Tras la entrevista a Daniel Tanuro y la introducción de El Ciudadano, sigue un debate a tres entre un reconocido ecosocialista, un “marxista colapsista” y un bien informado decrecentista, que aunque coinciden en lo fundamental matizan de diversa forma tanto el problema como su abordaje.
Las predicciones son catastróficas, aunque pueden influir en su desarrollo variables no muy bien conocidas que adelanten, retrasen, alivien o agraven el problema. En todo caso hay que tomárselo mucho más en serio de lo que se está haciendo. El principio de precaución debería ser imperativo. Porque como dice Antonio Turiel:
Cuando se fija la barrera de los 2ºC de calentamiento global, lo que se está diciendo es que, de acuerdo con la predicción por conjuntos de modelos climáticos (“ensemble forecast”) existe un 50% de probabilidades de que la temperatura del planeta no supere ese umbral. Eso quiere decir, por lo tanto, que existe un 50% de probabilidades de que SÍ supere ese umbral, lo cual es poco tranquilizador: ¿alguien se jugaría la vida de sus hijos en un cara o cruz?
Michael Lowy
Miguel Fuentes
Antonio Turiel
Presentamos a continuación una conversación con el intelectual marxista Michael Lowy en donde aquel responde a una serie de críticas realizadas desde el ámbito del llamado marxismo colapsista hacia el ecosocialismo. Se integran a esta conversación las replicas de Miguel Fuentes (exponente del pensamiento colapsista), esto con el objetivo de dejar sentadas las diferencias y similitudes que existen entre ambas tendencias. Un tercer participante de esta conversación es Antonio Turiel, referente de la teoría del decrecimiento y quien se posiciona en este debate desarrollando algunas de sus ideas provenientes del terreno de los estudios sobre la crisis energética. La primera sección de esta discusión gira alrededor del carácter (y posible inevitabilidad) de la crisis ecológica actual y su relación con un posible fenómeno cercano de colapso civilizatorio y extinción humana.
Crisis ecológica catastrófica, colapso civilizatorio y extinción humana
¿Qué opina respecto a la posibilidad de una crisis ecológica supercatastrófica durante este siglo?
¡Se trata de una posibilidad muy real! Si se sigue con la trayectoria actual de “business as usual” por algunas décadas más, entonces la catástrofe será inevitable. Es un peligro sin precedentes en la historia humana.
La ciencia es clara al respecto y las perspectivas de un calentamiento global que sobrepasen los 2 o 3 grados centígrados implicaría que una gran parte de la Tierra pueda transformarse en inhabitable.
La crisis ecológica (en sus diversas vertientes) ya está aquí. Es el problema ambiental (del que ahora lo que más se destaca es el cambio climático), el de los recursos, el de la biodiversidad, el del agua potable… ¿Se resolverán todas estas crisis de manera catastrófica? Si no se hace nada, evidentemente. E incluso haciendo lo mejor posible será un momento bastante traumático.
¿Qué piensa respecto a la posibilidad de un fenómeno de colapso civilizatorio cercano? ¿Puede el capitalismo autodestruirse durante las próximas décadas?
Como lo decía, la perspectiva de un colapso civilizatorio en las próximas décadas es una amenaza muy concreta. No lo definiría, en todo caso, como una “autodestrucción del capitalismo”. Podríamos quizás imaginar un escenario distópico en el cual comiencen a producirse los primeros efectos de la catástrofe, pero esto último sin que deje de existir el capitalismo. Como decía Walter Benjamin: “el capitalismo nunca va a morir de muerte natural”.
¿Qué tiene de especial el capitalismo en comparación con otras sociedades complejas tales como el Imperio Romano, la Sociedad Maya Clásica, la Dinastía Han, el Imperio Gupta y muchas otras a lo largo de la historia como para ser totalmente “inmune” a un fenómeno de colapso? ¿Quizás su avance tecnológico? ¿Se olvida acaso Lowy que, más allá de los fenomenales avances técnicos del capitalismo en una serie de esferas, aquel sigue poseyendo prácticamente la misma base productiva-energética que aquella que tenía hace dos siglos? ¡La misma vieja locomotora de hace dos siglos que, a pesar de poseer en sus compartimientos superiores laboratorios de nanotecnología, satélites y tecnología de GPS, sigue necesitando de los mismos “productos de plantas” de hace doscientos años (entre otros el carbón, el gas y el petróleo) para moverse! Y pueden mencionarse aquí, asimismo, los resultados de un reciente estudio financiado parcialmente por la NASA y liderado por el matemático Safa Motesharrei en el cual, realizándose una proyección del curso de la sociedad industrial actual a partir de la aplicación de un modelo predictivo HANDY, se muestra como esta última se estaría dirigiendo, aceleradamente, al colapso. La razón de esto se encontraría en la combinación de algunos factores tales como la sobreexplotación de recursos, el cambio climático, la existencia de una élite demasiado rígida y la desigualdad extrema. Es prácticamente imposible que la sociedad capitalista actual, tecnológica y económicamente atrasada para enfrentar los peligros de envergadura geológica-planetaria que se nos avecinan, siga subsistiendo ante un escenario de crisis ecosistémica generalizada como aquella que estaría a punto de producirse. Debemos tener en cuenta aquí, asimismo, que una vez que las defensas que tiene el sistema capitalista para sostenerse ante una crisis comiencen a fallar, será la propia complejidad de este sistema la cual podría volverlo mucho más vulnerable ante un potencial fenómeno de colapso. El caso de la caída del Imperio Romano es un ejemplo de lo anterior.
Todas las civilizaciones atraviesan crisis históricas a lo largo de su existencia, y el colapso completo no es sólo una posibilidad, sino que algo muy repetido a lo largo de la historia. Sabemos de 26 civilizaciones antes de la nuestra que colapsaron completamente. ¿Por qué la nuestra habría de ser la excepción? Las civilizaciones colapsan como fruto de presiones internas y externas suficientemente intensas, y los retos a los que deberemos hacer frente (fundamentalmente, cambio ambiental y escasez de recursos) han acabado ya con otras civilizaciones en el pasado. En realidad, muy a menudo nos creemos más especiales de lo que somos, pero nuestro dilema es muy parecido al que otras sociedades sufrieron con anterioridad. Somos de hecho a veces tan arrogantes que no leemos las lecciones de la historia y no aprendemos de ella. Una cuestión importante a saber aquí con respecto al colapso es que aquel siempre es un daño auto-infligido: las sociedades colapsan porque, en su fuero interno, han decidido colapsar, esto porque ya sea por razones políticas, religiosas, filosóficas o directamente por terquedad, han querido colapsar. El colapso siempre es algo evitable, pero uno tiene que trabajar activamente para evitarlo, y cuando sucede es porque, simplemente, no se quiere evitar, y porque se rechaza neciamente la idea o la posibilidad misma del colapso. En este sentido, el capitalismo global del siglo XXI tiene todos los ingredientes para colapsar: ha desencadenado las crisis que ponen su existencia en entredicho y se niega, además, a aceptar la necesidad de cambiar de paradigma. Así pues, nos lleva inexorablemente al colapso. Yo no puedo predecir sí, cuando empiece al colapso, existirá algún tipo de reacción por parte de este sistema y si aquel logrará adaptarse, pero lo más lógico sería esperar un colapso completo del capitalismo y probablemente de nuestra civilización. Cabe destacar, asimismo, que el colapso no es algo necesariamente malo; al final, es una especie de jubileo de todas esas deudas que tenemos aplazadas con la naturaleza. Colapsar te da la oportunidad de empezar desde cero.
¿Existe un peligro real de extinción humana durante el siglo XXI, esto tal como plantea la perspectiva colapsista y algunos movimientos tales como Extincion Rebellion en Europa?
Es difícil contestar a esta pregunta. ¿A partir de que nivel de calentamiento global la existencia humana estaría amenazada? Pero no se puede excluir esta hipótesis.
No se trata de discutir aquí cual es el nivel de calentamiento global que los humanos pueden soportar en tanto individuos. Es más simple que eso, se trata de saber a partir de que rangos del calentamiento global que se espera durante este siglo la agricultura se vuelve imposible en condiciones naturales y los recursos planetarios comienzan a venirse abajo. Sabemos, por ejemplo, que todo calentamiento global igual o superior a los 2 o 3 grados centígrados por encima de la línea de base del siglo XIX (un nivel alcanzable durante las próximas décadas) significaría que, producto de su impacto sobre la producción mundial de recursos, una parte significativa de la humanidad morirá de manera inevitable. Pero no deberemos esperar mucho tiempo para presenciar el comienzo de esta mortandad en masa, aquello si tenemos en cuenta que el límite catastrófico del calentamiento global (el cual rebasaremos durante la próxima década) es de tan sólo 1.5 grados centígrados. La cuestión aquí es empezar a pensar no en como “detenemos” este fenómeno de extinción humana (ya imparable), sino que, en realidad, en como podemos evitar la desaparición total de nuestra especie, esto incluso si aquello sólo sea posible en el 50%, 10% o 1% de la población humana actual capacitada para sobrevivir. Y es justamente aquí, en esta lucha por la sobrevivencia y por la preservación de nuestra evolución genética y los mejores logros del desarrollo civilizatorio de eras pasadas, en donde la perspectiva comunista adquiere una importancia redoblada para el futuro.
En las respuestas anteriores veo una visión de la Tierra como un sistema demasiado lineal, lo cual es congruente con los modelos climáticos que manejamos (que hacen predicciones de acuerdo con un horizonte muy limitado de factores). La Tierra tiene muchos mecanismos de homeostasis, muchos de los cuales no conocemos, y lo más probable es que la situación del planeta no degenere tanto tal como las peores previsiones científicas indican. Lo que acabo de decir no debería tomarse, sin embargo, como una invitación a relajarse o ser interpretado como un consuelo: la continuidad de la humanidad sigue estando en un peligro crítico, esto porque el hecho de que el planeta no degenere hasta convertirse en el infierno que muestran los modelos climáticos no quiere decir que continúe siendo habitable para nuestra especie, y en todo caso lo más probable es que la capacidad de carga de humanos disminuya drásticamente. Pareciera que si no está en peligro el planeta entero no comprendemos que estamos en peligro nosotros mismos. “Salvemos el planeta”, dicen ciertos eslóganes de algunos grupos ecologistas; pues no, el planeta no está, ni ha estado nunca, en peligro, ni siquiera está en peligro la biosfera. Lo que realmente está en peligro es la humanidad; no pretendamos, por lo tanto, salvar el planeta, lo que debemos hacer es preservar el hábitat que hace posible nuestra existencia y que, éste sí, es lo que precisamente se encuentra en peligro. Es además un error pensar que el cambio climático es el único factor que compromete la vida humana en el planeta. La escasez de recursos es otro factor tremendamente terminante, aquello porque la vida de miles de millones de personas depende de que se mantenga el actual sistema de agricultura industrial y las redes de distribución internacionales. Cuando comience a escasear el petróleo, ¿quién moverá los tractores y los camiones, y de dónde saldrán los pesticidas? Cuando escasee el gas natural, ¿cómo sintetizaremos los abonos nitrogenados? Cuando escaseen los fosfatos, ¿cómo abonaremos nuestros campos? La propia estabilidad de la red eléctrica está en compromiso, y sin fluido eléctrico hay muchos sistemas de control que dejarían de ser operativos. Además, faltando combustible la gente se lanzará a cortar árboles (lo hemos visto en muchos países), disminuyendo esto aún más la capacidad de carga del territorio. Lo cierto es que sin una adecuada gestión de las próximas décadas la especie humana podría acabar extinguiéndose en un plazo de un par de siglos. E incluso con una gestión correcta lo esperable es que su población disminuya drásticamente.
¿Qué opina respecto de la crítica colapsista a una supuesta “superficialidad” del análisis ecosocialista en su evaluación de los peligros de la crisis ecológica y la posibilidad de un colapso civilizatorio cercano?
No todos los ecosocialistas tienen el mismo juicio, pero en mi caso, y creo que también en el de la mayoría de los ecosocialistas, nosotros no subestimamos de ninguna manera la gravedad de la crisis ecológica y la posibilidad de un colapso civilizatorio. Al revés, esta posibilidad es uno de nuestros principales argumentos para destacar la urgencia y la necesidad de movilizar fuerzas sociales en contra del sistema responsable de la crisis: el capitalismo.
Michael Lowy y otros exponentes del ecosocialismo y de la ecología marxista tales como Bellamy Foster o Ian Agnus fueron algunos de los primeros que integraron el peligro de un colapso civilizatorio y un ecocidio en su análisis de la actual crisis ecológica capitalista. Esto cobra más fuerza cuando partimos del hecho de que a muchos de nosotros nos tomó más de una década de militancia en las filas de la izquierda comenzar a integrar estas problemáticas. Pero la crisis ecológica y el peligro de un colapso civilizatorio, que Lowy y los ecosocialistas anticiparon de manera visionaria y que antes de aquellos intuyeron otros referentes de izquierda tales como Nahuel Moreno (Argentina), Luis Vitale (Chile) o incluso Fidel Castro, ha avanzado mucho más rápido de lo que nadie pensó. Lo que a fines de los 90’s y los 2000’s era nada más que una “sombra amenazante” (la posibilidad de un ecocidio), ha adquirido en el presente una fisonomía histórica mucho más clara. Es quizás la rapidez con que se ha desenvuelto este peligro una de las causas principales de que la teoría ecosocialista haya quedado hoy definitivamente rezagada en su evaluación respecto al avance de estas amenazas, haciéndose necesaria, por lo tanto, la elaboración de un nuevo marco teórico-político marxista de contenido propiamente colapsista; en otras palabras, uno que tome el proceso de crisis ecológica supercatastrófica y el avance de un fenómeno de colapso planetario inicial ya en marcha en tanto “desafíos prácticos” (inminentes) y no, tal como se acostumbra frecuentemente al interior de la izquierda, al modo de meras intuiciones teóricas o discusiones filosóficas. Este punto se encuentra mejor desarrollado en la contextualización de las posiciones colapsistas entregada en la primera parte de esta serie.
Yo no soy un estudioso de las teorías políticas, aunque sí veo repetidamente el mismo problema en el pensamiento político contemporáneo. Este problema consiste en que la mayoría de los pensadores no vienen del ámbito de las ciencias naturales y tienden a simplificar y linealizar demasiado el comportamiento de los sistemas naturales, los cuales son mucho más complejos y con muchas más ramificaciones de lo que generalmente se quiere aceptar. Por este motivo, los planteamientos políticos suelen pecar de maximalistas y reduccionistas. Desde mi punto de vista, dada la complejidad de los sistemas naturales y el conocimiento limitado que tenemos de sus mecanismos de funcionamiento, creo que la mejor estrategia sería aquí seguir una metodología de pruebas sucesivas acompañadas de una auditoría constante y honesta de los cambios y de sus efectos. Creo además que esto último debiera comenzar a realizarse desde ahora porque se necesitará de mucho tiempo antes de poder articular una respuesta eficaz a los retos planteados. Entiendo que para el ecosocialismo o cualquier movimiento político actual es quizás imposible hacer totalmente públicos sus planteamientos en torno a lo que realmente se necesita para enfrentar la crisis, esto ya que dichos planteamientos tienen que enfrentarse y debatir en contra del pensamiento político dominante, el cual obviamente va a ridiculizar la “obsesión” por problemas que, a su entender, son inexistentes y que tiene especial interés por ningunear. Por este motivo, yo creo que la acción política debe centrarse en un ámbito mucho más local y menos institucional, rescatando a aquellos que van quedando excluidos del sistema, y esto no sólo en nuestros propios países. Es un cambio total con respecto a la praxis política de las últimas décadas, la cual siempre ha intentado abordar los cambios desde las instituciones. Para mí, por el contrario, dado que las instituciones están al servicio de una cierta manera de hacer ya que fueron diseñadas para eso, sería por lo tanto contraproducente intentar controlarlas porque, al final, aquellas te controlan a ti. La vida institucional te acaba cambiando la agenda y fijando una serie de prioridades que realmente no son las tuyas; peor aún, acabas creyendo que las únicas respuestas posibles a los problemas son aquellas que el marco institucional te posibilita o te deja ver.
Una serie de referentes del colapsismo, activistas medio-ambientales y militantes de izquierda tales como Miguel Fuentes (Chile), Lucho Fierro (Argentina), Demián Morassi (Argentina), Manuel Casal Lodeiro (España), Matías Herrera (Argentina), Alek Zvop (Chile), Miguel Sankara (Chile), Carlos Petroni (Argentina), Albino Rivas (Argentina), Charly Pincharrata (Argentina), Yain Llanos (Argentina) y Lucas Miranda (Chile), reconocen que el ecosocialismo y las elaboraciones de la ecología marxista constituyeron un aporte clave para una problematización anticapitalista inicial de la crisis climática. Paralelamente, algunos de estos referentes plantean que la debilidad de los postulados ecosocialistas consistiría hoy no sólo en una evaluación a veces “superficial” de la gravedad y dinámica (ya imparable) de dicha crisis, sino que, asimismo, en su negativa de integrar la perspectiva de un colapso civilizatorio cercano en su análisis de la dinámica revolucionaria durante el presente siglo. Se dice aquí que las concepciones ecosocialistas “fallarían” al momento de integrar las implicaciones “prácticas” de un escenario de ecocidio ya en marcha, reemplazándose con ello la discusión en torno a las proyecciones catastróficas reales del mismo por una réplica (acrítica) del proyecto socialista tradicional de los siglos pasados, aunque esta vez “adornado” (aggiornado) con “fraseología ecológica” y “medidas verdes”.
¿Qué piensa respecto de estas críticas?
Éstas criticas me parecen sencillamente fuera de la realidad. No veo como se puede decretar, como un dogma religioso, que el colapso civilizatorio sea ya “inevitable” o “imparable”. El consenso científico (GIEC) es que, si no se toman medidas enérgicas para reducir dramáticamente las emisiones de gases de efecto invernadero en las próximas décadas, entonces ya no será posible evitar que la temperatura del planeta suba de 1.5° a 2° centígrados, lo que representaría un salto irreversible. Un discurso “colapsista” que pone en duda este consenso científico es puro oscurantismo. Declarar, de forma dogmática, intolerante y sectaria que la única verdad es la “inevitabilidad” del colapso sólo tiene un resultado político: desmovilizar o sabotear la necesaria lucha por evitar el colapso.
¿Será posible crear una relación de fuerzas anticapitalistas que pueda acabar con las energías fósiles en las próximas décadas? ¡No es para nada seguro! Pero como lo decía Bertolt Brecht, quien lucha puede perder, quien no lucha, ya perdió… El combate para evitar el colapso es la gran tarea de nuestra época, un imperativo moral y político categórico. El ecosocialismo no es una replica acrítica del socialismo del siglo pasado (¿cuál? ¿el socialdemócrata? ¿el estalinista?) con “fraseología verde”. Es una nueva concepción del socialismo, en la cual la relación con la naturaleza y el respeto a los equilibrios ecológicos es un tema central. En varios puntos (por ejemplo, en el de la concepción marxista tradicional de un “desarrollo sin límites de las fuerzas productivas”), el ecosocialismo incluso se disocia de algunos escritos “clásicos” de Marx y Engels.
Michael Lowy afirma que un calentamiento global catastrófico superior a los 1.5 grados centígrados sería todavía evitable, esto último apelando al llamado “consenso científico”. Lowy cierra este debate, sin embargo, demasiado rápido, aquello cuando lo que aquel debería hacer es precisamente abrirlo. Este intelectual parece olvidar aquí que los “consensos científicos” no han existido nunca (desde el origen de la concepción moderna de ciencia) al modo de cuerpos homogéneos y totalmente coherentes, escondiéndose con frecuencia en los mismos no sólo la ideología de las clases dominantes, sino que además las propias visiones particulares de mundo y los prejuicios de una comunidad científica determinada. Un ejemplo de lo anterior puede encontrarse en el caso de Copérnico y sus profundas creencias religiosas. Se hace así necesario, por lo tanto, una evaluación mínimamente crítica del consenso científico al cual Lowy hace referencia, esto para reconocer que aspectos de aquel vamos efectivamente a tomar como válidos y cuales deberíamos dejar, en el marco de una evaluación verdaderamente científica del asunto, de lado.
Una primera limitación que puede identificarse en el tipo de consenso científico existente hoy en torno a los estudios sobre cambio climático se encuentra, entre otras cosas, en las concepciones políticas hegemónicas de la comunidad científica que le sirve de sustento. Resalta aquí el hecho de que prácticamente la totalidad de los estudios sobre los que se basa este consenso no hayan ido más allá, en sus respectivas propuestas de solución ante la “problemática ambiental”, de una serie de tímidas “reformas ecológicas” de la sociedad capitalista. Un ejemplo evidente de lo anterior se encontraría en James Hansen, el llamado “padre del calentamiento global” y cuya “solución” ante la crisis ecológica no pasaría de un mero “impuesto verde” al uso de los combustibles fósiles. ¿Habrá considerado Lowy el hecho de que el consenso científico al cual apela, caracterizado por una confianza casi ciega en las posibles “soluciones tecnológicas” que supuestamente podría brindar el capitalismo para “detener” el avance de la crisis climática, se encontraría así, al menos en este punto, en directa contradicción con sus propios postulados anticapitalistas?
Al no preguntarse en que medida la idea de una supuesta “reversibilidad” de la actual dinámica catastrófica de calentamiento global no responde, en realidad, a un reflejo de la perspectiva tecno-optimista vulgar característica de la ideología capitalista, Lowy parece olvidar esos “otros” consensos científicos (esta vez en el ámbito de la investigación científica propiamente tal) que nos mostrarían una imagen mucho más sombría de aquella que suele acompañar a las promesas tecnológicas del “capitalismo verde”. ¿Qué acaso Lowy no toma en cuenta el consenso científico que nos muestra el carácter inédito que tendrían los actuales 415 ppm de CO2 atmosférico, un nivel no visto en los últimos 14 millones de años? ¿Integra Lowy en su evaluación de la gravedad del cambio climático el hecho de que, si consideramos el aumento anual (en aceleración) de alrededor de 2 ppm de CO2 atmosférico, estaríamos a menos de una década de alcanzar los 425 ppm necesarios para asegurar la ruptura de la barrera catastrófica de los 1.5 grados centígrados de calentamiento global fijada por la ONU? ¿Tendrá en mente Lowy que, de acuerdo con este escenario, no quedarían asimismo más de 15 años para alcanzar los niveles de CO2 atmosféricos suficientes para asegurar el quiebre de la todavía más catastrófica barrera de los 2 grados? ¿Tendrá presente Lowy el creciente consenso científico en torno a una posiblemente mucha mayor sensitividad climática a los niveles actuales de CO2 atmosférico, esto si se toman en cuenta, por ejemplo, las condiciones medioambientales imperantes durante el Plioceno, una época geológica caracterizada por niveles de CO2 semejantes a los de hoy y cuyas temperaturas habrían sido entre 2 a 3 grados centígrados superiores a las del siglo pasado?
Más todavía… ¿tendrá en consideración Lowy en su postura “anti- catastrófica” los estudios que indican que, de detenerse incluso de manera inmediata las emisiones contaminantes a nivel mundial en el corto plazo, la temperatura terrestre podría dispararse, de manera fulminante, entre 0.5 a 1 grados centígrados adicionales, poniéndonos así ante las puertas de los 2 grados de calentamiento global de manera casi inmediata, esto como producto de la remoción del efecto “enfriante” que ejerce sobre el clima global la presencia de los aerosoles industriales? ¿Integra Lowy en su análisis el creciente papel que están comenzando a tener una serie de “feedbacks” (o retroalimentadores) en el avance del calentamiento global: por ejemplo, la progresiva reducción del efecto albedo o la cada vez mayor descomposición del permafrost ártico y el consecuente aumento de las emisiones naturales de metano (un potente gas de efecto invernadero), existiendo en los hechos una alta posibilidad de que estos fenómenos se descontrolen rápidamente y se transformen en imparables (esto incluso en el caso de una disminución sustancial de las emisiones humanas en el corto plazo)? ¿Olvidará acaso Lowy que hoy, cuando todavía quedarían algunos años para la superación de la barrera de los 1.5 grados de calentamiento global, la situación medioambiental ya ha devenido en catastrófica, aquello tal como indica el creciente consenso científico en torno al inicio de la VI extinción masiva de la vida terrestre, la cual se caracterizaría actualmente por presentar tasas de desaparición de especies entre un 100% a un 1000% superiores a los rangos naturales?
Sería justamente integrando estos ámbitos del consenso científico en torno al cambio climático desde donde podemos afirmar que, lejos de los lugares comunes a los cuales nos tiene acostumbrado el “optimismo verde” ecosocialista, sería ya la propia “química terrestre” la que daría por asegurada, de manera inevitable, el comienzo de una pronta fase catastrófica de la crisis ecológica. Sería además precisamente desde aquí, si integramos asimismo a este escenario tanto el escaso periodo de tiempo que nos quedaría antes del inicio de dicha fase catastrófica, así como también la inexistencia de tecnologías en la escala y niveles necesarios para hacer frente a esta crisis durante las próximas décadas y los prontos golpes de la crisis energética mundial en ciernes, desde donde la perspectiva de un colapso civilizatorio se presentaría, por lo tanto, como la alternativa histórica más viable en el corto y mediano plazo. Deben considerarse aquí, igualmente, las propias características decadentes (putrefactas) del sistema capitalista y los modelos democráticos actuales, las cuales deberían producir un empeoramiento aún mayor, esto al menos durante la próxima década, de la ya gravísima situación ecológica-energética planetaria. Todo lo anterior en momentos en los cuales los próximos veinte a treinta años constituirían, de acuerdo con una serie de estudios, el límite definitivo para el inicio de un colapso social a escala global y de un posible fenómeno de extinción de nuestra especie. Un ejemplo de lo anterior puede encontrarse en un reciente informe del Breakthrough Centre de Australia que indicó la década de 2050 como una de las fechas límites para la preservación de la civilización contemporánea en el caso de un empeoramiento agudo de la crisis ecológica.
¿Pero quiere decir que asumir la inevitabilidad de la catástrofe ecológica y de un posible colapso civilizatorio sea lo mismo, en palabras de Lowy, a “abandonar la lucha”? ¡Para nada! Reconocer el carácter inevitable de la catástrofe, esto tal como en muchas otras ocasiones en la historia de la lucha de clases, aunque esta vez teniendo dicha catástrofe una escala histórico-social y “geológica” muchísimo mayor a cualquier otra a la cual nos hemos enfrentado, es en realidad la única manera de preparar la resistencia futura ante la misma. ¡Es necesario un análisis realista de nuestra situación… y no una perspectiva eco-dulzona (agradable para los oídos socialistas) que, negando la catástrofe inevitable, lo que hace es condenarnos, por la vía de la estupidez, a una derrota doble: una por la magnitud de la amenaza y la otra por ceguera! ¡No! Reconocer la catástrofe universal que se aproxima es el verdadero imperativo político, moral y ético de nuestro tiempo, esto porque sólo reconociendo dicha catástrofe inminente (y mirándola fijamente a los ojos) es que podremos aspirar a comprender de mejor manera los peligros que nos amenazan, esos peligros mortales (de escala titánica) que deberemos derrotar, tal como todo indica… en el infierno mismo. ¡Esa es nuestra tarea! ¡Mirar a los ojos a la catástrofe… aquello para lanzarnos al centro de la misma y, siendo devorados por ésta, abrirle luego el estómago de un tajo desde su interior para hacerla caer rendida y abrir con ello, bañados en su sangre, a cualquier precio, las puertas del futuro comunista!
La respuesta crítica de Miguel Fuentes a Michel Lowy es completamente acertada. Michel Lowy parece confundir el consenso científico con el consenso político del IPCC (Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático). En general, los estudios científicos suelen proyectar una imagen bastante más sombría del futuro que lo que reflejan los acuerdos de “mínimos” con los que siempre se cierran los informes del IPCC. Y en ocasiones el IPCC introduce incluso criterios sin base técnica real. Miguel Fuentes ya ha hecho una glosa bastante detallada, así que yo solo añadiré unos pocos más. Por ejemplo, cuando se fija la barrera de los 2ºC de calentamiento global, lo que se está diciendo es que, de acuerdo con la predicción por conjuntos de modelos climáticos (“ensemble forecast”) existe un 50% de probabilidades de que la temperatura del planeta no supere ese umbral. Eso quiere decir, por lo tanto, que existe un 50% de probabilidades de que SÍ supere ese umbral, lo cual es poco tranquilizador: ¿alguien se jugaría la vida de sus hijos en un cara o cruz? Está por supuesto la cuestión de que, a medida que se mejoran los modelos climáticos, las tendencias siempre empeoran (lo cual es lógico debido a cuestiones bastante técnicas sobre teoría de la turbulencia), con lo cual la probabilidad real de no superar los 2ºC seguramente está muy por debajo del 50%. Además, existen muchos aspectos oscuros en los modelos de la IPCC, introducidos en realidad para evitar dar un mensaje demasiado alarmante (eufemismo para decir que el mensaje debe ser aceptable por el actual establishment político). Un detalle: todos los modelos del IPCC asumen una gran disminución de las emisiones netas de CO2 gracias a la implantación masiva de sistemas de captura y secuestro de carbono. En los modelos del IPCC con menor uso de dichos sistemas se supone, de hecho, que aquellos serán capaces de absorber hasta el 40% de las emisiones. Pero los sistemas de captura y secuestro de carbono son termodinámicamente absurdos y geológicamente dudosos, por lo que es seguro que no se van a implementar nunca a dichas escalas.
Es curioso que en la argumentación de mis contertulios la cuestión de la escasez de recursos, y particularmente la del petróleo, pasa completamente desapercibida. Llevamos años de desinversión en el sector del petróleo a escala mundial, excepto en Estados Unidos por razones que sólo Trump comprende, aquello porque –como se reconoce públicamente– no quedan yacimientos rentables. La Agencia Internacional de la Energía, en su informe del año 2018, avisaba que ya hemos superado el “peak oil” y que de aquí a 2025 podría faltarnos hasta el 34% de todo el petróleo que esperan que se demande dicho año, esperándose además que lo anterior produzca recurrentes picos (subidas) de precio desde hoy hasta ese entonces… y sin embargo no lo comentan. Hace diez años, con el pico de precios de petróleo, mucha gente habló del “peak oil” y seguramente también mis contertulios, pero aquella crisis pareció superada para el observador superficial, considerándose ahora posiblemente demodé hablar de ello. Pues no. La raíz del problema con el suministro de petróleo no se solucionó, esto a pesar del balón de oxígeno del fracking que, en los hechos, se ha convertido en una verdadera ruina económica (todas las empresas que se dedican al fracking pierden dinero desde el año 2011, manteniéndose solamente gracias a una enorme burbuja de crédito). El fracking está ya llegando a su cenit, mientras que en el resto del mundo la situación se agrava. ¿Creen ustedes que los problemas en Venezuela o México son casuales? ¿O que la tensión en el Golfo Pérsico responde realmente a los pérfidos designios de Irán? Tenemos una grave crisis energética literalmente planeando sobre nuestras cabezas y, aún así, es justamente en este momento cuando más ignoramos el dilema que nos plantea.
El hecho de ignorar la crisis de los recursos hace que los análisis de mis contertulios pequen un poco de simplistas y que no tengan toda la perspectiva para ver la profundidad del problema. Tenemos que luchar contra el cambio climático porque, sí, es muy grave y de hecho es tan grave que a pesar del obligado descenso de emisiones que imponen el “peak oil”, el “peak coal” y el “peak natural gas”, aún así las previsiones son catastróficas. Pero tendremos que luchar en contra de aquel en un mundo en el que dispondremos de menos energía para hacer frente a dicho reto. Asimismo, tendremos que hacer frente a ambos retos (la crisis ecológica y la crisis energética) apoyándonos en unas energías renovables que, contrariamente a lo que se quiere hacer creer desde los postulados del capitalismo verde, no tienen un potencial tan grande como se plantea, pudiendo de hecho cubrir en el futuro sólo una parte de nuestro actual consumo energético… y eso con suerte.
Por tanto, es cierto, yo me adhiero a las críticas que se mencionan en el enunciado de la pregunta: es completamente acertado que el discurso ecosocialista más oficialista lo que hace es adornar con elementos “verdes” o “ecologistas” un discurso de izquierda más tradicional. Es justamente lo contrario de lo que debería hacerse: la sostenibilidad –mucho mejor que hablar simplemente de ecologismo– debería ser el puntal central ideológico, y todo nuestro discurso tendría que construirse alrededor de este aspecto, el cual pasaría a ser no sólo un “elemento más”, sino que, en realidad, la verdadera razón de ser de todo lo demás. No puede haber justicia social sin justicia ecológica, no puede discutirse un modelo de repartición de la riqueza sin primero cambiar el sistema productivo para que aquel sea sostenible, máxime cuando nuestro principal problema actualmente es la falta de sostenibilidad y el riesgo de colapso.