He aquí una explicación sobre el excedente y la plusvalía al alcance de cualquiera. Se entiende perfectamente que una sociedad debe mantener a sus miembros improductivos, y para ello redistribuir un excedente. Lo de miembros improductivos nos lleva inmediatamente a pensar en zánganos, plutócratas, terratenientes o rentistas. La caricatura habitual del burgués gordinflón con su reloj en el bolsillo y la cadena de oro.
Pero aunque ellos no existieran siempre habría niños, discapacitados, ancianos... Además de eso estamos atrapados en un sistema económico que prioriza la eficiencia y optimiza la productividad ahorrando trabajadores. Hasta que no se desarrollen otras actividades (que buena falta hacen) habrá gente sin posibilidad de emplearse.
Por estas razones, el excedente es necesario. Si todos los que trabajan se apoderasen de la totalidad del producto, perecerían todos los que no trabajan, con independencia de la causa que motivase su inactividad.
Los impuestos son una parte inevitable de esa apropiación del excedente. Sin ellos ni siquiera podrían mantenerse las estructuras que sostienen al capitalismo.
Por eso, el problema no es la existencia de la plusvalía ("trabajo no pagado"), sino su apropiación por los dueños de los factores de la producción. El caso extremo es la esclavitud, en la que el amo no solo posee los medios de producción sino también la misma fuerza de trabajo.
Ni necesitamos ni podemos eliminar la plusvalía, sino redistribuirla con criterios distintos. El dueño de los medios de producción es dueño de la plusvalía y tiene sus criterios para emplearla. El problema es la propiedad privada frente a la pública, que naturalmente debe ser gestionada con democracia y transparencia.
Richard Wolff
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Pensemos en esto. Una de las cosas que hace toda comunidad, que normalmente desconoce, pero que la conforma, es lo siguiente. Toma una parte de sus miembros, –si es una comunidad de cien, toma 20, si se trata de una comunidad de 50.000, toma X–, y asigna a esas personas una función específica: usar su cerebro y sus músculos para hacer cosas, para tomar cosas de la naturaleza, digamos que un árbol para hacer una silla, una oveja para hacer una prenda de lana, o lo que sea. Pero en la sociedad hay muchas personas que no están obligadas a hacer nada de eso. Algunas de ellas son inmediatamente reconocibles: a un niño de dos años no se le va a pedir que haga eso que llamamos trabajo, y por por razones comprensibles, tampoco a otra de 89.
Lo cual significa que en toda sociedad, dice Marx, las personas que realizan el trabajo siempre han de producir más de lo que ellas mismas consumen, de lo contrario, muchas personas que forman parte de esa sociedad no podrían sobrevivir. De alguna manera tiene que haber un excedente producido por quienes trabajan, para que a aquellas que no trabajan: niños, ancianos, enfermos y otros, se les proporcione alimento, ropa y vivienda, imprescindibles para vivir.
Marx dice. Lo que ocurre es que cada sociedad difiere en el modo de organizar y administrar este excedente que la clase trabajadora produce. (La palabra que utilizan los marxistas para denominar dicho excedente, en el cual centran su atención, es plusvalía).
Así pues, toda sociedad produce un excedente. En lo que difiere una sociedad de otra es en determinar quién produce el excedente, quién decide su cuantía y quién la manera de trasladar dicho excedente, de las personas que lo produjeron a las personas que lo necesitan para vivir, pero que no participan en su producción. Cómo se resuelven todas estas cuestiones y cómo moldean la política, la cultura, el arte y la música...
En otras palabras, si quieres entender la política, la cultura, el arte, la música, la historia, será mejor que entiendas algo tan básico como la producción y distribución del excedente. Eso se llama, en el marxismo, análisis de clase. La clase de las personas que producen el excedente, en relación con la clase de las personas que viven merced a su distribución.
Solo para daros una idea ilustrativa. He aquí una posible forma de hacerlo. Las personas que producen un excedente pueden, ellas mismas reunidas en asamblea, decidir qué hacer con él. Y lo distribuyen entre los bebés, los ancianos, los músicos y entre cuantos ellos piensen que ha de ser distribuido. ¿Que quieren tener a alguien que toque la mandolina mientras trabajan, alguien a quien habrá que alimentar y proveer de lo necesario?, pues destinan parte del excedente a ello.
Pero podríamos tener un sistema diferente. Podríamos tener un sistema en el que la gente que produce el excedente fuesen, vamos a darle un nombre: esclavos. Oooh… Entonces sabemos enseguida quién se apropiará del excedente ¿no? El amo. ¿Y quién decidirá qué hacer con el excedente? El amo, que es quien lo posee. Es una configuración muy distinta en la que, puedes estar seguro, el amo distribuirá ese excedente de manera diferente a como lo harían los trabajadores si dispusieran de él.
Una cooperativa obrera significa que los trabajadores que producen el excedente son las mismas personas que deciden qué hacer con él. Y eso establece la diferencia frente al capitalismo, la esclavitud o el feudalismo.
En la esclavitud, los esclavos producen este excedente que los amos se apropian y distribuyen. En el feudalismo, los siervos producen un excedente del que los señores se apropian y distribuyen. En el capitalismo, los empleados producen el excedente del cual el empleador se apropia y decide qué hacer con él.
La revolución, la idea marxista, dice: tenemos que deshacernos de esta dicotomía. No más de todo esto. No queremos esclavitud, no queremos servidumbre y tampoco queremos proletariado asalariado. Porque no queremos que una pequeña minoría, amo, señor o empresario, decida cuál es y qué se va hacer con el excedente, cuando las personas que lo han producido quedan excluidas de dichas decisiones. Esta es una cuestión fundamental.
Lo mismo para los agricultores. Por ejemplo, podríamos tener una agricultura realizada por esclavos y amos. Eso es lo que tuvimos en el sur de Estados Unidos durante mucho tiempo. Teníamos el algodón, por ejemplo, cultivado por esclavos, y amos, que se apropiaban del excedente e hicieron bellísimas mansiones que aún hoy podemos ver allá en Luisiana. Hicieron lo que les dio la gana con el excedente. Los esclavos lo produjeron, los amos decidieron cómo usarlo. O en el caso de Francia, donde los campesinos produjeron un enorme excedente del que los señores feudales se apropiaron y usaron para construir el Palacio de Versalles, que hoy puedes visitar como turista y maravillarte. ¿Y qué? ¿Creéis que los campesinos que se partieron el culo entonces habrían empleado el excedente en hacer un jardín como ese, para que tres personas se pasearan por él cada cuatro noches? No, no, no habrían hecho eso.
Jeffrey Bezos recolecta el excedente de cientos de miles de personas involucradas en la monumentalmente importante tarea de entregar paquetes. Es un repartidor de paquetes. Es la persona más rica del mundo porque, ¡obviamente, cualquier sociedad racional querría regalar una inmensa fortuna a alguien que entrega paquetes! Pero, seamos justos, entrega paquetes... ¡velozmente! Así pues, ¡por supuesto que debería tener ciento cincuenta mil millones de dólares! Es el número uno en la lista de multimillonarios de Bloomberg. Recientemente se divorció de Mackenzie, su esposa, y en virtud del divorcio ella obtuvo treinta y nueve millones, por lo que se convierte en la 22ª persona más rica del planeta por ser su ex esposa.
Dicho así, entre nosotros, ¿pensáis que si los trabajadores que producen el excedente para Amazon, toda esa gente que lleva tu paquete rápidamente a tu casa, se unieran para decidir qué hacer con ese excedente que su trabajo ha producido, creéis que se lo darían al señor Bezos para que...? Por cierto, una de las cosas que él, muy entusiasmado, está haciendo. Está organizando un viaje planetario, quiere ir a la luna y está gastando una fortuna para desarrollar los cohetes que lo llevarán hasta ella. Oooh...
¿Creéis que la gente que suda en sus talleres haría eso, gastar el excedente en la construcción de un cohete que lleve a ese hombre a la luna?
Mi esperanza es que los estadounidenses, testigos de esta situación, probablemente digan: ¡Sí¡ !Échenlo de aquí!