domingo, 10 de enero de 2016

Federalismo y autodeterminación

Son conceptos de significado, más que borroso, emborronado. Son otro ejemplo de esos significantes vacíos que cada cual revuelve a su gusto, para lo bueno y para lo malo. Contribuyamos a limpiarlos de polvo y paja.

Asalto final sobre Barcelona del 11 de septiembre de 1714



















Hubo una vez una Guerra de Sucesión que, siendo en realidad una más de las muchas guerras europeas, presenta un aspecto de "guerra de secesión" que han acentuado las ideologías "separatistas", y también las "separadoras".

La unificación de una monarquía pluriestatal la realizó Felipe V, pero quién sabe si lo que arrasó violentamente no lo habría desmantelado también el Archiduque Carlos de haber llegado a ser el Carlos III a que no pudo llegar. O sus descendientes, porque las monarquías absolutas tendieron en todas partes a centralizar sus administraciones y crear así los modernos estados-nación. Y donde no lo hicieron las monarquías, como en Francia, acabó haciéndolo una revolución. Harina de otro costal, aunque del mismo granero (burgués), es el estrago que eso supuso y supone para la diversidad cultural. Hoy arrasa las culturas la uniformidad de corte anglosajón.

No se puede mirar con un solo ojo (aunque los ojos nacionalistas son por lo menos dos, y tan bizcos que se miran el uno al otro) lo que supuso la capitulación de Barcelona del once de septiembre. Aquí hallo varios juicios que pueden ayudar a entender mejor los claroscuros de lo que arrastró aquella derrota de una coalición internacional por otra, que los catalanes tienen razones para lamentar como propia, pero que paradójicamente asentó la futura prosperidad de su burguesía:
A nivel interno Felipe V puso fin a la Corona de Aragón por la vía militar y abolió las instituciones y leyes propias que regían los estados que la componían, instaurando en su lugar un Estado absolutista, centralista y uniformista, inspirado en la Monarquía absoluta de su abuelo Luis XIV y en algunas instituciones de la Corona de Castilla. Así pues, se puede afirmar que los grandes derrotados de la guerra fueron los austracistas defensores no sólo de los derechos de la dinastía de los Austrias sino del mantenimiento del carácter "federal" de la Monarquía Hispánica 
Según la historiadora y periodista suiza Sibille Stocker y el también historiador de la misma nacionalidad Christian Windler, autores de Instituciones y desarrollo socioeconómico en España e Hispanoamérica desde la época virreinal (Bogotá, 1994), en el terreno económico, los territorios de la Corona de Aragón se beneficiaron ampliamente de la derogación de las aduanas, así como del acceso a un nuevo y amplio mercado; especialmente Cataluña que pudo amplificar sus réditos, al comerciar con las colonias americanas. Las reformas del nuevo Rey, crearon un ambiente positivo que favoreció considerablemente la artesanía, la industria y el comercio, lo que derivó en un ambiente favorable para la pacificación entre los contendientes en el conflicto. 
Según el historiador Ricardo García Cárcel, la victoria borbónica en la guerra supuso el "triunfo de la España vertical sobre la España horizontal de los Austrias", entendiendo por "España horizontal", la "España austracista", la que defiende "la España federal que se plantea la realidad nacional como un agregado territorial con el nexo común a partir del supuesto de una identidad española plural y «extensiva»", mientras que la "España vertical" es la "España centralizada, articulada en torno a un eje central, que ha sido siempre Castilla, vertebrada desde una espina dorsal, con un concepto de una identidad española homogeneizada e «intensiva»". 
Según el historiador Juan Pablo Fusi, la nueva monarquía llevó a cabo reformas favorables de gran calado: se promovió la educación, el patronazgo de academias y se realzó la investigación científica, especialmente en las ciencias médicas y en matemáticas. Así mismo se llevaron a cabo reformas positivas en el sistema de producción, con la creación de reales fábricas; esto conllevó a una consecuente innovación de las técnicas productivas, de reanimación de sectores "decaidos" y a la creación de sectores productivos antes inexistente.
Volviendo a la actualidad, esto decía Miguel Candel en conversación reciente con Salvador López Arnal:
¿Qué debería decir en este punto el programa de la candidatura de izquierda en las próximas elecciones generales, las del 20 de diciembre? 
Si de mí dependiera, el programa de una candidatura de izquierda para las generales diría, sobre la cuestión nacional, algo así: "En su primera formulación histórica, el derecho de autodeterminación (o libre determinación) no es el derecho a debatir y elegir entre unión o separación, como un asunto en el que caben diversas opciones, sino el derecho de secesión pura y simple sin discusión previa, reconocido a grupos humanos sometidos a un poder sobre el que no ejercen control alguno. Tal no es hoy día, por mucho que se quieran magnificar los “agravios” (que la nuestra no es la única comunidad autónoma en padecer), el caso de Cataluña y sus habitantes. No obstante, dado el innegable componente subjetivo del concepto de "nación" (una nación es, en el fondo, una noción compartida con la que se identifica un determinado grupo humano, algo que evidentemente sí es el caso de una parte muy importante de la población de Cataluña), no podemos negarnos a que se plantee la cuestión del vínculo de Cataluña con el resto de España mediante alguno de los mecanismos democráticos de decisión generalmente reconocidos en derecho. No es ésta una cuestión que consideremos prioritaria frente al cúmulo de problemas sociales que abruman a la mayoría de la población en Cataluña, España y el mundo. No cabe, pues, esperar de nosotros que tomemos ninguna iniciativa al respecto. Pero respetaremos posibles iniciativas tomadas por otras fuerzas políticas democráticas, en cuyo caso, fieles a la tradición de la izquierda que hizo suyo el lema: ‘trabajadores de todos los países, uníos’, la propuesta que haremos a los ciudadanos será la de no romper los lazos jurídico-institucionales entre Cataluña y el resto de España, dando preferencia a soluciones de tipo claramente federal." 
¿Y qué hay que entender por federalismo en este contexto? ¿Qué España federal tienes tú en mente? 
Me estás repitiendo la pregunta trampa que los secesionistas suelen formular a los que se definen como federalistas. Trampa que consiste en dar por supuesto que no está nada claro en qué consiste un Estado federal y que, por tanto, el federalista no tiene nada sólido que oponer a la independencia. Pero ¿es que acaso no hay ningún Estado federal en el mundo de cuyo funcionamiento se pueda inferir cuáles son las características propias de semejante tipo de Estado? ¿No existe un país llamado “República Federal de Alemania”, otro llamado “Confederación Helvética” (que, pese a su nombre, tiene desde 1848 una constitución federal), no es federal la Unión India o el Canadá (pese a que los estados miembros de ésta se llamen “provincias”)? Hacerse el tonto (o llamar tonto al adversario) no exonera a nadie de saber que una federación es una unión de territorios dotados cada uno de ellos de una administración pública propia formada por los tres poderes clásicos (legislativo, ejecutivo y judicial) y amparados (no “sometidos”) por una administración federal igualmente tripartita que retiene una serie de competencias consideradas de interés común a todos los territorios federados. Y en caso de conflicto, por ejemplo, entre actos legislativos de esos diferentes niveles, prevalece el nivel superior o federal (al contrario de lo que ocurriría en una estructura confederal, que por eso mismo acostumbra a ser inestable y ha acabado siempre, históricamente, por dar paso a una estructura federal). El contenido que se dé a las competencias de cada nivel ha de ser, obviamente, resultado de un proceso constituyente. Algo que a primera vista parece mucho más complejo que una ruptura unilateral, pero que, sin embargo, a poco que se piense, es mucho más viable, en la medida en que minimiza el conflicto de intereses. 
Hay quien piensa que el objetivo del “procés” no es la independencia (imposible de facto, afirman algunos), sino marear la perdiz con su reivindicación. ¿Por qué sería imposible de facto? 
Me parece obvio: porque ningún gobierno de España (de derechas o de izquierdas, me atrevo a decir) estaría en condiciones de aceptar que una parte sustancial de la población y el territorio del actual Estado rompiera completamente los lazos con el resto. No sólo en consideración a los intereses de las regiones más pobres que hoy se benefician de la solidaridad de las regiones más ricas, como Cataluña, sino en atención a los intereses reales de los propios habitantes de Cataluña, pues la práctica totalidad de los economistas “no alineados” políticamente en torno a esta cuestión vaticinan graves problemas económicos durante largo tiempo para los dos “trozos” resultantes de la ruptura. Y si el Estado español rechaza hacerse el “harakiri” y no acepta, en consecuencia, la independencia de Cataluña, parece obvio, visto el cúmulo de declaraciones en ese sentido, que ningún Estado extranjero de importancia la aceptará. Y una independencia que no reconoce prácticamente nadie deja automáticamente de ser tal.
De esto último no estoy yo tan seguro, porque en un mundo geoestratégicamente dividido, hoy como en los tiempos de aquella guerra de secesión (perdón, quise decir de sucesión) puede haber potencias interesadas en la ruptura de un estado. Ejemplos recientes no faltan y no necesito citarlos. Los conflictos territoriales internos son siempre una bala en la recámara de las potencias imperialistas. Quienes de buena fe, que los hay, alimentan las ansias secesionistas deberían tenerlo en cuenta.

Para terminar, todo el problema de definir competencias en un estado federal se debería reducir, nada más y nada menos, a esto: 

¿que competencias debe reservarse la administración federal si tomamos como prioridad absoluta la defensa de la igualdad de derechos políticos, económicos y (ante todo) sociales de los residentes en los distintos territorios?

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