martes, 2 de diciembre de 2014

Órdago en el casino petrolero

La coyuntura lo gobierna todo. En los juegos de estrategia, para ganar hay que debilitar al contrincante. Aunque el jugador se arruine, tras su victoria espera recuperar lo perdido. El problema se complica cuando no hay dos bandos, sino múltiples jugadores, cada uno con su estrategia.

Entonces, jugadas muy elaboradas pueden venirse abajo por intervenciones imprevisibles de los otros participantes, hoy aliados, mañana adversarios. En este universo del corto plazo, la apuesta puede mantenerse, incluso con insolvencia real, si los demás temen consecuencias peores en caso de forzar la quiebra. Los banqueros sobreviven cada día a su patente insolvencia, hasta que la desconfianza provoca una retirada de fondos masiva.

El caso de los precios del petróleo es significativo. Forzar la producción a costa de lo que sea es una forma de debilitar a los competidores, pero también dañará al que la fuerza a largo o medio plazo. Claro que en este juego todo consiste en aguantar más que el otro. Y en no pestañear.

Si el petróleo de extracción "barata" compite a la baja con el "caro", extrer este último se vuelve ruinoso, pero la jugada puede mantenerse, con fuertes subvenciones, durante algun tiempo. Si mientras hunde a los otros, luego ya se verá. En el día a día de los mercados no cuenta ningún valor real, en este tiempo de descuento en que todo lo sólido se desvanece en el aire...

Los jugadores se miran de reojo. El aliado de hoy será el enemigo de mañana.


 

Lucha por la hegemonía en el capitalismo en crisis

Rebelión

Hacia julio del 2008 el barril llegó a los 150 dólares y ahora ronda los 70 dólares [1], con un pronóstico inestable, aunque a largo plazo, la Agencia Internacional de Energía (AIE) proyecta la recuperación de los precios y los vaivenes del liderazgo productivo entre EEUU y Medio Oriente [2]

En el trasfondo está la crisis energética, de EEUU en los 70´, que dispararon los precios del petróleo y con ellos el fenómeno de la especulación financiera y el deliberado sobre endeudamiento de los países del sur del mundo. Junto a esos fenómenos, se desarrolló el acrecentamiento de la militarización mundial en la disputa por los hidrocarburos, los territorios y la dominación de las poblaciones, especialmente desde Washington. 

La respuesta estadounidense a su crisis energética (EEUU la mundializó) se resolvió comprando y ocupando, manipulando e intentando la dominación militar, económica e ideológica sobre el planeta, mientras buscaba respuestas a su crisis productiva de hidrocarburos, exacerbada por un agigantado consumo energético sin límite, convalidando el derroche y la contaminación depredadora de la naturaleza. Al mismo tiempo se alentó la agro-energía y el 30% del maíz estadounidense, el mayor productor mundial del rubro, tiene destino en la producción de combustible, compitiendo con la capacidad de alimentación y asociando crisis energética a crisis alimentaria, y junto a ellas la crisis ambiental

Así, la producción de hidrocarburos y de alimentos se transformó en producción y comercialización de “comodities”, con la ganancia y la acumulación como objetivo central, corriendo a la energía y a los alimentos de su sentido principal de satisfactor de necesidades sociales. De un derecho a una mercancía como proceso sin fin. Ambas crisis son partes de la crisis civilizatoria en curso, donde lo económico financiero es solo la parte más visible de un fenómeno que es social, político y cultural, estructural y sistémico, que solo puede solucionarse más allá del capitalismo y que, claro, las clases dominantes empujan en el sentido de la liberalización.

La crisis energética se hizo mundial en la presente crisis desde el 2007-8, por lo que no sorprendió la escalada de los precios ante el pico de producción y puesta en cuestión de la capacidad mundial por descubrir, explotar y apropiar reservas de hidrocarburos. La búsqueda de hidrocarburos se hizo más costosa, especialmente con los no convencionales (shale), que multiplica el costo de producción sobre los convencionales. Estos tienen un costo que puede oscilar en torno a los 10 o 20 dólares el barril, según informa la AIE, mientras que aquellas pueden remitir a costos superiores a los 70 u 80 dólares, los valores actuales. 

Son todas cifras variables de un territorio a otro, según la mayor o menor dificultad para la explotación, lo que convoca a pensar en que para la producción de los no convencionales hace falta un fortísimo soporte económico financiero de subsidio, que solo puede sustentarse desde el poder del Estado. Es algo que el keynesianismo resolvió hace más de 8 décadas y aun cuando se sostenga la liberalización de la economía, nadie duda en el orden capitalista sobre la importancia de la intervención estatal para sustentar la producción gasífera y petrolera. No existe límite ideológico para subsidiar a las transnacionales del petróleo, especialmente para defender la geopolítica del imperialismo. Es lo que hace EEUU y lo que ocurre en toda la geografía del mundo. 

Con la explotación del shale, los hidrocarburos no convencionales, y la fractura hidráulica (fracking), EEUU desafió sus límites energéticos y pretende en el corto y mediano plazo resolver su crisis energética, no solo incrementado su producción, sino transformándose en el primer productor mundial de petróleos en 2015, según el citado reciente informe de la AIE. El tema fue analizado hace tiempo por el especialista mexicano John Saxe-Fernández en la Revista de la Fisyp [3], colocando grandes interrogantes sobre el costo de producción y los gigantescos subsidios estatales para asegurar la hegemonía estadounidense desde el control de la producción del insumo estratégico por excelencia. 

Pero que ocurre en la coyuntura, con precios en baja, dificultando la producción de los hidrocarburos no convencionales. El tema concita atención mundial y existen análisis de conspiraciones cruzadas. 

Por un lado, EEUU con el alza de la producción, asociada al sostén de la elevada extracción de la OPEP, pretende ahogar económica y financieramente a países dependientes del ingreso de su factura de hidrocarburos, caso de Rusia, Venezuela o Irán. Claro que ello conspira contra su propia estrategia asociada al shale, con costos en el nuevo límite a la baja del precio del crudo en estas horas. En esa estrategia podría asumirse Arabia Saudita, el principal productor mundial, que, por otro lado, apunta a dificultar la competencia global estadounidense en la perspectiva del 2015-2020, que según la AIE, EEUU podría convertirse en el principal productor mundial de hidrocarburos. La OPEP acaba de definir la continuidad de la producción según los parámetros actuales, en acuerdo con Arabia Saudita y en contra de las aspiraciones de Venezuela o Irán. La decisión apunta a debilitar a sus competidores, especialmente a EEUU. 

(...)
 

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