lunes, 10 de diciembre de 2018

El ecologismo de Marx

Si en el siglo XIX se planteó en toda su crudeza "la cuestión social", es en el XX cuando se adquiere plena conciencia de "la cuestión ecológica". Las urgencias marcan la agenda de cada época. Ahora toca abordar ambas cosas, pero distintas tradiciones ideológicas han establecido prioridades diferentes que no ayudan a entender que ambos problemas tienen causas comunes y no pueden tratarse por separado.

La primera edición de la obra capital de Marx (valga la redundancia nominal) data de 1867, y apenas dos años más tarde introduce Haeckel el concepto de ecología. Aunque ninguno extrae sus ideas de la nada, tienen el mérito de establecer bases firmes para convertir sus análisis en conocimiento científico.

Ambas cuestiones, a las que podemos añadir "la cuestión nacional" que tanto dificulta las soluciones globales a las otras dos, se originan en una causa común que ya advirtió el filósofo alemán: el carácter depredador del capitalismo, que, necesitado de crecer continuamente o colapsar, explota hasta la extenuación, de país en país, las dos fuentes de toda riqueza: la naturaleza y el trabajo humano.

La preocupación ecológica formaba parte de las políticas de las primeras etapas de la revolución bolchevique. La urgencia industrializadora arrambló con ella (pero por otra parte, ¿habría podido resistir la Unión Soviética la embestida del nazismo sin esa brutal competición con el mundo capitalista?). La contradicción mueve el mundo, y no se trata de sermonear sobre lo que se pudo o no se pudo haber hecho de otra manera, sino de abordar cada problema con la óptica y las proyecciones pertinentes en cada momento.

De las bases físicas del agotamiento de los recursos (energéticos y otros) me ocupé hace unos días. Hace más tiempo, aquí y aquí, ya incidí en esta misma cuestión. Como nunca viene mal insistir en lo que olvidamos porque nos enfrenta con realidades desagradables, vuelvo a la carga.

Porque echo en falta, en la mayoría de los programas políticos, el olvido de la relación inseparable de las tres cuestiones citadas, exacerbadas en tiempos de inevitable contracción económica que nos enfrenta a unos con otros a todos los niveles. Los programas de los partidos se elaboran en función de coyunturas electorales en las que lo urgente es ganar el poder político. Pero ganar el poder político tampoco es ganar unas elecciones.

Las luchas eficaces son otras, y hay que ser conscientes de que es miope quedarse en lo más inmediato.




Joaquim Sempere


El ecologismo apareció como corriente influyente en los Estados Unidos y Europa occidental en los años 60 del siglo XX, al margen de las izquierdas tradicionales, y en particular del marxismo. Algunas de sus corrientes incluso se presentaban como una superación de la oposición entre derecha e izquierda, con el argumento de que los conflictos sociales (especialmente entre clases) estaban destinados a pasar a segundo término frente a un problema de fondo: la agresión humana contra el medio ambiente natural. Esta agresión afectaba a todo el mundo, era un problema de la humanidad, no de una parte, de una clase social. Pero no todo el ecologismo lo veía igual. Un sector, que se volvió mayoritario en su seno, consideraba que la destrucción ambiental era un resultado más de la dinámica expansiva, dominadora y privatizadora del capitalismo, y que por tanto el ecologismo tenía que ser anticapitalista.

¿Hasta qué punto los fundadores del socialismo moderno fueron conscientes del problema? Ha corrido mucha tinta sobre el tema. En el caso de Marx y Engels, fundadores de la corriente más influyente de la izquierda socialista, la polémica fue intensa. Alguno les ha atribuido desde ignorancia de la cuestión ecológica hasta posiciones abiertamente “productivistas” y, como tales, antiecológicas y cómplices de desarrollos industriales extremadamente destructivos del medio natural. Las prácticas inequívocamente productivistas de los regímenes autodenominados marxistas reforzaban este argumento. El bicentenario del nacimiento de Marx es una buena ocasión para repasar qué hay de verdad en estas críticas.

Marx consideraba que la burguesía, impulsando el industrialismo capitalista, creó un nuevo mundo, introduciendo innovaciones que multiplicaban las capacidades humanas para transformar el medio natural y para dotarse de mejoras gracias a la aplicación de la ciencia y la técnica a la producción. La burguesía, con ello, generaba además las condiciones previas necesarias para avanzar hacia una nueva etapa de la historia humana, una era de fraternidad: el socialismo o comunismo. El maquinismo y la concentración de trabajadores en fábricas hacían nacer un nuevo modo socializado de trabajo y de producción, que, gracias a la división del trabajo en el interior de la empresa, incrementaba la productividad del trabajo humano y aportaba una plétora de productos inaudita. Y concentraba en grandes fábricas aquellos que serían los protagonistas de los cambios revolucionarios exigidos por el nuevo régimen socioeconómico: los proletarios, llamados a subvertir el orden capitalista. Pero el maquinismo fragmentaba la actividad de cada trabajador hasta convertirlo en una simple pieza de una gran maquinaria, y sometiéndolo a explotación. La explotación, es decir, la expropiación por el empresario capitalista del producto del trabajo excedente de los obreros, permitía una acumulación de riqueza en manos del empresario. De modo que Marx, al tiempo que veía progreso en la industria mecanizada, veía dominación, sufrimiento y regresión humana. Había aprendido a pensar dialécticamente, percibiendo juntos los aspectos opuestos de una misma realidad, que raramente tiene una sola cara. En el socialismo moderno hay también una idea frecuentemente no explicitada: la productividad de las modernas fuerzas productivas permite liberar tiempo y energía para los trabajadores que, emancipados de la explotación capitalista, podrían dedicarse a la vida política y a la gestión de la cosa pública bajo un régimen comunista.

No comprender el punto de vista dialéctico ha llevado a muchos lectores y críticos de Marx a interpretar erradamente algunas de sus ideas. Así, si el industrialismo capitalista es un paso hacia la liberación de los trabajadores, parece que tenga que ser considerado sin reservas como un fenómeno positivo. Desde este punto de vista, Marx sería un admirador del progreso técnico e industrial, y, como tal, alguien que, de una manera u otra, ha contribuido a implantar o consolidar la civilización técnica que está revelándose nefasta para las condiciones de vida de la biosfera y de la misma especie humana. En otras palabras, Marx no solo no tendría nada de ecologista, sino todo lo contrario, formaría parte activa de una cultura esencialmente contraria a la vida y dominadora de la naturaleza.

Pero disponemos desde hace más de 30 años de estudios orientados a señalar la presencia, en la obra de Marx, de ideas que se pueden calificar como ecologistas o protoecologistas. Manuel Sacristán, traductor de diversas obras de Marx (entre ellas, el primer libro de El capital) y muy buen conocedor de su obra, publicaba en 1984 en la revista Mientras Tanto un trabajo titulado Algunos atisbos político-ecológicos de Marx(recogido en el volumen Manuel Sacristán, Pacifismo, ecología y política alternativa, Barcelona, Icaria, 1987). En este trabajo, Sacristán explicaba cómo Marx denunciaba la degradación, en el sistema capitalista, tanto de la integridad y la salud de los trabajadores como de la fertilidad de la tierra, dos realidades naturales –el trabajo humano y la tierra– que son, dice Marx, “las dos fuentes de las cuales mana toda la riqueza”. Marx y Engels fueron conscientes de un problema que preocupó a muchos científicos y estadistas del siglo XIX: la pérdida de nutrientes de las tierras agrícolas en un momento de crecimiento demográfico, y de la irracionalidad metabólica que suponía la existencia de grandes ciudades que importaban de los campos muchos alimentos pero no retornaban los nutrientes a la tierra, sino que los evacuaban hacia los ríos, contaminándolos, y derrochando un recurso de gran valor. La ruptura de la circularidad de los nutrientes ponía en cuestión tanto la viabilidad económica a largo plazo de la agricultura capitalista como la viabilidad ecológica de las grandes ciudades, hasta el punto de que, en el Anti-Dühring, Engels afirma: “La civilización nos ha dejado con las grandes ciudades una herencia que costará mucho tiempo y trabajo eliminar; pero las grandes ciudades deben ser eliminadas, y lo serán, aunque a través de un proceso lento”.

Marx, según Sacristán, creía que “en el momento de construir una sociedad socialista el capitalismo habrá destruido completamente la relación correcta de la especie humana con el resto de la naturaleza (...) Y entonces asigna a la nueva sociedad una tarea –dice literalmente– de ‘producir sistemáticamente’ este intercambio entre la especie humana y el resto de la naturaleza. (...) La sociedad socialista queda así caracterizada como aquella que establece la viabilidad ecológica de la especie” [1]. Como se puede observar, Sacristán ponía de manifiesto en los textos de Marx y Engels unos puntos de vista inequívocamente “ecologistas” y una percepción muy acertada de un rasgo esencial del capitalismo: la ruptura de la circularidad de los intercambios entre humanos y medio natural que son la condición básica de la continuidad de la vida humana sobre la tierra. Marx utilizó profusamente el término “metabolismo” –en alemán Stoffwechsel, es decir, intercambio de materiales, que no es nada más que la definición de “metabolismo”–, un término típicamente ecológico, y eso dice mucho de la consciencia de Marx sobre la cuestión. La observación de Marx según la cual el socialismo estaba destinado a establecer “la viabilidad ecológica de la especie [humana]” se hace explícita en el libro III de El capital, donde se caracteriza la sociedad sin clases, el comunismo, que supuestamente ha de suceder al capitalismo, no solo como una sociedad libre de explotación y de inseguridad, sino también como una sociedad en la que “los seres humanos regularán conscientemente su metabolismo con la naturaleza”. Esta frase, que ha sido en general poco comentada por los lectores e intérpretes de El capital, subraya hasta qué punto Marx fue consciente de la dimensión ecológica de la vida humana, del papel destructivo del capitalismo respecto a esta dimensión e incluso de la misión regenerativa que correspondería al socialismo en el futuro.

En el año 2000 se publicaba la obra de John Bellamy Foster Marx’s Ecology. Materialism and Nature (traducido al castellano con el título La ecología de Marx. Materialismo y naturaleza, El Viejo Topo, 2004), una obra consistente y muy documentada sobre el tema, que aclara muchos puntos. Este libro aporta elementos adicionales que permiten hacerse una idea más precisa del ecologismo de Marx, a partir de un recorrido muy detallado de las diferentes tradiciones científicas y materialistas que influyeron en este autor, desde Epicuro (a quien va dedicar su tesis doctoral) y Lucrecio hasta los ilustrados europeos y la ciencia natural. Foster explica, a partir de los cuadernos de lectura de Marx, como este se interesó, entre otros, por la geología histórica, por la teoría evolucionista de Darwin y por la química agrícola, especialmente por Justus von Liebig, que denunció la inviabilidad a largo plazo de la agricultura capitalista. Recoge también múltiples pronunciamientos sobre el tema tanto de Marx como de Engels. Este último, en una carta a Marx, ponía el acento en el derroche “de nuestras reservas de energía, nuestro carbón” (que caracteriza como “calor solar del pasado”) y de los bosques, indicando los efectos devastadores de la deforestación [2].

Foster relaciona la conciencia marxiana de la “fractura metabólica” (término utilizado por Marx) con la obsesión por la división antagónica entre ciudad y campo. Y alude a un tema que la moderna crítica ecologista ha puesto en evidencia explicando que el comercio desigual implica expolio de recursos naturales, es decir, uso y consumo, por parte de los países ricos, de la tierra y el agua de los países pobres  cuando los primeros importan piensos, producción vegetal o ganadera de los países pobres:

“Para Marx –dice Foster– la fractura metabólica relacionada en el nivel social con la división antagónica entre ciudad y campo se ponía también de manifiesto a un nivel más global: las colonias asistían impotentes al robo de sus tierras, sus recursos y su suelo al servicio de la industrialización de los países colonizadores”. Siguiendo a Liebig, que había afirmado que “Gran Bretaña roba a todos los países las condiciones de su fertilidad” y señalando a Irlanda como ejemplo extremo, escribe Marx: “Indirectamente Inglaterra ha exportado el suelo de Irlanda sin dejar siquiera a sus cultivadores los medios para reemplazar los elementos constituyentes del suelo agotado” (p. 253).

Es bastante evidente que, en estas observaciones, Marx apunta una visión del imperialismo que va mucho más allá de una explotación en términos de valor económico, y que incluye el saqueo y la transferencia física de recursos naturales: fertilidad de la tierra, minerales del subsuelo, agua. Foster recoge también que Engels transmitió a Marx la noticia de los trabajos de Podolinski sobre flujos de energía y de valor, solo unos meses antes de la muerte de Marx. Este desestimó por simplistas las inferencias de Podolinski, pero sin negar su pertinencia.

Un par de observaciones más indican hasta qué punto había avanzado en la mente y la obra de Marx la conciencia ecológica. Una es el esbozo de la noción de sostenibilidad ecológica en la idea de la continuidad de la especie humana o “cadena de generaciones”, cuando dice, por ejemplo, en el libro I de El capital, que “la agricultura tiene que preocuparse por toda la gama de condiciones permanentes de la vida que requiere la cadena de las generaciones humanas”, o cuando se refiere a las “condiciones eternas de la existencia humana impuestas por la naturaleza” [3]. Otra observación, esta más socioecológica, merece una atención especial, porque se ha atribuido a Marx la idea de que el desarrollo agrícola exige aumentar la escala de la producción, idea que parece coherente con una visión peyorativa del pequeño campesinado como una rémora del pasado. He aquí como lo presenta Foster:
(...) Su análisis [el de Marx] le enseñó los peligros de la agricultura a gran escala, a la vez que le hacía ver que la cuestión principal era la interacción metabólica entre los seres humanos y la tierra. En consecuencia, la agricultura solo podía existir a una escala bastante grande allí donde se mantuvieran las condiciones de sostenibilidad, cosa que Marx consideraba imposible en la agricultura capitalista a gran escala. ‘La moraleja del cuento –dice Marx en el libro III de El capital– (...) es que el sistema capitalista va en sentido contrario a la agricultura racional, o que la agricultura racional es incompatible con el sistema capitalista (aunque este promueva el desarrollo técnico de la agricultura) y necesita o bien pequeños campesinos que trabajen por su cuenta o el control por parte de productores asociados’. Marx y Engels argumentaron continuamente en sus obras que los grandes terratenientes eran invariablemente más destructivos en relación a la tierra que los agricultores libres (p. 255).
Sorprendente, ¿no? Estas observaciones contradicen la visión habitual de Marx en relación a la ecología. Esto tiene una explicación. Estas percepciones de Marx y Engels no bastaron para superar su visión esencialmente productivista y su confianza, pese a todo, en el progreso técnico, y no influyeron en los contenidos básicos del corpus teórico que se traspasó a sus herederos, los cuales fijaron su atención en la interpretación marxiana del desarrollo industrial, que tomaron como paradigma desligándolo de sus efectos colaterales ecológicos.

Foster recorre las aportaciones de diversos autores marxistas que recogieron algunas de las reflexiones ecológicas de Marx y Engels, como el mismo Kautsky en su trabajo sobre la cuestión agraria. Da un valor especial a Bujarin, que asignó un papel importante al concepto de metabolismo en su tratado de sociología. Bujarin atribuyó a la agricultura más importancia que cualquier otro dirigente bolchevique, hecho que estaba ligado a su defensa de los campesinos frente a los intentos de colectivización forzosa de las tierras. Dio una particular importancia a Vernadsky, introductor en el año 1926 del concepto de “biosfera” y fundador de la geobioquímica, de quien Lynn Margulis dijo que “fue la primera persona en toda la historia que se enfrentó a las implicaciones reales del hecho de que la tierra sea una esfera autónoma”. Y a Vavilov, especialista en genética vegetal. Tanto Vernadsky como Vavilov vivieron y desarrollaron sus teorías en la Rusia soviética. El mismo Lenin estableció en 1920 una reserva natural en la Unión Soviética al sur de los Urales, la primera en el mundo destinada por un gobierno al estudio científico de la naturaleza. Todo esto hace decir a Foster que “en la década de 1920 la ecología soviética era probablemente la más avanzada del mundo” (p. 365). Pero como tantas otras iniciativas innovadoras de la revolución soviética, todo se lo llevó el viento de la contrarrevolución estalinista. La URSS puso en práctica un industrialismo descarnado y una agricultura química y mecanizada de grandes unidades. No solo las prácticas agronómicas quedaron marcadas por la filosofía desarrollista, sino que dieron origen a planteamientos teóricos e ideológicos que influyeron en todo el movimiento de obediencia soviética en el mundo. Un ejemplo estremecedor de hasta dónde ha podido llegar la tecnolatría implícita en esta orientación se encuentra en la obra colectiva checa La civilización en la encrucijada, dirigida por el científico social Radovan Richta, que en los años 60 del siglo XX llamó la atención como una versión modernizada de la filosofía del “socialismo real”. El equipo redactor se vinculó al programa democratizador de Alexander Dubcek, y por tanto era visto como una renovación de la idea del socialismo. ¿Lo fue realmente? No en el replanteamiento de la consideración teórica de la naturaleza en relación a la especie humana. Entre otras cosas, la mencionada obra dice: “El mundo que rodea hoy al hombre ya no es desde hace tiempo la naturaleza intacta. (...) Adopta los rasgos de una naturaleza otra, impuesta por el hombre. (...) El hombre deja de ser un simple ser natural y deviene, en todos los aspectos, un individuo social, elaborado por la civilización”. El gran cambio que los autores de este estudio ponen de relieve es un cambio tecnológico, el paso de una tecnología que fragmenta y aliena las capacidades de los trabajadores y de los ciudadanos, a una tecnología “multilateral, que les abre el camino de su desarrollo propio y autónomo”. El mérito de este cambio proviene de la “revolución cientificotécnica”:
La automatización, la quimización, la biologización de la producción, las técnicas modernas de consumo, los medios de comunicación y el urbanismo tienden actualmente a evitar que las personas sirvan al mundo de los objetos. La revolución científica y técnica, en su conjunto, puede en definitiva llegar a transformar la civilización en un servicio para el ser humano: a adaptar el proceso de producción, a construir un modo de vida, etc., favoreciendo así el desarrollo humano en su plenitud [4].
Es absolutamente revelador que este informe de 460 páginas en la versión francesa no contenga ninguna consideración ni mención alguna de la agricultura y la alimentación humana, que no hable de alienación del hombre respecto de la naturaleza… ¡que no haga aparecer la palabra “agricultura”! Su tecnolatría llega tan lejos, si no más, que los documentos de la Rand Corporation de los Estados Unidos o de cualquier otra agencia tecnocrática del mundo.

La izquierda tiene que librarse de toda esta regresión teórica. Dos amenazas le ayudarán a hacerlo: el cambio climático y el agotamiento de los combustibles fósiles y el uranio. No se podrán abordar estas dos amenazas sin una reconsideración radical de la fractura metabólica experimentada los dos últimos siglos y sin un programa de mutación energética y metabólica para reconstruir la economía sobre la base de la sostenibilidad ecológica y la circularidad de los recursos. Releer a Marx y Engels con una nueva mirada, que permita recuperar sus reflexiones protoecologistas superando sus insuficiencias, ayudará sin duda a llevar adelante este programa de reconstrucción.


NOTAS


[1] Manuel Sacristán, “Algunos atisbos político-ecológicos de Marx”, en el volumen Pacifismo, ecología y política alternativa, Barcelona, Icaria, 1987, pp. 146-147. La cita del Anti-Dühring está en la p. 144.

[2] John B. Foster, La ecología de Marx. Materialismo y naturaleza, Barcelona, El Viejo Topo, 2004, pp. 255-256.

[3] J.B. Foster, op. cit., pp. 253 y 252.

[4] Radovan Richta (dir.), La civilisation au Carrefour, París, Éditions Anthropos, 1969, pp. 210-211 y 213.

lunes, 3 de diciembre de 2018

Bolsonaro no es un fenómeno aislado

Variaciones sobre el mismo tema. Con matices diferentes, tres artículos analizan y tratan de desentrañar lo ocurrido ahora en Brasil, como antes en Argentina: el triunfo del fascismo por la vía electoral.

Sobre qué es y no es fascismo se ha discutido mucho, y en general de forma interesada. Considerar como tal solamente al italiano es una forma de enmascarar situaciones muy similares. Aunque las disquisiciones académicas suelen ocuparse más de las diferencias que de las semejanzas, sería forzado distinguir en lo esencial al nazismo del fascismo,  Que el régimen de Franco no fue un fascismo, sino un "régimen autoritario", lo oímos decir con frecuencia, aunque su ferocidad represora fuera superior a la desarrollada por la dictadura italiana. En España la facilitaba la derrota republicana y el temor a la resistencia lo hacía necesario.

Entiendo por fascismo la forma represiva extrema que adopta la clase propietaria cuando siente amenazados sus intereses y su propia supervivencia. No hay que esperar que adopte una sola forma ni una ideología idéntica en todos los países, porque las circunstancias históricas en que se desarrolla varían según el tiempo y el lugar.

Esta amenaza subversiva coincide necesariamente con tiempos críticos, de contracción de la economía que produce un hondo malestar social. En estas circunstancias, el fascismo busca y encuentra aliados entre los más pobres, frustrados e indignados de las clases subalternas. En esto se asemeja a las artes marciales que dirigen las energías del adversario contra él mismo.

El primer artículo, del director de CELAG, Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica, señala algunas características comunes del actual momento civilizatorio que revisten de legitimidad "democrática" al fascismo de nuestros días. En buena parte el fascismo es un movimiento popular. Parte de los explotados y excluidos son llevados a culpar a otros de sus males. Se rechaza a los inmigrantes por ocupar puestos de trabajo (que muchas veces no aceptan los autóctonos), por aceptar condiciones laborales peores, degradar los salarios... Otras veces los culpables son grupos étnicos o religiosos. En todo caso parece más fácil excluir a otros explotados a nuestro nivel que suprimir la explotación que viene de más arriba.

Cuando la gente se harta, el que habla más claro tiene ventaja sobre el que trata de contemporizar. Esto último lo ha hecho gran parte de la izquierda. Por una parte para "no molestar al tigre" pero también para atraerse a sectores despolitizados y biempensantes. Abandonando políticas audaces, se ha dejado el radicalismo, real o mentido, en manos de la extrema derecha. Olvidando la sentencia bíblica: "lo frío y lo caliente se traga, lo tibio se vomita", la izquierda moderada ha puesto a muchos en manos de los que han sabido calentarles la cabeza.

Por un lado, la izquierda, plegada al lenguaje dominante, no ha explicado con claridad el origen capitalista de los problemas. Pero cuando lo ha hecho, la dificultad de salir de los propios círculos de opinión ha impedido la difusión de algunos mensajes muy claros. La información está embarrada. ¿Cuántos en España añoran los "tiempos felices" de los gobiernos de Aznar, porque había empleos que han desaparecido, solo que más tarde, precisamente por culpa de las políticas de Aznar?

Por parte de sus víctimas, mirada errada. Por parte de los que las manejan, mensaje falso.

El mismo mensaje falso: el "cambio" que ahora promete VOX y que tan buen resultado le ha dado en las elecciones andaluzas.

Del segundo artículo destacaría la consideración del factor geopolítico. El capitalismo mundializado tiene resortes para apretar las tuercas a los países díscolos, creando condiciones para un malestar que degasta a los gobiernos progresistas y facilita las intervenciones, armadas o no, en los "países molestos".

El tercero aborda a mi entender el elemento clave: si en un mundo en expansión se ve posible el desbordamiento de la riqueza desde arriba hacia abajo (¡siempre  que desde abajo haya presión suficiente!) en un mundo que se contrae los mejor situados tratarán de salvarse a costa de los otros. La lucha de clases ha perdido sus frentes bien delimitados (nunca lo estuvieron del todo), y ahora una lucha de todos contra todos es particularmente dura dentro de los grupos subalternos. Racismo, xenofobia e identificación irracional, religiosa o nacionalista, son los alimentos del fascismo.

Porque el planeta es ya un globo pinchado.


Pero la Historia nunca acaba. Victorias, derrotas... nada es definitivo. A los reflujos pueden suceder nuevos avances. Este es el mensaje de esperanza racional (esperanza relativa, por aquello del optimismo de la voluntad...) del vicepresidente de Bolivia, un país que, por ahora, se viene librando de la oleada fascistizante:
García Linera pronosticó en el reciente Foro Mundial de Pensamiento Crítico, llevado a cabo en Buenos Aires, que los Gobiernos conservadores de la región durarán poco tiempo y luego vendrá un nuevo auge progresista y de izquierda. 
"Estamos enfrentando una oleada conservadora neoliberal que tiene dos limites intrínsecos: es fosilizada y es en sí misma contradictoria", apuntó. Y detalló que en estos países se están "repitiendo las recetas que hace veinte años fracasaron", por lo que "no hay inventiva, no hay creatividad, no hay esperanza". 
A su vez, "el neoliberalismo actual solamente moviliza odios y resentimientos". Es decir, que está "fundado en la negatividad y no en la proposición. No en la esperanza de mediano plazo, sino en el rechazo emotivo de corto plazo. Y eso tiene patas cortas", completó el vicepresidente boliviano. 
Por eso, con optimismo, sentenció: "En vez de vivir una larga noche neoliberal, hemos de vivir una corta noche de verano neoliberal. Y ahí es donde nos toca a nosotros reconocer lo que hicimos bien, reconocer lo que hicimos mal, y prepararnos". "La izquierda tiene que volver a prepararse para tomar el poder en los siguientes años en el continente".





Alfredo Serrano Mancilla

¿Por qué ganó Jair Bolsonaro con más de 57 millones de votos y 10 puntos de diferencia con respecto al candidato del PT, Fernando Haddad? Esta es la pregunta que medio mundo se está haciendo luego del resultado electoral en Brasil. No hay respuesta sencilla ni basada en un único argumento. Son múltiples los factores, algunos propios de un clima global y otros más ajustados al contexto nacional. Aquí se esbozan algunas ideas para comprender este fenómeno.
  1. La volatilidad de las preferencias electorales. Cada día la realidad es más efímera. Todo cambia a una velocidad incomprensible. En la actualidad, con un simple clic somos capaces de cambiar de país, de conversación, de relaciones personales… Las nuevas tecnologías y las redes sociales permiten creer que todo se puede modificar en un segundo. Esto se va instalando como marco lógico hasta el punto de tener un poder de influencia mayor de lo previsto a la hora de tomar decisiones en otros asuntos. En lo electoral, en un marco de crisis de representatividad de los partidos tradicionales, también está presente esta nueva manera de actuar, que se percibe en un patrón electoral volátil, en el que el voto se mueve de lado a lado sin tiempo real para que se produzcan grandes cambios estructurales en el medio. Un dato lo ejemplifica: Dilma Rousseff obtuvo casi 55 millones de votos hace cuatro años; ahora Bolsonaro, la antítesis, 57 millones.
  2. Cuando la democracia ya es cualquier cosa. Decía Gilbert Rist que “el desarrollo ya puede ser concebido como cualquier cosa” porque “el desarrollo es la construcción de una letrina allá donde se necesita, pero también es un rascacielos en una gran ciudad”. Lo mismo puede suceder con el término democracia, cuando ésta se basa en un mínimo excesivamente mínimo. Así, tan vaciada de contenido, limitada a un voto cada cuatro años, sin importar nada más que eso, entonces, la ciudadanía puede llegar a frivolizarla tanto como cualquier votación que se produce para elegir al ganador de un reality show. Esta democracia tan banalizada, en forma light, es un terreno demasiado fértil para que los candidatos poco demócratas sea elegidos.
  3. Una nueva cancha embarrada de juego. Vale todo. En el caso de Brasil, la elección se dio luego de un golpe parlamentario que arrebató a Dilma su condición de presidenta electa y con Lula, el candidato mejor valorado, en la cárcel. Además, como así también pasó en la campaña del 2014 con la muerte de Ocampo, esta vez, también apareció un hecho sospechoso: la puñalada que sufrió Bolsonaro, que tuvo un tratamiento mediático de telenovela con final feliz. Y tampoco hay que olvidar las fake news que se fueron propagando gracias a un control del uso de datos privados, de teléfonos, con el envío masivo de mensajes de WhatsApp. Se mire por donde se mire, en estos tiempos que corren, ya no hay elecciones en condiciones limpias.
  4. Cuando gana lo auténtico y no lo políticamente correcto. Viendo a Bolsonaro, a uno se le caen todos los mitos del marketing electoral de los últimos años. Pareciera que nace un contramanual de Durán Barba. Ni globos de colores ni mensaje de felicidad eterna; ni ambientalismo ni animalismos. En el caso de Bolsonaro, así como ocurrió con Trump, venció lo genuino, el “no disimular casi nada”. Decirle al pan, pan, y al vino, vino. Un lenguaje más directo, sin rodeos, sin diplomacia, en el que la mayoría de la ciudadanía se siente reflejada.
  5. El odio y el “que se vayan todos”. El hartazgo se impone. Se creó un clima de opinión, en gran medida provocado por los medios de comunicación, marcado por la animadversión y hostilidad. La corrupción fue una de las principales variables elegida para crear un ambiente antipetista. Pero también se utilizó la elevada inseguridad, para construir ese sentimiento de repulsión contra el estatus quo. En el caso brasileño, como así ocurrió también con Trump, se impone cada vez más una propuesta del anti, del rechazo, del encono, buscando una mayor sintonía con aquella sensación de infelicidad que tiene una buena parte de la ciudadanía que vive en condiciones económicas y materiales muy negativas.
  6. La mentira que nos contaron: era mejor no confrontar. Fue absolutamente desacertado creer que había un exceso de confrontación por parte de muchos líderes-presidentes representantes del progresismo latinoamericano. ¿Cómo encaja Bolsonaro en este paradigma? ¿Y Trump? Por lo visto electoralmente, a la ciudadanía le agrada mucho más aquel político que interpela de frente en vez de ser una suerte de “chicha ni limoná”. Debemos distinguir mejor entre el porcentaje de imagen favorable y la verdadera intención de voto; e incluso puede ocurrir que se puede ganar elecciones a pesar de tener un alto porcentaje de rechazo en las encuestas.
  7. El repliegue sobre el individuo. El Balón de Oro en fútbol es casi tan importante como un campeonato; Messi es tan poderoso o más que un club de fútbol. El personalismo en la política pisa fuerte. Es por ello que Bolsonaro no necesitó ni de partidos ni de ningún gran movimiento colectivo que lo arropara. Una suerte de superhéroe que muchos aspiran a ser.
  8. Regresa el nacionalismo en la época global. Nunca dejó de ser un valor, pero ahora el nacionalismo retoma un papel más protagónico en una era donde todo es global. La gente busca mucho más aferrarse a algo cercano, a un referente más nacional. Bolsonaro lo logró mostrándose como militar, con un lenguaje de repulsión a todo lo que tuviera que ver con lo extranjero.

  9. El laberinto de nuestras burbujas. Un mal endémico es querer hacer análisis en función de nuestro particular focus group entre la gente más cercana que nos rodea. O mucho peor aún es preguntarnos lo siguiente: ¿por qué la gente vota a un fascista, homofóbico y que defiende a la dictadura? Esto es tener mal el foco de mira. ¿Por qué? Pues seguramente porque no hay 57 millones de brasileños y brasileñas que tienen esos mismos valores. Lo cierto es que cada quién tiene la información que tiene, que le llega por muchas vías diferentes, y no siempre es la misma que tenemos en ciertos círculos endogámicos en los que el deber ser, en lo ético y en lo político, prevalece por encima de cualquier mirada de lo que está ocurriendo en cada esquina.
Entre tantas otras, las razones aquí expuestas en su conjunto hacen que hoy estemos ante un país, Brasil, que ha elegido mayoritariamente a Bolsonaro, con el 55% de los votos. Sin embargo, lo difícil está en otro punto: a partir de ahora saber cómo hacer para que no lleguen más Bolsonaros a ser elegidos presidentes de cualquier país.


Iroel Sánchez


Leo en las redes sociales muchas interpretaciones que culpan al pueblo brasileño por votar -“en democracia”, dicen- por el ultraderechista Jair Bolsonaro con una ventaja considerable sobre el candidato del Partido de los Trabajadores, Fernando Hadad.

Ahora bien, ¿qué democracia es la que eligió a Bolsonaro? Se trata de una democracia liberal con elecciones periódicas en la que cada cuatro, cinco o seis años los ciudadanos dedican un día a votar por quien dirigirá el gobierno del país. El resto del tiempo, día tras día, año tras año, otros poderes no electos -económicos y mediáticos en lo fundamental- condicionan la vida y las percepciones de los ciudadanos.

Se puede alegar que además hay división de poderes: judicial, legislativo y ejecutivo, que es el que ostentará Bolsonaro, y que eso produce un equilibrio. Pero es que fueron los poderes legislativo y judicial -en manos de la misma clase social que decidió romper con la máscara democrática y apoyar a un impresentable como el ex capitán- los que crearon las condiciones para la victoria ultraderechista de este 28 de octubre, primero destituyendo desde el Congreso a Dilma Rouseff de la Presidencia, en un proceso altamente manipulado, y luego encarcelando ilegal e injustamente al candidato más popular: Lula Da Silva, al que el mismo sistema judicial impidió presentarse a elecciones. Si se necesitaba prueba de lo anterior, la declaración de Bolsonaro anticipando su deseo de designar como Ministro de Justicia al juez Sergio Moro -formado en Estados Unidos y perseguidor de Lula- lo acaba de confirmar.

Paralelamente, el sistema mediático estableció, en el imaginario de buena parte de las personas menos formadas e informadas para asumir críticamente sus mensajes, al Partido de los Trabajadores como responsable único de la corrupción y la violencia, dos causas con las que es muy fácil mover el fanatismo religioso organizado en las iglesias evangélicas y empoderado a través de una poderosa televisora como Récord, la segunda del país.

Lo que ocurrió este domingo 29 es lo que el pensador portugués Boaventura de Sousa Santos llama “democracia de baja intensidad”, “una isla de relaciones democráticas en un archipiélago de despotismos (económicos, sociales, raciales, sexuales, religiosos) que controlan efectivamente la vida de los ciudadanos y de las comunidades”.

El hecho de que tras tres intentos por ganar las elecciones, Lula llegara finalmente al gobierno, y de que fuera ahora el más popular de los candidatos no es prueba de que ese sistema sea democrático sino de que el desgaste producido por el neoliberalismo permitió su llegada a la Presidencia dentro de los estrechos límites del sistema que el ex sindicalista nunca vulneró, ni construyendo nuevos medios de comunicación, ni haciendo una reforma del sistema electoral. Los altos precios del petróleo y la aparición de este en el nuevo yacimiento presal, explotado estatalmente, permitieron una convivencia temporal con la oligarquía brasileña que no veía afectados sus intereses, pero cuando el precio del petróleo bajó, los del poder verdadero no quisieron compartir los efectos con los de abajo y exigieron también el presal y nuevas privatizaciones. El golpista Michel Temer lo confesó el 21 de septiembre de 2016 en un discurso ante la Sociedad de las Américas y el Consejo de las Américas, con sede en la ciudad de New York:
“...nosotros estábamos convencidos de que sería imposible al gobierno continuar con aquel rumbo y entonces sugerimos al gobierno que adoptase las tesis que apuntábamos en aquel documento llamado Un puente para el futuro. Como eso no sucedió, no se adoptó, se instauró un proceso que culminó ahora con con mi instalación como Presidente de la República”
En el orden internacional, el factor Washington no es secundario. Lo sucedido en Brasil desde que se instauró espuriamente a Temer como Presidente viene de un proceso comenzado con el golpe militar contra Manuel Zelaya en Honduras, continuado en Paraguay y luego en Brasil con golpes parlamentarios y consolidado con las persecuciones judiciales contra Rafael Correa, su vicepresidente Jorge Glass, Cristina Fernández en Argentina y el propio Lula en Brasil. No sólo es tomar el gobierno sino crear las condiciones para que nunca vuelva a ocurrir que se implementen políticas contra los intereses oligárquicos. Los jueces, muchas veces entrenados en Estados Unidos, procesan lo que los periodistas, también a menudo formados en el mismo lugar, publican en los medios de comunicación que ofician de fiscales las “pruebas” que condicionan el veredicto de la opinión pública. ¿No ocurrirá lo mismo contra Evo y Maduro si logran ponerlos fuera del gobierno?

No es que esos procesos postneoliberales no cometieran errores, incluyendo la corrupción de algunos de sus líderes, nunca Lula ni Dilma, pero el principal es haber dejado intacto el sistema de dominación clasista que impera en esos países. Es lo que hace la diferencia con Venezuela y Bolivia.

El cerco contra la Venezuela Bolivariana, principal obsesión de Washington en la región desde que Obama la declarara “amenaza inusual y extraordinaria a la Seguridad nacional” arriba a su mejor momento. Una extensa frontera con Brasil está lista para superar lo que ya sucede en el oeste con Colombia como fuente de paramilitarismo y guerra económica. Agréguesele el conflicto fronterizo en el este con Guyana y la mesa está servida para materializar la intervención militar con la que varias veces ha amenazado Donald Trump, la OEA y su Secretario General Luis Almagro están listos para justificarla como una “exigencia humanitaria”.

Para Cuba, como dijo el General de Ejército Raúl Castro, el pasado 26 de julio “el cerco se estrecha”, pero la oligarquía cubana está en Miami, no en La Habana. Su máximo representante -el senador estadounidense Marco Rubio- ya se reunió con Bolsonaro y es de presumir lo que pidió contra la Isla y Venezuela, el Presidente electo lo acaba de confirmar en una entrevista publicada ayer por el periódico Correio Braziliense: Romperá relaciones diplomáticas con Cuba, algo que no ha hecho ni el mismo Donald Trump.

El nuevo Presidente brasileño no es sólo una persona de pensamiento fascista al servicio de quienes lo eligieron para imponer sus intereses en la mayor economía de América Latina sino un enemigo de todos los procesos populares en la región, aliado al sector más extremista de los Estados Unidos que lleva 60 años intentando eliminar la Revolución cubana. Es bueno saberlo.



sintético análisis de emilio santiago muíño


“El 28-O fue un día trágico pero previsible. El ecologismo social lleva décadas analizando que los Trumps y los Bolsonaros estaban a las puertas. Urge clarificar el terreno del juego político del siglo XXI. Resumo algunas ideas que publiqué en el libro Petróleo.

El sobrepasamiento en el año 2006 del pico del petróleo convencional (dato de la AIE), el de alta rentabilitad energética, funciona como un fondo de verdad que hace que las problemáticas sociales de los últimos años perfilen sus contornos de modo mucho más nítido.

Desde entonces, aunque la producción nominal de petróleo ha seguido aumentando, la energía neta (energía real útil disponible para la sociedad) ha disminuido. En consecuencia, el crecimiento económico se ha vuelto una empresa cada vez más onerosa y que exige un sacrificio social mayor.

Por supuesto se recorta socialmente porque tras la ofensiva neoliberal los ricos están ganando por goleada la guerra de clases. Pero la crisis no es una estafa: la lucha de clases no opera dentro de una economía sana, sino en una que sufre una especie de enfermad degenerativa.

Con mirada energética (exergética/termodinámica), el extraño empeño del capitalismo neoliberal en estropear el final de la historia pierde así su aire misterioso. Y figuras como Trump o Bolsonaro se nos revelan como realidades tenebrosas, sí, pero puestas en hora con el reloj de época con bastante precisión.

El pico del petróleo, por cierto, sólo es una de las muchas dimensiones de la extralimitación ecológica en curso: cambio climático, agotamientos de minerales, estrés hídrico, destrucción de biodiversidadlas turbulencias ecosociales del siglo XXI sólo acaban de empezar.

Ante la contracción energética del campo de juego económico y político, y la inestabilidad consecuente, se está imponiendo el “escenario 3”, de competencia regional, que ya describió hace tiempo el Grupo de Energía, Economía y Dinámica de Sistemas de la Universidad de Valladolid: http://www.eis.uva.es/energiasostenible/?page_id=2216

¿Qué es el Escenario 3? Desglobalización, involución democrática y repliegue nacional identitario para incentivar la competencia, y finalmente la guerra, por recursos a los que ya no podemos acceder de forma capitalista convencional (a un ritmo exponencialmente creciente).

Ante la nueva escasez estructural, se responde cerrando filas alrededor de un nosotros nacional que se prepare para responder al “no hay para todos” de modo predatorio: entre matar y empobrecerse (en términos relativos y partiendo de una abundancia enfermiza) se opta por matar.

Claves del proyecto Trump: todo lo que ya sabemos + apurar la copa de la era de los combustibles fósiles hasta las heces (negación del cambio climático, apoyo al fracking con desregulación e incluso previsible nacionalización para producir fuera de la rentabilidad de mercado).

Claves del proyecto Bolsonaro: lo mismo en versión latinoamericana, siendo la Amazonía y no el fracking su salvaje oeste ecológico.

Tras la flor de un día histórica del petróleo barato, ha regresado el asunto Hitler: lo que en el siglo XXI está en juego es el Lebensraum, el espacio vital. Y caben dos grandes respuestas: o arrebatarlo o compartirlo (lo que conlleva necesariamente hacer más pequeña tu demanda sobre él).

Entre las actuales democracias y su degeneración dextropopulista las diferencias son importantes, y hay que impedir cualquier retroceso en derechos. Pero son diferencias de grado, ya que el modo de vida del ciudadano promedio de la OCDE se sustenta en el imperialismo extractivista.

Por desgracia, el debate sobre el fascismo es todavía un debate de fronteras para adentro, que no cuestiona el carácter profundamente fascista de la arquitectura geopolítica global que sustenta los flujos de recursos que hacen posible la normalidad occidental.

Hasta que la lucha por la justicia social y la lucha por un justo reparto global del espacio ecológico no sean la misma, lo cual es cualquier cosa menos fácil, la extrema derecha jugará con ventaja: su propuesta se ajustará más al marco de deseos mayoritario.

Reconstruir comunidad y esquemas de pertenencia. Crear una seguridad alternativa al caos neoliberal y a la oferta perversa de orden de la extrema derecha. Sí. Pero no ganaremos sin una revolución antropológica que rompa con la felicidad de consumo y sus expectativas inviables.

Karl Polanyi afirmaba que la diferencia entre fascismo y socialismo no era económica, sino moral y religiosa: el socialismo apuesta por la libertad en estas sociedades industriales complejas y bajo un postulado de unicidad –y por tanto de igualdad de toda la humanidad.

Marx es también una parada obligatoria para entender la crisis ecológica. No sólo por su gestión de clase, sino también por que la sociedad capitalista posee “estructuralidad económica”. Y sin eso no se entiende nuestro empeño autodestructivo en lo ecológico.

Pero Marx solo no basta, porque (entre otros fallos) asumió una hipótesis de abundancia material ecológicamente refutada. En este artículo intento decirlo mejor: http://constelaciones-rtc.net/article/view/1173 … También en el libro Ecosocialismo descalzo con Jorge Riechmann, Carmen Madorrán y Adrián Almazán.

Por eso la tarea es dual y simultánea. Por un lado la autodefensa de la sociedad frente al mercado: redistribuir riqueza y asegurar el derecho a vidas dignas. Esto es lo mejor que cabe esperar de Podemos y las fuerzas del cambio en el frente institucional.

Por otro lado ganar la guerra (asimétrica) por el sentido de la vida mediante una nueva definición cultural de la riqueza mucho más austera, lenta, sencilla, local: la lujosa pobreza. Sólo así podremos garantizar libertad y seguridad para toda la humanidad en un “mundo lleno” (saturado en términos ecológicos).

Ésta es más bien una carrera de fondo para el ecologismo y el feminismo. Y más allá de los movimientos sociales, para la creatividad social difusa y no organizada políticamente: en la sociabilidad cotidiana, en la cultura, en el arte, incluso en la iniciativa empresarial.

Ellos quieren hacer sus patrias grandes de nuevo. Nosotros y nosotras, patrias generosas que cuiden. Y estas necesitan nuevos eslóganes seductores. Escuché a Jorge Riechmann una vez uno que puede funcionar: menos segundas viviendas, más años sabáticos.”