Ecología, economía, ¿términos excluyentes? La visceralidad de las posturas impide casi siempre ser objetivo. El pensamiento humano, como el lenguaje en que se apoya, tiende a la dicotomía. Son muchas las oposiciones que se entrecruzan y hacen muy complejos los conflictos: los de identidad (nación, lengua, etnia, género, religión...) se funden-confunden con los de clase (capital-trabajo, poderosos-débiles, ricos-pobres, en definitiva, explotadores y explotados).
Los conflictos ecológico-económicos enfrentan dialécticamente, como polos inseparables, producción-destrucción y producción-consumo. Convergencias de intereses llevan a alianzas contradictorias: complicidad productivista entre el capital y los trabajadores a su servicio, complicidades nacionalistas, localistas...
Los conflictos ecológico-económicos enfrentan dialécticamente, como polos inseparables, producción-destrucción y producción-consumo. Convergencias de intereses llevan a alianzas contradictorias: complicidad productivista entre el capital y los trabajadores a su servicio, complicidades nacionalistas, localistas...
En la fase actual estas cuestiones pueden verse con otra luz, porque los problemas serios ya están aquí. Trabajemos por una síntesis. Lo importante es ya urgente.
Era una de aquellas historias para no dormir de Narciso Ibáñez Serrador. He olvidado los detalles, tras más de cuarenta años, pero esencialmente era algo así:
Un extraño personaje, acogido en una noche de tormenta por una pareja de ancianos, les deja un talismán (la pata disecada de un mono) que les concederá tres deseos, advirtiéndoles que mediten bien antes de cada uno de ellos, porque entrañan un peligro. Codiciosos, piden una gran cantidad de dinero, y al día siguiente conocen la muerte accidental de su hijo, ausente, y que percibirán, como indemnización, justamente la cantidad solicitada.
Como aún le quedan dos deseos, piden al talismán la resurrección de su hijo, y efectivamente el joven vuelve… (¡qué puestas en escena las de Chicho…!) como un putrefacto cadáver viviente, por lo que, empleando el último deseo, piden que se vaya… y aquí acaba el cuento.
Tal me vino a la memoria con la historia de ENCE. El primer deseo de prosperidad para la comarca se tradujo en la llegada de una industria putrefacta, y luego de los efectos no deseados, en la petición de que se vaya (los viejos podían haber deseado otra cosa mejor para el hijo, qué demonio), tras de lo cual quedará solo el daño ya hecho, sin otra compensación.
Lo visceral de los análisis que llevan a desear sobre todo que se vaya, al margen de cualquier otra consideración, lo demuestra el argumento último subyacente en las personas con las que discutimos el tema: “es que huele mal”. Innegable. Es una industria molesta, por encima de lo nociva o peligrosa que pueda ser. Y la prueba es que, en medio de esto, se pone en segundo plano el peligro real que constituye ELNOSA, industria que es posible trasladar, innecesaria para el actual proceso productivo y de la que en el fondo nadie se acuerda porque no huele. Hoy, hablar del Complejo ENCE-ELNOSA es confundir.
No es confundir, en cambio, hablar de un Complejo ENCE-PAPELERA, porque el cierre del proceso productivo entrañaría muchas ventajas, tanto económicas como sociales y ecológicas. Pues sí señor, ECOLÓGICAS, como trataré de demostrar.
Económicamente, la papelera permitiría el aprovechamiento inmediato de la pasta, sin gastos de transporte (que es gasto de energía), además de eliminar la necesidad de desecarla para volver a humedecerla en destino: doble gasto de agua, aquí y allá, y más gasto innecesario de energía. Además, la papelera permitiría el surgimiento de otras industrias auxiliares más, como las dedicadas a embalaje, etiquetado, etc. En definitiva, ¿para qué tanta ampliación del puerto de Marín y del suelo industrial en terrenos ganados al mar (perjuicio ecológico entonces minimizado), tanta batalla por el tren por parte del gobierno municipal, para oponerse luego a la industria más lógica para situar en la zona? Y no olvidemos que la producción local de papel tisú abastecería a un amplio entorno en el que no hay ninguna industria semejante, mientras que la exportación a larga distancia de la pasta está sujeta a los precios del dólar y de la energía, cuya estabilidad es más que problemática.
Socialmente, nadie ignora la base que es en la economía de esta provincia el sector forestal, lo que supone el transporte de la madera, y tantos empleos directos e indirectos ya existentes, a los que habría que añadir los potenciales, mucho más numerosos, que se crearían con la papelera y sus industrias auxiliares. Y el efecto sinérgico que el auge forestal supondría para otras industrias como la del mueble, y de aquí al diseño, etc… (bueno, no quería contar ahora el cuento de la lechera).
Ecológicamente, el planeta es un todo; si estamos dispuestos a eliminar el consumo de papel, adelante. En otro caso, lo que no se haga aquí se hará en otra parte, con el mismo efecto global. Si no la queremos para nosotros, no deberíamos quererla para nadie. Y ya hemos dicho más arriba que completar el ciclo supone ahorro de energía por varios conceptos. Sobre todo, aunque no únicamente, en transporte, que pronto será el primer freno de cualquier proceso productivo; (también, de paso, de la globalización neoliberal).
Los aspectos más contaminantes del proceso productivo de ENCE están de hecho eliminados, sobre todo desde que las acciones de GREENPEACE y los consiguientes cambios de las leyes europeas llevaron a la empresa al blanqueo con oxígeno. El olor es otra cosa, que es contaminación en la misma medida que lo es el ruido, y menos que los gases de los automóviles. Lo demás que queda es cumplir la legislación.
Los que hablan de traslado, saben perfectamente que no es posible. Que solamente puede desmontarse y construir otra nueva en otro lugar; y no precisamente en cualquier lugar, sino en alguno muy semejante. Derribar y construir no son procesos ecológicos, cosa que deliberadamente ignoran los economistas de la tierra plana, para quienes mover capital, aunque sea destruyendo, es crear riqueza. Si este amable medio de comunicación me lo permite, algún día hablaré aquí de economía, de externalización de costes y de coste generalizado.
Y además, la ecología incluye al ser humano. La permanencia de las personas en su tierra se logra, como la del oso o la del lince, manteniendo su ecosistema (que por cierto hemos de ir mejorando), y no a costa de eliminar de un plumazo sus medios de subsistencia.
Nuestro modo de producción capitalista se parece al tren de Los hermanos Marx en el Oeste. Para mantenerlo en marcha hay que quemar el tren, vagón a vagón. El tren avanza acelerando (con crecimiento económico del 3% anual, para que no haya crisis), y se encuentra cerca del abismo de una crisis energética casi inminente. Seguramente la tecnología permita pasar al otro lado, pero a condición de frenar el tren para darle tiempo.
Pero el tren no se debe parar poniendo una roca en la vía. No podemos desindustrializar a lo loco eliminando el empleo de calidad. La eliminación de nuestro sector forestal realmente existente sólo conduce a la deslocalización y al abaratamiento de la fuerza de trabajo, eterna solución del capital para compensar el aumento de otros costes, porque lo único intocable en este modo de producción es el beneficio. Es hora de pensar en otras soluciones.
Creo que debemos cuidar lo que tenemos y exigir compensaciones por sus servidumbres, soportadas por razones ya históricas. Pero si Pontevedra es solidaria con los demás, séanlo los demás con ella: reciba los cánones que sea justo exigir, dótesela de ventajas económicas, créese empleo de calidad, móntense servicios sociales decentes (¿hablamos de la Sanidad, de los hospitales?), foméntese la universidad, articúlese su sustento, y no sólo con el turismo, al que no veo tanto futuro ante la crisis que se avecina.
No nos pase como a los pobres viejos del cuento de la pata del mono, con el cumplimiento de nuestros tres deseos.
Diario de Pontevedra, 18 de marzo de 2005