento de sus promotores análisis y estrategia no están correctamente identificados, discutidos, ni delimitados. Hay una fascinación con la estrategia que distorsiona el análisis y, en consecuencia, también impide tratar la parte “artística” de la política de forma adecuada. Dicho de otra manera, Podemos comparte con el resto de la izquierda española, institucionalizada o no, un déficit crónico de análisis, de trabajo teórico, de intelectualidad orgánica.

Hay una anécdota que vale la pena traer a colación, porque ilustra muy bien lo que quiero señalar:

Recién celebradas las elecciones europeas leí en Facebook unas líneas escritas por alguien personal y políticamente muy cercano a los promotores de Podemos. Esa persona, que hasta apenas unos días antes de las elecciones no daba (en público) un duro por Podemos, escribió el día 26 de Mayo: “Lo que es absurdo es pensar que [Podemos] es un folio en blanco y un proceso en disputa: anoche se zanjaron todos los debates teóricos de calado y se demostró que el discurso funciona y las formas también (y lo dice uno que no lo compraba hasta hace un par de semanas)”. Tal vez compartáis conmigo que lo que acabo de citar es un disparate. Tal vez esta postura no sea representativa de lo que sucede entre los miembros de los círculos de Podemos. Pero me temo que se trata de un retrato nítido de la postura adoptada de facto por sus promotores, por mucho que pueda haber honrosas excepciones individuales.

Esa cita muestra que el fenómeno Podemos delimita de facto un campo de intervención política cuya forma y cuyos límites no pueden ser discutidos. A la luz de los resultados de Podemos es urgente discutir seriamente la pertinencia de recurrir a la televisión; o sobre el papel político de los sentimientos; o si es inevitable pasar, tarde o temprano, por la ordalía electoral; o si debemos camuflar nuestros posicionamientos ideológicos para evitar el rechazo que provocan los tabúes vigentes [4]. Son discusiones estratégicas pertinentes, por no decir fundamentales, pero Podemos las da por cerradas y verdaderamente las cierra al convertir determinadas opciones estratégicas en falsos elementos de análisis. Esto quiere decir que no es el análisis el que sustenta la estrategia sino la estrategia la que predetermina lo que se puede y no se puede decir en el análisis. Así, no estamos ante un análisis que toma partido, sino ante un análisis que realiza constantes concesiones (y distorsiones de la realidad y de la teoría) para legitimar una estrategia definida acríticamente, en términos meramente técnicos.

Una vez constatado ese defecto, y por mucho que yo considere que los promotores de Podemos (al menos algunos de ellos) son científicos sociales extremadamente competentes, no tengo más remedio que concluir que en este caso concreto muestran una preocupante falta de solidez intelectual y que eso tiene consecuencias políticas potencialmente desastrosas. Si no tuviéramos más evidencias que las que proporciona el propio proyecto de Podemos, diríamos que sus promotores no tienen un conocimiento sólido de las contribuciones teóricas fundamentales sin las cuales es imposible pensar el presente (me refiero sobre todo a las de Karl Marx y Max Weber), que retuercen los planteamientos de Gramsci hasta hacerlos irreconocibles, que ignoran completamente las más fundamentales observaciones teóricas acerca del origen y la naturaleza del fascismo, que distorsionan la realidad latinoamericana según su conveniencia, que obvian la historia política y constitucional de España, etc. Y todos esos defectos son consecuencia, al menos, de una comprensión muy pobre de lo que es ser audaces en política.

Abordemos tres ejemplos concretos en los que la estrategia está evidentemente determinando el análisis (o, dicho en otros términos, en los que el medio está determinando el mensaje):

(I) Los medios de comunicación de masas. Los promotores de Podemos defienden con total convencimiento que es necesario emplear los medios de comunicación de masas como palanca de movilización del electorado en una determinada dirección. Sin embargo, ese posicionamiento cierra automáticamente el debate, que tiene que darse previamente, acerca de los condicionantes ideológicos implícitos en las forma, el ritmo, el lenguaje… propios de la televisión convencional. Y de hecho los promotores de Podemos asumen como dados e incuestionables esos condicionantes, y lo hacen no solamente en los canales convencionales (Cuatro, La Sexta…) donde el presentador corta inmediatamente a aquél que quiera dar una explicación compleja y no un mitin, sino también en sus propios programas televisivos, donde igualmente mantienen, innecesariamente, hábitos, métodos y formas que contribuyen a la “tertulianización” (y consiguiente banalización) del debate político. Esta cuestión es todavía más sangrante si se tiene en cuenta que estamos hablando de científicos sociales, puesto que solamente la bibliografía de Pierre Bourdieu sobre medios de comunicación [5] debería ser más que suficiente para pensar críticamente el problema de la comunicación política.

(II) La actitud frente a la historia contemporánea de España. Si la precaución que muestran los promotores de Podemos a la hora de tratar ante las grandes audiencias la Guerra Civil, los cuarenta años de franquismo y la Transición, fuera sólo resultado de una cierta prudencia política, todavía podría abrirse una discusión sobre la pertinencia estratégica de basar el discurso político en la reivindicación perpetua, tal vez inútilmente nostálgica, del legado que nos deja la II República, pero no es el caso.

El “régimen del 78” es la etiqueta que sirve, en el discurso, para presentar el orden político vigente no como la continuación del “régimen del 18 de Julio”, sino más bien como el producto de la degradación las virtudes de la Transición por obra del paso del tiempo y de la “traición” socialista. Estamos ante un tipo de omisión histórica que, aparentemente justificada por motivos estratégicos, de hecho ignora, entre otras cosas, que 40 años de franquismo no nos vacunan frente al fascismo, sino todo lo contrario. Y esa omisión puede tener efectos prácticos de gran envergadura, a pesar de los réditos electorales que proporcione en el corto plazo. Se trata de una incomprensible concesión al “sentido común” basada, como sugería hace un segundo, en una dudosa lectura de Gramsci.

Esa misma falta de perspectiva histórica sirve para obviar la relación específica que existe en España entre movimientos sociales e instituciones. Podemos obvia que, dada la propia génesis y desarrollo de nuestras instituciones políticas, éstas funcionan de forma casi inevitable como tapones para los movimientos sociales allí donde se producen tentativas de fusión. Ese es probablemente además el principal motivo por el que en España el anarquismo tiene una potencia y naturaleza sin parangón en ningún otro país europeo, y también por el que el comunismo español es particularmente torpe a la hora de desmarcarse del liberalismo (y de ahí salen ciertas formas incomprensibles de trotskismo) y de los métodos de la Restauración (donde tenemos las prácticas de aparato que el PCE desarrolló durante la Transición).

Teniendo eso en mente resulta de una irresponsabilidad política escalofriante la recuperación directa del término “casta política”, que en España había sido hasta ahora patrimonio de un tipo de derecha muy particular, y muy peligrosa, dentro del PP y su entorno intelectual y mediático (Esperanza Aguirre, Percival Manglano, Gabriel Albiac, Jiménez Losantos y la plana mayor de Libertad Digital) [6]. Quiero decir con esto que Podemos corre el riesgo de estar alimentando a un monstruo, el fascismo español latente, que está precariamente embridado.

(III) La vía electoral. Si uno dice “la vía electoral es la única vía posible de toma del poder”, está automáticamente cerrando la discusión, fundamental y de carácter analítico, sobre cómo el electorado por sí mismo no es un vector de poder constituyente sino un órgano del poder constituido. Y frente a esa tesis difícilmente caben discusiones, porque no hay otra forma de explicar cómo es posible instaurar el sufragio universal sin que automáticamente se produzca una transformación del orden social; o, mejor dicho, cómo es posible que no se produzca una transformación del orden social antes de la instauración del sufragio universal. Sólo una vez que ese análisis se ha realizado se puede evaluar y discutir adecuadamente la relevancia estratégica real de la vía electoral, considerando además las peculiaridades institucionales españolas que he mencionado hace nada.

Al hilo de este asunto me gustaría plantear una curiosa realidad lingüística del castellano, que es la clarísima diferenciación semántica entre ganar y vencer. Creo que no es ninguna tontería apuntar que en castellano las elecciones se ganan y las guerras se vencen, porque en la diferencia entre ambos términos se halla también la diferencia entre dos formas de enfrentamiento absolutamente distintas, y, por cierto, también entre dos maneras de comprender cuál es el papel que debemos asignar a la lucha de clases como factor de transformación política revolucionaria.

Cuando Pablo Iglesias dice que Podemos sale “a ganar”, está circunscribiendo la contestación política al espacio electoral y además está “emocionando” a los votantes de Podemos con una retórica que no es la de lo político, sino la de lo lúdico-deportivo, y que por tanto parte de una inexplicable aceptación de las reglas del juego. La actitud de Podemos implica una movilización de votantes que depende de la probabilística del cálculo electoral y no de la definición de una posición política. En ese sentido, convendría preguntarse cuántos votantes del PSOE, del PP y de otras opciones “mayoritarias” no eligen su opción electoral guiados por convicciones políticas claras sino simplemente buscando la apuesta segura y el placer fácil que proporciona una victoria casi garantizada de antemano. Estaríamos ante un serio problema de ludopatía electoral que tal vez contribuiría a explicar su contraparte: la apatía de quienes se abstienen sistemáticamente.

Pero es que, por otra parte, la recuperación del término “vencer” es absolutamente contradictoria con los fines de Podemos. En primer lugar, porque la idea de “victoria” implica un tipo de enfrentamiento incompatible de entrada con un respeto formal a los pilares del orden vigente. En segundo lugar, porque todo hijo de vecino ya sabe que las elecciones se pueden ganar pero no sirven para vencer. En tercer lugar, porque las resonancias bélicas del término son incompatibles con el intento de obviar en la medida de lo posible el lapso de tiempo 1936-1978. Por último (y no menos importante) porque, cuando el objetivo es vencer y no ganar, automáticamente emerge una serie de problemas (la vinculación a la OTAN, la dependencia político-económica de la Eurozona, los insostenibles hábitos cotidianos de vida y consumo, etc.) que tienen, es obligado decirlo, muy difícil solución, y que sin embargo deben ser resueltos para poner el programa de Podemos en práctica.

Dados estos problemas de partida, no tiene sentido pedirle a Podemos que analice y tome en consideración la estructura socio-económica de este país. No tiene sentido que nos extrañemos si Podemos no se pregunta cómo se expresa en España el conflicto entre capital y trabajo. No tiene sentido que le exijamos a Podemos mayor atención al plano sindical, porque de hecho las estrategias de Podemos difícilmente funcionarían en las elecciones sindicales: nuestra negociación colectiva es todavía más deudora del fascismo español que nuestro sistema político, y la falta de homogeneidad entre trabajadores no se suple con “ilusión” y duelos verbales con Paco Marhuenda.

La izquierda española en general no es capaz de dar una respuesta certera a las cuestiones que acabo de enumerar porque ni siquiera se dan en su seno las condiciones para poder formular las preguntas pertinentes. En el caso de Podemos esas condiciones tampoco se dan porque de partida aunar esfuerzos con los promotores de Podemos significa aceptar que “han quedado zanjados todos los debates teóricos de calado y se ha demostrado que el discurso funciona y las formas también”. Que Podemos funciona significa que tiene posibilidades de ganar, pero no que pueda vencer.

He dicho en un par de ocasiones que Podemos está mostrando una irresponsabilidad política escalofriante, y esa es una observación que vale la pena recuperar para recapitular de alguna manera y sintetizar las razones de mi profundo pesimismo. El franquismo y su prolongación setentayochista han tenido efectos devastadores sobre la cultura política española y el 15M, con todas sus potencialidades, no puede tomarse como una prueba de que nos hemos recuperado de ese trauma por ciencia infusa, sino más bien como señal de que hay posibilidades de acción política (no electoral) que hasta ahora eran simplemente impensables.

No se trata de dudar que los procesos electorales puedan constituir ventanas de oportunidad que alimenten la movilización social (ese es el punto esencial que defiende Íñigo Errejón haciendo una lectura cuestionable, al menos en su extrapolación a España, del proceso ecuatoriano). Ni siquiera se trata de negar radicalmente que eso pueda suceder jamás en España. Se trata simplemente de plantear que todavía estamos muy lejos del momento en el que esa estrategia pueda siquiera ser discutida razonablemente. Con más razón estamos lejos, por tanto, de esa coyuntura histórica en que sea pertinente ponerla en práctica con éxito (y aquí éxito significa vencer, no simplemente ganar).

La irrupción de Podemos ha acelerado (todavía más) el proceso de degeneración y regeneración política en España, y ha espoleado innecesariamente las iniciativas de renovación de las instituciones. De hecho, los autores del pre-borrador de la ponencia política han hecho gala en el texto de una sorprendente desfachatez al apuntar que la crisis política puede cerrarse mucho antes que la económica, ya que esa posibilidad gana peso gracias, entre otras cosas, al espejismo de las primarias abiertas (es decir, cocinadas) que Podemos ha contribuido a generar.

Los obstáculos a los que Podemos va a hacer frente a escala municipal, autonómica y estatal son demasiados y demasiado importantes como para pretender diluirlos con dosis descontroladas de ilusión, porque en el momento en que se produzca el fracaso mas mínimo la euforia será contrarrestada por un desconsuelo proporcionalmente intenso que no dejará tras de sí ni siquiera una elaboración ideológica sólida, sino un ataque indeterminado contra “la casta”. En el estado actual de cosas es previsible, por desgracia, la degeneración progresiva de las actuales demandas, genéricas pero radicales, de democracia, que al final quedarán reducidas a la creación de mecanismos banales de participación telemática. Se contará, por supuesto, con el inestimable apoyo de las grandes corporaciones mediáticas, que juegan un papel esencial en la forja de líderes carismáticos que son buenos comunicadores, pero no necesariamente comunican buenas ideas.

Estoy de acuerdo con los promotores de Podemos en que es ahora o nunca, pero no porque esta sea una coyuntura irrepetible sino porque no estamos en condiciones de permitirnos nuevos errores. Sé que es cruel pedir paciencia y análisis cuando nos azotan las urgencias del presente, pero es perentorio desterrar el prejuicio según el cual la teoría no es una forma específica de praxis. Esa es una idea extraordinariamente importante en nuestra situación actual, porque cada paso en falso suma cuarenta años más de travesía en el desierto, y nosotros llevamos por lo menos ochenta años entre dunas.

Decía al inicio que Podemos no es reformable y el sistema tampoco. Podemos no es reformable porque su importancia actual no reside ni en una radical democratización ni en un salto adelante en el campo de la argumentación política, sino en un súbito éxito electoral y en una sospechosamente alta visibilidad mediática que es necesario analizar con detenimiento. ¿Es capaz Podemos de hacer frente a sus tabúes y resolver los problemas aquí planteados sin perder pujanza electoral, visibilidad mediática, y por tanto gran parte de su fuelle? Yo lo dudo mucho.

Pensar cuesta trabajo, y por desgracia sigue siendo una actividad terriblemente impopular, pero es lo que hace falta. Mafalda diría que tenemos que bajarnos del mundo, y Walter Benjamin que hay que tirar del freno de mano de la Historia para declarar un estado de excepción real que interrumpa el estado de excepción permanente en el que vivimos. Esa es mi única propuesta, pero de momento Podemos le está echando carbón a la locomotora.

***

Tomando en consideración el debate surgido a raíz de mi intervención, es conveniente matizar que, si Podemos no fuera algo más que sus promotores y una masa indeterminada de votantes, no tendría para mí ningún sentido escribir sobre sus defectos. Lo que me interesa en Podemos son sus círculos, porque sólo ellos pueden poner fin a la situación subsidiaria en que se encuentran actualmente dentro de la organización y a la que parecen condenados, por pocas posibilidades que me parezca que tengan a este respecto. El problema de Podemos en su configuración actual es que los círculos son mecanismos de succión y capitalización de las habilidades, los esfuerzos, las ideas, de sus miembros, y que no existen mecanismos para controlar en qué grado ni con qué fines funciona ese mecanismo. A cambio de esa contribución desinteresada, los miembros de los círculos han recibido solamente, en el mejor de los casos, la excusa que necesitaban para ponerse manos a la obra: una contribución importante cuyo valor real disminuye debido al efecto negativo de las múltiples distorsiones que acompañan al proyecto de Podemos.

A quienes han elegido, y puedo entender perfectamente sus razones, remar a contracorriente dentro de Podemos, les deseo ánimo y suerte, y ojalá que los textos que he escrito les sean de utilidad para realizar sus propios diagnósticos. La batalla que quieren librar me recuerda a otras de menor escala en las que yo he estado enzarzado: supusieron un enorme desgaste y no coseché el menor éxito. Espero que ellos sean más competentes y tenaces que yo. Desde la distancia me atrevo a sugerirles que se estudien muy despacio los pre-borradores que aspiran a delimitar la discusión en la Asamblea Ciudadana, especialmente el organizativo, y que no se dejen llevar por las prisas durante la preparación de la Asamblea ni durante la celebración de la misma: es su oportunidad, tal vez la única, de refundar Podemos y no sólo intentar reformarlo. Les sugiero también que apliquen cotidianamente la máxima básica que guió mi intervención en el debate del otro día: no hay nada en Podemos que esté cerrado, todos los debates de calado están abiertos, hay algo más que el discurso y la forma.

Notas:

[1] Los tabúes de Podemos, por Miguel León.

[2] ¿Qué es Podemos?, por Íñigo Errejón.

[3] Como bien se apuntó en una de las intervenciones durante el debate, el término “estratégico” es confuso, puesto que podría entenderse que los promotores de Podemos realizan acciones estratégicas cuando es evidente que sus movimientos son tácticos. Sin embargo, utilizo la contraposición analítico/estratégico para no caer en el tópico teoría/praxis, ya que la contraposición entre ambos términos me parece políticamente perjudicial. En el caso del binomio estrategia/táctica, también propondría una ruptura en favor de lo operacional”.

[4] Es necesario aclarar, en relación con mi primer texto sobre Podemos, que mi denuncia de los tabúes va encaminada a reivindicar la necesidad urgente de emplear en el análisis y en el discurso determinados significados, y no tanto de hacer uso público de determinados significantes (al menos en un comienzo).

[5] Se puede encontrar la lista de referencias (en francés) aquí.

[6] Quiero pensar que los promotores de Podemos han identificado bien los movimientos discursivos de ese sector de la derecha española y que la recuperación del término casta sirve para hacerles frente en su terreno. Lo que me preocupa es que no hay forma de distinguir claramente las críticas a “la casta” de parte de Pablo Iglesias de las que escribe Gabriel Albiac (ver, por ejemplo, el reciente artículo de G. Albiac, El síntoma Pujol).

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