martes, 20 de junio de 2017

Jorge Riechmann y un sabio sabiendo

Entre una desesperanza lúcida que todavía no llega a desesperación y la esperanza voluntariosa de quien quiere "hacer algo" para evitar lo peor se mueve el discurso de Jorge Riechmann.

La versión más escéptica la encontramos aquí, mostrando la futilidad del propósito de la enmienda en unos seres dados permanentemente al olvido de lo pasado:

1918, termina la primera guerra industrial con más de diez millones de muertos. Mucha gente se dice: esto lo cambia todo.
1945, proyecto Manhattan, bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. Mucha gente se dice: esto lo cambia todo.

1972, debate mundial sobre Los límites del crecimiento (el “informe Meadows”). Mucha gente se dice: esto lo cambia todo.


2014, Naomi Klein –estremecida por la dinámica del calentamiento global- nos grita: esto lo cambia todo.
Todo hubiera tenido que cambiar, sí. Hace muchos decenios…

En este otro lugar aunque mantiene la duda sobre la capacidad humana de aprendizaje cuando no apetece aprender, apunta una medida radical de emergencia, que cada vez más gente está percibiendo, si bien (si mal) entre nosotros los humanos sea más sencillo refugiarse en un (¿cómodo? ¿de veras?) "no me amargue usted el día".


No hay otra salida a la crisis ecológico-social que una contracción económica de emergencia
Las compañeras de Opcions me invitan a una colaboración regular con la revista. He dudado bastante antes de aceptar. ¿Por qué? Creo que las reflexiones que puedo aportar contrarían bastante las expectativas que la mayoría de la sociedad alberga sobre el terrible nudo con que hemos atado las cuestiones de producción, consumo, ecología y sustentabilidad. Son verdades (aproximaciones a la verdad) que la sociedad esencialmente no quiere oír. “Usted no se lo cree”, tituló Ferran Puig Vilar su benemérito blog sobre cambio climático. “Usted quizá no quiera leer esta columna”, podría yo acaso titular esta sección.
En una de tantas páginas de publicidad corporativa con que las grandes empresas intentan su greenwashing (lavado de cara verde) lee uno toda esta sarta de imperativos: “Reutiliza y recicla. Cuida el agua. Conecta personas. Apuesta por la innovación. Consume responsablemente. Respeta la biodiversidad. Promueve la eficiencia. Impulsa la investigación. Mueve talento. Usa energía limpia. Fomenta la economía circular. Trabaja en red. Emprende sostenible”, etc. No se trata solo de que el funcionamiento ordinario del capitalismo, sobre todo en la variante de capitalismo clientelista neocaciquil que prevalece en nuestro país, discurra en sentido contrario a toda esta ristra de buenos consejos (y por consiguiente los esfuerzos individuales de muchas personas bienintencionadas choquen contra barreras sistémicas más pronto que tarde). Ocurre además que el paradigma de “desarrollo sostenible” y “capitalismo verde” en el que se sitúan esos imperativos se ha quedado ya muy, muy viejo –en apenas un cuarto de siglo de recorrido.

La extralimitación (overshoot dicen los anglosajones) de nuestras sociedades con respecto a los límites biosféricos ha alcanzado tal magnitud, el sobreconsumo de recursos es tan inmenso, la degradación de la biosfera tan rápida, la velocidad del calentamiento global va aumentando tanto, que hoy no hay otra salida a la crisis ecológico-social que una contracción económica de emergencia. Asunto sobre el cual nuestra sociedad –y usted, probablemente, que me está leyendo– no quiere ni oír hablar.

De esto intentaré hablar en los meses que siguen.

Un amigo y compañero de aventuras, el científico de sistemas Carlos de Castro, concluye la mayoría de sus escritos con esta frase profunda: todo se realimenta. A mí me gustaría conservar ese final, añadiendo: cultivemos la compasión hacia todas las criaturas.
Incluyamos a las criaturas humanas, añado yo, principales culpables (unos muchísimo más que otros), siguiendo la máxima de Concepción Arenal "odia el delito y compadece al delincuente".

Podría pensarse que el buen radicalismo de Riechmann es un maximalismo, pero la urgente llamada de atención tiene que atender también a la real evolución política, y en ese sentido no se puede abandonar el camino porque la meta aún no esté a la vista. Por eso, con ánimo más optimista, recoge un artículo del que entresaco un párrafo:

La verdad que se nos oculta:
Yorgos Mitralias
(...)
Corbyn les es insoportable no porque sea un “bolchevique”, sino simplemente porque no acepta las pretendidas “evidencias” del neoliberalismo. Porque él es la negación viviente -y ganadora (¡!)- del tristemente famoso TINA (There Is No Alternative), su “teoría” de que las políticas de austeridad neoliberales eran inevitables y no había otra alternativa para la humanidad. Y, por supuesto, porque rebate esa idea fija de todos los demás, incluyendo a tres cuartas partes de los diputados de su propio Partido, de que los ciudadanos actuales sienten horror de su Manifiesto “obsoleto”, y que se burlan de sus reclamaciones y utopías “obsoletas” y “poco realistas” en contra de la guerra y del armamento, y en favor de la solidaridad y del internacionalismo de “los de abajo”, por los derechos de los pobres, las minorías y los inmigrantes. El resultado de las elecciones, y la enorme respuesta de los trabajadores y, especialmente, de los jóvenes a la llamada de Corbyn, ha sido como una gran bofetada a esos agoreros y ha demostrado que todo lo que decían no era más que pura propaganda. O, más bien, un intento de lavado de cerebro de las víctimas del capitalismo neoliberal. Es decir, de todos nosotros.
(...)

Ir arrinconando el neoliberalismo es un gran paso para luchar contra este capitalismo (sea verde o de colores) del que aquel es tan solo la última fase. Aunque habrá qe darse prisa...

Y hablando de inmediatez, ahí va esa joya oratoria, de una lucidez digna del mítico primo de Rajoy:



¡Vaya un zabio zabiendo!

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