sábado, 10 de septiembre de 2016

Temporalidad y pre-ocupación

Hasta aquí hemos llegado. La vivencia del tiempo como presente con valor en sí mismo es sustituida por un presente hipotecado por la necesidad de asegurar el futuro, un futuro que, cuando llegue, también se dedicará a asegurar otro presente venidero, aún más alejado, más futuro. Todo en un ciclo interminable. ¿Interminable?

Tal vez sea equívoco y difícil de interpretar este juego de palabras, porque el futuro solo "será" cuando se haya convertido en presente. El conflicto entre el presente que es al enfrentarse al que será. 

Pero ese futuro que nos pre-ocupa está determinado por un juego presente de interacciones sociales que limitan extraordinariamente nuestra capacidad individual para afrontarlo. Ese juego existe en un contexto de mercado capitalista que necesita, para subsistir, acelerar continuamente su ciclo reproductivo. Porque de su rotación depende la revalorización del capital, que sólo acude allí donde esa rotación es más rápida.

Alberto Quiñónez, miembro del Colectivo de Estudios de Pensamiento Crítico (CEPC), describe aquí este ciclo que sólo conduce a la desvalorización de todos los valores.



Rebelión

El ser humano está, casi por naturaleza, abocado hacia el tiempo. En el tiempo se construye. Sólo por el tiempo es. Pero la percepción del tiempo está inscrita ya fuera del marco eminentemente natural. Dicha percepción opera en el plano específicamente humano, en el plano de la historia y la cultura. La percepción del tiempo deviene de una actividad que, siendo necesaria, presupone una condición humana de enajenación. Por eso aparece cuando en el ser humano surge la preocupación por su vida. Un pulso vital amenazado impele a pensar en el tiempo como ámbito de despliegue de la actividad práctica que puede preservar la vida.

En el presente ensayo nos proponemos abordar el problema del tiempo desde la concreción de la actividad práctica del ser humano encaminada a su sobrevivencia, haciendo particular hincapié en las condiciones actuales de existencia. Esas condiciones las caracterizamos como la generalización del régimen de trabajo abstracto, cuyo culmen se ha alcanzado históricamente con la constitución del capitalismo como modo de producción hegemónico a escala planetaria. 

La preocupación y el trabajo abstracto

La preocupación es casi un atributo ontológico del ser humano. Está presente en él desde los albores de la historia. La preocupación contiene al tiempo, siendo de esta forma el motivo que hace aparecer la dimensión temporal en el pensamiento humano y en toda su actividad práctica. Pero la preocupación aparece motivada por la actividad práctico-utilitaria del ser humano, es decir, en el enfrentamiento real del sujeto con el mundo. Entre la preocupación y la actividad práctica existe una vía de doble determinación, pues aquella supone el presupuesto sobre el cual la actividad práctica es realizada, mientras que ésta condiciona la asimilación de la preocupación como condición histórica. Tal relación atraviesa toda la historia y se mantiene hasta hoy. 

En general, la preocupación aparece cuando el ser humano se ve abocado a una lucha de sobrevivencia que debe prolongarse más allá de su momento presente. Es una pre-ocupación del futuro. En este sentido, no puede hablarse de la preocupación como sólo un estado emocional, ni como un estado intelectivo aislado. Más bien, la preocupación es un eje transversal constitutivo de la vida humana en su fase específicamente humana, histórica. Esto significa que son las condiciones del desenvolvimiento humano las que determinan el aparecimiento de la preocupación en la vida humana misma. Concretamente, la preocupación aparece cuando el sujeto carece de las posibilidades generales para garantizar el mantenimiento de su vida en el presente y su prolongación en el futuro; lo cual remite a la insuficiencia material generalizada en el marco de un desarrollo incipiente de las fuerzas productivas de la humanidad o, lo cual parecería más determinante, al aparecimiento y generalización de las condiciones del régimen del trabajo enajenado o, en otras palabras, la sustitución del trabajo concreto por el trabajo abstracto

Esta generalización del trabajo abstracto es característica de los sistemas de producción cuya vocación mercantil y cuyo grado de división social del trabajo han eliminado las posibilidades de sobrevivencia del individuo si no es a través de la constitución de los productos de su trabajo como valores o, en el extremo de esta configuración, en la constitución de su fuerza de trabajo como mercancía

En este sentido, la preocupación expresa una característica cuasi ontológica en el sentido de que es una característica de la vida humana civilizada que opera trans-históricamente pero que opera como una norma cosificatoria de la actividad humana. La preocupación determina la inclusión del tiempo en la actividad del ser humano, ya sea en tanto presupuesto práctico del presente como en las posibilidades de proyección hacia el futuro; pero en tanto que expresa la situación enajenada del sujeto, la preocupación tuerce la actividad cotidiana y la proyección futúrica hacia un vaciamiento del momento presente y una pre-ocupación del mañana

En tal sentido, la pre-ocupación del mañana cercena al sujeto de las posibilidades de realizarse en el presente y, más aún, de construir su futuro en y desde el momento presente. De esta forma, la transformación liberadora del mundo se pospone indefinidamente bajo el peso de la pre-ocupación, el transcurrir del tiempo en tanto vivencia del sujeto se vuelve un eterno presente que opera homogeneizando el presente y el futuro. La historia no existe. El trabajo como ente creador del sujeto humano se vuelve una actividad enajenante, negando así el carácter realizador del trabajo como fuente de ideación y construcción efectiva del futuro. 

La pre-ocupación del futuro anula el peso de la historia pasada en la constitución presente del sujeto. El pasado es negado en tanto peso muerto para la garantía de la vida en el presente continuo que se prolonga hasta el mañana. Con ello se niega no sólo la ontogénesis del ser humano como ser práxico e histórico, sino que niega en la personalidad del sujeto las pulsiones originarias cuya represión determina el origen del desenvolvimiento civilizatorio. La enajenación del trabajo reditúa en una espiral en la que dichas pulsiones son cada vez sujetas a mayor represión. La velocidad de la vida productiva y consuntiva, como se dirá más adelante, tiene a la base esa administración negativa de las pulsiones humanas, la cual tiende a generalizarse e institucionalizarse en el marco de las relaciones sociales de producción de carácter capitalista. 

Política capitalista del tiempo: rotación y acumulación del capital 
 
La generalización de condiciones de vida de carácter capitalista a nivel mundial, esto es, la generalización de un modo de reproducción de la vida material cuya base es el régimen de trabajo abstracto, se configura no como un hecho aislado sino como una condición sistémica. En otras palabras, se establece una tendencia de correspondencia entre el régimen de trabajo abstracto y las dinámicas sociales y políticas. La vivencia del tiempo depende de las formas históricas en que cohabitan e interaccionan en la subjetividad las formas de reproducción económica, social y política. Además, la política no es sólo el ejercicio en el marco de las instituciones estatales, sino algo que permea todo ámbito del quehacer humano. Por ello, la forma en que el régimen del trabajo abstracto incide en la determinación de la vivencia del tiempo es un ejercicio del poder que coadyuva a la dominación del ser humano. El condicionamiento capitalista de la percepción y vivencia del tiempo es, por tanto, una política capitalista del tiempo

En el marco de relaciones sociales de carácter capitalista, la medida social del tiempo se determina por el ciclo de rotación del capital [1].  Dicho ciclo está constituido a grandes rasgos por tres momentos
a) la existencia del capital como dinero, aun cuando el dinero en sí mismo sólo actualice su carácter de capital en una relación de intercambio que le permita valorizarse;
b) la metamorfosis del dinero, cuyo sustituto es la masa de la producción como valores de uso que encarnan valores y no sólo utilidades; y,
c) la metamorfosis de la producción en tanto que mercancías en su equivalente general que es el dinero.
El ciclo comienza y termina en una forma determinada del valor, pudiendo ser ésta la forma mercancía o la forma dinero; pero en el plano de la producción capitalista lo realmente sustantivo es que sea predominante la forma dinero pues permite, en tanto que equivalente general, la perdurabilidad del proceso de acumulación. Lo que diferencia al primer y al último momento del ciclo es una diferencia cuantitativa, pues el valor de uso que encarna ambos momentos es el equivalente general, el dinero, y no las expresiones concretas de las mercancías en tanto valores de uso [2]. 

La velocidad de rotación del capital, es decir el desarrollo completo del ciclo del capital o frecuencia de regreso del capital a una forma valórica específica, se encuentra en función de la composición orgánica del capital que es el vínculo tecno-económico que relaciona capital fijo y capital variable o trabajo muerto y trabajo vivo, visto en el ámbito de realización de la fuerza de trabajo como valor de uso. La velocidad de rotación incide sobre el volumen de plusvalor que reditúa el proceso de acumulación del capital, por eso los procesos de tecnificación de la producción y la circulación del capital apuntan a intensificar el ritmo de la explotación de la fuerza de trabajo o, dicho de otra forma, incentiva la forma relativa de la extracción del plusvalor [3].

El aumento de la velocidad de rotación del capital influye y determina las pautas de vivencia del tiempo como experiencias del sujeto. La vida o, lo que quizás sería más exacto, la realización del valor de uso de la fuerza de trabajo, debe adaptarse a la pauta de la rotación del capital y del capitalismo en su conjunto. De este modo, se da una subsunción de la fuerza de trabajo cuya principal forma de aparecer es la regulación del tiempo. Esta, a su vez, se realiza como una dominación a través del mercado y de las instituciones del Estado. La dinámica económica copa el ejercicio del poder y marca la pauta de la dominación como dominación de la vivencia del tiempo y en el tiempo (aunque no es el único ámbito en que dicha dominación opera). 

El capital ejerce así una política del tiempo: un ejercicio de dominación sobre la percepción del plano temporal que tiene el sujeto. La opresión se expresa en el condicionamiento de las pautas de vida de este sujeto, tanto a nivel productivo como consuntivo. Las frecuencias y las intensidades de las actividades en estos dos ámbitos se multiplican en función de la acumulación capitalista. La velocidad de la vida, que en plano de la valorización del capital no es sino la velocidad de usufructo de la fuerza de trabajo, tiende a aumentar. La base tecno-económica que lo permite se adapta para facilitar el uso de la fuerza de trabajo en tanto mercancía en los procesos de producción, circulación y realización del plusvalor: mejoran los medios de transporte y comunicación, se potencia el trabajo a destajo, disminuye el tiempo de cualificación de la fuerza de trabajo en áreas consustanciales a la acumulación capitalista, se supeditan a la razón instrumental las posibilidades del pensamiento crítico. La historia se detiene: es un presente continuo. 

La subversión de la historia 
 
La historia es el espacio en que coincide la existencia objetiva del tiempo, en tanto desenvolvimiento de eventos sucesivos, con la vivencia subjetiva del tiempo, esto es, como percepción del tiempo por parte del individuo. Si la raíz de la historia coincide con la existencia del ser humano como sujeto de y en la preocupación, la trascendencia del sujeto sólo puede hacerse a costa de la subversión de los principios ontológicos de la historia. Pero el ser humano carece de la posibilidad de modificar o intervenir la existencia real del tiempo; el carácter sucesivo de los procesos de la realidad, ya sean naturales o sociales, no puede ser transformado todavía. El carácter de la realidad es eminentemente procesual. La parte cambiable del binomio histórico es la que atañe al carácter de las vivencias del tiempo, a la forma de la introyección subjetiva del transcurrir objetivo del tiempo. 

La historia constituida sobre los cimientos del trabajo enajenado y, por tanto, de la preocupación como principio regulador de la percepción subjetiva del tiempo, está en contra de la humanización misma del ser humano. Una humanización que no está en función de una naturaleza humana predefinida, sino como una posibilidad abierta de realización que por el mismo carácter gregario inherente del ser humano exige diversos niveles de sociabilidad. Por tanto, la tarea de emancipación humana exige una subversión en los criterios que dan cuenta de la historia. En esa tarea va inmersa la superación del régimen del trabajo abstracto y, con ello, la eliminación de la preocupación como ocupación previa fetichizada del futuro. La subversión de la historia es en esencia una subversión de la perceptiva humana del tiempo. Actualmente, la determinación económica del tiempo hace de la rotación del capital el criterio de velocidad sobre el cual se construye la vida humana, individual y colectivamente. Es ineludible, de cara a la aspiración de humanización del ser humano, la ruptura de esa velocidad y de las fuerzas centrífugas que la mantienen a costa de la vida humana; pero ese es un juego político: la lucha del poder contra el tiempo hiriente del capital. 

Bibliografía
  • Benjamin, W. “Sobre el concepto de historia”. En: Conceptos de filosofía de la historia. Terramar ediciones. Buenos Aires, Argentina. 2007. Págs. 65 – 76.
  • Hegel, F. Filosofía de la historia. Editorial Claridad. Buenos Aires, Argentina. 2008.
  • Kosik, K. Dialéctica de lo concreto. Grijalbo. México. 1976.
  • Marx, K. El capital. Fondo de cultura económica. México. 1958.
  • Marx, K. Los manuscritos de 1844. UCA Editores. San Salvador, El Salvador. 1987.
Notas: 

 1  Incluso en la economía política el criterio de demarcación entre el corto y el largo plazo es la existencia de una dotación fija de factores de producción. Este criterio no sólo rige para el ámbito de valorización del capital en sentido estricto, sino también para el ámbito del Estado o el marco de valorización en sentido general

 2  El ciclo es descrito por Marx como D – M – D’, en donde la diferencia entre D y D’, ΔD, es la materialización monetaria de la masa de ganancia. La virtual eliminación del eslabón de la mercancía es también la eliminación del contenedor material del valor de uso y con ello del hecho humano presente en la actividad económica. Al eliminar el punto de aparecimiento del valor de uso, también se esconde el hecho inexcusable que permite la constitución de los valores de uso como valores: la utilización de la fuerza de trabajo como fuerza creadora del valor. 

 3  No entraremos a la discusión de la dinámica que opera en el corto plazo entre la composición orgánica del capital y la cuota de ganancia; pues el aumento de la rotación del capital con base en la tecnificación, es decir, debida al aumento de la composición orgánica, detiene el aumento de la cuota de ganancia. Pero dado que la cuota de plusvalía aumenta como resultado del aumento de la masa de plusvalor (o por la disminución relativa del peso del capital variable), el resultado sobre la cuota de ganancia es más bien ambiguo en el plano puramente abstracto. No obstante, la confrontación de las tendencias históricas que presentan las cuotas de valorización y la composición técnica apuntan a validar la tesis marxiana de la disminución secular de la tasa de ganancia y, con ello, el carácter cíclico de las crisis de valorización. 

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