miércoles, 30 de septiembre de 2020

CrashOil para torpes

El gran Forges escribió varios libros para torpes porque entendió que hacían falta. El continuo y amorfo estímulo neuronal que padecemos trastorna las mentes y acaba produciendo una modorra, una pereza mental que exige que nos lo cuenten todo "rapidito y facilito".

Sobre el pico del petróleo (y de todos los combustibles fósiles) y sus consecuencias en un futuro ya inmediato nos avisa con gran perseverancia Antonio Turiel. Hace casi un año que, también para torpes, estuvo explicando el peak oil de manera sencilla. Ahora, para que resulte aún más fácil de tragar, nos deja este vídeo:


martes, 29 de septiembre de 2020

Día Internacional de Concienciación sobre la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos

El desafío de reducir la pérdida y el desperdicio de alimentos durante el COVID-19

Este año la primera celebración del Día Internacional de Concienciación sobre la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos se produce durante la pandemia mundial de COVID-19, la cual ha provocado un despertar mundial sobre la necesidad de transformar y reequilibrar la forma en que se producen y consumen nuestros alimentos.

COVID-19 continúa generando desafíos significativos en el abastecimiento alimentario de muchos países. Las interrupciones en las cadenas de suministro, las medidas de cuarentena, el cierre de la industria hotelera y las escuelas... Todos estas medidas han contribuido al problema de la pérdida alimentaria: productores y distribuidores no han encontrado mercados a los que abastecer y, por ende, su producto se ha echado a perder.

En el otro extremo de la cadena, las compras compulsivas por parte de los consumidores durante la pandemia provocaron un gran desperdicio alimentario y el desabastecimiento en los supermercados, los cuales tampoco podían donar comida a unos bancos de alimentos apurados por una demanda creciente a causa del incremento del desempleo.

Debemos ser conscientes de la importancia de la pérdida y el desperdicio de alimentos ahora más que nunca. Es por eso que, en 2019, la 74a Asamblea General de las Naciones Unidas designó el 29 de septiembre como el Día Internacional de Conciencia de la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos, reconociendo el papel fundamental que desempeña la producción sostenible de alimentos en la promoción de la seguridad alimentaria y la nutrición. Sin duda, este nuevo Día Internacional se enfrenta a muchos desafíos para alcanzar nuestras metas de "Consumo y producción responsables" que contribuirá a la lucha contra el Hambre Cero y el Cambio climático.


sábado, 26 de septiembre de 2020

El quinto elemento

Los filósofos presocráticos, esencialmente materialistas, interpretaron el mundo como una realidad compuesta de cuatro elementos:
Tales de Mileto propuso que el principio de todas las cosas (o arché) era el agua.

Después Anaxímenes consideró que el principio era el aire, Heráclito creyó que el fuego era el principio, y Jenófanes la tierraAecio y Sexto Empírico comentan un fragmento de Jenófanes en que dice que la tierra es principio y fin de todas las cosas
Más adelante, Aristóteles negó a la tierra el carácter de elemento primordial, porque para él existía otra substancia inmaterial:
Para Aristóteles el éter o quinto elemento es la quintaesencia, razonando que el fuego, la tierra, el agua y el aire eran terrenales y corruptibles, y que las estrellas no podían estar hechas de ninguno de estos elementos, sino de uno diferente, inmutable, de una substancia celestial.
Lo inmaterial surge en la historia del pensamiento ligado aún a la materia, como una especie de materia sutil, pneuma, aliento, respiración. El pensamiento abstracto incipiente no conseguía desligarse por completo de la imagen material, como no lo ha hecho nunca la religión popular.

La película El quinto elemento concluía, en un contexto de ciencia ficción cargado de simbolismo, que ese quinto elemento era el amor, como ligazón establecida entre todos los seres.

La ciencia moderna ha cambiado el concepto de elemento, precisando los elementos químicos como componentes de todo lo que nos rodea y buscando dentro de ellos entidades más elementales aún. Sin embargo, agua,  aire,  tierra y fuego, más allá de su heterogeneidad química, siguen siendo los elementos que soportan la vida en nuestro planeta.

Así lo entiende Yayo Herrero cuando retoma estos cuatro elementos en una serie de artículos en los que muestra la importancia de cada uno de ellos en el equilibrio planetario. Cuatro elementos en los que se hacen patentes los gravísimos desequilibrios que ya nadie puede ignorar. Esta es la serie:


LOS CINCO ELEMENTOS

 (I)
El proceso de “desarrollo” y el crecimiento económico se correlacionan con un fuerte incremento en el uso de agua, con la pérdida de sus fuentes y con el deterioro de su calidad. El consumo mundial crece más rápido que la población

(II)
El aire está sufriendo un atentado pero la inercia en la forma de entender la economía, el desarrollo y el progreso hace borrosa la imaginación y la osadía para explorar otros caminos. Es más fácil imaginarse viviendo sin aire que sin capitalismo

(III)
Vista desde dentro, nuestra casa es marrón, verde, blanca, roja, negra… y, cada vez más, gris. La acumulación del capital es, de facto, expulsión de la tierra para los desfavorecidos y una falsa emancipación para los privilegiados

(IV)
Puede asfixiar en lugar de inspirar, devorar en lugar de alimentar. La diferencia es solo una cuestión de prioridades, límites, escalas y poder

También ella considera un quinto elemento, sin más apoyo que los cuatro precedentes: es
la vida, la vida humana absolutamente inseparable de toda la vida, en una biosfera que se comporta ella misma como un ser vivo. Y para cuyo desarrollo hasta los niveles de mayor complejidad ha sido la cooperación, más que la competencia, el factor decisivo.

No queda esto muy lejos de la propuesta fílmica. Sin primar la cooperación y la solidaridad, la humanidad, y quién sabe si toda vida compleja, estará condenada.




LOS CINCO ELEMENTOS (Y V)

LOS CINCO ELEMENTOS (Y V)
Yayo Herrero
Hemos escuchado en estos tiempos de pandemia que la especie humana es lo peor, que es una plaga, un virus. Yo no lo creo. Los seres humanos son capaces de lo peor y de lo mejor. Guerrean pero también cooperan

Podemos señalar más o menos con facilidad algo que está vivo, pero no es tan sencillo definir la vida. El agua, el aire, la tierra y el fuego son parte de la vida y la constituyen pero no son vida.

Mirada desde nuestro ombligo, la vida es el período que transcurre entre el nacimiento y la muerte. Mirada en su conjunto, es una tremenda e increíble rareza que dura ya unos 3.800 millones de años.

Maturana y Varela dicen que podemos saber que algo está vivo cuando es capaz de crear, reparar, mantener y modificar su propia estructura tomando sustancias del medio y expulsando lo que le sobra. Esa característica recibe el nombre de autopoiesis, que quiere decir auto-producción. La autopoiesis es la propiedad básica y distintiva de los seres vivos. Cuando no la cumplen es porque están muertos.

La vida surgió en la Tierra hace unos 3.800 millones de años. Primero aparecieron microorganismos anaerobios, que no necesitaban oxígeno. Unos mil millones de años después, aparecieron las cianobacterias que tenían la capacidad de utilizar la luz del sol para su nutrición y producían como residuo el oxígeno. Poco a poco, estas bacterias fueron cambiando la composición del aire, el agua y de la tierra.

La biota –conjunto de los seres vivos– fue creando las condiciones adecuadas para que se dé la vida en la Tierra tal y como la conocemos hoy. Coevoluciona y regula el ambiente. Con estas premisas, James Lovelock y Lynn Margulis formularon la Hipótesis Gaia. A partir de ella, ambos pusieron de manifiesto que lo que la ciencia solía tratar por separado, los seres vivos, los océanos, la atmósfera, el clima, los  suelos…, formaba una realidad indivisible.

La vida en su conjunto es un sistema complejo que se autoconstruye y autorregula a partir de intercambios químicos y señales térmicas. Juntos, dice Marcos de Castro, el ambiente y los seres vivos, componen un sistema global que funciona como si se tratase de una entidad viva.

Gaia sería el sistema ecológico global que funciona orgánicamente, integrando a los seres vivientes, las relaciones entre ellos y de ellos con la tierra, el agua y el aire, a partir del “fuego” del sol. Se autorregula mediante una serie de complejos ciclos interdependientes entre sí –agua, carbono, fósforo, nitrógeno…– que funcionan con diferentes ritmos (desde segundos a millones de años) y a diferentes escalas espaciales (microscópicas, regionales o globales).
Podemos estar seguros de que cada partícula que compone la materia de nuestro cuerpo fue antes flor, piedra, arado, lápiz, escarabajo, cañón o mariposa
El sol es el motor de la vida. Es una estrella que se formó hace aproximadamente 4.600 millones de años. Técnicamente, es una enana amarilla, y seguirá siéndolo más o menos otros 5.000 millones más. Después, se convertirá en una gigante roja y engullirá las órbitas actuales de Mercurio, Venus y la Tierra.

La Tierra y la vida giran alrededor del Sol. Este movimiento organiza el tiempo y el calendario de los seres vivos. Su energía sustenta a casi todas las formas de vida concretas y hace que funcione el sistema en su conjunto.

Si el Sol es la energía, la fotosíntesis es la tecnología básica de lo vivo. A mí, me flipa la fotosíntesis. Es alucinante que en aquella sopa primigenia de células en interacción, de repente, algunas comenzasen a convertir la luz del sol y los minerales muertos en un cuerpo vivo, a la vez que expulsaban, como residuo, el oxígeno a la atmósfera.

Yo, atea, me imagino así la química de la resurrección. En un suelo, la materia orgánica procedente de seres vivos muertos es convertida por los microorganismos en minerales inertes. Y las plantas que fotosintetizan vuelven a convertir lo muerto en cuerpo vivo… Faltan, me parece a mí, muchos poemas sobre la fotosíntesis.

La vida se organiza en red. Los productores primarios fabrican su propio cuerpo que sirve de alimento a los seres herbívoros, que a su vez son la comida de los carnívoros. Los descomponedores se nutren de la muerte de todos los anteriores. Las relaciones entre productores, consumidores (herbívoros y carnívoros) y descomponedores regulan los ciclos en los que se recicla la materia. Van transfiriendo unos a otros la energía del sol, que solo puede ser capturada por los productores primarios. En cada traspaso de energía,  se pierde la mayor parte de la misma.

Todos, absolutamente todos los seres, son comidos, vivos o muertos, por otros seres vivos. Podemos estar seguros de que cada partícula que compone la materia de nuestro cuerpo fue antes flor, piedra, arado, lápiz, escarabajo, cañón o mariposa.

Nos cuenta Lynn Margulis que la vida no conquistó el planeta mediante combates, sino gracias a la cooperación. Las formas de vida se multiplicaron e hicieron más complejas asociándose a otras, no matándolas.

Las células eucariotas –las células más complejas– se formaron a partir de la unión simbiótica entre células procariotas. Los animales y plantas estamos compuestos de células eucariotas, así que, si no se hubiese dado esa unión, la vida probablemente estaría formada sólo por un conglomerado de bacterias.

Lynn Margulis formuló la teoría de la simbiogénesis, que defiende que son las relaciones simbióticas, en mayor medida que las mutaciones genéticas al azar, las responsables de los mayores cambios evolutivos.

La cooperación ha sido una estrategia adaptativa también para muchas especies. Aves que comparten, licaones que cuidan de la prole en común, vampiros de Azada que se donan sangre, palomas torcaces que cazan en bandadas, bonobos que se organizan en sociedades matriarcales pacíficas y usan el sexo para resolver conflictos, aves que se alimentan de los parásitos de algunos mamíferos…

Nosotros mismos, los humanos, estamos habitados por millones de bacterias que cooperan con nosotros. En el trayecto que va desde la boca hasta el ano, en la piel, la nariz, oídos, la vejiga, los conductos urinarios y en la vagina, viven microorganismos  que nos echan una mano con la digestión y otras funciones vitales. A cambio, nuestro cuerpo les proporcione hábitat y alimento.

Por supuesto que en la naturaleza se dan relaciones de competencia y lucha encarnizada, pero las relaciones de simbiosis y cooperación son centrales para que la vida se mantenga. Si la literatura científica ha destacado tanto lo de la supervivencia del más fuerte, probablemente ha sido porque son interpretaciones que encajan mejor con una organización social que naturaliza y legitima la competencia y la explotación de todo lo vivo por parte de quien más poder tiene. Quizás, también por eso las redes tróficas hayan sido dibujadas en forma de pirámide, con el ser humano en la cúspide y no en forma de red.

Le preguntaban a Lynn Margulis en una ocasión por qué la simbiogénesis generaba tantas resistencias. Ella contestó riendo que, a muchos, pensar la evolución en términos de cooperación les resultaba femenino de más...

La diversidad es otro pilar de lo vivo. Hay seres unicelulares y otros formados por millones de células interdependientes; los hay que fabrican su propio alimento, mientras que otros lo consiguen en el entorno; pueden respirar oxígeno o envenenarse con él. Unos vuelan, nadan, saltan, van en silla de ruedas o caminan,  y otros no se mueven del sitio en el que nacen. Unos se se reproducen mediante el sexo y otros no... La biodiversidad es casi inabarcable a escala humana.

¿Cómo se mantiene Gaia?

Las condiciones vitales se ven constantemente perturbadas por múltiples variables. El proceso que hace que los seres vivos y las relaciones entre ellos y con el medio se mantengan más o menos constantes, se llama homeostasis. Existen mecanismos de realimentación negativa que detecten las perturbaciones y actúan minimizando y amortiguando los cambios, de forma que el conjunto se estabilice volviendo a su situación de equilibrio inicial. Los mares y océanos, por ejemplo, absorben la mayor parte del exceso de calor y la mayor parte del dióxido de carbono procedente de la combustión de las energías fósiles, “tratando” de reestablecer los equilibrios climáticos previos y aminorando la tendencia al calentamiento que causaba la concentración mayor de gases de efecto invernadero.

Sin embargo, si la perturbación es muy grande, los mecanismos de realimentación negativa dejan de funcionar y se disparan otros de realimentación positiva, que agrandan los efectos de la perturbación, alejando mucho más el conjunto del sistema del equilibrio. Un ejemplo son las emisiones de metano que deja escapar el permafrost cuando se descongela a causa del calentamiento global, que aumentan la concentración del gases de efecto invernadero y amplifican el calentamiento.
Cada especie suele durar, de media, unos cinco millones de años y luego desaparece. La nuestra lleva en Gaia unos 200.000 años
Cuando las perturbaciones sobrepasan un cierto umbral, pueden originarse una serie de cambios drásticos y en cadena, que, a partir de un momento, denominado punto de bifurcación,  conducen a la desorganización y colapso del equilibrio inicial y a la configuración de una nueva situación impredecible, y en la que el azar determina el resultado final.

Kaufmann dice, por ello, que la vida se desenvuelve entre la estructura y la sorpresa. Lo de sorpresa siempre suena sugerente pero cuando nos estamos refiriendo a forzar el cambio de las variables biofísicas a la que nuestra especie está adaptada, las novedades resultan inquietantes.

La vida que prosperó y se ha mantenido en la Tierra durante los últimos miles de millones de años es solar, cíclica, diversa, interconectada y cooperativa.

Los seres humanos somos unos recién llegados a esta aventura planetaria. Cada especie suele durar, de media, unos cinco millones de años y luego desaparece. La nuestra lleva en Gaia unos 200.000 y, nos lo vamos a tener que currar mucho, para  alcanzar la esperanza de vida media de otras especies.

La civilización industrial es energívora, petrodependiente, vertiginosa, extractivista, homogeneizadora, generadora de residuos inabarcables y competitiva. La cultura capitalista ha construido una “normalidad” que se da de bruces con la realidad que sostiene la vida. La economía hegemónica es ecológicamente analfabeta y las subjetividades e imaginarios que promueve discurren divorciados de la realidad material del planeta. A las personas que vivimos dentro la burbuja del progreso se nos ha olvidado que somos una especie viva.

Aunque la ciencia nos explica que el universo, la naturaleza y nuestros cuerpos no se comportan como el gran reloj que enunció Newton a finales del XVII, nuestra civilización sigue actuando como si los territorios fuesen sólo almacenes y vertederos a disposición de la parte privilegiada de la humanidad, como si las vacas fuesen máquinas que convierten hierba en carne, los ríos tuberías de agua y la gente mano de obra. Miramos la naturaleza desde arriba y desde fuera, como si fuese una máquina inerte y previsible.

Se pregona que la libertad llega después de superar el reino de la necesidad, pero la necesidad en los seres autopoiéticos y necesitados de cuidados no se supera nunca. Tenemos que aprender a vivir libres sabiéndonos inherentemente eco e interdependientes.

El Progreso, sin embargo, se ha construido sobre la fantasía del despegue prometeico de la naturaleza y de los cuerpos. La negación de nuestra condición de seres de la tierra, vulnerables, y uno a uno finitos, es solo una gran ilusión que termina modificando irreversiblemente el ambiente del que depende su propia supervivencia.

Después de aplicar durante décadas a la naturaleza viva la lógica de las cosas muertas, caemos del guindo. Calentamiento global, pérdida de biodiversidad, superación de la biocapacidad de la tierra, contaminación de suelos, aire y agua, zoonosis, proliferación de enfermedades, pandemias, desigualdades, feminicidios, explotación, expulsiones... El desarrollo en carne viva.

Después de un par de siglos, y sobre todo los últimos decenios, actuando como si la organización material de la vida humana flotase por encima de la tierra y de los cuerpos, se produce un fuerte encontronazo entre lo geopolítico y lo geofísico y se desmorona la base fundamental de la episteme moderna: la falsa distinción entre el orden de lo natural y el de los seres humanos.

Isabelle Stengers se refiere a este momento como la intrusión de Gaia.

Todo cambia, aunque no queramos verlo, a partir de que la emergencia planetaria emerja como sujeto histórico, sin intencionalidad ni finalidad, pero con agencia, interviniendo en todo lo político. Si bien no tiene sentido politizar la ecología, es imprescindible ecologizar la política. Siempre debió ser así. Si los seres de la tierra desconectados de la misma tierra organizan el aire, el agua o el resto de la vida, lo desbaratan todo.

La justicia o el derecho ya no se pueden pensar sin tener en cuenta la irreversible intrusión de Gaia. La mayor habilidad de los negacionistas con poder es hacer creer a la gente que no existe. Mientras, se adaptan ventajosamente a lo que está por venir, desahuciando enormes jirones de vida, también humana.

Quienes soñamos con que mañana sea un mundo habitable para todas, tenemos el reto de no eludir esa realidad y tratar incansablemente de salvar la distancia brutal que hay hoy entre el conocimiento científico y la impotencia política.

Se llama magufos a quienes propagan discursos contrarios a la ciencia que no pueden demostrar su validez. Creo que muchas de las visiones de la economía convencional son puras magufadas. La economía se ha convertido en una verdadera religión civil que exige sacrificios humanos, vegetales, animales y minerales y niegan el futuro a la mayor parte de los seres humanos. La vida empezó en una sopa primigenia, pero como dice Naredo, una economía que ha cortado el cordón umbilical con la tierra, la convierte prematuramente en un puré crepuscular.

En psiquiatría y psicología, el delirio es una creencia que se vive con una profunda convicción a pesar de que la evidencia demuestre lo contrario. Creo que se puede decir que la economía convencional es un delirio. Se empecina en crecer indefinidamente sobre una base física que tiene límites. Apostata de la ciencia. No recula ni reconoce fracaso, a pesar de que esté causando un ecocidio vertiginoso y no haya podido cumplir sus propias promesas de bienestar generalizado.

Es un delirio en guerra con la vida.

No hay ningún organismo vivo en estado libre que no dependa de otros y de su entorno. Son muy pocos los que pueden vivir con el privilegio de ignorarlo, pero este sujeto termina erigiéndose como sujeto universal y tiene el poder de definir la economía, la política, o la cultura...

Son mayoritariamente mujeres –no por esencia, sino por imposición, otros territorios, otros pueblos y otras especies, el conjunto de la vida, en definitiva,  quienes soportan las consecuencias ecológicas, sociales y cotidianas de esa supuesta independencia.
No nos encontramos ante el suicidio de la humanidad sino ante el asesinato de mucha vida a manos de una parte de la humanidad
No es más que una forma de parasitismo que estruja otras vidas, el suelo, agua y aire, concibiéndolos como algo exterior, subordinado e instrumental que violenta la naturaleza, violenta nuestro cuerpo y el de otros.

La violencia es el negativo de la ternura.

Hemos escuchado mucho en estos tiempos de pandemia que la especie humana es lo peor, que es una plaga, un virus. Yo no lo creo. Los seres humanos son capaces de lo peor y de lo mejor. Guerrean pero también cooperan. Inventaron la bomba atómica pero también la música, la poesía y, a veces, hacen de las caricias un arte.

No somos cada uno de nosotros las células cancerosas: es el comportamiento colectivo que ha generado una civilización patriarcal, capitalista y colonial, la que ha resultado ecocida e injusta. No nos encontramos ante el suicidio de la humanidad sino ante el asesinato de mucha vida a manos de una parte de la humanidad. Es verdad que todas las personas tenemos responsabilidad –y por tanto capacidad de cambiar–, pero son responsabilidades asimétricas. Como decía Silvio Rodríguez, la orden de fuego la dan disidentes de la gente, del sueño y  de la vida que no sea virtual.

La vida es una cuestión de relaciones.

Dice Franz De Waal en La edad de la empatía que, salvo un pequeño porcentaje de psicópatas, nadie es emocionalmente inmune al estado de otras personas. La selección natural diseñó nuestro cerebro para que estemos en sintonía con otros cerebros, nos disguste su disgusto y nos complazca su placer. Empatía con todo lo vivo. Con frecuencia nos dicen “preferís los animales a las personas”. De verdad, no es incompatible querer a las personas y también a los animales, a las espigas, a los montes, a los árboles, y al agua...
El analfabetismo ecológico, más intenso cuanto más especializada es la formación, es un enorme obstáculo para recomponer lazos rotos con la naturaleza y entre las personas
Sé que el conocimiento, el sabernos vida en sí mismo, no desemboca necesariamente en acción. Igual que tener experiencia de clase no genera automáticamente conciencia de clase, el sabernos parte de una red viva, en sí mismo, no genera conciencia de especie o de pertenencia a la tierra. Pero sin ser condición suficiente, creo que es condición necesaria. El analfabetismo ecológico, más intenso cuanto más especializada es la formación, es un enorme obstáculo para recomponer lazos rotos con la naturaleza y entre las personas.

Cualquier persona debería tener el derecho y la obligación de conocer qué es lo que le permite existir: el sol como motor de la vida, los bosques como pulmones del planeta y bibliotecas de diversidad, la fotosíntesis como “tecnología” central para la existencia, las bacterias,… La autoorganización y la cooperación como estrategias de adaptación y supervivencia, el funcionamiento cíclico en red en todo lo vivo, la existencia de límites, el trabajo de cuidados como una cuestión imprescindible que exige corresponsabilidad.

Enfrentar la crisis ecosocial va a exigir que superemos la fantasía de la individualidad y estimulemos una imaginación, bien asentada en la tierra, los cuerpos y sus necesidades. Una imaginación que nos permita mirar el capitalismo desde fuera, aunque estemos dentro. Este “afuera” puede ser Gaia, como un punto excéntrico desde el que torcer el brazo del dinero. Desde ahí podemos construir una Nueva Cultura de la Tierra.

Podemos, como recuerda Viveiro de Castro, aprender también de los pueblos que nunca fueron modernos porque nunca tuvieron una naturaleza externa y ajena y por tanto no la perdieron ni necesitaron librarse de ella.

Exigirá estimular pedagogías, racionalidades y emociones que favorezcan relaciones simbióticas centradas en la suficiencia y el reparto; que hagan de lo común y el cuidado un principio político y que involucren a todas las personas, tanto en el terreno de los derechos como en el de las obligaciones. Algo parecido a la razón poética de María Zambrano.

La clave es construir comunidad con conciencia de clase, de especie y sentido de pertenencia a la vida.

A fin de cuentas, como dice Galeano, “venimos de un huevo más chico que una cabeza de alfiler, y habitamos una piedra cubierta de agua y rodeada por aire que gira en torno al fuego de una estrella enana amarilla. Hemos sido hechos de luz, de tierra, además de carbono, hidrógeno y mierda y muerte y otras cosas, y al fin y al cabo estamos aquí desde que la belleza del universo necesitó que alguien la viera”.


Yayo Herrero es activista y ecofeminista. Antropóloga, ingeniera técnica agrícola y diplomada en Educación Social.

miércoles, 23 de septiembre de 2020

La voz a ti debida

No hay acción sin sujeto, ni sujeto sin objeto. En nuestra lengua, como seguramente en las muchas que desconozco, las formas activas del verbo son inseparables de las personas. La estructura lingüística refleja la estructura mental que se va constituyendo con la práctica desde que nacemos. Por eso el "yo" no se afianza sin el "tú", conformando el primer "nosotros", enfrentado a "ellos".

Hay un largo recorrido desde aquí hasta la inclusión de esos "ellos" externos como interlocutores transformados en "vosotros". Dado este paso, podemos incluiros a "vosotros" en un "nosotros" más amplio. Casi siempre, frente a otros "ellos"...

El proceso de ampliación del "yo" nunca estará cerrado, ni deberíamos cerrarlo. Pasar de la conciencia de grupo a la de clase, de especie, planetaria... son ideales (¡necesarios y urgentes!) que tienen su base en esa llamada del "yo" al "tú".



Manuel Vázquez Montalbán y Basilio Martín Patino nos dejaron, cada uno a través de su medio de expresión, dos extraordinarios documentos sobre lo que fueron los tristísimos años que siguieron a la victoria del fascismo (porque fascismo fue, sin negacionismo posible) en España.

A la tensión bélica sucedieron el miedo, el cansancio y la depresión.

Enmudecidos por el terror, los vencidos se refugiaron en su dolor. También una parte de los vencedores, asqueados o desilusionados, volvieron la mirada hacia regiones del espíritu que aliviaran la exhausta repugnancia hacia lo que no podían dejar de ver.

En este ambiente aparece el garcilasismo, poesía no comprometida ni comprometedora, pero no simple oportunismo literario, porque, como las canciones tristes de posguerra, eran un bálsamo que aliviaba la conciencia.

Como la arquitectura del primer franquismo, tenía además la excusa retórica, que la dictadura promocionaba, de evocar, mezcladas con el florecimiento artístico, las supuestas glorias imperiales de otros tiempos.

Así que las vanguardias literarias, muertas físicamente, exiliadas o simplemente vencidas en cuerpo y espíritu, fueron sustituidas por el culto a la idealidad. Poesía intimista, pulcramente construida y alejada de veleidades barroquizantes. Aún faltaban algunos años espeluznantes para que Hijos de la ira o Nada se atrevieran a descorrer la cortina y mostrar las miserias.

Pero sería un error despreciar la introspección que necesitamos para sentir. El  conocimiento la pasión no quita, pero sin sentimientos apasionados el conocimiento no derivará en acciones. El primer paso para superar el autismo es reconocer al otro y reconocerse en él, aunque esto sea el primer paso nada más, hasta que ampliemos en “nosotros” el “tú y yo” y lo expandamos sin límites. 

Estos versos de Garcilaso fueron punto de partida para un gran poeta de la generación anterior:

Y aun no se me figura que me toca
aqueste oficio solamente en vida,
mas con la lengua muerta y fria en la boca
pienso mover la voz a ti debida;
libre mi alma de su estrecha roca,
por el Estigio lago conducida,
celebrándo t’irá, y aquel sonido
hará parar las aguas del olvido.

La métrica y la metáfora mitológica refuerzan el poder de la voz contra el olvido, voz que además es un deber.

Antes del auge efímero del garcilasismo literario, Pedro Salinas había retomado esa idea del deber incondicional hacia otro, en este caso una persona ideal, despojada de atributos, hasta el punto de dar este título a su más bello libro.

De él me quedo con un verso que el contexto reduce al mencionado “tú y yo”:

¡Qué alegría más alta:
vivir en los pronombres!

“Tu y yo” puede ser un buen punto de partida, paso previo a extender la empatía a los demás pronombres: un “nosotros” ampliable a “él, vosotros, ellos”…

En Garcilaso esa “voz a ti debida” es un artificio poético para atraer la atención de una “ilustre y hermosísima María”, a la que dedica esta égloga llena de referencias a frustrados amores mitológicos y pastoriles:

Dafne, con el cabello suelto al viento,
sin perdonar al blanco pie corría
por áspero camino tan sin tiento
que Apolo en la pintura parecía
que, porqu’ella templase el movimiento,
con menos ligereza la seguía;
él va siguiendo, y ella huye como
quien siente al pecho el odïoso plomo.

Mas a la fin los brazos le crecían
y en sendos ramos vueltos se mostraban;
y los cabellos, que vencer solían
al oro fino, en hojas se tornaban;
en torcidas raíces s’estendían
los blancos pies y en tierra se hincaban;
llora el amante y busca el ser primero,
besando y abrazando aquel madero.

La galante llamada de atención del poeta renacentista para regalar bellos versos a una bella mujer la transforma Salinas en otra cosa. La voz a ti debida, publicada en 1933, tiempo de vanguardias anterior a los débiles consuelos garcilasistas, proclama un amor absoluto, despojado de todos los condicionantes sociales:

Para vivir no quiero
islas, palacios, torres.
¡Qué alegría más alta:
vivir en los pronombres!

Quítate ya los trajes,
las señas, los retratos;
yo no te quiero así,
disfrazada de otra,
hija siempre de algo.
Te quiero pura, libre,
irreductible: tú.
Sé que cuando te llame
entre todas las gentes
del mundo,
sólo tú serás tú.
Y cuando me preguntes
quién es el que te llama,
el que te quiere suya,
enterraré los nombres,
los rótulos, la historia.
Iré rompiendo todo
lo que encima me echaron
desde antes de nacer.
Y vuelto ya al anónimo
eterno del desnudo,
de la piedra, del mundo,
te diré:
«Yo te quiero, soy yo».

Esta dificilísima renuncia a lo que se es, que el amante ofrece, pero que también exige, se expone en esta lista de entes materiales e inmateriales que gustosamente arrojaría de sí, y las vías absolutamente diversas a través de las que espera la llamada. Aquí no habla el preciosismo garcilasista sino la audaz vanguardia de anteguerra:
 
¡Si me llamaras, sí;
si me llamaras!

Lo dejaría todo,
todo lo tiraría;
los precios, los catálogos,
el azul del océano en los mapas,
los días y sus noches,
los telegramas viejos
y un amor.
Tú que no eres mi amor,
¡si me llamaras!

Y aún espero tu voz:
telescopios abajo,
desde la estrella,
por espejos, por túneles,
por los años bisiestos
puede venir. No sé por dónde.
Desde el prodigio, siempre.
Porque si tú me llamas
-¡si me llamaras, sí; si me llamaras!-
será desde un milagro,
incógnito, sin verlo.
Nunca desde los labios que te beso,
nunca
desde la voz que dice: "No te vayas."

Este poema fue exquisitamente interpretado por el olvidado Ismael:


lunes, 14 de septiembre de 2020

Si no hay negocio no interesa

Abundando en lo que dice el artículo, os remito a esta conferencia de Germán Velásquez pronunciada en la XXXIV Semana Galega de Filosofía  de Pontevedra:


Algunos datos allí expuestos:
Un estudio reciente analizó los 4.000 medicamentos que se encuentran en circulación en el mercado francés y encontró que 50%, es 2.000 son inútiles, 20% mal tolerados y 5% potencialmente peligrosos que causan cerca de 100.000 hospitalizaciones y 20.000 muertes por año.  
En los últimos 20 años la industria farmacéutica se ha caracterizado por un capitalismo financiero, especulativo, buscando un rendimiento alto e inmediato de no menos del 15%.  
Sofosbuvir de Gilead (USA) medicamento que cura la Hepatitis C a un precio de 84.000 US $ por un tratamiento de 12 semanas. Académicos ingleses encontraron que el costo de producción es de 62 US$. pero Gilead, que tiene el monopolio del producto, ha conseguido negociar con varios gobiernos precios de 50.426 € en Alemania, 41.680 € en Francia, 13.000 € en España, 6.000 € en Brasil, 3.465 € en Australia...





Marcos Roitman Rosenmann

¿Hay vacuna para la pobreza? ¿Existe remedio para la evasión de capitales? ¿Se puede luchar contra el hambre? ¿Son viables una vivienda digna y una educación pública de calidad? Estas son algunas preguntas sobre las cuales reflexionar en medio de una hipersensibilización sobre las consecuencias humanas del Covid-19. Mientras los pobres mueren de enfermedades menos espectaculares, causas de la pobreza, y para las cuales hay cura como el sarampión o la difteria, la carrera por ver quién patenta primero la vacuna contra el Covid-19 concentra la atención mundial. No nos engañemos, a sus promotores les mueve la codicia. El beneficio económico. Detrás no hay causa humanitaria, interés por el bien común o preocupación social. Para saber de qué hablamos, baste señalar que mil 600 millones de personas, es decir, 22 por ciento de la población mundial, no reciben atención médica, sin olvidar los 115 millones, menores de cinco años, afectados por desnutrición crónica. A lo cual debemos sumar los 700 niños muertos diariamente por diarrea. Según Manos Unidas, organización nada proclive a la exageración, en 2020 se podría haber evitado la muerte de 5.4 millones menores de cinco años. Sin embargo, el hambre, la falta de condiciones higiénicas, la explotación infantil, el desempleo, la trata de mujeres no son considerados pandemia. Morir por esas causas es algo natural. La necropolítica hace su aparición como forma de organización social del capitalismo. Achille Mbembe, teórico que acuñó el concepto, señala que el poder de la muerte y la política de la muerte, refleja los diversos medios por los cuales, en nuestro mundo contemporáneo, las armas se despliegan con el fin de una destrucción máxima de las personas y de la creación de mundos de muerte, formas únicas y nuevas de existencia social en las que numerosas poblaciones son sometidas a condiciones que le confieren el estatus de muertos vivientes.

La pandemia del Covid-19, y de todas las demás, evidencia la condición de muertes vivientes en las calles de Quito, Lima, Santiago, Bogotá, Río de Janeiro o Sao Paulo. Los cadáveres abandonados en las calles, producto de una desarticulación del sistema sanitario, convertido en negocio para las empresas de capital riesgo, atentan contra la dignidad humana. Los gobiernos que han privatizado la salud, quebrado el sistema sanitario, desprotegiendo a sus ciudadanos, son responsables. Aplican la necropolítica como arma de guerra. Y lo seguirán haciendo con o sin vacuna contra el Covid-19. Así ocurre con otras enfermedades donde el tratamiento es propiedad de una empresa. La pobreza, desnutrición o falta de higiene no son negocio. A las farmacéuticas les tiene sin cuidado su erradicación. No realizan investigación básica, sólo aplicada y con fines de rentabilidad. En este caso, hablamos de beneficios estratosféricos, que engrosarán la fortuna de empresarios, especuladores y consejos de administración. De esta pandemia unos pocos saldrán con los bolsillos llenos. La economía de mercado se encargará de ello. Con sólo pensar en la posibilidad de vender 2 mil millones de dosis para restablecer el equilibrio entre el virus y la inmunidad de rebaño, las ganancias serán obscenas. Siempre ha sido igual. Basta ver el tratamiento contra la hepatitis C. Su costo aproximado es de 1.5 euros y la dosis se vende por alrededor mil euros. Otro tanto ocurre con la vacuna contra la meningitis, del laboratorio británico GlaxoSmithKline, cuya inversión en I+D fue de 300 millones de euros. En tres años de comercialización (2015-2018) han obtenido beneficios por mil 200 millones. ¿Y para el tratamiento de Covid-19?, mientras no existe una vacuna, el Remdesivir es un paliativo que reduce el tiempo de recuperación, en otros términos, libera antes una cama de hospital. Su costo de producción, según los especialistas, no supera los cinco euros, la empresa lo vende en 2 mil euros. A la hora de promover una investigación de cualquier enfermedad, la medida se realiza en términos de costo-beneficio.

Médicos Sin Fronteras, en un estudio de 2018, señaló que una vacuna o medicamento, en un país pobre cuesta 68 veces más que en uno desarrollado. No se discute la necesidad de encontrar una vacuna contra el Covid-19. Pero su distribución y venta no está pensada para toda la población. Los millones de ciudadanos que han soportado el confinamiento bajo el hambre, recurren a las ollas comunes, la solidaridad de clase y la resistencia para hacer frente a la pandemia. La crisis humanitaria no está en Venezuela, está en países donde el hambre, la evasión de impuestos, la pobreza, la desigualdad y la explotación se han cronificado, son pandemia y no interesa combatirlas.

domingo, 13 de septiembre de 2020

La libertad es otra cosa

El ejercicio de la libertad no puede basarse en el simple rechazo a la autoridad. Debe seguir a un análisis de la situación en que se ejerce, superando la concepción escolástica de libertad, basada en el libre albedrío, para situarse en la concepción de la libertad como conciencia de la necesidadUna libertad basada en el dominio consciente de la naturaleza, de la sociedad y de uno mismo. 

Este análisis concreto de la situación concreta debe llevarnos a entender que no todas las imposiciones son malas. Aunque en un principio sentimos el impulso de rechazar cualquier limitación, hay que entenderlas siempre en su contexto.

En la práctica, ¿cuántas veces renunciamos a ejercer esa libertad abstracta, si una fuerza concreta se nos impone? A veces, una simple multa de tráfico protege nuestra vida mejor que la conciencia del peligro.

No toda coacción es injusta, ni en todas las situaciones es válida la rebeldía instintiva.

Siguen dos ejemplos que nos ayudarán a dar un par de vueltas al tema. El primero sobre la oposición a la imposición, sea la que sea. No es lo mismo una imposición destinada a mantener la opresión de un grupo privilegiado en contra de toda la sociedad que la imposición de una norma que beneficia a la sociedad en su conjunto. Precisamente, y lo estamos viendo ahora mismo, hay un componente claramente reaccionario en las actuales protestas negacionistas, que objetivamente son promovidas para defender a las clases dominantes que se sienten amenazadas en sus privilegios. Y eso conviene tenerlo muy claro.

El segundo ejemplo, sobre el respeto a una norma general de seguridad vial cuando podemos hacer racionalmente una excepción, es más difícil de encajar. Pero el autor nos hace ver que hay circunstancias que no pudimos prever y que por lo tanto lo más razonable es seguir la norma, siempre que, como he dicho, responda al interés general, porque si es una norma injusta creada para perpetuar una situación injusta, habrá que buscar la forma más eficaz de derogarla.

Porque no son defendibles igualmente las normas sanitarias que la reforma de la Constitución para priorizar el pago de la deuda o las sucesivas reformas laborales que hemos sufrido. ¿Por qué tantos que se manifiestan por la libertad de no respetar las primeras no lo hacen para defender el ejercicio real de otras libertades, las buenas libertades -de conciencia, de expresión, de reunión, de asociación, la libertad de elegir el trabajo- amenazadas en su verdadera esencia por la primacía de las malas libertades de los poderosos?.












Se sabe que usar cinturón de seguridad o tapabocas ayuda a salvar vidas. Entonces, ¿por qué alguna gente se niega a usarlos o incluso protesta contra las leyes que los vuelven obligatorios?

"Yo sencillamente los odio", dice una mujer cuando le preguntan por qué se niega a usar uno. "Creo que los odio porque uno tiene que usarlos, es como que 'tienes que ponértelo', por eso no lo quiero".

"Creo que, sin importar si eres hombre o mujer, es una tema de dominancia", contesta un hombre que está a su lado. "Yo estoy a cargo y tú no me dices qué tengo que hacer".

Este es el tipo de razonamiento que puedes esperar de manifestantes que se niegan a usar mascarilla cuando están en un espacio público durante la pandemia.

Su objeción no tiene que ver solo con la comodidad o con el escepticismo acerca de que puedan salvar vidas. Es también un resentimiento porque las autoridades les dicen qué tienen que hacer.

Salvo que estos entrevistados no estaban molestos por las leyes que obligan el uso de mascarillas en en muchos países.

Estaban hablando de los cinturones de seguridad.

Eran conductores británicos que admitieron no usar cinturón de seguridad en el auto en 2008, a pesar de que es un requisito legal utilizarlo en los asiento delanteros desde 1983 y en el asiento trasero desde 1991.  (...)



Francisco Umpiérrez

Las leyes y las normas tienen la condición de ser generales, no contemplan las particularidades ni las excepciones. Los latinos estamos acostumbrados a incumplir las normas o burlar las leyes cuando podemos hacerlo. Pero lo cierto es que el incumplimiento de las normas siempre lo realizan las minorías. Y lo peor: quieren justificar su incumplimiento. La base socio-psicológica de este comportamiento es la siguiente: poner los intereses individuales por encima de los intereses sociales.

Les pongo dos ejemplos elementales. Un amigo del mundo del trabajo me dijo una vez que en Viena lo habían multado con nada menos trescientos euros por cruzar un paso de peatón estando el semáforo en rojo. Argumentó que en ese momento no estaba pasando ningún automóvil. Pero la policía local no atendió a sus razones. Yo comprobé por propia experiencia cuando estuve en esa ciudad que cuando el semáforo estaba en rojo aunque no pasaran automóviles nadie cruzaba. A ese comportamiento lo debemos catalogar como civismo y cultura urbana. Yo he tenido a este respecto dos comportamientos erróneos: uno, cruzar la calle y hacerlo no por el paso de peatones, y dos, cruzar un paso de peatones cuando el semáforo estaba en rojo y cuando veía a los automóviles relativamente lejos. Dejé de hacerlo por dos razones: uno, mientras una madre o un padre educaba a su hijo a no cruzar el paso de peatones cuando el semáforo estaba en rojo yo lo hacía –dando un malísimo ejemplo– y dos, una vez crucé el paso de peatones en rojo corriendo porque se aproximaban los coches y un niño de siete años me secundó.

Las leyes y las normas no pueden analizarse ni valorarse atendiendo a las excepciones sino a las condiciones generales. La libertad, y esta idea se la debo a Hegel, es la libertad objetiva. Y la libertad es objetiva solo por medio de la existencia del Estado y de la ley. Analizar las leyes y las normas bajo el punto de vista de las condiciones particulares y excepcionales –puesto que siempre en todos los hechos sometidos a leyes y normas hay un sinfín de casos donde la ley no los refleja –implica caer en el error grave del individualismo y del subjetivismo. La pandemia ha puesto de manifiesto dos cosas: una, la necesidad de que en momentos de grave crisis  es necesario cambiar de manera profunda, y dos, que es necesario más Estado y, por consiguiente, más ley. La ley, repito, tiene el carácter de la generalidad y de la idealidad. Así que no ha lugar los casos particulares y accidentales. Debemos luchar en estos momentos por el triunfo de lo social y el arrinconamiento de las posturas individualistas y subjetivistas.