sábado, 31 de agosto de 2019

Tan sencillo de explicar, tan difícil de entender, o viceversa

El futuro no está escrito, porque ni siquiera existe. Todos los momentos plantean disyuntivas y cada decisión, personal o colectiva, crea una trayectoria distinta, sin vuelta atrás. La diferencia entre unos tiempos y otros está en la aceleración con que se producen los cambios, y es sabido que las transformaciones son tanto más irreversibles cuanto más rápidas. No es lo mismo un frenazo que un topetazo.

Hay trayectorias que permiten la corrección y otras que la hacen imposible. Y hay un tiempo de incertidumbre en que no sabemos si hay o no salida. Creer que la puede haber nos fuerza a actuar, pensar que ya es tarde nos hace fatalistas y el topetazo es entonces seguro.

Por eso, siguiendo el razonamiento de Pascal, debemos creer que hay salida, porque sin esa esperanza no la habrá.

Entonces es cuando hay que pasar a la acción para encontrarla. Con la conciencia plena de que el camino se estrecha, y cuanto más tardemos en frenar el vehículo peores serán las consecuencias. No es lo mismo salir del topetazo con un hueso roto que con los pies por delante.

Tengo la impresión de que los insensatos conductores del sistema capitalista creen en su fuero interno que no hay solución, y por eso mismo siguen haciendo lo de siempre, mientras dicen que la hay y que la tienen ellos. Salvo que su solución maltusiana pase por la ilusión de un mundo enteramente suyo que vaya eliminando a todos los sobrantes. Cuando el deterioro medioambiental los confine en el polo norte se darán cuenta de que no hay más allá.

Por ahora su receta es "crecimiento sin límites": ¡acelera, acelera!

La alternativa: autocontención, practicada en los tres niveles que cita el artículo, individual, colectivo y político. Este último debe superar los estrechos límites del estado nación. La globalización bien entendida debe llevarnos al internacionalismo, sin obviar que el enemigo es un sistema imposible cuyas clases dominantes parlotean sobre el futuro sin creer en él.

Algunos enlaces:








Uno de estos grandes mitos del actual sistema es la idea de crecimiento, que nos induce a pensar que un mayor crecimiento se traduce en mayor desarrollo y progreso. Creemos que que la economía crezca a costa de lo que sea es la única forma de poder crear bienestar.


Los países ricos creen en la necesidad del crecimiento económico, aunque sea a costa del deterioro medioambiental, para generar empleo, movilidad social y progreso técnico. En los países subdesarrollados, en los pobres, el crecimiento económico se presenta como la única alternativa posible para poder superar la pobreza en que están inmersos. Una numerosa descendencia puede ser, no sólo fuente de alegría, sino la esperanza también de una mayor seguridad económica, para una familia económicamente débil.

El crecimiento ilimitado es consustancial al capitalismo, que opta siempre por una huida hacia delante. Lo único posible, a la par que necesario, es un cambio radical de la estructura social y económica.

Este mito, el del crecimiento ilimitado, ignora dos cuestiones muy importantes:
  • Es físicamente imposible, tal y como está planteado el sistema actual, que todo el mundo goce de lo que hoy concebimos como unas buenas condiciones de vida, ya que colapsaría la Tierra; es decir, necesitaríamos varios planetas.
  • El planeta es finito, o sea, tiene recursos que se agotan, con lo cual no pueden producirse bienes y servicios ilimitadamente, y hoy llevamos un ritmo de producción y consumo difícil de sostener en el largo plazo.
Si, a partir de cierto nivel, el aumento del consumo de bienes y servicios no mejora necesariamente el bienestar de la población, no parece sensato incrementar indiscriminadamente la producción de estos bienes y servicios, sobre todo porque solo se hace en una zona concreta del mundo, ignorando a los países menos favorecidos. Crecer sin medida aflora aún más los límites ecológicos con los que choca esta estrategia, mostrando su naturaleza insostenible que hace imposible su generalización en el espacio y su mantenimiento en el tiempo.

Cambiar el sistema actual y llevarlo a un esquema decrecentista se ubicaría en tres esferas: 
  • Individual. La simplicidad voluntaria, el decrecimiento y la reducción de la dependencia del mercado, que se opone frontalmente a la sociedad de consumo.
  • Colectivo. La autogestión y la autoorganización son fundamentales en iniciativas como cooperativas de producción, de consumo o sistemas de intercambio no mercantil.
  • Cambio político. Sin un giro en las políticas económicas, las dos esferas anteriores serán marginales. Las medidas políticas pueden lograr crear una banca pública, la redistribución de la riqueza, la sustitución del PIB como referente de progreso, la relocalización de la producción, fomentar la prevención frente a la reparación…
El crecimiento cuantitativo y la mejoría cualitativa siguen leyes distintas. Nuestro planeta se desarrolla a lo largo del tiempo sin crecer. Nuestra economía, un subsistema de la Tierra finita y sin crecimiento, debe eventualmente adaptarse a un patrón o modelo de desarrollo similar.

Ninguna propuesta que no tenga en cuenta estos límites y realidades como el descenso de consumo energético y de recursos materiales podrán ser consideradas como alternativas para la situación de colapso generalizado al que nos enfrentamos. 

Autocontención

La autocontención, o vivir mejor con menos, no ha de concebirse como una propuesta de moderación individual del consumo, sino como un proyecto de sociedad, impulsado desde los gobiernos. La idea de fondo en cuanto a la sostenibilidad es regular racionalmente el metabolismo entre naturaleza y sociedad, apuntando a superar el déficit de regulación del capitalismo mediante mecanismos de planificación democrática de la economía.

Técnicamente es posible ya plantear modificaciones sustanciales a los modelos de producción y consumo, aunque, lamentablemente, todavía no tengamos la voluntad política o, en algunos casos, por desconocimiento, el apoyo social suficiente para lograrlo.

sábado, 10 de agosto de 2019

Luna, Luna...

En este espacio-tiempo fluido los futuros del pasado no son los del presente.

Recuerdo como era el futuro de mi niñez.

Tendría siete años y me entusiasmaba el serial radiofónico Diego Valor. También devoraba los correspondientes tebeos, ilustrados con fantásticas imágenes de viajes espaciales. Aunque faltaban todavía tres años para la sorpresa impactante del Sputnik I.

El almanaque del tebeo de 1954 se titulaba "2054". Podéis figuraos qué futuro diseñaba. Bases en la Luna, amistad con los pueblos de Marte y Venus, gobierno mundial (capital Madrid)... Profetizando el futuro (en esto había algo de razón), hasta había "piratas del espacio" que secuestraban naves tripuladas.

Ese futuro se acabó, y no solo porque el final de la URSS acabara con su utilidad propagandística. Las leyes termodinámicas han puesto las cosas en su sitio. Es enorme la cantidad de materia y energía movilizadas y literalmente evaporadas para poner en órbitas incluso bajas satélites ligeros. El sueño de la colonización del espacio solo subsiste en mentes débiles o interesadas en engañar.

Pero como ocurre con la industria bélica, si se encandila a la gente con señuelos se puede reemprender, todavía, la más opípara industria capitalista: la que no necesita consumidores para producir beneficios.

























Antonio Turiel

La semana pasada se cumplieron los 50 años desde el aterrizaje del primer módulo espacial tripulado norteamericano en la Luna. Tres años después, en diciembre de 1972, fue la última vez que el hombre puso el pie en nuestro satélite. Durante los siguientes 47 años ningún ser humano ha vuelto a hollar la superficie de la Luna, lo cual ha alimentado numerosas especulaciones de por qué no ha avanzado la exploración tripulada del espacio, o simplemente por qué no tenemos una base permanente en la Luna, si como parece los problemas técnicos básicos ya fueron resueltos hace 50 años. Se puede decir que, a pesar de que en estos 50 años se han enviado numerosas sondas a diversos planetas del sistema solar e incluso algunas misiones no tripuladas (por ejemplo, a Marte), para la mayoría de la gente la exploración espacial está siendo bastante decepcionante, sobre todo si uno la compara con las expectativas que se tenían hace 50 años. La cosa ha llegado hasta tal extremo que hoy en día una fracción de la opinión pública, minoritaria pero no despreciable, considera que en realidad el hombre no llegó nunca a la Luna (no voy a entrar a refutar esa teoría de la conspiración tan tonta, cuyos "fundamentos" ha sido ya desmontados mil veces, aunque les dejo aquí un vídeo bastante divertido que explica por qué era mucho más difícil hacer una falsificación que directamente ir a la Luna).

Y sin embargo algo pasa, hay alguna razón por la que en casi 50 años no hayamos puesto a ninguna persona en otro astro que no sea nuestro planeta, y que hace que pronto no habrá ningún hombre vivo que haya visitado otro cuerpo estelar (a expensas de que el plan de Trump de volver a visitar nuestro satélite dentro de tres años tenga éxito).

La razón que se cita más a menudo, aparte de la falta de voluntad política, es el enorme coste de tal aventura: 288.000 millones de dólares de hoy en día, gastados durante poco más de una década. Mirando la curva de esfuerzo económico, se ve que en 1965 el programa llegó a su cenit, con una inversión equivalente al 2% del PIB americano de entonces.


Una de las complejidades de la misión viene de la dificultad de escapar el intenso campo gravitatorio terrestre. La Tierra es el planeta más denso del sistema solar, lo cual es una suerte porque gracias a ello retiene una atmósfera que hace posible la vida y además tiene un núcleo magnético que, combinado con la ionosfera, nos escuda de la mayoría de las radiaciones nocivas. Pero lo mismo que facilita el desarrollo de vida en su superficie hace muy difícil escapar de su influencia gravitatoria: la velocidad de escape (es decir, la velocidad inicial que tendría que tener un cuerpo sobre el que no actuara ninguna otra fuerza para escapar completamente de la influencia gravitatoria de nuestro planeta) es de más de 11 kilómetros por segundo. Eso nos da una idea de que cualquier sistema de propulsión tendrá que tener una potencia enorme para poder llegar a otros astros. Un diagrama del Apolo 11 nos muestra la enorme cantidad de combustible y comburente que se debe de transportar en una misión de estas características.

Se tiene que pensar que los propulsores tienen que funcionar tanto en la parte baja de la atmósfera (superando la fricción del aire) como en situación orbital (donde la única posibilidad de impulsar el vehículo es por el principio de acción-reacción, y dada la escasez o incluso ausencia de aire el cohete debe llevar el oxígeno para hacer reaccionar el combustible y así mejorar la capacidad de propulsión). El problema viene de que el propio combustible pesa, con lo que la cantidad de combustible necesaria para poner el cohete en órbita crece muy rápidamente con la carga útil a transportar, y una misión que ha de llevar sistemas de soporte vital para humanos implica mucho peso adicional y cohetes gigantescos. El lanzador Saturno V de la misión Apolo XI permitía llevar una carga útil que era solo el 4,33% de la masa de todo el cohete. Por eso, dado la masa del orbitador lunar y del módulo de descenso, el Saturno V tenía una masa de 2.900 toneladas. Las exigencias para el módulo de descenso lunar y su retorno al orbitador era mucho menores ya que la gravedad de la Luna es mucho más pequeña, y por eso la cantidad de carga útil de esa fase se acercaba al 50%. Es decir, donde se gasta la mayoría de la energía es en llegar hasta las órbitas bajas de la Tierra; a partir de ahí, comparativamente, las necesidades energéticas son mucho menores.

A pesar de los años transcurridos, los principios básicos del balance de energía entre la carga útil y el peso total del sistema de lanzado son los mismos. Con mejoras en el diseño y en la ingeniería, usando mejores materiales, con mejor electrónica de control y con combustibles de nueva generación se pueden conseguir mejoras sustanciales en la cantidad de carga útil transportable y el peso total del sistema. Sin embargo, todas estas innovaciones redundan en mejoras porcentualmente limitadas. Ir a la Luna en una misión tripulada sigue siendo muy caro, y sin un objetivo muy claro no tiene sentido. En los años 60 el objetivo era esencialmente patriótico y propagandístico; pero una vez que los EE.UU. ganaron esa carrera ya no tuvo demasiado sentido seguir esforzándose en algo que no produce realmente beneficios y sí unos costes exorbitantes - nunca mejor dicho. Llegaron los años 70 y con ellos la llegada de los EE.UU. a su propio peak oil, la ruptura de los acuerdos de Bretton Woods, el embargo árabe... El mundo se sumió en una profunda crisis económica y hubo que dejar las veleidades selenitas para una mejor ocasión. Y así hasta hoy.

Se podría decir que, ahora que los EE.UU. han conseguido superar su marca histórica de producción de petróleo gracias al fracking, vuelven al punto donde lo dejaron hace 50 años, cuando su producción de petróleo comenzó a caer. En su idea de hacer América grande de nuevo, el presidente Trump quiere apostar por una nueva misión tripulada a la Luna y a partir de ahí crear una base permanente desde la cual lanzar una misión a Marte. Se tiene que decir que crear un puesto de avanzadilla alejado de la superficie de la Tierra para lanzar desde allí las misiones a otros planetas tiene bastante sentido, porque como hemos visto antes la mayoría de la energía se consume para llegar a las órbitas bajas. Poner la base en la Luna podría ser interesante propagandísticamente, pero la Luna está demasiado lejos (4 días de trayecto le tomó al Apolo XI) para ser práctica para una base; lo más conveniente sería una instalación en órbita, semejante a la Estación Espacial Internacional. Así, progresivamente se ensamblarían las partes de la futura misión en ese puesto de avanzada, y después se lanzaría la misión propiamente dicha. El problema es que el coste sigue siendo desorbitante: si ya un solo cohete como el Saturno V era algo ciclópeo, aquí estamos hablando en lanzar muchos de estos cohetes para ir ensamblando el propio puerto espacial y la lanzadera o lanzaderas a utilizar para hacer el viaje propiamente dicho. Un viaje que no sería muy rápido porque el precioso combustible se tiene que economizar para el aterrizaje y para el despegue posterior; si nos fiamos de anteriores misiones a Marte, estaríamos hablando de unos cuantos meses (siete meses suele ser la respuesta más habitual). Dado que la masa a transportar es muy elevada (se necesitan sistemas de soporte vital  para mantener a los astronautas que viajen con vida por lo menos el año y pico del trayecto de ida y vuelta) se necesitarían enormes cantidades de combustible, aunque se pueden minimizar bastante si las personas que finalmente descendieran a Marte estuvieran en su superficie durante poco tiempo y se aceptara alargar el trayecto: en el espacio no hay prácticamente rozamiento y la lanzadera mantendría su velocidad muy constante; además, usando el impulso gravitatorio de la Tierra y Marte se podría acelerar bastante sin casi consumir combustible, a costa de hacer una trayectoria más larga.

Por tanto, sí, se puede enviar una misión tripulada a Marte. Sería muy costoso, pero si plantea como un proyecto a largo plazo, de muchos años, es abordable. La cuestión clave es: ¿merece la pena hacerlo? Y la respuesta es simple: no. Hasta que alguien no descubra un nuevo sistema de propulsión mágico que explote la curvatura del espacio-tiempo o que podamos saltar al hiperespacio, lo cierto es que enviar misiones tripuladas tiene un coste, amén de un riesgo, que no merece la pena. Para fines científicos, resulta mucho más barato y menos estresante enviar misiones no tripuladas, y no tener que lidiar con un posible fallo de los sistemas de soporte vital, o con un exceso de exposición a la radiación cósmica, o con los problemas que causa la ingravidez en los seres vivos o mil otros problemas que se pueden plantear.

Pensar en establecer bases permanentes en otros astros de nuestro sistema solar no tiene tampoco demasiado sentido. Yendo al caso de Marte, no tiene agua, ni aire respirable, la gravedad es baja -un tercio de la de la Tierra-, la radiación solar mucho más tenue, las tormentas de polvo frecuentes, las temperaturas bajas... Marte no tiene un campo magnético propio y por eso no hay protección contra las radiaciones más energéticas. Terraformar Marte es absolutamente quimérico, y es y siempre será un planeta inhabitable e inhabitado por la especie humana. Y estamos hablando del caso más simple dentro de nuestro sistema solar.

Pensar en explotar recursos minerales en otros planetas del sistema solar o en nuestra propia Luna para saciar nuestra voracidad extractiva es otra quimera, como ya explicamos en un post hace tiempo. El coste energético de las operaciones es simplemente inabordable.

Gracias a la abundancia energética de la que hemos disfrutado durante los últimos dos siglos hemos llegado a creer en la quimera de que algún día conquistaríamos el espacio. No es verdad, y nuestra incapacidad de superar los hitos de hace 50 años es una buena muestra. No vamos a ir a ninguna parte, nos vamos a quedar en la Tierra. Nuestra abundancia energética toca a su fin en los próximos años y de aquí en unas décadas, unos pocos siglos a lo sumo, nuestra civilización dejará de ser "visible" para los otros centenares de civilizaciones que sin duda conviven con nosotros solo en nuestra galaxia, debido a la Barrera de Hubbert: nosotros formaremos parte de su particular Paradoja de Fermi. Si supiéramos estar con los pies en la Tierra eso sería una gran cosa: tenemos un enorme y precioso planeta para vivir y cuidar.

miércoles, 7 de agosto de 2019

Tiempo y espacio

¡Qué raro es todo! ¡Y qué difícil extrapolar! 

Cuando nos alejamos hacia un futuro probable, considerando lo que conocemos, nos basamos en un conocimiento tan incompleto que podemos estar seguros de que los futuros del futuro cambiarán, como han ido cambiando los futuros del pasado. No sabemos si poco o radicalmente, pero serán otros, como son diferentes los pasados del pasado de los del presente.

Sobre la base del conocimiento de lo más cercano hemos ido construyendo la geometría euclidiana y el espacio cartesiano, la Física de Newton y la de Einstein. Aplicamos el principio de que no vivimos en una singularidad. El resto (¿pero qué resto?) debe ser semejante, obedecer a las mismas leyes (¿hasta dónde y hasta cuándo?).

Las extensiones sucesivas del espacio conocido confirman las leyes de la Física. Pero las van puliendo y transformando, y por ahora el gran mecano encaja, mejor o peor. En realidad siempre les encajó a los creadores de todas las religiones, incluida la de la Ciencia.

(La fluidez dialéctica como "única religión verdadera").

De todos modos, ¡que raro es todo!



martes, 6 de agosto de 2019

Oro puro, la memoria...

Historia ... testis temporum, lux veritatis, vita memoriae, magistra vitae, nuntia vetustatis...
Esto escribió hace mucho un tal Cicerón, Sus palabras están más vivas que nunca. 

Por eso mismo las ocultan de hecho quienes las elogiarán hipócritamente como grandes verdades abstractas. Pero la Historia concreta se oculta tanto que una mayoría, casi me atrevo a decir que inmensa, no tiene ni pajolera idea de un pasado tan reciente... y por desgracia tan presente. Porque de aquellos polvos letales vienen estos lodos pestilentes.

Testigo de los tiempos... ¡su declaración "no procede"! Luz de la verdad... ¡apaga la luz! Mensajera del pasado... ¡matad al mensajero!

Para enseñar al que no sabe y refrescar la memoria de los olvidadizos, hay que volver a recordar. Hay documentos que valen oro puro.

Selecciono apenas una pincelada que tomo de una entrada en el blog EL OTRO, pero también hay allí importantes testimonios, procedentes de figuras notables del régimen de Franco, y la triste historia (sin mayúscula) del "nuevo PSOE" hecho a medida y del ya suficientemente desenmascarado Felipe González.

Dinastía




















(...)

El 15 de diciembre de 1944 el estudio secreto del War Department podía delinear el destino que Washington marcaba a los españoles: 
Las fuerzas externas van a determinar el futuro de España. Los actuales intereses de EE UU y Gran Bretaña en el Mediterráneo occidental muestran la necesidad de estabilidad en la Península Ibérica, por lo menos hasta tanto que se haya podido encontrar una alternativa aceptable a Franco y la Falange [...] En ausencia de una intervención directa de Rusia en España, el curso más probable de la política española en el futuro inmediato será la continuidad del régimen de Franco, que gradualmente va a despojarse de los atavíos fascistas, restaurar las formas políticas españolas tradicionales (con un acento propagandístico en torno de una "democracia a la española"), y extender de mala gana la mano a los exiliados políticos [...] Si Franco cree que las Naciones Unidas van a insistir en su retirada del cargo, sacará su as en la manga -restaurar la monarquía [...] Suceda lo que suceda, España no va a tener asignado un papel relevante en el mundo de la posguerra. Ninguna de las grandes potencias ha mostrado disposición alguna de considerarla mucho más que un emplazamiento geográfico, importante en la medida en que domina la entrada occidental al Mediterráneo y es parada de tránsito en las rutas internacionales. 
(La situación política en España, estudio del Military Intelligence Service, 15 de diciembre de 1944 , con referencia ABC 319.1 MIS (12 de septiembre de 1944).
(...)

domingo, 4 de agosto de 2019

Ecosocialismo y marxismo colapsista (III)

Tras la entrevista a Daniel Tanuro y la introducción de El Ciudadano, sigue un debate a tres entre un reconocido ecosocialista, un “marxista colapsista” y un bien informado decrecentista, que aunque coinciden en lo fundamental matizan de diversa forma tanto el problema como su abordaje.

Las predicciones son catastróficas, aunque pueden influir en su desarrollo variables no muy bien conocidas que adelanten, retrasen, alivien o agraven el problema. En todo caso hay que tomárselo mucho más en serio de lo que se está haciendo. El principio de precaución debería ser imperativo. Porque como dice Antonio Turiel:
Cuando se fija la barrera de los 2ºC de calentamiento global, lo que se está diciendo es que, de acuerdo con la predicción por conjuntos de modelos climáticos (“ensemble forecast”) existe un 50% de probabilidades de que la temperatura del planeta no supere ese umbral. Eso quiere decir, por lo tanto, que existe un 50% de probabilidades de que supere ese umbral, lo cual es poco tranquilizador: ¿alguien se jugaría la vida de sus hijos en un cara o cruz?
Resultado de imagen de muerte de indigenas por epidemia





Michael Lowy
Miguel Fuentes
Antonio Turiel
Presentamos a continuación una conversación con el intelectual marxista Michael Lowy en donde aquel responde a una serie de críticas realizadas desde el ámbito del llamado marxismo colapsista hacia el ecosocialismo. Se integran a esta conversación las replicas de Miguel Fuentes (exponente del pensamiento colapsista), esto con el objetivo de dejar sentadas las diferencias y similitudes que existen entre ambas tendencias. Un tercer participante de esta conversación es Antonio Turiel, referente de la teoría del decrecimiento y quien se posiciona en este debate desarrollando algunas de sus ideas provenientes del terreno de los estudios sobre la crisis energética. La primera sección de esta discusión gira alrededor del carácter (y posible inevitabilidad) de la crisis ecológica actual y su relación con un posible fenómeno cercano de colapso civilizatorio y extinción humana.
Parte 1
Crisis ecológica catastrófica, colapso civilizatorio y extinción humana

¿Qué opina respecto a la posibilidad de una crisis ecológica supercatastrófica durante este siglo?

Michael Lowy

¡Se trata de una posibilidad muy real! Si se sigue con la trayectoria actual de “business as usual” por algunas décadas más, entonces la catástrofe será inevitable. Es un peligro sin precedentes en la historia humana.

Miguel Fuentes

La ciencia es clara al respecto y las perspectivas de un calentamiento global que sobrepasen los 2 o 3 grados centígrados implicaría que una gran parte de la Tierra pueda transformarse en inhabitable.

Antonio Turiel

La crisis ecológica (en sus diversas vertientes) ya está aquí. Es el problema ambiental (del que ahora lo que más se destaca es el cambio climático), el de los recursos, el de la biodiversidad, el del agua potable… ¿Se resolverán todas estas crisis de manera catastrófica? Si no se hace nada, evidentemente. E incluso haciendo lo mejor posible será un momento bastante traumático.


¿Qué piensa respecto a la posibilidad de un fenómeno de colapso civilizatorio cercano? ¿Puede el capitalismo autodestruirse durante las próximas décadas?

Michael Lowy

Como lo decía, la perspectiva de un colapso civilizatorio en las próximas décadas es una amenaza muy concreta.  No lo definiría, en todo caso, como una “autodestrucción del capitalismo”. Podríamos quizás imaginar un escenario distópico en el cual comiencen a producirse los primeros efectos de la catástrofe, pero esto último sin que deje de existir el capitalismo. Como decía Walter Benjamin: “el capitalismo nunca va a morir de muerte natural”.

Miguel Fuentes

¿Qué tiene de especial el capitalismo en comparación con otras sociedades complejas tales como el Imperio Romano, la Sociedad Maya Clásica, la Dinastía Han, el Imperio Gupta y muchas otras a lo largo de la historia como para ser totalmente “inmune” a un fenómeno de colapso? ¿Quizás su avance tecnológico? ¿Se olvida acaso Lowy que, más allá de los fenomenales avances técnicos del capitalismo en una serie de esferas, aquel sigue poseyendo prácticamente la misma base productiva-energética que aquella que tenía hace dos siglos? ¡La misma vieja locomotora de hace dos siglos que, a pesar de poseer en sus compartimientos superiores laboratorios de nanotecnología, satélites y tecnología de GPS, sigue necesitando de los mismos “productos de plantas” de hace doscientos años (entre otros el carbón, el gas y el petróleo) para moverse! Y pueden mencionarse aquí, asimismo, los resultados de un reciente estudio financiado parcialmente por la NASA y liderado por el matemático Safa Motesharrei en el cual, realizándose una proyección del curso de la sociedad industrial actual a partir de la aplicación de un modelo predictivo HANDY, se muestra como esta última se estaría dirigiendo, aceleradamente, al colapso. La razón de esto se encontraría en la combinación de algunos factores tales como la sobreexplotación de recursos, el cambio climático, la existencia de una élite demasiado rígida y la desigualdad extrema. Es prácticamente imposible que la sociedad capitalista actual, tecnológica y económicamente atrasada para enfrentar los peligros de envergadura geológica-planetaria que se nos avecinan, siga subsistiendo ante un escenario de crisis ecosistémica generalizada como aquella que estaría a punto de producirse. Debemos tener en cuenta aquí, asimismo, que una vez que las defensas que tiene el sistema capitalista para sostenerse ante una crisis comiencen a fallar, será la propia complejidad de este sistema la cual podría volverlo mucho más vulnerable ante un potencial fenómeno de colapso. El caso de la caída del Imperio Romano es un ejemplo de lo anterior.

Antonio Turiel

Todas las civilizaciones atraviesan crisis históricas a lo largo de su existencia, y el colapso completo no es sólo una posibilidad, sino que algo muy repetido a lo largo de la historia. Sabemos de 26 civilizaciones antes de la nuestra que colapsaron completamente. ¿Por qué la nuestra habría de ser la excepción? Las civilizaciones colapsan como fruto de presiones internas y externas suficientemente intensas, y los retos a los que deberemos hacer frente (fundamentalmente, cambio ambiental y escasez de recursos) han acabado ya con otras civilizaciones en el pasado. En realidad, muy a menudo nos creemos más especiales de lo que somos, pero nuestro dilema es muy parecido al que otras sociedades sufrieron con anterioridad. Somos de hecho a veces tan arrogantes que no leemos las lecciones de la historia y no aprendemos de ella. Una cuestión importante a saber aquí con respecto al colapso es que aquel siempre es un daño auto-infligido: las sociedades colapsan porque, en su fuero interno, han decidido colapsar, esto porque ya sea por razones políticas, religiosas, filosóficas o directamente por terquedad, han querido colapsar. El colapso siempre es algo evitable, pero uno tiene que trabajar activamente para evitarlo, y cuando sucede es porque, simplemente, no se quiere evitar, y porque se rechaza neciamente la idea o la posibilidad misma del colapso. En este sentido, el capitalismo global del siglo XXI tiene todos los ingredientes para colapsar: ha desencadenado las crisis que ponen su existencia en entredicho y se niega, además, a aceptar la necesidad de cambiar de paradigma. Así pues, nos lleva inexorablemente al colapso. Yo no puedo predecir sí, cuando empiece al colapso, existirá algún tipo de reacción por parte de este sistema y si aquel logrará adaptarse, pero lo más lógico sería esperar un colapso completo del capitalismo y probablemente de nuestra civilización. Cabe destacar, asimismo, que el colapso no es algo necesariamente malo; al final, es una especie de jubileo de todas esas deudas que tenemos aplazadas con la naturaleza. Colapsar te da la oportunidad de empezar desde cero.


¿Existe un peligro real de extinción humana durante el siglo XXI, esto tal como plantea la perspectiva colapsista y algunos movimientos tales como Extincion Rebellion en Europa?

Michael Lowy

Es difícil contestar a esta pregunta. ¿A partir de que nivel de calentamiento global la existencia humana estaría amenazada?  Pero no se puede excluir esta hipótesis.

Miguel Fuentes

No se trata de discutir aquí cual es el nivel de calentamiento global que los humanos pueden soportar en tanto individuos. Es más simple que eso, se trata de saber a partir de que rangos del calentamiento global que se espera durante este siglo la agricultura se vuelve imposible en condiciones naturales y los recursos planetarios comienzan a venirse abajo. Sabemos, por ejemplo, que todo calentamiento global igual o superior a los 2 o 3 grados centígrados por encima de la línea de base del siglo XIX (un nivel alcanzable durante las próximas décadas) significaría que, producto de su impacto sobre la producción mundial de recursos, una parte significativa de la humanidad morirá de manera inevitable. Pero no deberemos esperar mucho tiempo para presenciar el comienzo de esta mortandad en masa, aquello si tenemos en cuenta que el límite catastrófico del calentamiento global (el cual rebasaremos durante la próxima década) es de tan sólo 1.5 grados centígrados. La cuestión aquí es empezar a pensar no en como “detenemos” este fenómeno de extinción humana (ya imparable), sino que, en realidad, en como podemos evitar la desaparición total de nuestra especie, esto incluso si aquello sólo sea posible en el 50%, 10% o 1% de la población humana actual capacitada para sobrevivir. Y es justamente aquí, en esta lucha por la sobrevivencia y por la preservación de nuestra evolución genética y los mejores logros del desarrollo civilizatorio de eras pasadas, en donde la perspectiva comunista adquiere una importancia redoblada para el futuro.

Antonio Turiel

En las respuestas anteriores veo una visión de la Tierra como un sistema demasiado lineal, lo cual es congruente con los modelos climáticos que manejamos (que hacen predicciones de acuerdo con un horizonte muy limitado de factores). La Tierra tiene muchos mecanismos de homeostasis, muchos de los cuales no conocemos, y lo más probable es que la situación del planeta no degenere tanto tal como las peores previsiones científicas indican. Lo que acabo de decir no debería tomarse, sin embargo, como una invitación a relajarse o ser interpretado como un consuelo: la continuidad de la humanidad sigue estando en un peligro crítico, esto porque el hecho de que el planeta no degenere hasta convertirse en el infierno que muestran los modelos climáticos no quiere decir que continúe siendo habitable para nuestra especie, y en todo caso lo más probable es que la capacidad de carga de humanos disminuya drásticamente. Pareciera que si no está en peligro el planeta entero no comprendemos que estamos en peligro nosotros mismos. “Salvemos el planeta”, dicen ciertos eslóganes de algunos grupos ecologistas; pues no, el planeta no está, ni ha estado nunca, en peligro, ni siquiera está en peligro la biosfera. Lo que realmente está en peligro es la humanidad; no pretendamos, por lo tanto, salvar el planeta, lo que debemos hacer es preservar el hábitat que hace posible nuestra existencia y que, éste sí, es lo que precisamente se encuentra en peligro. Es además un error pensar que el cambio climático es el único factor que compromete la vida humana en el planeta. La escasez de recursos es otro factor tremendamente terminante, aquello porque la vida de miles de millones de personas depende de que se mantenga el actual sistema de agricultura industrial y las redes de distribución internacionales. Cuando comience a escasear el petróleo, ¿quién moverá los tractores y los camiones, y de dónde saldrán los pesticidas? Cuando escasee el gas natural, ¿cómo sintetizaremos los abonos nitrogenados? Cuando escaseen los fosfatos, ¿cómo abonaremos nuestros campos? La propia estabilidad de la red eléctrica está en compromiso, y sin fluido eléctrico hay muchos sistemas de control que dejarían de ser operativos. Además, faltando combustible la gente se lanzará a cortar árboles (lo hemos visto en muchos países), disminuyendo esto aún más la capacidad de carga del territorio. Lo cierto es que sin una adecuada gestión de las próximas décadas la especie humana podría acabar extinguiéndose en un plazo de un par de siglos. E incluso con una gestión correcta lo esperable es que su población disminuya drásticamente.


¿Qué opina respecto de la crítica colapsista a una supuesta “superficialidad” del análisis ecosocialista en su evaluación de los peligros de la crisis ecológica y la posibilidad de un colapso civilizatorio cercano?

Michael Lowy

No todos los ecosocialistas tienen el mismo juicio, pero en mi caso, y creo que también en el de la mayoría de los ecosocialistas, nosotros no subestimamos de ninguna manera la gravedad de la crisis ecológica y la posibilidad de un colapso civilizatorio. Al revés, esta posibilidad es uno de nuestros principales argumentos para destacar la urgencia y la necesidad de movilizar fuerzas sociales en contra del sistema responsable de la crisis: el capitalismo.

Miguel Fuentes

Michael Lowy y otros exponentes del ecosocialismo y de la ecología marxista tales como Bellamy Foster o Ian Agnus fueron algunos de los primeros que integraron el peligro de un colapso civilizatorio y un ecocidio en su análisis de la actual crisis ecológica capitalista. Esto cobra más fuerza cuando partimos del hecho de que a muchos de nosotros nos tomó más de una década de militancia en las filas de la izquierda comenzar a integrar estas problemáticas. Pero la crisis ecológica y el peligro de un colapso civilizatorio, que Lowy y los ecosocialistas anticiparon de manera visionaria y que antes de aquellos intuyeron otros referentes de izquierda tales como Nahuel Moreno (Argentina), Luis Vitale (Chile) o incluso Fidel Castro, ha avanzado mucho más rápido de lo que nadie pensó. Lo que a fines de los 90’s y los 2000’s era nada más que una “sombra amenazante” (la posibilidad de un ecocidio), ha adquirido en el presente una fisonomía histórica mucho más clara. Es quizás la rapidez con que se ha desenvuelto este peligro una de las causas principales de que la teoría ecosocialista haya quedado hoy definitivamente rezagada en su evaluación respecto al avance de estas amenazas, haciéndose necesaria, por lo tanto, la elaboración de un nuevo marco teórico-político marxista de contenido propiamente colapsista; en otras palabras, uno que tome el proceso de crisis ecológica supercatastrófica y el avance de un fenómeno de colapso planetario inicial ya en marcha en tanto “desafíos prácticos” (inminentes) y no, tal como se acostumbra frecuentemente al interior de la izquierda, al modo de meras intuiciones teóricas o discusiones filosóficas. Este punto se encuentra mejor desarrollado en la contextualización de las posiciones colapsistas entregada en la primera parte de esta serie.

Antonio Turiel

Yo no soy un estudioso de las teorías políticas, aunque sí veo repetidamente el mismo problema en el pensamiento político contemporáneo. Este problema consiste en que la mayoría de los pensadores no vienen del ámbito de las ciencias naturales y tienden a simplificar y linealizar demasiado el comportamiento de los sistemas naturales, los cuales son mucho más complejos y con muchas más ramificaciones de lo que generalmente se quiere aceptar. Por este motivo, los planteamientos políticos suelen pecar de maximalistas y reduccionistas. Desde mi punto de vista, dada la complejidad de los sistemas naturales y el conocimiento limitado que tenemos de sus mecanismos de funcionamiento, creo que la mejor estrategia sería aquí seguir una metodología de pruebas sucesivas acompañadas de una auditoría constante y honesta de los cambios y de sus efectos. Creo además que esto último debiera comenzar a realizarse desde ahora porque se necesitará de mucho tiempo antes de poder articular una respuesta eficaz a los retos planteados. Entiendo que para el ecosocialismo o cualquier movimiento político actual es quizás imposible hacer totalmente públicos sus planteamientos en torno a lo que realmente se necesita para enfrentar la crisis, esto ya que dichos planteamientos tienen que enfrentarse y debatir en contra del pensamiento político dominante, el cual obviamente va a ridiculizar la “obsesión” por problemas que, a su entender, son inexistentes y que tiene especial interés por ningunear. Por este motivo, yo creo que la acción política debe centrarse en un ámbito mucho más local y menos institucional, rescatando a aquellos que van quedando excluidos del sistema, y esto no sólo en nuestros propios países. Es un cambio total con respecto a la praxis política de las últimas décadas, la cual siempre ha intentado abordar los cambios desde las instituciones. Para mí, por el contrario, dado que las instituciones están al servicio de una cierta manera de hacer ya que fueron diseñadas para eso, sería por lo tanto contraproducente intentar controlarlas porque, al final, aquellas te controlan a ti. La vida institucional te acaba cambiando la agenda y fijando una serie de prioridades que realmente no son las tuyas; peor aún, acabas creyendo que las únicas respuestas posibles a los problemas son aquellas que el marco institucional te posibilita o te deja ver.

Una serie de referentes del colapsismo, activistas medio-ambientales y militantes de izquierda tales como Miguel Fuentes (Chile), Lucho Fierro (Argentina), Demián Morassi (Argentina), Manuel Casal Lodeiro (España), Matías Herrera (Argentina), Alek Zvop (Chile), Miguel Sankara (Chile), Carlos Petroni (Argentina), Albino Rivas (Argentina), Charly Pincharrata (Argentina), Yain Llanos (Argentina) y Lucas Miranda (Chile), reconocen que el ecosocialismo y las elaboraciones de la ecología marxista constituyeron un aporte clave para una problematización anticapitalista inicial de la crisis climática. Paralelamente, algunos de estos referentes plantean que la debilidad de los postulados ecosocialistas consistiría hoy no sólo en una evaluación a veces “superficial” de la gravedad y dinámica (ya imparable) de dicha crisis, sino que, asimismo, en su negativa de integrar la perspectiva de un colapso civilizatorio cercano en su análisis de la dinámica revolucionaria durante el presente siglo. Se dice aquí que las concepciones ecosocialistas “fallarían” al momento de integrar las implicaciones “prácticas” de un escenario de ecocidio ya en marcha, reemplazándose con ello la discusión en torno a las proyecciones catastróficas reales del mismo por una réplica (acrítica) del proyecto socialista tradicional de los siglos pasados, aunque esta vez “adornado” (aggiornado) con “fraseología ecológica” y “medidas verdes”.


¿Qué piensa respecto de estas críticas?

Michael Lowy

Éstas criticas me parecen sencillamente fuera de la realidad. No veo como se puede decretar, como un dogma religioso, que el colapso civilizatorio sea ya “inevitable” o “imparable”. El consenso científico (GIEC) es que, si no se toman medidas enérgicas para reducir dramáticamente las emisiones de gases de efecto invernadero en las próximas décadas, entonces ya no será posible evitar que la temperatura del planeta suba de 1.5° a 2° centígrados, lo que representaría un salto irreversible. Un discurso “colapsista” que pone en duda este consenso científico es puro oscurantismo. Declarar, de forma dogmática, intolerante y sectaria que la única verdad es la “inevitabilidad” del colapso sólo tiene un resultado político: desmovilizar o sabotear la necesaria lucha por evitar el colapso.

¿Será posible crear una relación de fuerzas anticapitalistas que pueda acabar con las energías fósiles en las próximas décadas? ¡No es para nada seguro!  Pero como lo decía Bertolt Brecht, quien lucha puede perder, quien no lucha, ya perdió El combate para evitar el colapso es la gran tarea de nuestra época, un imperativo moral y político categórico. El ecosocialismo no es una replica acrítica del socialismo del siglo pasado (¿cuál? ¿el socialdemócrata? ¿el estalinista?) con “fraseología verde”. Es una nueva concepción del socialismo, en la cual la relación con la naturaleza y el respeto a los equilibrios ecológicos es un tema central. En varios puntos (por ejemplo, en el de la concepción marxista tradicional de un “desarrollo sin límites de las fuerzas productivas”), el ecosocialismo incluso se disocia de algunos escritos “clásicos” de Marx y Engels.

Miguel Fuentes

Michael Lowy afirma que un calentamiento global catastrófico superior a los 1.5 grados centígrados sería todavía evitable, esto último apelando al llamado “consenso científico”. Lowy cierra este debate, sin embargo, demasiado rápido, aquello cuando lo que aquel debería hacer es precisamente abrirlo. Este intelectual parece olvidar aquí que los “consensos científicos” no han existido nunca (desde el origen de la concepción moderna de ciencia) al modo de cuerpos homogéneos y totalmente coherentes, escondiéndose con frecuencia en los mismos no sólo la ideología de las clases dominantes, sino que además las propias visiones particulares de mundo y los prejuicios de una comunidad científica determinada. Un ejemplo de lo anterior puede encontrarse en el caso de Copérnico y sus profundas creencias religiosas. Se hace así necesario, por lo tanto, una evaluación mínimamente crítica del consenso científico al cual Lowy hace referencia, esto para reconocer que aspectos de aquel vamos efectivamente a tomar como válidos y cuales deberíamos dejar, en el marco de una evaluación verdaderamente científica del asunto, de lado.

Una primera limitación que puede identificarse en el tipo de consenso científico existente hoy en torno a los estudios sobre cambio climático se encuentra, entre otras cosas, en las concepciones políticas hegemónicas de la comunidad científica que le sirve de sustento. Resalta aquí el hecho de que prácticamente la totalidad de los estudios sobre los que se basa este consenso no hayan ido más allá, en sus respectivas propuestas de solución ante la “problemática ambiental”, de una serie de tímidas “reformas ecológicas” de la sociedad capitalista. Un ejemplo evidente de lo anterior se encontraría en James Hansen, el llamado “padre del calentamiento global” y cuya “solución” ante la crisis ecológica no pasaría de un mero “impuesto verde” al uso de los combustibles fósiles. ¿Habrá considerado Lowy el hecho de que el consenso científico al cual apela, caracterizado por una confianza casi ciega en las posibles “soluciones tecnológicas” que supuestamente podría brindar el capitalismo para “detener” el avance de la crisis climática, se encontraría así, al menos en este punto, en directa contradicción con sus propios postulados anticapitalistas?

Al no preguntarse en que medida la idea de una supuesta “reversibilidad” de la actual dinámica catastrófica de calentamiento global no responde, en realidad, a un reflejo de la perspectiva tecno-optimista vulgar característica de la ideología capitalista, Lowy parece olvidar esos “otros” consensos científicos (esta vez en el ámbito de la investigación científica propiamente tal) que nos mostrarían una imagen mucho más sombría de aquella que suele acompañar a las promesas tecnológicas del “capitalismo verde”. ¿Qué acaso Lowy no toma en cuenta el consenso científico que nos muestra el carácter inédito que tendrían los actuales 415 ppm de CO2 atmosférico, un nivel no visto en los últimos 14 millones de años? ¿Integra Lowy en su evaluación de la gravedad del cambio climático el hecho de que, si consideramos el aumento anual (en aceleración) de alrededor de 2 ppm de CO2 atmosférico, estaríamos a menos de una década de alcanzar los 425 ppm necesarios para asegurar la ruptura de la barrera catastrófica de los 1.5 grados centígrados de calentamiento global fijada por la ONU? ¿Tendrá en mente Lowy que, de acuerdo con este escenario, no quedarían asimismo más de 15 años para alcanzar los niveles de CO2 atmosféricos suficientes para asegurar el quiebre de la todavía más catastrófica barrera de los 2 grados? ¿Tendrá presente Lowy el creciente consenso científico en torno a una posiblemente mucha mayor sensitividad climática a los niveles actuales de CO2 atmosférico, esto si se toman en cuenta, por ejemplo, las condiciones medioambientales imperantes durante el Plioceno, una época geológica caracterizada por niveles de CO2 semejantes a los de hoy y cuyas temperaturas habrían sido entre 2 a 3 grados centígrados superiores a las del siglo pasado?

Más todavía… ¿tendrá en consideración Lowy en su postura “anti- catastrófica” los estudios que indican que, de detenerse incluso de manera inmediata las emisiones contaminantes a nivel mundial en el corto plazo, la temperatura terrestre podría dispararse, de manera fulminante, entre 0.5 a 1 grados centígrados adicionales, poniéndonos así ante las puertas de los 2 grados de calentamiento global de manera casi inmediata, esto como producto de la remoción del efecto “enfriante” que ejerce sobre el clima global la presencia de los aerosoles industriales? ¿Integra Lowy en su análisis el creciente papel que están comenzando a tener una serie de “feedbacks” (o retroalimentadores) en el avance del calentamiento global: por ejemplo, la progresiva reducción del efecto albedo o la cada vez mayor descomposición del permafrost ártico y el consecuente aumento de las emisiones naturales de metano (un potente gas de efecto invernadero), existiendo en los hechos una alta posibilidad de que estos fenómenos se descontrolen rápidamente y se transformen en imparables (esto incluso en el caso de una disminución sustancial de las emisiones humanas en el corto plazo)? ¿Olvidará acaso Lowy que hoy, cuando todavía quedarían algunos años para la superación de la barrera de los 1.5 grados de calentamiento global, la situación medioambiental ya ha devenido en catastrófica, aquello tal como indica el creciente consenso científico en torno al inicio de la VI extinción masiva de la vida terrestre, la cual se caracterizaría actualmente por presentar tasas de desaparición de especies entre un 100% a un 1000% superiores a los rangos naturales?

Sería justamente integrando estos ámbitos del consenso científico en torno al cambio climático desde donde podemos afirmar que, lejos de los lugares comunes a los cuales nos tiene acostumbrado el “optimismo verde” ecosocialista, sería ya la propia “química terrestre” la que daría por asegurada, de manera inevitable, el comienzo de una pronta fase catastrófica de la crisis ecológica. Sería además precisamente desde aquí, si integramos asimismo a este escenario tanto el escaso periodo de tiempo que nos quedaría antes del inicio de dicha fase catastrófica, así como también la inexistencia de tecnologías en la escala y niveles necesarios para hacer frente a esta crisis durante las próximas décadas y los prontos golpes de la crisis energética mundial en ciernes, desde donde la perspectiva de un colapso civilizatorio se presentaría, por lo tanto, como la alternativa histórica más viable en el corto y mediano plazo. Deben considerarse aquí, igualmente, las propias características decadentes (putrefactas) del sistema capitalista y los modelos democráticos actuales, las cuales deberían producir un empeoramiento aún mayor, esto al menos durante la próxima década, de la ya gravísima situación ecológica-energética planetaria. Todo lo anterior en momentos en los cuales los próximos veinte a treinta años constituirían, de acuerdo con una serie de estudios, el límite definitivo para el inicio de un colapso social a escala global y de un posible fenómeno de extinción de nuestra especie. Un ejemplo de lo anterior puede encontrarse en un reciente informe del Breakthrough Centre de Australia que indicó la década de 2050 como una de las fechas límites para la preservación de la civilización contemporánea en el caso de un empeoramiento agudo de la crisis ecológica.

¿Pero quiere decir que asumir la inevitabilidad de la catástrofe ecológica y de un posible colapso civilizatorio sea lo mismo, en palabras de Lowy, a “abandonar la lucha”? ¡Para nada! Reconocer el carácter inevitable de la catástrofe, esto tal como en muchas otras ocasiones en la historia de la lucha de clases, aunque esta vez teniendo dicha catástrofe una escala histórico-social y “geológica” muchísimo mayor a cualquier otra a la cual nos hemos enfrentado, es en realidad la única manera de preparar la resistencia futura ante la misma. ¡Es necesario un análisis realista de nuestra situación… y no una perspectiva eco-dulzona (agradable para los oídos socialistas) que, negando la catástrofe inevitable, lo que hace es condenarnos, por la vía de la estupidez, a una derrota doble: una por la magnitud de la amenaza y la otra por ceguera! ¡No! Reconocer la catástrofe universal que se aproxima es el verdadero imperativo político, moral y ético de nuestro tiempo, esto porque sólo reconociendo dicha catástrofe inminente (y mirándola fijamente a los ojos) es que podremos aspirar a comprender de mejor manera los peligros que nos amenazan, esos peligros mortales (de escala titánica) que deberemos derrotar, tal como todo indica… en el infierno mismo. ¡Esa es nuestra tarea! ¡Mirar a los ojos a la catástrofe… aquello para lanzarnos al centro de la misma y, siendo devorados por ésta, abrirle luego el estómago de un tajo desde su interior para hacerla caer rendida y abrir con ello, bañados en su sangre, a cualquier precio, las puertas del futuro comunista!

Antonio Turiel

La respuesta crítica de Miguel Fuentes a Michel Lowy es completamente acertada. Michel Lowy parece confundir el consenso científico con el consenso político del IPCC (Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático). En general, los estudios científicos suelen proyectar una imagen bastante más sombría del futuro que lo que reflejan los acuerdos de “mínimos” con los que siempre se cierran los informes del IPCC. Y en ocasiones el IPCC introduce incluso criterios sin base técnica real. Miguel Fuentes ya ha hecho una glosa bastante detallada, así que yo solo añadiré unos pocos más. Por ejemplo, cuando se fija la barrera de los 2ºC de calentamiento global, lo que se está diciendo es que, de acuerdo con la predicción por conjuntos de modelos climáticos (“ensemble forecast”) existe un 50% de probabilidades de que la temperatura del planeta no supere ese umbral. Eso quiere decir, por lo tanto, que existe un 50% de probabilidades de que SÍ supere ese umbral, lo cual es poco tranquilizador: ¿alguien se jugaría la vida de sus hijos en un cara o cruz? Está por supuesto la cuestión de que, a medida que se mejoran los modelos climáticos, las tendencias siempre empeoran (lo cual es lógico debido a cuestiones bastante técnicas sobre teoría de la turbulencia), con lo cual la probabilidad real de no superar los 2ºC seguramente está muy por debajo del 50%. Además, existen muchos aspectos oscuros en los modelos de la IPCC, introducidos en realidad para evitar dar un mensaje demasiado alarmante (eufemismo para decir que el mensaje debe ser aceptable por el actual establishment político). Un detalle: todos los modelos del IPCC asumen una gran disminución de las emisiones netas de CO2 gracias a la implantación masiva de sistemas de captura y secuestro de carbono. En los modelos del IPCC con menor uso de dichos sistemas se supone, de hecho, que aquellos serán capaces de absorber hasta el 40% de las emisiones. Pero los sistemas de captura y secuestro de carbono son termodinámicamente absurdos y geológicamente dudosos, por lo que es seguro que no se van a implementar nunca a dichas escalas.

Es curioso que en la argumentación de mis contertulios la cuestión de la escasez de recursos, y particularmente la del petróleo, pasa completamente desapercibida. Llevamos años de desinversión en el sector del petróleo a escala mundial, excepto en Estados Unidos por razones que sólo Trump comprende, aquello porque –como se reconoce públicamente– no quedan yacimientos rentables. La Agencia Internacional de la Energía, en su informe del año 2018, avisaba que ya hemos superado el “peak oil” y que de aquí a 2025 podría faltarnos hasta el 34% de todo el petróleo que esperan que se demande dicho año, esperándose además que lo anterior produzca recurrentes picos (subidas) de precio desde hoy hasta ese entonces… y sin embargo no lo comentan. Hace diez años, con el pico de precios de petróleo, mucha gente habló del “peak oil” y seguramente también mis contertulios, pero aquella crisis pareció superada para el observador superficial, considerándose ahora posiblemente demodé hablar de ello. Pues no. La raíz del problema con el suministro de petróleo no se solucionó, esto a pesar del balón de oxígeno del fracking que, en los hechos, se ha convertido en una verdadera ruina económica (todas las empresas que se dedican al fracking pierden dinero desde el año 2011, manteniéndose solamente gracias a una enorme burbuja de crédito). El fracking está ya llegando a su cenit, mientras que en el resto del mundo la situación se agrava. ¿Creen ustedes que los problemas en Venezuela o México son casuales? ¿O que la tensión en el Golfo Pérsico responde realmente a los pérfidos designios de Irán? Tenemos una grave crisis energética literalmente planeando sobre nuestras cabezas y, aún así, es justamente en este momento cuando más ignoramos el dilema que nos plantea.

El hecho de ignorar la crisis de los recursos hace que los análisis de mis contertulios pequen un poco de simplistas y que no tengan toda la perspectiva para ver la profundidad del problema. Tenemos que luchar contra el cambio climático porque, sí, es muy grave y de hecho es tan grave que a pesar del obligado descenso de emisiones que imponen el “peak oil”, el “peak coal” y el “peak natural gas”, aún así las previsiones son catastróficas. Pero tendremos que luchar en contra de aquel en un mundo en el que dispondremos de menos energía para hacer frente a dicho reto. Asimismo, tendremos que hacer frente a ambos retos (la crisis ecológica y la crisis energética) apoyándonos en unas energías renovables que, contrariamente a lo que se quiere hacer creer desde los postulados del capitalismo verde, no tienen un potencial tan grande como se plantea, pudiendo de hecho cubrir en el futuro sólo una parte de nuestro actual consumo energético… y eso con suerte.

Por tanto, es cierto, yo me adhiero a las críticas que se mencionan en el enunciado de la pregunta: es completamente acertado que el discurso ecosocialista más oficialista lo que hace es adornar con elementos “verdes” o “ecologistas” un discurso de izquierda más tradicional. Es justamente lo contrario de lo que debería hacerse: la sostenibilidad –mucho mejor que hablar simplemente de ecologismo– debería ser el puntal central ideológico, y todo nuestro discurso tendría que construirse alrededor de este aspecto, el cual pasaría a ser no sólo un “elemento más”, sino que, en realidad, la verdadera razón de ser de todo lo demás. No puede haber justicia social sin justicia ecológica, no puede discutirse un modelo de repartición de la riqueza sin primero cambiar el sistema productivo para que aquel sea sostenible, máxime cuando nuestro principal problema actualmente es la falta de sostenibilidad y el riesgo de colapso.