lunes, 1 de diciembre de 2014

Comerciar con un futuro inexistente

Huir de un presente cruel imaginando un futuro mejor es a la vez escapismo y esperanza. Sin esperanza no hay combate que se pueda ganar. Pero ella sola no basta. La esperanza sin lucha es escapismo, el que paradójicamente nos deja sin esperanza de escapar.

La imagen es ambigua: ¿es amanecer u ocaso lo que contemplan Blasillo y su amigo?  Ambas cosas: ocaso seguro, amanecer incierto. El futuro puede ser nuestro, o nos lo pueden robar.

No está escrito el futuro. Todo presente es disyuntiva que conduce a nuevas disyuntivas. El peligro es, siempre, la pérdida.


La viñeta reconduce a otra cuestión (¿o es la misma?). Para mantener el presente, prolongado en el futuro inmediato, hipotecamos un futuro más lejano. 

El crédito es siempre a futuro. el trabajo presente se pagará en un tiempo futuro (día, semana, mes). El préstamo de hoy se devolverá mañana.

Por eso es fundado el temor de estos dos zagalones. Ese futuro se privatiza cuando se vende a otro. Ya no pertenece al deudor: es del acreedor, que desde este momento también es dueño del presente.

En eso consiste el mecanismo de la deuda. Cuando no se tiene lo que hoy se necesita, se pide prestado, con el compromiso de devolverlo en un mañana pactado, con creces.

Y ahí está la cuestión: lo prestado debe crecer. El préstamo de hoy se condiciona a que mañana se haya acrecentado tanto como para cubrir, pongamos, tres partes:

Una parte, acrecentada o no, asegura lo que en ese futuro será el presente del prestatario (deudor). Otra, devuelve el préstamo. La tercera es el lucro del prestamista (acreedor), que normalmente invertirá en la concesión de nuevos préstamos para cobrar en un futuro nuevas deudas. Con creces. 

Así, el ciclo no conduce a su simple reproducción, sino a una reproducción continuamente ampliada. Por eso se habla de la espiral de la deuda. El destino del banquero es crecer o morir.

El mecanismo fracasa si la cantidad prestada no crece. Por eso el deudor debe "poner a trabajar" el capital prestado. No hay una forma única. Puede hacerlo con su trabajo personal, con el trabajo, esclavo o asalariado, de otros, con la explotación de la naturaleza. O simplemente robando. En cualquier caso, el producto no se crea de la nada.

Es el trabajo el que acrecienta el capital, cuyas fuentes exclusivas son la naturaleza y el trabajo humano (o animal) sobre ella. Y ese trabajo es también parte de la naturaleza. Y la naturaleza tiene límites absolutos. La espiral de la deuda, que requiere un futuro continuamente acrecentado, ha de tener un final.

No encuentro muchos economistas capaces de salir del círculo vicioso del crecimiento sin fin. En algunos casos es la fe del carbonero en la utopia neoliberal, en otros la añoranza de soluciones keynesianas que funcionaron en otro tiempo. No hay que olvidar la parte fundamental del buen funcionamiento que juega el keynesianismo militar.

Entiendo que es difícil resolver los problemas acuciantes a corto plazo sin mantener alguna continuidad con los mecanismos actuales, no sea que por al querer salvar el futuro menos próximo hundamos en el caos el más inmediato.

Entiendo que hay cosas difíciles de explicar a los actores que luchan por otra sociedad, empezando naturalmente por lo más acuciante. Una explicación extemporánea puede enfriar acciones concretas de ahora mismo. Hay cuestiones arduas que sólo podrán trascenderse dentro del proceso por reivindicaciones inmediatas.

Entiendo también que es difícil imaginar otro modo de hacer las cosas, cuando el capitalismo es omnipresente y constituye un "sistema mundo". Fredric Jameson, investigador de la cultura contemporánea, dice que en la actualidad nos es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. 

Pero que el colapso es inevitable si el proceso persiste está fuera de duda. La naturaleza se resiente y llega a sus límites naturales. Umberto Eco habló de "Apocalípticos e integrados", refiriéndose a las distintas actitudes ante la cultura de masas. Hoy no podemos limitar la cuestión a la cultura, que es un subsistema más del sistema mundo. Es ante éste que hay que tomar partido. Y como el autor italiano debemos matizar. Denunciando la ceguera en los integrados, pero también el fatalismo de los apocalípticos. Porque algo habrá que hacer. 

El crecimiento implícito en el éxito esperado de los mercados de futuros (la deuda que alimenta nuestras economías es exactamente eso) supone una esperanza vana. Sin base material creciente, habría de funcionar sin nuevos insumos, como un movil perpetuo. 

Las falacias del "movimiento continuo" que extrae nueva energía de la nada, hace tiempo que fueron desenmascaradas. 

El "móvil perpetuo de primera especie" sería una máquina que funcionase eternamente y produjese trabajo sin entrada externa de energía y sin ninguna perdida, con lo que pasando el tiempo seguirá funcionando sin detenerse.

El "móvil perpetuo de segunda especie" funcionaría periódicamente, transformando el total de la energía suministrada sin pérdida alguna.

Si el primero es indefendible, salvo para los que aún son capaces de creer en milagros, el segundo, que parece difícil de creer, sigue alimentando las ilusiones de mucha gente. Incluidos algunos científicos, y desde luego, mutatis mutandis, muchos economistas.

Para ampliar el tema recomiendo este libro:  Móvil perpetuo antes y ahora, de V. M. Brodianski.

La Tierra es un sistema abierto a los intercambios de energía, pero a la escala temporal que admiten las energías renovables, todas ellas derivadas de la solar. En cuanto a los materiales, es prácticamente un sistema cerrado. Ambas cosas hay que tenerlas en cuenta. 

La primera circunstancia no excluye el uso permanente de fuentes energéticas, pero limita drásticamente el volumen de energía disponible por unidad de tiempo, salvo que decidamos agotar en pocos siglos las energías fósiles acumuladas en muchos millones de años. Eso es lo que estamos haciendo, hasta la previsible llegada del barco al cuello de la botella.

La segunda limita el empleo masivo de muchos materiales, teóricamente reciclables, pero sólo con la energía que justamente hay que tasar. Y cuanto más escasea un material, más energía cuesta obtenerlo. Las tierras raras que dopan microcircuitos son prácticamente irreciclables. ¿Qué haremos después? 

Seguramente la tecnología podrá sustituir algunos dispositivos por otros, pero habrá factores limitantes inevitables.

En este mismo blog escribi, hace algún tiempo:

El símil de la recta, que como espacio matemático tiene una sola dirección, pero puede recorrerse en dos sentidos, se limita para el tiempo, que transcurre en un solo sentido (“la flecha del tiempo”). En el capítulo XVIII planteé su irreversibilidad, causa (o efecto, que tanto da) de la irreversibilidad de los procesos que en él se sitúan. Esto no quiere decir que nunca haya vuelta atrás en un proceso, pero sí que esa vuelta parcial a una situación anterior es eso: parcial. Jamás se vuelven a dar todas las condiciones anteriores. Los caminos de vuelta no son los de ida. Esto, en la física, se denomina ciclo de histéresis, y se manifiesta en fenómenos como la disipación de energía en forma de calor en los ciclos de calentamiento y enfriamiento, imantación y desimantación, deformación más o menos elástica y recuperación de la forma primitiva. La manifestación más clara a la vista de cualquiera es la imposibilidad del móvil perpetuo, esa máquina ideal de funcionamiento eterno sin consumo (degradación) de energía.

La bomba de calor, base de la refrigeración, las máquinas térmicas (en realidad, toda clase de motores), los ciclos metabólicos de los seres vivos (digestión, respiración), son manifestaciones de la misma realidad, con una tendencia inexorable a la extinción final de todos los desequilibrios. En termodinámica esa nivelación final se ha llamado muerte térmica del universo.

Los ciclos económicos son ciclos de histéresis. Las ondas cortas especulativas (fases expansivas y recesiones), producen crisis menores, comparables a la respiración del sistema. Y hay ondas largas (los “ciclos de Kondratieff”). El día a día de la bolsa, acelerado hoy por las transacciones en tiempo real del mercado continuo, consiste en rapidísimos ciclos, altamente disipativos, que, como la bomba de calor, transportan eficientemente la energía del cuerpo frío (el polo del trabajo productivo) al caliente (el polo del capital especulativo, que cada vez acumula más calor, hasta que se funda). Los procesos lentos, con incremento menor de la entropía, son menos drásticamente irreversibles. Esta idea está muy presente en la llamada economía ecológica.

Porque el equilibrio absoluto sólo se da en el reposo, y la aceleración permanente de la economía la desequilibra cada vez más, aumentando la entropía del sistema. Esta magnitud física se suele definir como "medida del desorden". El desorden creciente es cada vez menos ordenable, lo que sólo se puede hacer desde fuera del sistema-mundo, que está ya básicamente cerrado. No es que falte energía, es que cada vez es menos aprovechable. 

La filosofía del derecho de Hegel, con extraordinaria intuición, presentaba el imperialismo y el colonialismo como soluciones posibles a las contradicciones internas de lo que consideraba una "sociedad civil madura". Marx amplía y recoge esta idea. En sus épocas respectivas era posible esa "economía de frontera". Había nuevos horizontes, tierras vírgenes, países que conquistar.

Parece que los teóricos oficiales de la economía viven aún en esos tiempos. Eric Toussaint descubre sus vergüenzas en este articulo: Las falacias teóricas del Banco Mundial. 

¡Cuanto disparate! ¿Tendré que volver a... aritmética, población y energía?

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