lunes, 5 de septiembre de 2016

Merendarse el futuro

Omnipresencia del (omni)presente.

Paradójica es la percepción del tiempo a que nos condena la finitud. Adentrarse en el futuro es tener la certeza de la desaparición. Lo que inquieta no es esa certeza, sino la proximidad mayor o menor. No es lo mismo imaginar que puedo morir dentro de un año que la seguridad de que no viviré dentro de cien. Ni preocupa lo mismo la desaparición de la vida humana dentro de... ¿miles, millones de años? que planteársela dentro de diez. Así que la perspectiva temporal acrecienta lo próximo y quita importancia a lo que parece lejano.

Cualquier cosa que no sea inmediata cede ante consideraciones urgentes, aunque sean de una importancia mucho menor.

Los padres se desviven por sus hijos, y los abuelos adoran a sus nietos, pero ese interés se difumina en el tiempo mucho más de lo que ellos mismos admitirán. Por eso es necesario, además de conocer los riesgos futuros (ya casi inmediatos) a que nos enfrentamos, hacer un ejercicio serio de disciplina mental para corregir los errores de paralaje que nos devalúan lo aparentemente lejano.

Esta pincelada de Jorge Riechmann alerta sobre esta pérdida de visión en profundidad del futuro, que lleva a tragarse literalmente el de las próximas generaciones. Si en el pasado los hijos solían dilapidar el patrimonio de los padres, ahora somos los padres quienes devoramos el de nuestros hijos.


Uno de los aspectos más problemáticos e impresionantes de la cultura dominante, que hoy prevalece a escala global, es la ruptura del contrato intergeneracional. En ninguna otra sociedad, a lo largo de esa historia de Homo sapiens que dura más de ciento cincuenta mil años, ha existido este canibalismo de la generación actual respecto a la de los hijos, los nietos y más allá. Se trata de una “dictadura del presente a costa del futuro”, sobre la que insiste, con razón, Harald Welzer: “La cultura del TODO SIEMPRE consume el futuro de quienes han tenido la mala suerte de nacer después que usted”. [1] Sin duda que esto tiene que ver con el proceso de individualización anómica que caracteriza a la Modernidad euro-occidental y con el desarrollo de una estructura productivista-consumista con rasgos totalitarios: pero saberlo no hace que disminuya la gravedad del problema.

¿No sería posible apelar al amor maternal y paternal para frenar la destrucción del mundo? Si hubo por ejemplo un movimiento de Madres Contra la Droga que se rebelaba contra el futuro carcomido que se estaba preparando para los hijos e hijas, ¿no cabría hoy impulsar un movimiento de Madres y Padres Contra el Apocalipsis Climático y la Devastación Ecológico-Social? ¿Qué sentido tiene que todos esos seres humanos que se reproducen hagan toda clase de sacrificios para proporcionar a sus vástagos la mejor educación posible, y al mismo tiempo sean tan ciegos a cómo estamos minando la base natural de cualquier posibilidad de vida buena –e incluso e vida a secas- para las generaciones venideras?
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[1] Harald Welzer, Selbst denken –Eine Anleitung zum Widerstand, Fischer, Francfort del Meno 2013, p. 131 y 53. Ver también p. 21 y ss.

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