Una tragedia, incluso cuando nos pinta las pasiones y los vicios que un nombre lleva implícitos, los incorpora de tal modo al personaje que su propio nombre se nos olvida, sus caracteres generales se diluyen, y el espectador no piensa en absoluto en ellos, sino en la persona que los absorbe; por esta razón, el título de una tragedia no puede ser con frecuencia sino un nombre propio. Por el contrario, muchas comedias presentan un nombre común El avaro, El jugador, etc. Si os propusiera imaginar una obra que se titulara El celoso, observaríais que Sganarelle o George Dandin acudirían a vuestro pensamiento, pero no Otelo; El celoso sólo puede ser título de comedia [...]. Todo anquilosamiento del carácter, del pensamiento o incluso del cuerpo, resultará sospechoso al conjunto social, pues es signo posible de una actividad que se adormece, y también de una actividad que se aísla, que tiende a desplazarse del centro común en torno al cual gravita la sociedad, de una excentricidad, en suma. Y sin embargo, la sociedad no puede intervenir aquí a través de una represión material, que en este caso no sería lograda materialmente. La sociedad está en presencia de algo que la inquieta, pero como síntoma solamente, apenas una amenaza, todo lo más un gesto. Y por un simple gesto la sociedad le responderá. La risa debe ser algo así, una especie de gesto social. Por el temor que le inspiran, la sociedad reprime sus excentricidades, manteniendo constantemente unidas, bajo advertencia y contacto recíproco, ciertas actividades que, de orden accesorio, correrían el riesgo de aislarse y entumecerse, doblegando en definitiva todo lo que pudiera permanecer como inflexible mecanismo sobre la superficie del cuerpo social. La risa no parte de la estética pura, sino que persigue (inconscientemente, e incluso inmoralmente en muchos casos) un fin útil de perfeccionamiento general [...]. La sociedad desearía eliminar cierta resistencia o tensión del cuerpo, pensamiento y carácter de sus miembros para obtener de ellos la más amplia adaptabilidad y la más alta sociabilidad posibles. Tal resistencia resulta cómica, y la risa es su castigo[1].
[1] Cfr. H. Bergson (1900), Le rire, Paris, PUF, 1993, págs. 12-16. Traducción española de Jesús G. Maestro.
Sea el libro del que se ha extraído el fragmento un tratado en toda regla sobre la risa o bien un ensayo, el texto presente sintetiza una tesis sobre la función social de la risa y la argumenta en lo fundamental.
La risa es un hecho social. Es comunicación que cumple una función censora. No se hace explícito en el fragmento, pero el llanto no es comunicación en el mismo sentido: la risa de los demás aísla a quien es percibido como peligroso para la norma social, y no se puede decir del llanto nada parecido.
Argumenta Bergson sobre el ejemplo de los personajes de la tragedia frente a los de la comedia. Los personajes de la tragedia adquieren una talla individual que centra en ellos la atención de los espectadores. Existen como arquetipos, pero en cada caso el espectador es un individuo que se identifica con otro individuo en desgracia. Se percibe la generalidad de la situación; se siente el caso particular, con un sentimiento privado.
El personaje de la comedia, que también es un arquetipo, lo juzga en cambio un colectivo de espectadores, que centra su atención en un individuo, porque el castigo sólo es ejemplar cuando se centra en el tipo que sirve de ejemplo y en él escarmientan otros.
Este diferente enfoque hace que el arquetipo trágico sea un individuo, a quien se comprende; mientras que el individuo cómico es un arquetipo, y se lo condena. Otelo es un celoso respetable y su desgracia se puede compartir, pero Sganarelle es el celoso ridículo al que se aísla. Bergson contrapone a lo plausible de una comedia que se llame El avaro lo inverosímil de una supuesta tragedia titulada El celoso.
Como ocurre con todas las tesis, podemos compartirla o rechazarla. A mí me parece plausible, sobre todo si eliminamos del carácter censor de la risa todo juicio moral. Puede el cuerpo social de una época o de una clase reírse de algo que para otro grupo humano sería digno de admiración y alabanza. La universalidad de los personajes de la comedia resistirá el paso del tiempo si entronca con valores reconocibles como universales a la luz de los cambios de época y de cultura.