miércoles, 13 de enero de 2016

Los inservibles. Necropolítica

Anoche, en una sesión del Cineclub de Pontevedra, se proyectaba la película Le Havre, del director finlandés Aki Kaurismäki. Refleja el drama de la inmigración clandestina, pero también lo que puede alcanzar la solidaridad de mucha gente humilde frente a la maquinaria ciega de un estado que, tristemente, es constitucional y de derecho. Nuestras conciencias embotadas por la repetición de lo anónimo no se conmueven ya ante lo que que consideramos inevitable.

Los dilemas morales que a lo grande se plantean en Casablanca aparecen aquí a una escala menor, pero por eso mismo más cercana. Y la zozobra que en aquella película se envolvía en propaganda bélica del bando que acabó venciendo es en esta otra la resistencia de quienes no sabemos si podrán vencer.

Paradójicamente, o no tanto, lo que no logra la realidad reflejada en las fotos de los periódicos y las imágenes de los noticiarios lo consigue más fácilmente la ficción cinematográfica. La cercanía es la clave. Esa cercanía que otorgamos al personaje en el cine y negamos al mendigo sentado en la acera. Los personajes de ficción dotan de rostro a los que no lo tienen en las tragedias masificadas de cada día. La predisposición cómplice del espectador hace el resto. Por no darse esa complicidad de ficción en la vida real es tan fácil "mirar para otro lado", como dice la manida frase, porque ojos que no ven, corazón que no siente.

Pues bien, multipliquemos por miles, por millones, las desgracias verdaderas de los excluidos y por lo menos en teoría comprenderemos que soportamos lo insoportable.

Esta reseña del libro de Clara Valverde, "De la necropolítica neoliberal a la empatía radical. Violencia discreta, cuerpos excluidos y repolitización" enlaza con la denuncia de la película de Kaurismäki. Señala a los culpables de la exclusión social de los inservibles, los superfluos de los que ya no se puede extraer plusvalía. Son sobrantes, que de una manera u otra hay que exterminar. Por eso hablamos de necropolítica.


Kaos en la red


Una clarificadora, y combativa, obra de la activista Clara Valverde, en la que se desvela el centro de gravedad de la política del neoliberalismo y sus servidores.

«La vergüenza de ser un hombre, ¿hay mejor razón de escribir?» (Gilles Deleuze) 
«El respeto de la dignidad humana implica que se le reconozca a los otros hombres o las otras naciones al mismo nivel que a uno mismo como sujetos, como bautizadores de mundos o como los cofundadores de un mundo común» (Hannah Arendt) 
«El subhombre, esta criatura de la naturaleza, con sus manos, sus pies y su especie de cerebro…, criatura que parece ser de la misma especie humana, es sin embargo, bien diferente, una criatura horrible…» (panfleto de las SS)
En este, el mejor de los mundos posibles, hay algunas voces que se empeñan en rascar en las relucientes fachadas, que se nos venden por parte de los potentes altavoces del poder, para hacer ver la verdad pura y dura que se esconde bajo orondos oropeles; es el caso de Clara Valverde Gefaell quien en su «De la necropolítica neoliberal a la empatía radical. Violencia discreta, cuerpos excluidos y repolitización» (Icaria) dispara un potente dardo contra la línea de flotación del sistema neoliberal en curso. Verdades como puños, inapelables, apabullantes, que también es verdad que a pesar de su contundencia y rotundidad no será leído por los responsables del caótico cotarro; aunque cierto es también lo leyesen tampoco modificarían su aberrante comportamiento ya que lo primero es lo primero, y lo primero es el mantenimiento del sistema asegurándose así una vida cómoda, lograda en base a la penuria, la desasistencia y exclusión de otros, que no tienen ni voz, ni voto. Al fin y al cabo son seres que pertenecen a la galaxia sin (trabajo, nacionalidad, techo, atención ayudas…) y quienes engrosan este conjunto no sirven para la obtención de plusvalía, son lo que Hannah Arendt llamaba human superfluity. Con ellos no queda otra que dejarles malvivir o morir que viene a ser lo mismo, de ahí el tajante título de la demoledora obra, ya que en él se habla de la política de la muerte, viniendo a ser ésta lo que Michel Foucault designaba con el nombre de biopoder (con sus continuaciones en las obras de Giorgio Agamben, con su homo sacer, o Esposito con su inmunitas y communitas): «el derecho de hacer morir o de dejar vivir».

Si hablaba del “tajante título”, una inicial mirada podría llevar a pensar a que estamos ante una exageración de la autora o un recurso fácil, y demagógico, al sensacionalismo, mas en la medida en que avanzamos en la lectura veremos con claridad que no estamos ante ningún tipo de desfase, pues Clara Valverde va paso a paso desenmascarando las falacias que se pretenden extender desde los poderes gubernamentales y económicos del neoliberalismo, trufando su discurso de cifras, significativos ejemplos de desatención, de exclusión, de represión y de declaraciones de víctimas y, también, de los beneficiarios del desastre controlado que se vende como el paraíso… y el que no sea capaz de disfrutarlo es que «algo habrá hecho o dejado de hacer» («enfermos crónicos, discapacitados, ancianos con pensiones míseras, niños hambrientos, jóvenes sin futuro, enfermos mentales sin redes de apoyo y los inmigrantes de países del Tercer Mundo»).

Pone al desnudo los objetivos de los poderes económicos de deshacerse de los inservibles o los peligrosos para su orden; se detiene en el papel de los gobernantes y de sus secuaces de la prensa reverencial que no hacen sino transmitir las bondades del sistema y toda una cohorte de reverenciados «expertos» (psicólogos, asistentes sociales, psicólogos, médicos y demás personal sanitario…) que dictan lo que se ha de hacer siguiendo criterios mercantiles que nada tienen que ver con la salud de la población y sí con los bolsillos de unos pocos Profesionales que en muchas ocasiones, aceptando los planes que se trazan sobre el trato que se ha de dar a los pacientes, se comportan como verdaderos policías (clasificando a los pacientes en «buenos y malos enfermos», imponiendo su saber como el poder que está en condiciones de exigir obediencia y silencio, sin olvidar los métodos de «coleguismo y buen rollito» que no hacen sino disimular la intolerancia que se oculta tras la cacareada «tolerancia», plasmada en dosis industriales de rancio paternalismo y toneladas de propaganda acerca de los beneficios de ser positivos y conformarse con la desgracia, ya que así es menor, y además hay otros que lo pasan peor… sabido es que a todo hay quien gane). Tampoco se resisten los profesionales nombrados a someterse a los dictados de los gobiernos que les exigen colaboración en que todo funcione con suavidad, sin sobresaltos; en la medida que el profesional equis cumpla a pies juntillas las órdenes será premiado, si se resiste a aplicar las normas -que benefician, por otra parte, a la iniciativa privada- no les quedará más que atenerse a las consecuencias.

Los mecanismos utilizados para imponer sus objetivos se llevan a cabo o bien por medio de la violencia directa o bien por otras formas de violencia más sutiles: originando culpabilidades en las víctimas, exigiéndoles obediencia y fe en la opinión de sus pastores, haciendo recaer la responsabilidad -que debería ser un servicio público- en los propios excluidos y en sus familiares que han de hacerse cargo de los gastos que la enfermedad u otras situaciones de marginación conllevan. La dominación impuesta de los expertos hace que muchas de las víctimas se muestren dóciles para conseguir buenas valoraciones ante los responsables de su cuidar su estado de salud, o de pobreza, o de… Se origina así un pensamiento ad hoc que responde a la lógica de: 1) ellos sabrán pues para eso son los expertos, 2) las limitaciones que se nos imponen son normales teniendo en cuenta la crisis y la invasión de gente que viene del Tercer Mundo, 3) además otros están peor y como dicen las autoridades (desde consellers a ministros del reino pasando por médicos, enfermeros, y… ONGs que con toda su buena voluntad y tratando de continuar recibiendo las limosnas estatales, completadas por las aportaciones privadas, se pliegan a las órdenes de la superioridad). Como señalaba los ejemplos abundan y así resultan paradigmáticos hasta los topes los programas de inserción laboral de la Caixa y los aplausos que reciben los trabajadores con ciertas deficiencias integrados pues trabajan más motivados que los otros que son unos quejicas y no saben sufrir lo que les hace protestar, y hasta cogerse la baja de enfermedad por cualquier bobadica.

Tampoco faltan los casos de violencia directa en este país que ha vivido la violencia golpista del 36 y la bestialidad organizada por los cruzados vencedores y la falta de reconocimiento, de reparación, etc. con unas leyes de Memoria histórica que cuando no se quedan cortas, resultan inoperantes… en ese clima de violencia sufrida y no reconocida en sus justos términos son presentados algunas actuaciones salvajes contra «gente peligrosa» (anarquistas, manifestantes, solidarios contra los desahucios, okupas…) a los que se les persigue, se les detiene, se les tortura, se les encarcela y se les convierte en la más viva encarnación del mismísimo «demonio con rabo», tachándoles de «terroristas» y otras lindezas. No es tampoco una cuestión banal la existencia de los centros de internamiento para inmigrantes que son mantenidos por los gobernantes y los serviles periodistas en un estado de cuasi-clandestinidad, lugares en los que los recluidos, totalmente despersonalizados, viven como en verdaderos campos de concentración: sin derechos, sin condiciones sanitarias, alimenticias, careciendo de la más mínima intimidad…

En todo este abanico de imposiciones, de exclusiones, abandonos, represiones… se hace jugar un papel esencial a los «buenos ciudadanos» que “incluidos” en el pensamiento dominante sirven de apoyo a las medidas gubernamentales, al considerarse seres libres y considerando a los otros como un peligro que puede poner en riesgo su modo de vida, más o menos, acomodado.

Los dispositivos puestos en marcha responden a un conjunto multilineal en que se cruzan el saber, el poder y la subjetividad… que empapa todo el tejido social.

Imposible dar cuenta de la cabal embestida de la barcelonesa en todos sus detalles y todas las imbricaciones, mas si antes he hablado de casos, hechos, ejemplos, cifras… los referentes a los síndromes de sensibilización claman al cielo –mereciendo capítulo aparte, al ser convertidos estos en unos seres abandonados a la buena de dios, demonizados (como vagos, llorones, cuentistas…) y que, sin embargo, sirven de aviso para navegantes en la medida en que su caso es el espejo, no distorsionado, de lo que puede esperar a cantidad de gente en situación de exclusión… resultan así estas personas para el resto de la sociedad como los canarios que utilizaban los mineros británicos para comprobar los límites de lo soportable dentro de los túneles de su trabajo… De llevarse las manos a la cabeza son los comportamientos tramposos de la administración, muy en concreto del gobierno tripartito de Catalunya… ignorando, mintiendo, amenazando, colgándose medallas para luego hacer todo lo contrario de lo acordado… siempre en beneficio de las empresas privadas y en detrimento de la salud de los ciudadanos.

En todo este asunto no se puede ignorar el importante papel que juega el empeño constante y tenaz de las autoridades, y sus funcionarios y profesionales, por llevar al terreno de lo individual lo que de hecho es colectivo… con tal táctica lo que se trata es de impedir por todos los medios (Valverde llega a informar acerca de un cartel que lucía en un centro hospitalario barcelonés en el que se prohibía hablar a los pacientes entre ellos, ya que ello podía conducirles a desanimarles, a no cumplir los dictados de los galenos, etc.) que surjan formas de organización, redes de solidaridad… política torticera en la senda del divide y vencerás… mas en la aparente deslocalización de los seres superfluos, hay espacios intersticiales que pueden suponer puntos de contacto en los que broten los lazos de apoyo, solidaridad y empatía entre los excluidos y los incluidos… potencial espacio común, horizontal y rizomático, en pos del que trabaja esta obra y su autora: Clara Valverde Gefaell.

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