martes, 12 de marzo de 2019

¿La cosa va lenta?




Sobre el peligro de poner plazos al previsible colapso civilizatorio que causaría la falta de combustibles fósiles, Emilio Santiago Muiño ha escrito el artículo Futuro pospuesto: notas sobre el problema de los plazos en la divulgación del Peak Oil. Como las profecías "con fecha fija" pueden desacreditar a quienes las hacen y convertir en escépticos a sus destinatarios, el autor vive con cierto desasosiego la lentitud del proceso en curso, comparada con sus postulados de hace un decenio.

Jorge Riechmann no ve que "la cosa" vaya tan lenta como puede parecer a quien se fíe de la "recuperación" de la economía tras la crisis. Sin entrar en qué aspectos se han recuperado y cuales no, y a costa de qué, puntualiza:
Creo que Emilio tiene toda la razón en esta parte de su análisis: 
“Hubo dos equívocos, uno menor y otro mayor. El menor es haber tomado por absolutamente certero el estado de la cuestión energética del presente. Donde sin duda tenemos seguridad científica para hablar de tendencias. Pero todavía no se conoce lo suficiente como para aventurarnos, como hicimos, a realizar cálculos prospectivos tan ambiciosos como para señalar fechas. El segundo tiene que ver con instalarnos en análisis muy unilaterales y muy unifactoriales sobre el papel de la energía en la evolución social. La conexión entre el pico de petróleo convencional de 2005 y el crack de 2008 alimentó nuestras ilusiones de estar en lo cierto. Pero como la energía no era ni muchos menos el único factor que explicaba el crack económico, aunque tuviera un peso que los economistas convencionales nunca quisieron admitir, la gestión política de otros muchos factores ha ayudado a prolongar la normalidad incluso abrir espacio para el crecimiento (a un costo social y ambientalmente oneroso claro, pero funcional al fin y al cabo para las lógicas del capital). Y esto, sin duda, volverá a pasar. El gran problema de fondo es que, por muchas razones, nuestra mejor ciencia empírica es y será altamente imperfecta para predecir con exactitud procesos socionaturales. Lo que implica un enorme obstáculo cuando además se pretende hacer política anticipatoria con márgenes de incertidumbre tan amplios. En este sentido, tenemos precedentes que hay que revisitar. La famosa apuesta entre Ehrlich y Simon sobre el encarecimiento de algunos productos naturales provocados por su escasez ha sido explotada hasta la saciedad por neoliberales para deslegitimar los vaticinios ecologistas. Y esto es fundamental: en política por desgracia no importa tanto la verdad sino el uso de las percepciones sociales.” 
Y opino, como Emilio, que
“hemos entrado en el escenario tecnomarrón de David Holmgren: atenuación a corto plazo del problema energético a costa de intensificar a medio plazo el problema del cambio climático”; 
dije esto mismo hace algún tiempo. Con el matiz (enorme) de que no es a medio plazo (la intensificación del calentamiento global), sino a corto plazo, ya; y que no es sólo la intensificación del apocalipsis climático hacia el que vamos, sino el desplome de todo el mundo vivo.
Pues donde discrepo es en pensar que la cosa va lenta. Sólo se puede afirmar algo así intramuros: encastillados tras los muros de la ciudad humana, ciegos a lo que está ocurriendo en el mundo natural. Las cosas no “van mucho más despacio de lo que habíamos previsto”. En cuanto uno mira por encima de los muros de la ciudad, es al revés: el ritmo del calentamiento global, la muerte de los arrecifes de coral, el desplome del fitoplancton, la hecatombe de los insectos, la destrucción del mundo vivo en general… todo va más rápido que (casi) en nuestras peores previsiones. El ritmo del cambio climático, por ejemplo, es de una rapidez que corta el aliento si la referencia son los cambios climáticos anteriores que ya han acaecido en el planeta Tierra. Si nuestro marco de referencia, más allá de Móstoles o Cercedilla y la Comunidad de Madrid, es Gaia.

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