domingo, 2 de julio de 2017

No sé qué será peor (y II)

Como dije antes, no sé qué puede ser peor, si el fuego o las brasas. Porque si malo es quedarse sin energía no es mejor cocerse a fuego lento.

Por eso, con todas las dificultades que conlleva el agotamiento de las energías fósiles, y sin que ello sirva de consuelo, lo que es un gran problema podría considerarse un alivio si se produce antes de que el calentamiento llegue a niveles irreversibles y fatales para la vida humana.

Naturalmente, la apuesta a que nos enfrentamos no es este juego de fatalidades, sino la lucha contra lo que planean los dueños del mundo, que no ven otra cosa sino su supervivencia como clase. Y a los que acompaña el sentido común de la mayoría, que ve más fácil el fin del mundo que el fin de este capitalismo depredador.

FUHEM Ecosocial publica ahora en castellano el libro del Transnational Institute Cambio climático, S.A., cuyos editores son Nick Buxton y Ben Hayes. Documenta con rigor cómo los ejércitos y las corporaciones, con el consenso de ciertos grupos políticos, buscan hacer del cambio climático un gran negocio del que lucrarse, mientras profundizan la exclusión de los más vulnerables, expuestos a las peores consecuencias. 

El libro nos invita a pensar otros modos de abordar las consecuencias de la crisis climática, respetando los derechos sociales y la sostenibilidad.

Según escribe Santiago Álvarez, director de FUHEM Ecosocial, en el prólogo del libro:
“Este libro lanza la inquietante advertencia de que asistimos a una adaptación militarizada al cambio climático. Los efectos del calentamiento global son contemplados como riesgos políticos y de seguridad nacional desde el prisma exclusivo de los intereses dominantes en cada país. De ahí que la adaptación militarizada al cambio climático no signifique otra cosa que la respuesta a esas amenazas con ejércitos y fuerzas de seguridad privadas con la doble misión de fortificar archipiélagos de prosperidad en medio de océanos de miseria y expulsar de sus hábitats a una fracción de la humanidad calificada de sobrante o prescindible.”

Esta es la grabación completa del acto de presentación del libro. Son interesantes las reflexiones de Nick Buxton, del TNI y Erika González, de OMAL.



Copio parte del prólogo de Susan George:



PRÓLOGO

Susan George

A medida que leo los capítulos de este libro, cuya edición fue encargada a Nick Buxton y Ben Hayes, tengo un molesto sentimiento de déjà vu, o incluso de déjà su [conocido]. No porque los contenidos no sean originales, al contrario: están repletos de novedades, y ofrecen a menudo información aterradora firmada por autores que raramente encuentro cuando trato «mis» temas. Pero todos ellos, cada uno a su manera, enfrentan al lector a una especie de contradicción existencial y a duras elecciones que van a la raíz de quiénes somos individual y colectivamente; quiénes queremos seguir siendo o llegar a ser como —si aún es válido el término— familia humana.

Sabemos que ningún factor es nunca la causa única de un fenómeno complejo, pero, como dicen los militares, el cambio climático es, como mínimo, un «multiplicador de amenazas». Ahora parece ser también un multiplicador de desastres humanos, tanto en frecuencia como en intensidad. La tensión existente entre las amenazas y estos desastres es lo que conecta entre elecciones difíciles y contradicciones.

Un ejemplo: ¿Cómo alguien puede ignorar lo que está pasando a los migrantes, a la gente pobre, a incontables inocentes cuyas vidas se destruyen por inundaciones o erosión, y que sufren de cerca la guerra hasta que su lugar en el mundo se convierte en inhabitable? Pero cómo podríamos no coincidir simultáneamente con el famoso comentario del primer ministro francés Michel Rocard, justificando el endurecimiento de su política de inmigración en 1989: «Francia no puede acoger toda la miseria del mundo».

Veinticinco años después, en junio de 2015, Kos, Kalymnos, Samos, Chios y Lesbos, las islas griegas próximas a la frontera turca, trataban de subsistir a la llegada diaria de unas 3.500 frágiles Zodiac que alcanzaban sus playas cada 48 horas. La Unión Europea, con su norma del primer punto de llegada a Europa, parece considerar que esa Grecia arrasada por la austeridad debe gestionar el cuidado de unas personas que lo han perdido todo. El cambio climático y las cosechas malogradas se reconocen como una de las causas de los enormes flujos de sirios, eritreos y somalíes que, desesperados, huyen también de la guerra y de los conflictos interétnicos y religiosos. La población de las islas griegas oscila entre 10.000 y 33.000 personas, excepto Lesbos (86.000). Pero como primer punto de llegada a la UE, recae sobre ellas el tener que compartir recursos con otras 10.000 que son deportadas cada semana. ¿Es justo? ¿Yo podría afrontarlo? ¿Y tú? Esto está fuera de la vista y la mente de la mayoría de los europeos  1 .

(...)

Entonces, ¿cómo surgió el sentido de déjà vu, déjà su al que me referí al inicio? Me llevó un tiempo darme cuenta de que vino de una narrativa bien documentada, pero de ficción, que escribí en 1999 como contribución al cambio de milenio. Pido al lector que me perdone esta breve incursión en mi propio trabajo. El título del libro era El informe Lugano, y lo denominé una «ficción basada en hechos reales», porque todos los datos procedían de fuentes fiables, pero el contexto y el escenario eran de mi invención. En él, diez expertos de otras tantas disciplinas son contratados por una persona de confianza de un grupo misterioso, pero claramente muy poderoso, para elaborar un informe sobre una cuestión de máxima importancia: «Preservar el capitalismo en el siglo XXI». En su confortable villa en Lugano, los expertos establecen primero el punto de partida de los potenciales factores que amenazan al capitalismo en el siglo XXI. Entre ellos está, naturalmente, el cambio climático. Establecen la ecuación básica I=CxTxP, que significa que Impacto (sobre la Tierra) es igual al Consumo x Tecnología x Población. Dado que el capitalismo es un subsistema que opera dentro —y no fuera o más allá— de una biosfera finita cuya capacidad no puede expandirse, la protección de este sistema natural total y, por consiguiente, su subsistema capitalista económico, depende de: 
1) el número de personas sobre la Tierra; 
2) la cantidad, cualidad y naturaleza de su consumo,
3) la tecnología empleada para producir y distribuir lo que se consume, así como para gestionar los residuos que se generan.
Los expertos habían sido seleccionados en base a sus credenciales como neoliberales en los que confiar, a fin de asegurar que empatizaban con los objetivos del grupo impulsor. Al resolver su ecuación, eliminan la noción de que el consumo puede hacerse más justo de forma significativa, ya sea con transferencias del Norte al Sur, o de los que tienen a los que no tienen. Subrayan que las opciones dictadas por la moral y, más en general, por el comportamiento ético, nunca han sido y nunca serán fenómenos de masas. Entre tanto, las cifras de consumidores nuevos y con más medios está creciendo (por ejemplo, en China), lo que implica un aumento inmediato de la demanda de dos productos: energía y carne. Esto es algo que se ha demostrado sin importar la cultura: la gente más rica invariablemente demanda más a su —nuestro— medio ambiente.

En lo que respecta a la tecnología, aunque puede mejorarse constantemente, no garantiza un menor impacto en el planeta, ya que la ganancia de eficacia se neutraliza continuamente por un mayor número de, por ejemplo, vehículos o aviones. Con estos y otros argumentos, los expertos establecen que la solución a la ecuación depende de forma crucial del factor P. Esto es, la Población, que se concentra mayoritariamente en los países más pobres donde el consumo puede ser menos high-tech, pero cualquier cosa que parezca gratuita, como los árboles o el suelo, será víctima de la deforestación o la erosión. Es más, estas personas tienen por lo general varios hijos e hijas por razones que pueden ser perfectamente válidas para sus circunstancias particulares, pero que no son justificables en lo colectivo.

Estoy sintetizando al máximo argumentos más extensos y totalmente lógicos. El resultado es que Malthus no ha muerto: la población superará la capacidad de los recursos. El sistema capitalista no puede funcionar bien engrasado si coexisten 8.000 millones de personas en el mundo y, dado que estos expertos rechazan explícitamente pertenecer a la casta de los pensadores «cooptados… cuyas vidas dependen principalmente de mantener las ilusiones que la clase (dominante) tiene de sí misma», van directos a las soluciones  2 . Sean cuales sean las suposición que se hayan tomado, estas soluciones no incluyen métodos hitlerianos, que los expertos reunidos en Lugano consideran primitivos y nada sofisticados, al tiempo que costosos e intensivos en recursos. Una reducción sustantiva de la población se puede alcanzar, no obstante, dejando a la naturaleza seguir su curso a través de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis: la Conquista (o Guerra), la Peste, el Hambre y la Muerte.

Y esta es la razón, paciente lector, por el que tengo el inquietante sentimiento de que los políticos neoliberales actuales, los altos ejecutivos corporativos y los estrategas militares, han tomado literalmente las páginas de mi libro como lo cuento aquí. Buscaba hacer una sátira mordaz y distópica con mi obra, y me he dado cuenta de que se está construyendo algo mucho más siniestro, un escenario realista y serio que se documenta a la perfección aquí en Cambio climático, S.A. Cómo el poder [corporativo y militar] está moldeando un mundo de privilegiados y desposeídos ante la crisis climática. Como destacó Marx, los pensadores cooptados actuales, tanto civiles como militares, todavía dicen a las clases dominantes lo que quieren escuchar. Quieren oír que hay cientos de millones, o quizá miles de millones, de personas innecesarias, superfluas, inútiles, non gratas y desechables con las que el planeta no puede permitirse cargar. Por tanto, para mantener el orden, la disciplina y la sociedad humana en un punto manejable, es moralmente permisible cualquier medio que se considere necesario.

El cambio climático es el telón de fondo y la próxima causa de esta ofensiva, al igual que su justificación. Requerirá una racionalización con una nueva retórica conducida por un lenguaje acorde, pero los neoliberales han estado ya adoctrinando a expertos en esos asuntos en innumerables think tanks.

Afortunadamente, podemos contar con que la realidad local del impacto del cambio climático producirá, espontáneamente o con algo de ayuda de sus amigos, conflictos mayoritariamente internos, muchos de los cuales producirán un significativo número de muertes. Florecerán los productores de muros de alta tecnología, barreras, vallas y otros impedimentos al libre movimiento, como lo harán otras ramas de la empresa capitalista: equipamientos de comunicaciones, aparatos de vigilancia o equipos de control de masas. El capitalismo continuará prosperando, al menos hasta que Nueva York se sumerja bajo el océano, y para entonces los actuales políticos ya no estarán en ejercicio. Con muchos destinos internacionales fuera del espacio seguro, el turismo interno crecerá. La Fortaleza Estado lucirá sus encantos para muchos. La gente se sentirá, por el momento, a salvo.

Naturalmente, los ciudadanos de los países del Norte sufrirán parte del impacto, pero solo en casos extremos será mortal, e incluso entonces raramente será atribuible a elementos que no sean los naturales. Y, por si acaso lo olvidábamos, los países ricos también tendrán su cuota de personas inútiles y desechables. El ejército encontrará un nuevo aliciente en su vida después de una miríada de errores en sus conflictos más clásicos por Oriente Medio.

En lo que respecta a los países del Sur, más pobres, algunos estudios muestran que en muchos casos no hará falta una agencia externa para ayudar a millones de innecesarios y non gratos a aniquilarse entre sí. Después de sequías graves, por ejemplo, emergerán nuevos conflictos y se reavivarán de las cenizas de otros antiguos, segándose de nuevo muchas vidas.

Lo que trato de decir es que la gélida lógica de la clase dominante no va a cambiar de dirección. El mundo como lo conocemos se sumergirá a partir de ahora en una situación en la que el cambio climático se sitúa en el centro. Pero también tenemos la certeza de que el capitalismo no se rendirá, y no solo hablamos de las corporaciones de hidrocarburos. Al revés que la gente corriente, a los «amos del universo» no se les ordenará que «se adapten» o que se hagan «más resilientes». Nosotros, no ellos, somos la variable que obligarán a ajustar. Puede que no sea exactamente après nous le déluge [después de nosotros, el caos], pero ni EEUU ni China ni otro país rico emisor de gases de efecto invernadero va a suprimir sus subsidios a los mayores contaminadores, ni va a dejar de hacer política en beneficio propio, al menos no espontánea o voluntariamente.

No llegaré a decir que a menos que nos libremos del capitalismo no podremos mantener el calentamiento global por debajo de los 2 ºC. Diré que debemos reconocer que la relocalización y la acción local, aunque es esencial, no pueden reemplazar al Estado. Solo el Estado puede forzar al capitalismo a cumplir con las leyes para sobrevivir, y solo la ciudadanía puede forzar al Estado a hacer obedecer a las compañías.

Esto significa que las personas deben crear lazos y conscientemente, con propósito, fundir sus luchas individuales bajo la bandera de la compasión. Las esperanzadoras páginas de este libro nos muestran cómo la gente reacciona con altruismo voluntario para aliviar el sufrimiento, e interviene con bondad genuina allí donde las autoridades solo piensan en enviar tropas.

El cambio climático debería estar en el himno, manifiesto o declaración de los esfuerzos de cada individuo a partir de ahora, y no importa si es el equipo local de fútbol, o el movimiento para acabar con los paraísos fiscales, o el que promueve los derechos (de las mujeres, homosexuales y minorías), o el grupo para salvar las ballenas, o cualquier otra cosa que se te ocurra. Encuentra el ángulo e inclúyelo en tu lucha. Ignora la dieta constante o el miedo que el poder nos inocula para volvernos inactivos y paralizarnos. Dile a esa bochornosa vocecita interna que se calle cuando murmure ante la tragedia: «Gracias a Dios, no me ha tocado esta vez», o «No nos podemos permitir compartir con esos de fuera». Únete a otros, pon el acento en lo que te une, y no en lo que te separa. El tiempo es breve.

Auden lo dijo mejor: «Debemos amarnos los unos a los otros, o perecer»  3 .
____________
Notas

 1 . Kourounis, A y Jacobi, T. (11 de junio de 2015). «Kos, l’autre porte de l’Europe», Politis. Politis es un pequeño semanario francés.

 2 . Marx, K. y Engels, F. (1970). The German Ideology, Vol. 1, Materialist Theory, dominant Classes and Ideas. Nueva York, International Publishers Co.

 3 . De «1 de septiembre de 1939» (el día que Alemania invadió Polonia y comenzó la II Guerra Mundial). Después, Auden repudió la línea y dijo que el poema era una basura y que todo el mundo va a morir de todas formas. Aun así, de alguna forma siento que no objetaría a que se usara aquí en el contexto radicalmente nuevo que desvela este libro. Consultado en: http://www.poets.org/poetsorg/poem/ september-1-1939.


(Nota mía: el poema de Auden donde lo encuentro es aquí; y aquí la versión original)

2 comentarios:

  1. La irresponsable e insensata ligereza con que se dilapidan los recursos naturales más elementales para la supervivencia tiene en la industria bélica la más destructiva y significativa muestra. Si para fabricar un automóvil estándar se necesitan 148.000 litros de agua, imaginad cuánta se necesita para la construcción de un tanque, y no digamos para la de un portaaviones. ¿Cuántas toneladas de tierra hay que remover para extraer los minerales? ¿Cuánta energía se emplea en dicha extracción y su procesamiento? ¿Cuántos eco sistemas hay que destruir?

    En los países afectados por la sequía, se suele advertir machaconamente sobre la necesidad de hacer un uso moderado del agua, llegando en ocasiones a racionar su suministro a la población. Sin embargo, no se dejan de fabricar automóviles, tanques ni portaaviones. Se dejan de regar campos y jardines, pero se colman piscinas olímpicas y lucrativos parques acuáticos, a la par que se incrementa la producción de la industria bélica.

    Hay que traducir las monstruosas cifras de dicha industria en los daños que, solamente su fabricación, produce ya en el maltrecho medio ambiente. La ingente energía, los diversos y extraordinarios recursos que tal industria requiere, supone una agresión de incalculables dimensiones, pero de catastróficas consecuencias para la vida del planeta. Eso, sin contar el oneroso mantenimiento de la monstruosa maquinaria resultante ni los atroces efectos de su función posterior. El insensato derroche que generan las armas, desde su concepción hasta su fabricación y uso, prueba y confirma cuáles son las verdaderas prioridades y cuáles los fines de quienes gobiernan el mundo.

    Cuando se nos dice que los Estados Unidos destinan 596.000 millones de dólares anuales a la industria militar, o que China invierte 215.000 con idéntico propósito y Arabia Saudita 87.200, hay que imaginar los caudalosos ríos de agua y petróleo, las montañas de mineral y el aire que dicha industria fagocita y arroja contaminados, por no hablar del inmenso potencial humano dilapidado en el proceso.

    ResponderEliminar
  2. ¿Qué más habría que decir para superar el ruido?

    ResponderEliminar