viernes, 1 de enero de 2016

Materialismo ecológico

A punto de terminar este problemático 2015, y con preocupación, compartida por muchos, ante lo incierto que se presenta el 2016, Antonio Olivé, en la página Marx desde Cero, acaba de publicar un texto escrito por "un filólogo que acabó siendo filósofo", Alfred Schmidt, estudioso de la obra de Schopenhauer, Marx, el marxismo occidental, Goethe y la Teoría Crítica de la Escuela de Frankfurt, cuyos autores Horkheimer y Adorno se convirtieron en sus maestros. Se trata del prólogo a su tesis doctoral El concepto de naturaleza en Marx:


Por su interés, lo reproduzco completo, destacando las notas que precisan conceptos. Para ver las meramente bibliográficas hay que ir al enlace anterior.






Marx dice que las revoluciones son las locomotoras de la historia mundial. Pero tal vez se trata de algo completamente diferente. Tal vez las revoluciones son el manotazo hacia el freno de emergencia que da el género humano que viaja en ese tren.

Walter Benjamin, Tesis sobre la historia y otros fragmentos.


I

Cuando el autor estaba trabajando en la redacción final de su tesis de doctorado se desconocían conceptos que actualmente predominan en los debates científicos y de política actual, como por ejemplo: “conciencia ecológica”, “límites del crecimiento”, “civilización alternativa”, “técnica blanda” o “crisis ecológica”. En ese entonces, por cierto, estaba ya desacreditado un progresismo ingenuo. La Dialéctica de la ilustración [3de Horkheimer y Adorno había instruido (entre otros puntos) sobre las implicaciones nocivas del desarrollo técnico para la naturaleza. Además, alguien como el autor, dedicado más en detalle a Marx y Engels, pudo encontrar, también en sus escritos, dudas respecto de las bendiciones del sistema industrial. Mientras tanto, la problemática ecológica ha llegado a tales dimensiones que sobrepasa toda discusión meramente académica. La pregunta sobre el progreso se ha convertido desde hace tiempo en la cuestión de la supervivencia de la humanidad. La “destrucción de los medios de subsistencia naturales de la sociedad”, acentuado ya en el Postscriptum 1971, [4de la segunda edición de la obra, que marca la característica de la época actual, después del fracaso del experimento soviético, ya no puede atribuirse exclusivamente al modo de producción capitalista. El industrialismo ha demostrado ser inadecuado tanto en su versión de socialismo de Estado, como en la de economía de mercado.

Los límites materiales y sociales del crecimiento han estremecido el optimismo de teóricos burgueses, no menos que el de los marxistas. Actualmente se formulan las mismas recriminaciones contra Marx y sus partidarios, igual que contra los defensores del crecimiento económico ilimitado  con base capitalista. Son acusados de pasar por alto el hecho de que la explotación de la tierra tiene  límites naturales, una limitada capacidad recuperativa de la ecósfera y una escasez acentuada de  los recursos; y por ello se les considera cómplices de los daños del medio ambiente que se pueden  observar en todo el mundo [5]. Esta crítica es justificada en la medida en que el marxismo clásico concede al crecimiento de las fuerzas productivas –como factor civilizatorio en la historia– un papel cuasi metafísico. Con mucha frecuencia se tiene la impresión de que sus fundadores suponen sencillamente un potencial ilimitado de ulterior progreso y se entregan de tal manera a aquella dinámica desastrosa de dominación de la naturaleza, que –justificada metodológicamente por Bacon y Descartes– siempre ha sido también una dinámica de dominación de los seres humanos [6]. Por otro lado, en Marx y Engels se encuentran, ciertamente de forma escasa y en remotos lugares, algunas aproximaciones para una crítica “ecológica” del aspecto destructivo del desarrollo industrial moderno. El hecho de que las intervenciones humanas pueden dañar sensiblemente al equilibrio natural [Naturhaushalt], constituyó para ellos un problema antes que para el biólogo de Jena, Ernst Haeckel, cuya Morfologia general de los organismos [7] introdujo el término “ecología” en la discusión científica. Ciertamente, aquellas aproximaciones críticas de Marx y Engels, que escasamente fueron tomadas en  cuenta, no podían debilitar el cliché asentado de un marxismo que ciegamente cree en el progreso. No obstante, se puede demostrar que Marx y Engels no tuvieron para nada una conexión inquebrantable con la idea del progreso. Así formula Engels, en una carta a Marx, que el historiador Maurer rinde homenaje al “prejuicio iluminista, de que a partir de la noche medieval debe seguramente haber tenido lugar un continuo progreso hacia cosas mejores (lo que le impide ver, no sólo el carácter  contradictorio del progreso real, sino también los retrocesos particulares)” [8].

Marx coincide en este asunto con Engels y al mismo tiempo va más allá de él, en cuanto que considera el asunto bajo el aspecto más amplio de la aún pendiente revolución social. Sólo después de que ésta “se apropie” de las conquistas materiales e intelectuales de la época burguesa “sometiéndolos  al control común de los pueblos más avanzados, sólo entonces –así el pronóstico de Marx– el progreso humano habría dejado de parecerse a ese horrible ídolo pagano que sólo quería beber el néctar en el cráneo del sacrificado” [9].


II

Recordemos primero los ejemplos destacados del optimismo de Marx y Engels respecto al desencadenamiento de las fuerzas productivas que acompaña al acenso de la burguesía. En el Manifiesto del Partido Comunista dicen:
“En el siglo corto que lleva de existencia como clase dominante, la burguesía ha creado energías productivas mucho más grandiosas y colosales que todas las pasadas generaciones juntas. Basta pensar en el sojuzgamiento de las fuerzas naturales por la mano del  hombre, en la maquinaria, en la aplicación de la química a la industria y la agricultura, en la navegación de vapor, en los ferrocarriles, en el telégrafo eléctrico, en la roturación de continentes enteros,  en los ríos abiertos a la navegación, en los nuevos pueblos que brotaron de la tierra como por encanto. ¿Cuál de los pasados siglos pudo sospechar que en el seno del trabajo social dormitasen tantas y tales fuerzas productivas?”  [10].
Marx y Engels festejan la tendencia cosmopolita que va unida al surgimiento de un mercado  mundial capitalista:
“Hoy, en vez de aquel mercado local y nacional que se bastaba a sí mismo y donde no entraba nada de fuera, la red del comercio es universal, y en ella entran, unidas por vínculos de interdependencia, todas las naciones. Y lo que acontece con la producción material, acontece también con la del espíritu. […] La estrechez y el exclusivismo nacionales van haciéndose cada vez más imposibles, y las literaturas locales y nacionales confluyen todas en una literatura universal”  [11].
A esta dinámica histórica triunfal corresponde, como lo explica detenidamente Marx en el “borrador” [Grundrisse] de su obra principal,
“la apropiación universal tanto de la naturaleza como de la relación social misma por los miembros de la sociedad. Hence the great civilising influence of capital;  su producción de un nivel de la sociedad, frente al cual todos los anteriores aparecen como desarrollos meramente locales de la humanidad y como una idolatría de la naturaleza. […] la naturaleza se convierte puramente en objeto para el hombre, en cosa puramente útil; […] cesa de reconocérsela como poder para sí, incluso el reconocimiento teórico de sus leyes autónomas aparece sólo como artimaña para someterla a las necesidades humanas […] [12]. Fuera del “sistema de la utilidad general”,  de cuyo “soporte” también participa la ciencia, nada es válido como “superior-en-sí, como justificado- para-sí-mismo” [13].
Las manifestaciones de Marx parecen en cierto modo extrañas: ora sensato-realistas, ora apologéticas. Él, como Hegel, está persuadido de que la historia no transcurre linealmente, sino de  forma dialéctica. La humanidad no puede ponerse a salvo de la contradicción de que el bienestar de  la totalidad del género [gattungsmäßiges Ganzes] se impone a costa de los individuos. Mientras los “productores asociados” [14]. no configuren conscientemente su historia, es imposible un progreso directamente beneficioso para cada particular. Cuando Marx aprueba (casi) incondicionalmente la dinámica desencadenada a través de la emancipación burguesa, lo hace porque ésta –de eso está seguro– proporciona no solamente la base material del tránsito al socialismo, sino que garantiza también que éste supere notablemente la productividad laboral del mundo capitalista [15]. Por lo pronto, los seres humanos deben ciertamente pasar por durísimas privaciones. Empero, la sociedad moderna se encuentra, comparada con la antigüedad y la edad media, “en el movimiento absoluto del devenir” [16]. Pero la “elaboración”, asociada a éste, de las “disposiciones creadoras” del ser humano tiene lugar bajo presagios negativos: la “objetivación universal, como enajenación total, y la destrucción de todos los objetivos unilaterales […], como sacrificio del objetivo propio frente a un objetivo completamente externo” [17]Por eso aparece, nostálgicamente transfigurado, “el infantil mundo antiguo […] como superior” representa una “configuración cerrada, forma y limitación dada” [18]. es decir, una inmediatez de relaciones humanas que desaparece al surgir el mercado mundial. Este se presenta ante el individuo cada vez más categóricamente como un contexto fáctico [sachlicher Zusammenhang] que se impone independientemente de su conocimiento y voluntad [19]. Sin embargo, acentúa Marx, la sociedad moderna es preferible a aquellas comunidades que se basaron en “vínculos naturales  de consanguinidad, o en las relaciones de señorío y servidumbre” [20]Cuanto más forzados se  encuentran ahora los seres humanos a incorporarse a un contexto objetivo, mundial, tanto más sigue siendo este último innegablemente su propio producto:
“pertenece a una determinada fase del desarrollo de la individualidad. La ajenidad y autonomía con que ese nexo existe frente a los individuos demuestra solamente que éstos aún están en vías de crear las condiciones de su vida social en lugar de haberla iniciado a partir de dichas condiciones” [21].
Marx admite que tan sólo la sociedad socialista estará en condiciones de suprimir aquella “ajenidad” y “autonomía” de las relaciones [existentes] frente a sus productores. La historia hasta ahora, sobre todo la del capitalismo, conoce solamente la conexión aparentemente natural [naturwüchsiger Zusammenhang] “entre los individuos ubicados en condiciones de producción […] estrechas” [22]. Por el contrario, en el futuro, individuos desarrollados universalmente someterán sus relaciones sociales a su “propio control colectivo” [23].
“El grado y la universalidad del desarrollo de las facultades,  en las que se hace posible esta individualidad” suponen, sin embargo, la producción “basada sobre el valor de cambio, que crea, por primera vez, al mismo tiempo que la universalidad de la enajenación del individuo frente a sí mismo y a los demás, la universalidad y la multilateralidad de sus relaciones y de sus habilidades” [24].
Pertenece a la convicción fundamental de la filosofía de la historia  de Marx, el que la humanidad debe pasar a través del modo de producción capitalista. Sólo éste crea los
“elementos materiales para el desarrollo de la rica individualidad, […] cuyo trabajo […] tampoco se presenta ya como trabajo, sino como desarrollo pleno de la actividad misma, en la cual ha desaparecido la necesidad natural en su forma directa, porque una necesidad producida históricamente ha sustituido a la naturaleza” [25].
Pero por lo pronto estamos lejos de esto. Los seres humanos, experimentando  su vida como pobre y vacía, añoran los “estadios de desarrollo precedentes”, en los que el individuo se presenta con “mayor plenitud” porque 
“no ha elaborado aún la plenitud de sus relaciones y no las ha puesto frente a él como potencias […] sociales autónomas. Es tan ridículo sentir nostalgias de aquella plenitud primitiva como creer que es preciso detenerse en este […]. La visión burguesa jamás se ha elevado por encima de la oposición a dicha visión romántica, y es por ello que ésta la acompañará como una oposición legítima hasta su muerte piadosa” [26].
Marx rara vez ha destacado su concepción de un modo tan claro, tanto contra la glorificación romántica de estadios precapitalistas, como contra la tendencia positivista de justificar lo existente. Mientras la “visión romántica” constituye siquiera una “oposición legítima” frente a las relaciones cosificadas de un capitalismo desarrollado, los argumentos positivistas respingan contra el carácter inconcluso de la dialéctica histórica, el cual se expresa en que la tarea del capital, de desarrollar enormemente las fuerzas productivas sociales, está cumplida en cuanto el desarrollo ulterior “halla un límite en el capital mismo” [27].


III

Examinemos ahora algunas alusiones de Marx y Engels que en la presente disertación no se acentúan de la manera que, desde el punto de vista actual, les corresponde según su relevancia objetiva. No ponen únicamente de manifiesto los principios de una conciencia ecológica aguzada, sino que documentan cómo la obra de Marx y Engels, vista en su totalidad, de ninguna manera está al  servicio de una dominación desconsiderada de la naturaleza. Todo lo contrario. Marx critica desde un principio la influencia negativa de la economía capitalista sobre el concepto de naturaleza modernamente divulgado.
“El dinero es el valor general de todas las cosas constituido en sí mismo. O sea que le ha arrancado a todo el mundo, sea humano o natural, el valor que le caracterizaba. […] Bajo el dominio de la propiedad privada y el dinero, la actitud frente a la naturaleza es su desprecio real, su violación de hecho” [28].
Afirmaciones posteriores de los autores se refieren a consecuencias desastrosas de la producción industrial y agraria capitalista, así como a los límites naturales de la explotabilidad de la naturaleza, que debería tener en cuenta inclusive una sociedad socialista.
“La productividad del trabajo”, escribe Marx en el tomo III de El Capital, “también se halla ligada a condiciones naturales que a menudo  se tornan menos rendidoras en la misma proporción en que la productividad –en tanto depende de condiciones sociales– aumenta. De ahí que se produzca un movimiento opuesto en esas diferentes esferas, progreso en un caso y retroceso en otro. Piénsese, por ejemplo, en la sola influencia  de las estaciones, de la cual depende la parte inmensamente mayor de todas las materias primas, el agotamiento de bosques, yacimientos carboníferos, minas de hierro, etcétera” [29].
En el capítulo “Maquinaria  y gran industria” del primer tomo de su obra principal, Marx pone de relieve las consecuencias nocivas, subjetiva y objetivamente de la agricultura industrializada. Muestra que la producción  capitalista, con 
“la preponderancia incesantemente creciente de la población urbana […] perturba el metabolismo entre el hombre y la tierra, esto es, el retorno al suelo de aquellos elementos constitutivos del mismo que han sido consumidos por el hombre bajo la forma de alimentos y vestimenta, retorno que es condición natural eterna de la fertilidad permanente del suelo. Con ello destruye, al mismo tiempo, la salud física de los obreros urbanos y la vida intelectual de los trabajadores rurales. Pero a la vez, mediante la destrucción de las circunstancias de ese metabolismo, circunstancias surgidas de manera puramente natural, la producción capitalista obliga a reconstruirlo sistemáticamente como la ley reguladora de la producción social y bajo una forma adecuada al desarrollo pleno del hombre” [30].
Marx expresa aquí razonamientos muy actuales. Claramente está ante su vista el problema del “reciclaje”, con ello la necesidad histórica de restablecer de una manera consciente el ciclo natural, perturbado por la intromisión del hombre, y que hasta ahora ha tenido lugar más bien de manera accidental y a costo de los seres humanos [31]. Al final de este capítulo, Marx resume sus resultados  de la manera siguiente:
“Al igual que en la industria urbana, la fuerza productiva acrecentada y la mayor movilización del trabajo en la agricultura moderna, se obtienen devastando y extenuando la fuerza de trabajo misma. Y todo progreso de la agricultura capitalista no es sólo un progreso en el arte de esquilmar al obrero, sino a la vez en el arte de esquilmar al suelo; todo avance en el acrecentamiento  de la fertilidad de éste durante un lapso dado, un avance en el agotamiento de las fuentes duraderas de esa fertilidad. […] La producción capitalista, por consiguiente, no desarrolla la técnica y la combinación del proceso social de producción sino socavando, al mismo tiempo, los dos manantiales de toda riqueza: la tierra y el trabajador” [32].
Este “proceso de destrucción”, añade Marx, se lleva a cabo más rápidamente cuanto más depende un país de la gran industria, como “punto de partida y fundamento de su desarrollo” [33]; como ocurre por ejemplo en los Estados Unidos. De manera semejante se expresa Marx al respecto en las Teorías sobre la plusvalía:
“Es propio de la naturaleza de la  producción capitalista el que la industria se desarrolle más rápidamente que la agricultura. Esto no responde a la naturaleza de la tierra [precisamente], sino al hecho de que ésta requiere otras relaciones sociales para ser realmente explotada con arreglo a su naturaleza. La producción capitalista sólo se lanza a la tierra después de haber agotado su fuerza y de haber asolado sus posibilidades naturales” [34].
Como critico de la economía política, Marx observa también la literatura científica en ámbitos limítrofes. En cuanto al aspecto negativo de la condición natural socialmente determinada, él debe al investigador versátil Carl Nikolaus Fraas valiosos estímulos, principalmente por su estudio Klima und Pflanzenwelt in der Zeit, ein Beitrag zur Geschichte beider [Clima y flora en el tiempo, una contribución a la historia de ambos] (Landshut, 1847), cuya lectura recomienda a Engels en una carta, fechada  en primavera de 1868. Fraas, se dice ahí, demuestra
“que el clima y la flora cambian en la época  histórica. Este autor es darwinista antes de Darwin y hace que las mismas especies nazcan en el tiempo histórico. Pero es, al mismo tiempo, agrónomo. Afirma que, con el cultivo (o, en su caso, con  el desarrollo de éste) se pierde la ‘humedad’ que tanto gusta a los campesinos (de ahí también que  las plantas emigren del Sur al Norte), hasta que por último surge la formación de estepas. El primer resultado del cultivo es útil y a la postre devastador por la deforestación, etc. […] En resumen, el cultivo, si está avanzando de una manera [aparentemente] ‘natural’, [naturwüchsig] y no conscientemente dominado (naturalmente que como burgués no llega a ello), deja tras sí los desiertos: Persia, Mesopotamia,  etc., Grecia. Por tanto, también a su vez, ¡una tendencia socialista inconsciente!” [35].
Está relacionado con ello la “destrucción de los bosques” [36] de la que habla Marx, estimulado  probablemente por Fraas, en el tomo II de El Capital: 
“El prolongado tiempo de producción (que incluye una extensión relativamente pequeña de tiempo de trabajo), y en consecuencia, la gran extensión de sus períodos de rotación, hacen que la forestación no resulte propicia como ramo de explotación privado y por ende capitalista; un ramo capitalista de explotación es esencialmente una empresa privada, aun cuando aparezca el capitalista asociado en lugar del capitalista individual. El desarrollo  de la civilización y de la industria en general se ha mostrado tan activo desde tiempos inmemoriales en la destrucción de los bosques, que, frente a ello, todo lo que ha hecho en sentido inverso  para la conservación y producción de los mismos es en rigor una magnitud evanescente” [37].
También las comprensiones ecológicas de Engels presuponen la lectura del libro de Fraas; conciernen en primer lugar a los problemas que se generan con la progresiva industrialización de las  zonas rurales. Al respecto, se lee en el Anti-Dühring: 
“La existencia de agua relativamente pura es la primera exigencia de la máquina de vapor y el requisito fundamental de casi todas las ramas de explotación  de la gran industria. Pero la ciudad fabril convierte casi toda el agua en una apestosa charca de estercolero. Así pues, por mucho que la concentración urbana sea una condición fundamental de la producción capitalista, todo capitalista industrial aislado aspira siempre a escapar de las grandes ciudades engendradas por ella y a huir a la explotación rural. Este proceso puede estudiarse en  detalle en los distritos de la industria textil de Lancashire y Yorkshire; la industria capitalista hace brotar constantemente allí nuevas y grandes ciudades, al desplazarse constantemente de la ciudad al campo” [38].
Como Marx, en el tomo I de El Capital, Engels ve en ello un “ciclo defectuoso”, que, según su convicción, solamente podría eliminarse a través de la “supresión” del “carácter capitalista” [39] de la industria. Únicamente una sociedad organizada con economía planificada estaría en condiciones de distribuir geográficamente los lugares industriales, de manera que se conserven los “elementos de  producción” [40] como la tierra, el agua y el aire. La actual contaminación únicamente podría eliminarse a través de la “fusión de la ciudad y el campo” [41].

En la Dialéctica de la naturaleza Engels revela la relación interna entre el modo de producción burgués (y su expresión en las ciencias sociales, la economía clásica), por un lado y aquella praxis (e ideología) imperial, por otro lado, para la cual la naturaleza siempre se ve reducida a ser un mero sustrato para la intervención explotadora.
“Lo mismo frente a la naturaleza que frente a la sociedad”, subraya Engels, “sólo interesa de modo predominante, en el régimen de producción actual, el efecto inmediato y más tangible; y, encima, todavía produce extrañeza el que las repercusiones más lejanas de los actos dirigidos a conseguir ese efecto inmediato sean muy otras y, en la mayor parte de los casos, completamente opuestas” [42].
No faltarán –a largo plazo– contratiempos en donde se trate únicamente de “sacarle un rendimiento directo e inmediato al trabajo” [43]. Los triunfos de la dominación de la naturaleza se evidencian como victorias pírricas. A ello se refiere Engels insistentemente: 
“No debemos […] lisonjearnos demasiado de nuestras victorias humanas sobre la naturaleza. Esta se venga de nosotros por cada una de la derrotas que le inferimos. Es cierto que todas ellas se traducen principalmente en los resultados previstos y calculados, pero acarrean, además, otros imprevistos, con los que no contábamos y que, no pocas veces, contrarrestan los primeros. Quienes desmontaron los bosques de Mesopotamia, Grecia, el Asia Menor y otras regiones para obtener tierras roturables no soñaban con que, al hacerlo, echaban las bases para el estado de desolación en que actualmente se hallan dichos países, ya que, al talar los bosques, acababan con los centros de condensación y almacenamiento de la humedad. Los italianos de los Alpes que destrozaron en la vertiente meridional los bosques de pinos tan bien cuidados en la vertiente septentrional no sospechaban que, con ello, mataban de raíz la industria lechera de sus valles, y aún menos podían sospechar que, al proceder así privaban a sus arroyos de montaña de agua durante la mayor parte del año, para que en la época de lluvias se precipitasen sobre la llanura convertidos en turbulentos ríos” [44].
Engels no abriga ninguna ilusión respecto al tiempo y esfuerzo que costará quitar la carga hereditaria civilizadora de la historia hasta nuestros días [45]. Pero supone que la comprensión científica en un futuro logrará no sólo reconocer a tiempo, sino también dominar, las “repercusiones próximas y remotas de nuestras injerencias en […] [la] marcha normal [de la naturaleza]” [46]. Opina que, ciertamente, sólo “una larga y a veces dura experiencia […] nos va enseñando […] a ver claro acerca de las consecuencias sociales indirectas y lejanas de nuestra actividad productiva” [47]. El sólo conocimiento –de ello está Engels seguro– no será suficiente para “dominar […] y regular” los efectos secundarios no deseados de la dominación de la naturaleza [48]. Para ello hace falta “transformar totalmente el régimen de producción vigente hasta ahora y, con él, todo nuestro orden social presente” [49].

Como queda claro con las posiciones citadas, Marx y Engels tienen la misma conciencia respecto a la gravedad del problema ecológico y de las medidas prácticas para su solución. Como materialistas parten del hecho de que el Ser social, en el que viven los humanos, está incrustado en el Ser universal de la naturaleza; cuya existencia les está encomendada conservar, so pena de su propio hundimiento. “Desde el punto de vista de una formación económico-social superior”, advierte Marx,
“la propiedad privada del planeta en manos de individuos aislados parecerá tan absurda como la propiedad privada de un hombre en manos de otro hombre. Ni siquiera toda una sociedad, una nación o, es más, todas las sociedades contemporáneas reunidas, son propietarias de la tierra. Sólo son sus poseedoras, sus usufructuarias, y deben legarla mejorada, como boni patres familias, a las generaciones venideras” [50].


IV

Teniendo en cuenta el estado de la problemática, radicalmente modificada desde la redacción del libro, al autor le parece conveniente reflexionar nuevamente alrededor del enfoque filosófico, que sirvió de base a su exposición del concepto de naturaleza en Marx en ese entonces. La tesis de doctorado estaba comprometida con el espíritu de la antigua Escuela de Frankfurt, en la medida en que tendía a hacer valer íntegramente (en contraposición a los objetivismos inmediatos de la ideología stalinista) la herencia idealista-alemana en Marx. El autor intentaba por ello evidenciar el  materialismo “práctico-crítico” de las Tesis sobre Feuerbach y de La Ideología alemana [51], también en las obras económicas –consultadas expresamente. De allí la tendencia del escrito a discutir la relación humana con la naturaleza y con el mundo, casi sin excepción, desde la perspectiva del esquema sujeto-objeto de una teoría del conocimiento y del trabajo [52]. De ahí resulta una asimetría –que se  hace patente sobre todo hoy en día. Aunque la otra parte de la comprensión marxiana de la realidad, que es igualmente justificada, se tematiza [53], sin embargo su peso objetivo no se acentúa debidamente. No obstante que sigue siendo verdad que el 
“mundo sensible […] no es algo directamente dado desde toda una eternidad y constantemente igual a sí mismo, sino el producto de la industria y del estado social, en el sentido de que es un producto histórico” [54], 
queda al mismo tiempo bien fundado, viceversa, el concebir el “desarrollo de la formación económico-social” como un “proceso de historia  natural” [55].

El hecho de que, en el sentido del Capítulo II, toda “mediación social de la naturaleza” presupone “la mediación natural en la sociedad” es tal vez apenas hoy expresable con plena conciencia de las implicaciones. A “cada paso”, dice Engels en la Dialéctica de la naturaleza,
“todo nos recuerda […] que el hombre no domina, ni mucho menos, la naturaleza a la manera como un conquistador domina un pueblo extranjero, es decir, como alguien que es ajeno a la naturaleza, sino que formamos parte de ella con nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro, que nos hallamos dentro de ella y  que todo nuestro dominio sobre la naturaleza […] consiste en la posibilidad de llegar a conocer sus leyes y de saber aplicarlas acertadamente” [56]. 
Por eso hay que cuidarnos de la ilusión de que la humanidad se elevaría en el socialismo de manera soberana sobre la naturaleza. Su dominio, por grande que sea, observa Max Adler, no elimina “la dependencia de los fenómenos sociales respecto de la naturaleza” [57], simplemente varía la forma de imponerse. Ciertamente se “mueve” la “influencia de la naturaleza” en el transcurso de la historia. 
“Pero esta modificación no significa un acabarse, ni siquiera una disminución de la dependencia del hombre con respecto a los factores naturales. Al contrario, precisamente Marx ha señalado que con el desarrollo progresivo del dominio de las fuerzas de  la naturaleza crece, en cierto modo, la amplitud del contacto del hombre con la naturaleza, y él mismo, en su dominio sobre la naturaleza, termina dependiendo más de ella” [58].
Sin embargo, el ser humano logró imprimir su marca en la tierra. Marx se sabe a la altura del progreso de la historia mundial cuando observa, en la Crítica del programa de Gotha, que el trabajo sólo llega a ser “fuente de riqueza” en cuanto
“el hombre se sitúa de antemano como propietario frente a la naturaleza, primera fuente de todos los medios y objetos de trabajo, y la trata como posesión suya” [59].
Conforme a ello, en el tomo III de El Capital, figura la tierra
“como campo originario de ocupación del trabajo, como reino de las fuerzas naturales, como arsenal preexistente de todos los objetos  de trabajo” [60].
La naturaleza aparece en Marx siempre en el horizonte de formas históricamente cambiantes de su apropiación social [61]. Sobre su propia modalidad solamente se hace constar que, como “sustrato material” de valores de uso, su “existencia (no) se debe […] al concurso humano” [62]. Este estado de cosas –interpretado en el presente libro de una manera materialista– no puede, sin embargo, cambiar nada del antropocentrismo inherente a la concepción marxiana de la naturaleza, en la que  se refleja el papel del sujeto moderno, transformador del mundo [63].

En la medida en que el autor destacó la función “constitutiva del mundo” de la praxis histórica, esperaba corresponder con ello a la autocomprensión de Marx. Esto último, por cierto, se ha mostrado mientras tanto como poco consistente. Esto aplica sobre todo para la referencia de la realidad “práctica” en el pensamiento de Marx, la cual se expone en los Manuscritos económico-filosóficos de manera diferente que en la Crítica del programa de Gotha, en donde se congela como un a priori histórico de la apropiación ilimitada de la naturaleza.

Al igual que en el Postscriptum de 1971, también aquí hay que recordar, por lo menos, a Feuerbach, a quien Marx y Engels pasaron por alto demasiado apresuradamente [64]. Lo que ellos objetaban como deficiencia de su “materialismo contemplativo” [65]: el que no toca el Ser de las cosas, se vuelve a descubrir hoy por hoy como una posibilidad de un acceso sin barreras a la naturaleza. Feuerbach confronta en La Esencia del cristianismo la conciencia moderna con la ingenuidad grandiosa de los griegos, cuya relación con el mundo es simultáneamente teórica y estética; 
“pues la percepción teórica es, originariamente, la estética, y la estética es la primera filosofía” [66]. Para los antiguos, “el concepto del mundo […] es el concepto del cosmos, de la gloria, de la divinidad misma” [67].  
Ser humano y mundo se encuentran en armonía. Dice Feuerbach: 
“Para quien la naturaleza es un ser bello, le parece el objeto de sí misma, y para él tiene la causa de su existencia en sí misma”; él asienta como “causa de la naturaleza, una fuerza [que] […] actúa en su percepción sensitiva” [68].
El ser humano de este nivel da libre vuelo solamente a su fantasía. Feuerbach acentúa: 
“Al satisfacerse, deja aquí, a la vez, la naturaleza en paz, […] monta sus cosmogonías poéticas, sólo de elementos naturales” [69].
Por el contrario, en cuanto, como en la modernidad, el ser humano contempla el mundo desde el “punto de vista práctico”, hasta elevarlo a un punto de vista teórico, 
“allí, éste vive en discordia  con la naturaleza, convirtiéndola en la más humilde sierva de sus intereses egoísticos, de su  egoísmo práctico” [70].
Claro está que el recurso de Feuerbach a la concepción del mundo pretécnica-mítica de los griegos no es un mero destello de nostalgias románticas. Feuerbach evoca la posibilidad, obstaculizada ya en su tiempo múltiples veces, de experimentar a la naturaleza, no sólo como objeto de la ciencia o materia prima, sino “estéticamente” en el sentido sensorial-receptivo y artístico. La praxis que apropia debería de otorgar expresión y habla a las cosas. Pero para eso hace falta contar con un principio filosófico, que esté por encima de la separación de ser humano y naturaleza, fijada en el esquema sujeto-objeto del proceso de trabajo y del proceso de conocimiento. Habría que partir de la totalidad natural [Naturganze] (y el origen natural del ser humano [Naturentsprungenheit des Menschen]). Justamente en ello estriba según Marx “el pensamiento de juventud sincero” [71] de Schelling. En el Primer esbozo de un sistema de filosofía natural, de 1799, se reconoce a la naturaleza “realidad  absoluta”: “autonomía” y “autarquía”. La naturaleza, dice Schelling, es “un Todo organizado de sí  mismo y organizándose a sí mismo” [72].

Heurísticamente es utilizable también la tesis de Engels de la naturaleza como “conjunto integral” [73] como sistema ricamente subdividido en sí, de interacciones recíprocas universales. Dentro de este sistema que se presenta en autoconstitución [Selbstgegebenheit] originaria, el intercambio de ser humano y naturaleza mediado por la producción material, constituye solamente una de las innumerables  interacciones. Así, el hasta hoy vigente modo de pensar orientado a la praxis e historia humanas no se anula pero sí se relativiza. El materialismo histórico-dialéctico se amplia al “materialismo ecológico” [74]; éste capta que la dialéctica de fuerzas productivas y relaciones de producción está envuelta y sustentada por una dialéctica elemental de tierra y ser humano, las ahistóricas condiciones previas de toda historia. Con ello se comprueba la idea de que el mundo constituye una unidad material. Mucho se ganaría si la humanidad, renunciando a un crecimiento ilimitado, pudiera  prepararse para vivir venideramente en mejor armonía con el sistema de la naturaleza [75].

________________________

Notas:

[31] Marx se refiere en este contexto (véase: ibíd., p. 612) a Justus von Liebig, cuyo libro Die Chemie in ihrer Anwendung auf Agrikultur und Physiologie [La química en su aplicación a agricultura y fisiología] (7ª ed, 1862) pondera por haber analizado “desde el punto de vista de las ciencias naturales el aspecto negativo de la agricultura moderna”. Véase para ello también: FESTSCHER, I (1985). Op. cit., p. 137.

[32] MARX, K (1975). El Capital. Tomo I, vol. 2, Op. cit., pp. 612 – 613 (cursivas de Marx). Véase para ello también las Teorías sobre la plusvalía, donde se dice lapidariamente: “En la producción de la riqueza, sólo se da anticipación del futuro –anticipación real– en lo que se refiere al obrero y a la tierra. En ambos [casos] es posible anticipar realmente el futuro y asolarlo intensificando prematuramente el esfuerzo hasta el agotamiento, rompiendo el equilibrio entre lo que se da y lo que se recibe. Ambas cosas ocurren en la producción capitalista” (MARX, K (1989). “Teorías sobre la plusvalía III”. Tomo IV de El Capital, trad. de Wenceslao Roces: Tomo 14 de MARX, K & ENGELS, F (1989). Obras Fundamentales, México, DF, Fondo de Cultura Económica, p. 274 [Los corchetes dentro de la cita son de Wenceslao Roces]).

[35] MARX, K (1986). “Carta a Engels del 25 de marzo de 1868”, In: ENGELS, F (1986). Obras filosóficas. Trad. Cast., de Wenceslao Roces (tomo 18 de MARX, K & ENGELS, F (1986). Obras fundamentales). México, DF, Fondo de Cultura Económica, pp. 681-682. [La palabra alemana “Steppenbildung”, que significa “formación de estepas” está traducida erróneamente por Wenceslao Roces como “cultivo estepario”. La penúltima frase de la cita está incompleta, en su traducción, por ello la tradujimos de nuevo.]

[47] Ibíd., p. 421. Con respecto a la posibilidad, examinada por Engels, de controlar completamente en un futuro también la dominación de la naturaleza, marxistas posteriores, como Max Adler, se han expresado con razón escepticamente. Adler previene de “caer en la glorificación habitual e inconsiderada del progreso técnico, como lo ama el mundo burgués para su elogio y justificación”. Queda por contemplar “que no solamente sigue siempre existiendo la posibilidad de una penetración de la naturaleza no dominada en el sistema de los efectos regulados e intencionados de la naturaleza, sino que ahí donde tiene éxito [la penetración] provoca, precisamente por la dominación de la naturaleza más grande, pero momentáneamente quebrada, unas consecuencias considerablemente más grandes, y aún a veces catastróficas.” (ADLER, M (1964). Natur und Gesellschaft. Soziologie des Marxismus 2, Wien, 1964, p. 81 y 83).

[53] Más explícitamente aún en el párrafo B) del capítulo II, en donde discute el autor el “intercambio orgánico entre hombre y naturaleza” y con ello habla también de su conexión con las interacciones complejas del todo natural [Naturganzes].

[61] Martin Heidegger ha interpretado el materialismo marxiano en su “Carta sobre el humanismo” como expresión de una experiencia de la historia mundial y la ha defendido en contra de “refutaciones baratas”. “La esencia del materialismo” acentúa Heidegger, “no consiste en la afirmación de que todo sea meramente materia, más bien en una determinación metafísica según la cual todo lo existente aparece como material del trabajo. La esencia moderna-metafísica del trabajo está prefigurado en la Fenomenología del Espíritu de Hegel como proceso autorregulado de la producción absoluta, esto es objetivación de lo real por el hombre, experimentado como sujetividad. La esencia del materialismo se esconde en la esencia de la técnica.” (HEIDEGGER,M(1954). Platons Lehre von der Wahrheit. Mit einem Brief über den “Humanismus”, Bern, (2ª ed.), pp. 87-88. Versión española: Martin Heidegger, Carta sobre el humanismo. Madrid, 1970: Taurus (3ª ed.).

[74] Este concepto fue introducido por el libro de AMERY, C(1976). Natur als Politik. Die ökologische Chance des Menschen [La Naturaleza como política. La oportunidad ecológica del ser humano], Reinbeck bei Hamburg, a la discusión científica y política (cf. p. 17 ss.). –El materialismo marxista, declara Amery, es inconsecuente, en que se ha orientado en las “directrices de la economía [Leitvorstellungen der Ökonomie]”, las cuales hay que subordinar “teórica y prácticamente” a las “directrices de la ecología [Leitvorstellungen der Ökologie]” (p. 184). –De ello se infiere que Amery recomienda, con respecto a las esperanzas utópicas del marxismo tradicional, importantes reducciones. Amery formula la “perspectiva del materialismo consecuente” de la siguiente manera: “Reconciliación con la tierra: esto es la necesidad a partir de la cual se origina y actúa el materialismo consecuente. Ni fin de la enajenación, ni abundancia de los bienes para el hombre puede ser su meta, sino primero y sobre todo un orden futuro cual se desprende del respecto ante toda materia, también la no-humana. Por cierto, siempre es válida la frase Marxiana que la naturaleza le está mediada al hombre y también la influencia del hombre sobre la naturaleza (el conocido ‘metabolismo’) se realiza de manera social. Pero ello todavía no expresa nada sobre las tareas que se propone la sociedad como intermediadora” (p. 166).

No hay comentarios:

Publicar un comentario