viernes, 21 de septiembre de 2018

XIV Congreso del Partido Comunista de Galicia. Tesis preliminar.

Va a hacer ya un año, coincidiendo casi exactamente con el centenario de la Revolución de Octubre, se celebró el XIV congreso del PCG.

También en coincidencia con el segundo centenario del nacimiento de Marx, celebrará este partido el transcurso de medio siglo desde su fundación, en el seno del PCE.

Los aniversarios, en especial los muy señalados, son buenas ocasiones para recordar trayectorias, y también para revisarlas y analizarlas en el contexto del momento de la celebración. Es fútil celebrar en ellos meras ceremonias hagiográficas o laudatorias. Por eso quiero recordar, faltando pocos días para su comienzo, el Congreso Internacional Pensar con Marx hoy que organiza la Universidad Complutense en colaboración con la Fundación de Investigaciones Marxistas, junto a otras organizaciones de ámbito europeo.

Y en este mismo sentido de "pensar hoy" qué sentido pueda tener el comunismo en el preocupante contexto actual, quiero publicar, traducida del gallego para su mayor difusión, la tesis preliminar del citado XIV Congreso.




Preliminar


Antes de abordar las tesis que se debatirán en este congreso parece natural comenzar presentando la situación global y la encrucijada en que nos encontramos, a la manera de un marco en que encuadrarlas ya que de otro modo nos encontraríamos ante un cuadro sin marco.

El marco debe comenzar situándonos ante los grandes retos de este siglo para el conjunto de la humanidad, y aún para gran parte de las formas de vida del planeta. Un siglo que ha sido llamado “el siglo de la gran prueba”, porque en su transcurso se resolverá, o será definitivamente irresoluble, la gran crisis, que más que sistémica habría que llamar total, en la que ya estamos inmersos.

Y no debemos olvidar que ya ha transcurrido una sexta parte de este siglo.

Se derivan todos los problemas que se nos hacen presentes de las características de nuestro modo de vida y de producción, lo que se ha llamado desde hace tiempo “la sociedad de consumo”. No olvidemos que el consumo y el despilfarro son parte consustancial del sistema capitalista, abocado a producir cada vez más para mantener el beneficio del capital, único motor que lo mantiene con vida.

Porque el sistema productivo no atiende a la satisfacción de las necesidades humanas, sino al mantenimiento, a una escala siempre creciente, de los beneficios del capital privado. Sin beneficio no hay inversión, sin inversión no hay producción. Sin producción no habrá consumo.

Por eso, la tarea primordial de los partidos comunistas es despertar al grueso de la población del sueño de una recuperación económica que, de producirse, solamente conducirá a un declive posterior todavía más rápido. En pocas palabras, se trata de cambiar el sentido común capitalista por un sentido común anticapitalista, esto es, comunista.

Un argumento que ya es de dominio público es el más que demostrado cambio climático, de consecuencias que se suelen calificar de imprevisibles, cuando son de hecho bien previsibles. Y que serán de una escala difícil de contrarrestar. Para hacerlo, el tiempo corre en contra nuestra, porque los problemas pueden dispararse bruscamente, como ocurre con todos los crecimientos exponenciales.

No se pueden esperar soluciones del llamado “capitalismo verde”, pero bien sabemos que bajo su capa se presentarán nuevas oportunidades de negocio. Porque el capital superviviente siempre encontrará, hasta su final, nichos de desarrollo. Basta ver los argumentos sobre las nuevas “tierras del norte” que se abrirán al cultivo (olvidando que, contra lo que parece en algunos planisferios, el norte se estrecha progresivamente hasta un punto único que es el polo), o las nuevas rutas árticas de navegación.

El cambio climático es uno de los grandes problemas, pero otros están ya aquí, y uno de ellos es el agotamiento de los recursos, siendo otro el envenenamiento de tierras, mares y atmósfera, dada su limitada capacidad para la eliminación de los residuos.

La reutilización, el reciclaje y la optimización son necesarios, pero no podemos pensar que van a resolver el problema, porque las leyes de la Física, y en particular el funcionamiento de la ley de entropía en sistemas cerrados (y la Tierra lo es a casi todos los efectos) hace imposible el crecimiento sin límites que necesita ese tumor maligno que es el capital, y que en apariencia y momentáneamente resuelve con una financiarización que disimula el no crecimiento real de la economía productiva y con una falsa productividad lograda a costa de la pauperización de los asalariados y la sobreexplotación de la naturaleza.

Habrá que insistir en que ya hemos llegado al máximo posible de producción de petróleo, y que pronto se llegará al pico de los demás combustibles fósiles y del uranio, y al pico de materiales tan necesarios como las escasas tierras raras. Y que lo que se extrae se hace cada vez con mayor gasto energético, cuando precisamente va escaseando la energía.

Se ha calculado que, como el decrecimiento se va a producir en todo caso, un decrecimiento ordenado supondría una reducción anual de varios puntos del PIB, pero nos dicen que para frenar la destrucción de puestos de trabajo son necesarios crecimientos del 3%. Algo no encaja, y debemos ponerlo de manifiesto.

Decir estas verdades puede parecer poco rentable políticamente en el corto plazo, desanimando a la clase trabajadora, única en cuyas manos está, no lo olvidemos, la producción. Pero ocultar la realidad y crear falsas expectativas conducirá al descrédito a quienes lo hagan, y desanimará aún más a los potenciales agentes de la imprescindible revolución que acabe con el cáncer capitalista.

No debemos ocultar peligros y dificultades. El mensaje optimista de Syriza, unido a su falta real de radicalidad, produjo luego un choque anímico en la población griega, y lo mismo puede ocurrir con las izquierdas de este país si no ponen en primer lugar un claro anticapitalismo y explican nítidamente las cosas como son.

Aunque se haya puesto el acento en una visión productivista y desarrollista del marxismo, acentuada por los afanes de la Unión Soviética por alcanzar a toda costa a los países capitalistas avanzados, la preocupación por los límites del crecimiento y la destrucción ecológica aparece ya en muchos escritos de Marx. Y aunque no sea muy conocido el hecho, fue Lenin quien propuso la creación de un parque natural en la región del Volga, posiblemente el primero de esta naturaleza, para proteger el ecosistema. Y es importante considerar que esta preocupación se manifestaba en uno de los peores momentos de la guerra contra los guardias blancos de Kolchak, que ya habían cruzado los Urales.

De manera que la tradición comunista, contra lo que se suele decir, ha sido muy consciente de estos problemas.

En este año se cumple el centenario de la Revolución de Octubre, y junto a esta anécdota conservacionista debemos destacar algunos de los logros tempranos de aquel acontecimiento y de la historia posterior de la Unión Soviética.

Porque, no lo olvidemos, fue el primer país en conceder la igualdad de derechos de la mujer, incluido el sufragio. El primero, ya en los años 20, en poseer una sanidad pública universal, que en otros países comenzó a existir sólo después de la segunda guerra mundial. Y solamente con gobiernos comunistas existió el pleno empleo, que para los capitalistas sería una lacra que empoderaría a los trabajadores y les haría perder sus plusvalías. Algo parecido al pleno empleo se produce únicamente en coyunturas de elevado crecimiento, que ya sabemos a lo que conducen.

Y los derechos laborales que avanzaron en los “treinta gloriosos”, además de que no se concedieron gratuitamente, sino a costa de duras luchas, fueron reconocidos porque existía un sistema alternativo al capitalismo. Desaparecido éste, ya no era necesario mantenerlos.

Esto nos lleva a considerar un aspecto al que no siempre se presta la debida atención, como es el carácter geopolítico de los conflictos. Sin un contrapeso, la globalización capitalista domina el mundo, convertido en un continuo económico en que los Estados, que siguen siendo imprescindibles para administrar y subordinar a las poblaciones, entran en una competencia liberal que iguala sus políticas sometidas al dictado del capital, que a estas alturas es ante todo el capital financiero, y que hegemónicamente se manifiesta en el imperio norteamericano. No podemos analizar ningún conflicto, incluidos los nacionalistas y las “primaveras democratizadoras”, sin tener en cuenta los intereses imperiales, que son los del capital. Ni juzgar ninguna “dictadura” sin considerar si es funcional a esos intereses o se les opone.

Esto se acentúa precisamente ahora que los recursos escasean, y se produce una lucha sin cuartel para evitar que se les escapen de las manos. Como vemos, están dispuestos a destruir a cualquier país que ponga en riesgo su acceso a las fuentes de energía y minerales que consideren imprescindible.

El verdadero poder, que es el financiero, cuyo ejemplo mayor es el complejo militar industrial de los EE.UU., gobierna las estructuras de los departamentos de estado y defensa norteamericanos. Están abiertos a todas las hipótesis, y pueden apoyar tanto el fortalecimiento de un Estado afín a sus políticas como los movimientos disgregadores si se sale del guión establecido. El caso de España no es algo aparte. Con seguridad están muy atentos a la situación actual. De ahí la necesidad de tener muy en cuenta esto para huir de cualquier interpretación simplista del tema catalán, y recordar que nuestra postura ha sido siempre la implantación de un Estado Federal que mantenga los derechos nacionales pero evite insolidaridades que vayan en contra de la igualdad real entre los ciudadanos.

Las luchas cotidianas son la base de los movimientos sociales, imprescindibles para la toma de conciencia militante, pero estos movimientos, sin una visión política correcta, se convierten en sectoriales y más que cooperar tienden a competir.

Como directrices generales de nuestra política deben quedar claros los siguientes principios:
  • Los límites planetarios obligarán al decrecimiento y la simplificación de los procesos productivos y a una economía de proximidad, sin que eso deba suponer el abandono de la tecnología ni la primitivización de la sociedad.
  • El capitalismo es incompatible con una sociedad mínimamente humana, y la única salida posible en su seno es la destrucción progresiva de los más débiles y de las poblaciones innecesarias para la clase dominante, en una espiral decreciente que ya está en marcha. Los derechos humanos dejarían de existir como tales y el capital se amparará en mecanismos fascistas, como ha hecho siempre que lo ha considerado posible y necesario para sus intereses.
  • Solamente una sociedad comunista, alejada de la lógica del beneficio y volcada en la satisfacción de las necesidades puede ser, si somos realistas, una solución para el futuro.
  • Se impone una ordenación planificada democráticamente del decrecimiento, que no es ya más que un hecho, y una jerarquización de las necesidades, comenzando por extender a todos la satisfacción de las más básicas.
  • El análisis geopolítico, en estas circunstancias, es una necesidad para entender la situación y oponer la lógica de los pueblos a la de los poderosos. El abordaje del problema nacional no es ajeno a las estrategias de los que manejan el mundo, y debe tenerlas en cuenta.
  • Tenemos que ser capaces de hacer entender todo esto a la población, que si no se hace consciente de ello seguirá el camino equivocado de defender lo acuciante (que debe ser naturalmente defendido) sin enmarcarlo en lo más general. Porque lo urgente no debe hacernos abandonar lo importante, que ya es también urgente, y mucho. 
  • La formación política necesaria debe comenzar por nosotros mismos, porque la abandonamos muy frecuentemente, acuciados por la inmediatez de los problemas y la pequeñez de nuestras organizaciones, pero no olvidemos que el Manifiesto Comunista se decidió alrededor de una mesa y lo redactaron dos personas, y que el Partido Comunista Chino lo fundaron unas cincuenta personas.
Necesitamos crecer, a partir de la expansión del conocimiento de lo esencial, como una necesidad ineludible, para desdoblar nuestra estructura, al menos en tres direcciones, sin que se trate de compartimentos estancos, lo que es igualmente peligroso:
  • estructura organizativa
  • estructura institucional
  • estructura operativa, para todo lo demás: acción política, instalación en los lugares de trabajo, formación, divulgación, y la necesaria batalla de las ideas.

jueves, 20 de septiembre de 2018

Algunas claves para entender el capitalismo (y IV)

Publico y comento ahora la parte final del artículo de El otro que se plantea la ardua tarea de resumir contenidos esenciales de la obra de Marx. Lo anterior fue esto.

La tierra (la Tierra, realmente: suelo y subsuelo, agua, aire...) es el factor primigenio de la producción. Es el trabajo (humano, animal, de las máquinas, que implica siempre un gasto de energía) el otro factor. Tanto los materiales como la energía tienen límites. Antes de acercarse a ellos puede decirse que su empleo es libre. El aire no cuesta obtenerlo. El agua cuesta ya más. Los productos de la agricultura y de la minería chocan pronto con la limitación que impone la limitación territorial. Entonces surge la apropiación que excluye a los no propietarios, y en su caso impone condiciones a los extraños a cambio de su uso.

Este es el origen de la renta del suelo, un beneficio basado exclusivamente en el derecho de propiedad.

Donde primero se manifiesta la renta es en la agricultura. Supongamos dos parcelas idénticas, con idéntica productividad. Los precios de producción son iguales, el trabajo necesario también. Uno de ellos es cultivado por un arrendatario, el otro por su propietario. En ambos casos el valor añadido será el mismo, y lo mismo la ganancia total. El arrendatario la comparte con el propietario. La del cultivador independiente es toda suya. Esto significa que una parte de ella la percibe también como propietario, y en ambos casos la renta será la misma.

Supongamos ahora que dos parcelas iguales difieren por la calidad del suelo. La de peor calidad, si todavía es rentable, determina el precio, y la de mejor calidad se beneficia de este precio mayor. Procurará al propietario una renta diferencial.

Para aumentar la producción y disminuir los costes se introducen mejoras en la agricultura, que culminan en la mecanización. Aumentan los medios de producción y disminuye el trabajo humano, pero con él lo hace la plusvalía que de él se extrae. Consecuentemente, disminuye la tasa de ganancia. En la lucha por recuperarla fluyen los capitales a los sectores más rentables, y el suelo es un factor necesario. El proceso acaba siendo el mismo que en la industria, concentrando la propiedad, expulsando y proletarizando a la mano de obra sobrante. Y aumentando todo lo posible la tasa de plusvalía: trabajar lo más posible y ganar lo menos posible. Así como fluyen capitales de la ciudad hacia el campo y de los países más desarrollados hacia los menos desarrollados, fluye, en sentido inverso, la mano de obra.

Si en un tiempo la burguesía industrial se opuso a la fundiaria por el monopolio ejercido sobre el suelo, que chocaba con sus intereses, hoy el capital globalizado no contrapone la agroindustria de los demás sectores productivos.

Como dice Marx:
"Todos los progresos realizados por la agricultura capitalista no son solamente progresos en el arte de esquilmar al obrero, sino también en el arte de esquilmar la tierra. Por lo tanto, la producción capitalista sólo sabe desarrollar la técnica y la combinación del proceso social de producción, minando al mismo tiempo las dos fuentes originales de toda riqueza: la tierra y el hombre".






La renta del suelo

La elevación de la productividad del trabajo significa un incremento más rápido del capital constante en comparación con el variable. Pero como la creación de plusvalía es función privativa de éste, se comprende que la cuota de ganancia (o sea, la relación que guarda la plusvalía con todo el capital, y no sólo con su parte variable) acuse una tendencia a la baja. Marx analiza minuciosamente esta tendencia, así como las diversas circunstancias que la ocultan o contrarrestan. Sin detenernos a exponer los capítulos extraordinariamente interesantes del tomo III, que estudian el capítulo usurario, comercial y financiero, pasaremos a lo esencial, a la teoría de la renta del suelo. Debido a la limitación de la superficie de la tierra, que en los países capitalistas es ocupada enteramente por los propietarios particulares, el precio de producción de los productos agrícolas no lo determinan los gastos de producción en los terrenos de calidad media, sino en los de calidad inferior; no lo determinan las condiciones medias en que el producto se lleva al mercado, sino las condiciones peores.

La diferencia existente entre este precio y el de producción en las tierras mejores (o en condiciones más favorables de producción) da lugar a una diferencia o renta diferencial. Marx analiza detenidamente la renta diferencial y de muestra que brota de la diferente fertilidad del suelo, de la diferencia de los capitales invertidos en el cultivo de las tierras, poniendo totalmente al descubierto (véase también la Teoría de la plusvalía, donde merece una atención especial la crítica que hace a Rodbertus) el error de Ricardo, según el cual la renta diferencial sólo se obtiene con el paso sucesivo de las tierras mejores a las peores. Por el contrario, se dan también casos inversos: tierras de una clase determinada se trasforman en tierras de otra clase (gracias a los progresos de la técnica agrícola, a la expansión de las ciudades, etc.), por lo que la tristemente célebre "ley del rendimiento decreciente del suelo" es profundamente errónea y representa un intento de cargar sobre la naturaleza los defectos, las limitaciones y contradicciones del capitalismo. Además, la igualdad de ganancias en todas las ramas de la industria y de la economía nacional presupone la plena libertad de competencia, la libertad de trasferir los capitales de una rama de producción a otra. Pero la propiedad privada sobre el suelo crea un monopolio, que es un obstáculo para la libre trasferencia. En virtud de ese monopolio, los productos de la economía agrícola, que se distingue por una baja composición del capital y, en consecuencia, por una cuota de ganancia individual más alta, no entran en el proceso totalmente libre de nivelación de las cuotas de ganancia. El propietario de la tierra, como monopolista, puede mantener sus precios por encima del nivel medio, y este precio de monopolio origina la renta absoluta. La renta diferencial no puede ser abolida mientras exista el capitalismo; en cambio, la renta absoluta puede serlo; por ejemplo, cuando se nacionaliza la tierra, convirtiéndola en propiedad del Estado. Este paso significaría el socavamiento del monopolio de los propietarios privados, así como una aplicación más consecuente y plena de la libre competencia en la agricultura. Por eso los burgueses radicales, advierte Marx, han presentado repetidas veces a lo largo de la historia esta reivindicación burguesa progresista de la nacionalización de la tierra, que asusta, sin embargo, a la mayoría de los burgueses, pues "afecta" demasiado de cerca a otro monopolio mucho más importante y "sensible" en nuestros días: el monopolio de los medios de producción en general. (El propio Marx expone en un lenguaje muy popular, conciso y claro su teoría de la ganancia media sobre el capital y de la renta absoluta del suelo, en la carta que dirige a Engels el 2 de agosto de 1862. Véase Correspondencia, t. III, págs. 77-81, y también en las págs. 86-87, la carta del 9 de agosto de 1862.) Para la historia de la renta del suelo resulta importante señalar el análisis en que Marx demuestra cómo la trasformación de la renta en trabajo (cuando el campesino crea el plusproducto trabajando en la hacienda del terrateniente) en renta natural o renta en especie (cuando el campesino crea el plusproducto en su propia tierra, entregándolo luego al terrateniente bajo una "coerción extraeconómica"), después en renta en dinero (que es la misma renta en especie, sólo que convertida en dinero, el obrok, censo de la antigua Rusia, en virtud del desarrollo de la producción de mercancías) y finalmente, en la renta capitalista, cuando en lugar del campesino es el patrono quien cultiva la tierra con ayuda del trabajo asalariado. En relación con este análisis de la "génesis de la renta capitalista del suelo", hay que señalar una serie de profundas ideas (que tienen una importancia especial para los países atrasados, como Rusia) expuestas por Marx acerca de la evolución del capitalismo en la agricultura. "La trasformación de la renta natural en renta en dinero va, además, no sólo necesariamente acompañada, sino incluso anticipada por la formación de una clase de jornaleros desposeídos, que se contratan por dinero. Durante el período de nacimiento de dicha clase, en que ésta sólo aparece en forma esporádica, va desarrollándose, por lo tanto, necesariamente, en los campesinos mejor situados y sujetos a obrok, la costumbre de explotar por su cuenta a jornaleros agrícolas, del mismo modo que ya en la época feudal los campesinos más acomodados sujetos a vasallaje tenían a su servicio a otros vasallos. Esto va permitiéndoles acumular poco a poco cierta fortuna y convertirse en futuros capitalistas. De este modo va formándose entre los antiguos poseedores de la tierra que la trabajaban por su cuenta, un semillero de arrendatarios capitalistas, cuyo desarrollo se halla condicionado por el desarrollo general de la producción capitalista fuera del campo..." (El Capital, t. III2a, 332). "La expropiación, el desahucio de una parte de la población rural no sólo 'libera' para el capital industrial a los obreros, sus medios de vida y sus materiales de trabajo, sino que además crea el mercado interior." (El Capital, t. I2a, pág. 778). La depauperación y la ruina de la población del campo influyen, a su vez, en la formación del ejército industrial de reserva para el capital. En todo país capitalista "una parte de la población rural se encuentra constantemente en trance de trasformarse en población urbana o manufacturera [es decir, no agrícola]. Esta fuente de superpoblación relativa flota constantemente [...]. El obrero agrícola se ve constantemente reducido al salario mínimo y vive siempre con un pie en el pantano del pauperismo" (El Capital, I2a, 668). La propiedad privada del campesino sobre la tierra que cultiva es la base de la pequeña producción y la condición para que ésta florezca y adquiera una forma clásica. Pero esa pequeña producción sólo es compatible con los límites estrechos y primitivos de la producción y de la sociedad. Bajo el capitalismo "la explotación de los campesinos se distingue de la explotación del proletariado industrial sólo por la forma. El explotador es el mismo: el capital. Individualmente, los capitalistas explotan a los campesinos individuales por medio de la hipoteca y de la usura; la clase capitalista explota a la clase campesina por medio de los impuestos del Estado" (Las luchas de clases en Francia ). "La parcela del campesino sólo es ya el pretexto que permite al capitalista extraer de la tierra ganancias, intereses y renta, dejando al agricultor que se las arregle para sacar como pueda su salario." (El Diecíocho Brumario). Habitualmente, el campesino entrega incluso a la sociedad capitalista, es decir, a la clase capitalista, una parte de su salario, descendiendo "al nivel del arrendatario irlandés, aunque en apariencia es un propietario privado" (Las luchas de clases en Francia). ¿Cuál es "una de las causas por las que en países en que predomina la propiedad parcelaria, el trigo se cotice a precio más bajo que en los países en que impera el régimen capitalista de producción"? (El Capital, t. III2a, 340). La causa es que el campesino entrega gratuitamente a la sociedad (es decir, a la clase capitalista) una parte del plusproducto. "Estos bajos precios [del trigo y los demás productos agrícolas] son, pues, un resultado de la pobreza de los productores y no, ni mucho menos, consecuencia de la productividad de su trabajo" (El Capital, t. III2a, 340). Bajo el capitalismo, la pequeña propiedad agraria, forma normal de la pequeña producción, degenera, se destruye y desaparece. "La pequeña propiedad agraria, por su propia naturaleza, es incompatible con el desarrollo de las fuerzas productivas sociales del trabajo, con las formas sociales del trabajo, con la concentración social de los capitales, con la ganadería en gran escala y con la utilización progresiva de la ciencia. La usura y el sistema de impuestos la conduce, inevitablemente, por doquier, a la ruina. El capital invertido en la compra de la tierra es sustraído al cultivo de ésta. Dispersión infinita de los medios de producción y diseminación de los productores mismos. [Las cooperativas, es decir, las asociaciones de pequeños campesinos, cumplen un extraordinario papel progresista desde el punto de vista burgués, pero sólo pueden conseguir atenuar esta tendencia, sin llegar a suprimirla; además, no se debe olvidar que estas cooperativas dan mucho a los campesinos acomodados y muy poco o casi nada a la masa de campesinos pobres, ni debe olvidarse tampoco que las propias asociaciones terminan por explotar el trabajo asalariado.] Inmenso derroche de energía humana; empeoramiento progresivo de las condiciones de producción y encarecimiento de los medios de producción: tal es la ley de la [pequeña] propiedad parcelaria." En la agricultura, lo mismo que en la industria, el capitalismo sólo trasforma el proceso de producción a costa del "martirologio de los productores". "La dispersión de los obreros del campo en grandes superficies quebranta su fuerza de resistencia, al paso que la concentración robustece la fuerza de resistencia de los obreros de la ciudad. Al igual que en la industria moderna, en la moderna agricultura, es decir en la capitalista, la intensificación de la fuerza productiva y la más rápida movilización del trabajo se consiguen a costa de devastar y agotar la fuerza obrera de trabajo. Además, todos los progresos realizados por la agricultura capitalista no son solamente progresos en el arte de esquilmar al obrero, sino también en el arte de esquilmar la tierra [...]. Por lo tanto, la producción capitalista sólo sabe desarrollar la técnica y la combinación del proceso social de producción, minando al mismo tiempo las dos fuentes originales de toda riqueza: la tierra y el hombre". (EI Capital, t. I, final del capítulo XIII)”

martes, 11 de septiembre de 2018

Algunas claves para entender el capitalismo (III)

Tras lo ya glosado, sigo comentando este artículo hallado en El otro.

El dinero, que es disponibilidad de capital, se comporta como un fluido, y se desplaza continuamente, buscando optimizar el beneficio. La ganancia no es un absoluto, y hay que relacionarla con el volumen de capital invertido. Si el capital constante (medios de producción) es muy elevado, para que la tasa de ganancia lo sea ha de haber beneficios también elevados. Los capitales migran de un lugar a otro buscando aumentar la cuota de ganancia, que tiende así a nivelarse en un valor medio.

Los casos particulares no importan, y la economía debe estudiarse en su globalidad. La competencia enmascara el valor, que aparentemente viene dado por el precio. No solo ni especialmente en sentido moral (*) tiene significado la frase de Antonio Machado:
El necio
confunde valor y precio





Ganancia, interés y renta del suelo

También es sumamente importante y nuevo el análisis que hace Marx más adelante de la reproducción del capital social, considerado en su conjunto, en el tomo II de El Capital. Tampoco en este caso toma Marx un fenómeno individual, sino de masas; no toma una parte fragmentaria de la economía de la sociedad, sino toda la economía en su conjunto. Rectificando el error en que incurren los economistas clásicos antes mencionados, Marx divide toda la producción social en dos grandes secciones: 1) producción de medios de producción y 2) producción de artículos de consumo. Y, apoyándose en cifras, analiza minuciosamente la circulación del capital social en su conjunto, tanto en la reproducción de envergadura anterior como en la acumulación. En el tomo III de El Capital se resuelve, sobre la base de la ley del valor, el problema de la formación de la cuota media de ganancia. Constituye un gran progreso en la ciencia económica el que Marx parta siempre, en sus análisis, de los fenómenos económicos generales, del conjunto de la economía social, y no de casos aislados o de las manifestaciones superficiales de la competencia, que es a lo que suele limitarse la economía política vulgar o la moderna "teoría de la utilidad límite". Marx analiza primero el origen de la plusvalía y luego pasa a ver su descomposición en ganancia, interés y renta del suelo. La ganancia es la relación de la plusvalía con todo el capital invertido en una empresa. El capital de "alta composición orgánica" (es decir, aquel en el cual el capital constante predomina sobre el variable en proporciones superiores a la media social) arroja una cuota de ganancia inferior a la cuota media. El capital de "baja composición orgánica" da, por el contrario, una cuota de ganancia superior a la media. La competencia entre los capitales, su libre paso de unas ramas de producción a otras, reduce en ambos casos la cuota de ganancia a la cuota media. La suma de los valores de todas las mercancías de una sociedad dada coincide con la suma de precios de estas mercancías; pero en las distintas empresas y en las diversas ramas de producción las mercancías, bajo la presión de la competencia, no se venden por su valor, sino por el precio de producción, que equivale al capital invertido más la ganancia media.

Así, pues, un hecho conocido de todos, e indiscutible, es decir, el hecho de que los precios difieren de los valores y de que las ganancias se nivelan, lo explica Marx perfectamente partiendo de la ley del valor, pues la suma de los valores de todas las mercancías coincide con la suma de sus precios. Sin embargo, la reducción del valor (social) a los precios (individuales) no  es una operación simple y directa, sino que sigue una vía indirecta y muy complicada: es perfectamente natural que en una sociedad de productores de mercancías dispersos, vinculados sólo por el mercado, las leyes que rigen esa sociedad no puedan manifestarse más que como leyes medias, sociales, generales, con una compensación mutua de las desviaciones individuales manifestadas en uno u otro sentido. 
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(*) La necedad no implica en su origen insulto o desprecio, ne-scio = no sé; necio es ignorante, nada más.



viernes, 7 de septiembre de 2018

Algunas claves para entender el capitalismo (II)

Continuo el desglose y comentario del artículo publicado en El otro que comencé aquí.

El capital no es simplemente dinero cuando se emplea en la producción. Se invierte entonces en medios de producción (locales, máquinas, herramientas, materias primas...), que constituyen el llamado capital constante, porque su valor no se altera al adquirirlos, y en fuerza de trabajo, que es la que añade valor al producto, y por eso se llama capital variable.

Sin la plusvalía, trabajo no pagado por el capitalista, el capital no se incrementa, y el capitalista no invierte. Por eso en este modo de producción el capital necesita crecer continuamente, y el capital constante crece más deprisa que el variable. El capitalista que no obedezca a esta ley está condenado al fracaso.

Huelga insistir en que el crecimiento constante en un sistema cerrado es un imposible físico. Las crisis periódicas en que se destruyen enormes cantidades de capital y productos son la prueba palpable. 

Aunque la imagen que se suele tener del proletario es la del clásico obrero industrial, es aplicable a todo trabajador asalariado que no es participante de la propiedad de la empresa. El propio gerente, si no posee participación en ella, es un trabajador más, que produce plusvalía en la medida en que añade a los propietarios más valor del que obtiene con su salario, mientras que cualquier accionista, que en absoluto interviene en la producción, es un capitalista en mayor o menor medida.























La tendencia a la acumulación

Las premisas históricas para la aparición del capital son: primera, la acumulación de determinada suma de dinero en manos de ciertas personas, con un nivel de desarrollo relativamente alto de la producción de mercancías en general y segunda, la existencia de obreros "libres" en un doble sentido --libres de todas las trabas o restricciones impuestas a la venta de la fuerza de trabajo, y libres por carecer de tierra y, en general, de medios de producción--, de obreros desposeídos, de obreros "proletarios" que, para subsistir, no tienen más recursos que la venta de su fuerza de trabajo.

Dos son los modos principales para poder incrementar la plusvalía: mediante la prolongación de la jornada de trabajo ("plusvalía absoluta") y mediante la reducción del tiempo de trabajo necesario ("plusvalía relativa"). Al analizar el primer modo, Marx hace desfilar ante nosotros el grandioso panorama de la lucha de la clase obrera para reducir la jornada de trabajo y de la intervención del poder estatal, primero para prolongarla (en el período que media entre los siglos XIV y XVII) y después para reducirla (legislación fabril del siglo XIX). Desde la aparición de El Capital, la historia del movimiento obrero de todos los países civilizados ha aportado miles y miles de nuevos hechos que ilustran este panorama.

Al proceder a su análisis de la producción de plusvalía relativa, Marx investiga las tres etapas históricas fundamentales de la elevación de la productividad del trabajo por el capitalismo: 
1) la cooperación simple; 
2) la división del trabajo y la manufactura; 
3) la maquinaria y la gran industria. 
La profundidad con que Marx aquí pone de relieve los rasgos fundamentales y típicos del desarrollo del capitalismo nos demuestra, entre otras cosas, el hecho de que el estudio de la llamada industria de los kustares* en Rusia ha aportado un abundantísimo material para ilustrar las dos primeras etapas de las tres mencionadas. En cuanto a la acción revolucionaria de la gran industria maquinizada, descrita por Marx en 1867, durante el medio siglo trascurrido desde entonces ha venido a revelarse en toda una serie de países "nuevos" (Rusia, Japón, etc.).

Prosigamos. Importantísimo y nuevo es el análisis de Marx de la acumulación del capital, es decir, de la trasformación de una parte de la plusvalía en capital, y de su empleo, no para satisfacer las necesidades personales o los caprichos del capitalista, sino para renovar la producción. Marx hace ver el error de toda la economía política clásica anterior (desde Adam Smith) al suponer que toda la plusvalía que se convertía en capital pasaba a formar parte del capital variable, cuando en realidad se descompone en medios de producción más capital variable. En el proceso de desarrollo del capitalismo y de su trasformación en socialismo tiene una inmensa importancia el que la parte del capital constante (en la suma total del capital) se incremente con mayor rapidez que la parte del capital variable.

Al acelerar el desplazamiento de los obreros por la maquinaria, produciendo riqueza en un polo y miseria en el polo opuesto, la acumulación del capital crea también el llamado "ejército industrial de reserva", el "sobrante relativo" de obreros o "superpoblación capitalista", que reviste formas extraordinariamente diversas y permite al capital ampliar la producción con singular rapidez. Esta posibilidad, relacionada con el crédito y la acumulación de capital en medios de producción, nos proporciona, entre otras cosas, la clave para comprender las crisis de superproducción, que estallan periódicamente en los países capitalistas, primero cada diez años, término medio, y luego con intervalos mayores y menos precisos. De la acumulación del capital sobre la base del capitalismo hay que distinguir la llamada acumulación primitiva, que se lleva a cabo mediante la separación violenta del trabajador de los medios de producción, expulsión del campesino de su tierra, robo de los terrenos comunales, sistema colonial, sistema de la deuda pública, tarifas aduaneras proteccionistas, etc. La "acumulación primitiva" crea en un polo al proletario "libre" y en el otro al poseedor del dinero, el capitalista.

Marx caracteriza la "tendencia histórica de la acumulación capitalista" con las famosas palabras siguientes: "La expropiación del productor directo se lleva a cabo con el más despiadado vandalismo y bajo el acicate de las pasiones más infames, más sucias, más mezquinas y más desenfrenadas. La propiedad privada, fruto del propio trabajo [del campesino y del artesano], y basada, por decirlo así, en la compenetración del obrero individual e independiente con sus instrumentos y medios de trabajo, es desplazada por la propiedad privada capitalista, basada en la explotación de la fuerza de trabajo ajena, aunque formalmente libre [...]. Ahora ya no se trata de expropiar al trabajador dueño de una economía independiente, sino de expropiar al capitalista explotador de numerosos obreros. Esta expropiación la lleva a cabo el juego de las leyes inmanentes de la propia producción capitalista, la centralización de los capitales. Un capitalista derrota a otros muchos. Paralelamente con esta centralización del capital o expropiación de muchos capitalistas por unos pocos, se desarrolla en una escala cada vez mayor la forma cooperativa del proceso de trabajo, la aplicación técnica consciente de la ciencia, la explotación planificada de la tierra, la trasformación de los medios de trabajo en medios de trabajo utilizables sólo colectivamente, la economía de todos los medios de producción al ser empleados como medios de producción de un trabajo combinado, social, la absorción de todos los países por la red del mercado mundial y, como consecuencia de esto, el carácter internacional del régimen capitalista. Conforme disminuye progresivamente el número de magnates capitalistas que usurpan y monopolizan todos los beneficios de este proceso de trasformación, crece la masa de la miseria, de la opresión, del esclavizamiento, de la degeneración, de la explotación; pero crece también la rebeldía de la clase obrera, que es aleccionada, unificada y organizada por el mecanismo del propio proceso capitalista de producción El monopolio del capital se convierte en grillete del modo de producción que ha crecido con él y bajo él. La centralización de los medios de producción y la socialización del trabajo llegan a un punto en que son ya incompatibles con su envoltura capitalista. Esta envoltura estalla. Suena la hora de la propiedad privada capitalista. Los expropiadores son expropiados" (EI Capital, t. I). 

(continuará)