jueves, 14 de diciembre de 2017

¡Qué pena!

El eterno retorno

Como tema de reflexión filosófica o de especulación científica la escala temporal es cósmica. El tema parece indecidible. ¿Es único el universo o existen varios, o su número es infinito? De no ser único ¿tienen contacto unos con otros? ¿Es nuestro universo lineal o circular? Y en el primer caso, ¿tuvo principio, tendrá fin? ¿es su tiempo una recta, una semirrecta o un segmento?

Todas estas cuestiones imaginativas presuponen una idea del "todo" o del "universo". Según consideremos el concepto podremos aceptar una hipótesis compatible con él.

En su versión "fuerte", el eterno retorno supone un universo estrictamente circular. Un universo finito y cerrado que ofrecería un número limitado de posibilidades. Agotadas estas, y considerando el mundo como un gran mecanismo de relojería, se repetiría todo de forma exactamente igual.

Una versión "débil" introduce variantes en las repeticiones. Más que circular, tendríamos un mundo con un atractor. El determinismo se diluye, y el eterno retorno es más metafórico que real.

En el estado actual de la ciencia, más que la gran burbuja del Ser de Parménides imaginamos un universo con un burbujeo que produce repeticiones, pero cada vez más apagadas, sin un "big crunch", pero con una "muerte térmica" asintótica que, eso sí, se alargaría infinitamente ¿o no?

¿Y cómo explicamos el estado inicial?

¿Resuelve algo la hipótesis del universo inflacionario autorregenerante o solo retrasa los interrogantes?


La idea más sugerente nos la da Borges (¿quién mejor?) en El Jardín de senderos que se bifurcan:
El jardín de los senderos que se bifurcan es una imágen incompleta, pero no falsa, del universo tal como lo concebía Ts'ui Pên. A diferencia de Newton y de Schopenhauer, su antepasado no creía en un tiempo uniforme, absoluto. Creía en infinitas series de tiempos, en una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos. Esa trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan o que secularmente se ignoran, abarca todas la posibilidades. No existimos en la mayoría de esos tiempos; en algunos existe usted y no yo; en otros, yo, no usted; en otros, los dos. En éste, que un favorable azar me depara, usted ha llegado a mi casa; en otro, usted, al atravezar el jardín, me ha encontrado muerto; en otro, yo digo estas mismas palabras, pero soy un error, un fantasma.
Sin remontarnos a la incertidumbre cuántica, toda decisión de cada uno de nosotros es una bifurcación. En potencia las posibilidades de futuro son infinitas, y carece de sentido ver el futuro como un espejo del pasado, aunque sea consecuencia incierta de él.

Todo esto es especulación. El problema de los tiempos del universo es tan irresoluble como el del surgimiento y final de la conciencia de cada uno. La historia universal, la historia natural y la historia entera del universo las proyectamos desde nuestra duración, porque nuestra conciencia es la fuente de nuestra idea del tiempo. 

Las religiones se han planteado ambas duraciones y las han "resuelto" de diferentes formas. La infinitud o finitud del tiempo y las nociones correlativas sobre la vida corren parejas, y así tenemos distintas "explicaciones", A la creación del mundo corresponde la del alma, al trasmundo tras el juicio final, la vida de ultratumba. Y a la visión de un mundo sin principio ni fin corresponde la transmigración de las almas. El budismo corta esta idea atormentadora con el Nirvana. 

El ser determina (más o menos) la conciencia, y la conciencia imagina el Ser. Esto vale para el Ser-Tiempo. 

Si la vida es una parábola del tiempo, y el tiempo una idea surgida de la vida consciente, pasemos a otra idea posible: del eterno retorno del universo a la vida eterna...


La vida eterna

¿Cielo o infierno? ¿premio o castigo? La simplicidad dicotómica de las religiones suele imaginar dos formas extremas de vida eterna. Para los griegos y romanos la cosa no estaba tan clara, y su infierno era más bien una prolongación de las dificultades de la vida terrena. Otra vez la cosmogonía parte de la experiencia vital.

Proyectamos nuestra vida al más allá (terrenal) imaginando el futuro después de nosotros. Ahí es donde nos sentimos prolongados. Por eso el futuro del eterno retorno, volviendo siempre a lo mismo, no es precisamente una idea consoladora. Y una vida de eterna repetición tampoco lo es.

El experimento mental de una vida terrenal sin límite, aunque parece desable a primera vista, si se analiza con cuidado y no se cree en una progresión ininterrumpida hacia la felicidad plena puede convertirse en una idea lúgubre.

Eso es lo que nos dice Borges en su cuento El inmortal: La eternidad como pesadilla.

Un presente eterno y obsesivo, contra lo que solo hay un remedio: el olvido. Otra vez Borges nos lo hace ver en Funes el memorioso.


En este mismo blog, sobre el tiempo en Borges:




Un derrotado y desesperanzado León Felipe funde el eterno retorno de lo mismo con la idea de una larga vida que se le hace eterna en este poema. La versión cantada de Los Olimareños interpreta perfectamente la desolación del poeta.




“Qué día
tan largo…
y qué camino
tan áspero…”

LF
“¡Qué pena!”

¡QUÉ
pena
si este camino
fuera
de muchísimas
leguas
y siempre
se repitieran
las mismas
cuestas,
las mismas
praderas,
los mismos rebaños,
las mismas recuas
los mismos pueblos,
la mismas ventas!…

 ¡Qué
pena
si esta vida
tuviera
—esta vida
nuestra—
mil años
de existencia!…
¿Quién la haría hasta el fin
llevadera?
¿Quién la soportaría toda
sin protestas?…
¿Quién lee diez siglos en la Historia
y no la cierra
al ver las mismas cosas siempre
con distinta fecha?…
Los mismos hombres,
las mismas guerras,
los mismos tiranos,
las mismas cadenas,
los mismos esclavos
las mismas protestas
los mismos farsantes,
las mismas sectas
y los mismos poetas!…

¡Qué
pena,
qué
pena
que
sea
así todo siempre,
siempre de la misma manera!

León Felipe

“Versos y oraciones del caminante” – XXXI – 1920-1929.

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