martes, 20 de octubre de 2015

"El nacimiento de una nación"

Las naciones pueden inventarse. Generalmente, sobre la base más o menos alterada de una nación preexistente. La memoria, real o inventada, voluntaria o forzada, que toma cuerpo en la mente de los nacionales, es la que configura un hecho nacional. No hay nación alguna sin la aceptación de sus miembros.

Como en cualquier otro ecosistema, podríamos hablar de "naciones primarias" y "naciones secundarias", tal como se habla de bosque primario y bosque secundario. La diferencia entre estas formaciones vegetales es sólo cuestión de tiempo. Al cabo de una lenta evolución, un nuevo equilibrio convierte en primario un bosque secundario suficientemente consolidado.

El mestizaje prolongado durante mucho tiempo borra las mezclas de poblaciones antes diferenciadas. La nación que surge entonces es la "natural", como sugiere la propia palabra. Esa naturaleza, sin embargo, está condicionada por los motivos de esa convivencia prolongada. Los imperios crearon naciones. ¿Es China una nación? ¿Llegó a serlo el Imperio Romano? Luego de fragmentarse surgen naciones nuevas, condicionadas por límites territoriales, señalados en parte por la geografía, en parte por la fuerza de los ejércitos del rey.

La memoria más o menos forzada inventa pasados, a veces muy ilusorios y convencionales. La Hispania romana no era una nación.¿Por qué se identifica más adelante al reino visigodo con una temprana "España"  y no ocurre otro tanto con Al-Ándalus? ¿Era Portugal una parte "natural" de España, como decía el mismísimo Luis de Camões? Las naciones que pueden reconocerse dentro del territorio español actual son fruto de conquistas territoriales (de norte a sur) y herencias reales (de este a oeste), pero han acabado por tener entidad propia. Por las razones políticas de una larga separación histórica, ni el el idioma portugués ni el gallego son identificables entre sí, por más que les pese a los nostálgicos de la lengua galaico-portuguesa y a los reintegracionistas "de um e outro lado do Minho". Larga y fútil polémica también la que distingue (o no) entre la lengua catalana y la valenciana.

Seguramente también habrá quien pretenda ver una lengua en el andaluz: puede haber un real sentimiento nacional en Andalucía, y un conjunto de dialectos no unificados, ni siquiera unificables (¿para qué?), que además se distribuyen dentro y fuera del territorio administrativo de la actual comunidad. Cierto que una forma parecida de hablar nos identifica, y yo me identifico sentimentalmente con ella aunque haga mucho tiempo que he perdido el acento. En definitiva, la "nación andaluza" se apoya en una división administrativa históricamente antigua, pero luego solidificada por las ocho provincias, que no corresponden a ninguna división geográfica estricta.

Los estados-nación se han de entender siempre como "naciones secundarias", que en un momento dado lograron consolidarse, o al menos lo pretendieron, como "naciones primarias".

Ejercicio de rigor es investigar cómo la historia diversa de las naciones ha reforzado, o no, a unas más que otras. ¿Por qué Francia es una nación indiscutida y España mucho menos? No hay en Francia, como aquí, nacionalismos internos de relieve. Dejando a un lado mitos identificativos con la antigua Galia, y aunque la memoria medieval de la Guerra de los Cien Años cuente en su origen y la Guerra de los Treinta Años afianzara un reino francés, la base de la sólida unidad nacional francesa fue su revolución y las guerras que durante veinticinco años sostuvieron con sus vecinos. Y sobre todo la creación de una clase social de propietarios campesinos identificados con la patria de nueva creación. Algo parecido al patriotismo obsesivo, de origen colonizador, que llena de banderitas cada casa de los Estados Unidos.

Al igual que mi predio adquiere su sentido porque existen otros, frente a los que blando mi título de propiedad, esa otra propiedad idealmente compartida, que fue primero primero del rey y luego del pueblo soberano, se reafirma frente a lo extranjero. En la Gran Propiedad Patria se prolonga simbólicamente mi mísera parcela. Por eso las clases dominantes lanzan a combatir distractivamente a sus sometidos contra unos iguales vistos como diferentes. El fascismo siempre acecha tras el patriotismo.

Sobre esa base objetiva se crearon naciones. El caso francés me lo ha recordado esta magnífica síntesis marxiana, en el último capítulo el genial análisis de Marx en El dieciocho de brumario de Luis Bonaparte:
El punto culminante de las idées napoléoniennes es la preponderancia del ejército. El ejército era el point d'honneur de los campesinos parcelarios, eran ellos mismos convertidos en héroes, defendiendo su nueva propiedad contra el enemigo de fuera, glorificando su nacionalidad recién conquistada, saqueando y revolucionando el mundo. El uniforme era su ropa de gala; la guerra su poesía; la parcela, prolongada y redondeada en la fantasía, la patria, y el patriotismo la forma ideal del sentido de la propiedad.
No ocurrió esto en España, porque en la historia reciente siempre se frustró la base nacional popular. La Guerra de la Independencia acabó mal, en la miserable monarquía fernandina. Las dos primeras repúblicas, en imposiciones forzosas de una patria no sentida. Mientras, las guerras carlistas, el auge económico de burguesías nacionales, la imposición lingüística (que no fue en Francia un problema igualmente grave) y más tarde los compromisos de la transición terminaron por remendar una nación mal cosida.

Para rematar la jugada, las conveniencias electorales que interesan a los poderes establecidos (léase las respectivas burguesías o sectores de ellas) tanto en Cataluña como en "Madrid" harán más de lo mismo. Y vuelta a empezar. 

Si Dios no lo remedia (que no lo remediará). 

Los problemas sociales, al guano.

Hélas!

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Imagen amablemente tomada de aquí:

Gracias, Santiago (y cierra España, por favor).

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