jueves, 15 de mayo de 2025

La imposible huida del planeta de los simios

Cosa de locos lo que sueltan por la boca esos personajes poderosos y, es de suponer, bien informados. Su negacionismo de tantas realidades es pasmoso, su huida hacia adelante es un viaje, sin retorno, a ninguna parte. De seguir por este camino el futuro será negro y corto. Por eso los que no están dispuestos a cambiar de ruta porque viven de la inmediatez especulativa del valor de sus acciones (las de la bolsa), quieren convencernos de la imposibilidad de dar la vuelta.

Eso, aunque cada día se vea más difícil, solo es totalmente imposible si creemos que lo es. El fatalismo y la pasividad matarán al piloto si no intenta saltar en paracaídas. 

Jorge Riechmann publica de nuevo su libro Gente que no quiere viajar a Marte. Con tal motivo la periodista Emma Rodríguez lo ha entrevistado en su revista cultural Lecturas sumergidas.

Propongo estas reflexiones a quienes no estén dispuestos a creer que el fin del capitalismo tenga que coincidir con el fin del mundo.


Jorge Riechmann: “Hay mucha desesperación en aceptar como válido el imposible de colonizar Marte”

13 mayo, 2025

En los ensayos que componen «Gente que no quiere vivir en Marte» Jorge Riechmann nos sitúa, sin rodeos, ante la catástrofe ecológica que ya estamos viviendo. Entre sus propuestas: Detener la dinámica de la extralimitación, abrazar una tecnología amiga de la naturaleza y aplazar las aventuras espaciales hasta haber arreglado la situación en la Tierra.


“Estamos más cerca de no tener para comer que de vivir en Marte”, ha señalado el científico planetario Jorge Hernández Bernal, a quien menciona Jorge Riechmann en la nota previa a su recopilación de “ensayos sobre ecología, ética y autolimitación”, agrupados bajo el llamativo título de Gente que no quiere viajar a Marte, una frase con indudable fuerza que nos estimula a pasar las páginas de un recorrido absolutamente esclarecedor, capaz de quitarnos los velos que nos impiden entender lo que está pasando, mirar de frente a los desafíos de la actualidad, al estado de un mundo, el nuestro, al borde del colapso.

“Soñar que alguna vez ese planeta con sus gélidas temperaturas, su baja presión atmosférica, su ausencia de oxígeno y sus elevadas dosis de radiación, puede llegar a ser un nuevo hogar para la humanidad es algo de una enorme ingenuidad. Por muy duras que lleguen a ser las condiciones para la vida en la Tierra, siempre serán mejores que las que existen en Marte (…) Quizás en el futuro pueda haber misiones tripuladas a Marte, pero el establecimiento de grandes colonias de humanos en ese planeta está muy alejado de cualquier posibilidad real”, alude el ensayista, en la parte final de su entrega, a las palabras de Esther Lázaro, investigadora en el Centro de Astrobiología del CSIC.

Los relatos del espacio como salvación y del transhumanismo como esperanzador futuro, que se nos quieren imponer desde los centros de mando del capitalismo global, movidos por poderosas empresas que se gastan millones en marketing para inocular esas ilusiones, son desmontados en este libro en el que Riechmann traza certeros diagnósticos y aporta soluciones que aún se pueden tomar si hubiera voluntad para ello. Lo hace partiendo de estudios y análisis de expertos en los más diversos ámbitos (de la ciencia, de la sociología…), sin dejar de recurrir a la palabra lúcida, podríamos decir visionaria, de no pocos filósofos, escritores, poetas.

Frente a “la épica de la carrera espacial para escapar de los problemas del aquí y ahora”, el autor propone “puntos de vista más cooperativos y solidarios con nuestros congéneres y con la biosfera de la que formamos parte”, indica en el prólogo el economista José Manuel Naredo, quien apunta como pilares fundamentales de la obra su tratamiento del “problema de los límites y de la ética necesaria para convivir con ellos en paz y de forma enriquecedora y gratificante, acrecentando sin tasa los placeres de la buena convivencia”.

En efecto, Jorge Riechmann, ensayista, ecologista, poeta y profesor de Ética y Filosofía Política en la Universidad Autónoma de Madrid, nos habla, con las enseñanzas del budismo de fondo, de “una vida buena en lugar de un alto nivel de vida”, de un camino hacia sociedades ecológicamente sostenibles, algo que podría ser aceptado por una parte importante de la población si se hiciese una mejor pedagogía; si el dinero, el consumo, el éxito, el estatus, la productividad, el emprendimiento y otros términos tan en boga en el entramado neoliberal en el que nos movemos, no llenaran tanto los discursos y las noticias.

JORGE RIECHMANN NOS HABLA DE “UNA VIDA BUENA EN LUGAR DE UN ALTO NIVEL DE VIDA”, DE UN CAMINO HACIA SOCIEDADES ECOLÓGICAMENTE SOSTENIBLES, ALGO QUE PODRÍA SER ACEPTADO POR UNA PARTE IMPORTANTE DE LA POBLACIÓN SI SE HICIESE UNA MEJOR PEDAGOGÍA.

“Enseñar a vivir en lo próximo”; impedir que los valores del humanismo lleguen a ser arrasados; abrazar una tecnología “amiga de la naturaleza”; empezar a detener ya, porque nos quedamos sin tiempo, la dinámica de la extralimitación; cultivar una ética de la “autocontención”; aprender del feminismo y sustituir la lógica de la cultura del beneficio por la lógica de la cultura del cuidado; “no precipitarse, obrar con prudencia”; aplazar el viaje a Marte hasta después de haber arreglado la situación en la Tierra…

Todas estas ideas marcan el trayecto de una entrega que nos sitúa, sin rodeos, ante la catástrofe ecológica, ante los signos devastadores del cambio climático que ya estamos padeciendo. Hechos anunciados por la ciencia desde hace tiempo y corroborados por estudios que han sido ignorados por quienes tienen en su mano la capacidad de modificar el rumbo, caso del informe Los límites del crecimiento del Club de Roma (1972), donde ya se determinaba que “no resulta posible el crecimiento infinito dentro de una biosfera finita”; análisis que ha dado lugar a otros desarrollos que son ampliamente analizados en la entrega.

Especialmente revelador, entre ellos, el pronóstico realizado en 2012 por Jorgen Randers, especialista noruego en temas medioambientales y climáticos, quien unió a las conclusiones de sus trabajos en dinámica de sistemas, las aportaciones de cuarenta expertos en distintas áreas de las ciencias naturales y sociales para trazar un mapa del mundo a mediados del siglo XXI [2052. Un pronóstico global para los próximos cuarenta años].

“Randers no prevé una suerte de apocalipsis global, sino más bien una lamentable cuesta abajo donde crecen colapsos parciales, graves conflictos y bolsas de miseria mientras que el BAU (“business as usual”) trata de seguir su huida hacia delante. Los recursos de todo tipo van agotándose, y hay que invertir cada vez más simplemente para mantener el funcionamiento habitual de sistemas cada vez más disfuncionales. Eso sí, las cosas se pondrían mucho peores en la segunda mitad del siglo”, señala Riechmann, quien desmenuza los puntos más importantes del estudio: estancamiento de la población mundial; crecimiento lento del PIB y de la productividad; aumento de los conflictos sociales; crecientes impactos negativos de los fenómenos meteorológicos extremos; pérdida de biodiversidad…

“La falta de respuesta humana específica y contundente en la primera mitad del siglo XXI va a situar al mundo en el peligrosísimo camino hacia un calentamiento global autorreforzado, descontrolado y desastroso en la segunda mitad del siglo XXI” / “El cortoplacismo del capitalismo y la democracia representativa será responsable de que las decisiones prudentes necesarias para lograr el bienestar a largo plazo no se tomarán a tiempo” / “Las grandes migraciones –de gente que abandonará zonas inhabitables cada vez más amplias– darán lugar a conflictos armados…”, se indica en un informe que vislumbra el más sorprendente de los impactos en la “actual élite económica mundial, especialmente EEUU (que experimentará un estancamiento del consumo per cápita para las próximas generaciones)”.

CITA EL ENSAYISTA EL PRONÓSTICO REALIZADO EN 2012 POR JORGEN RANDERS, QUIEN «NO PREVÉ UNA SUERTE DE APOCALIPSIS GLOBAL, SINO MÁS BIEN UNA LAMENTABLE CUESTA ABAJO DONDE CRECEN COLAPSOS PARCIALES, GRAVES CONFLICTOS Y BOLSAS DE MISERIA».

Sin duda deseamos que gran parte de los pronósticos de Randers no se cumplan, pero ya estamos percibiendo señales evidentes que indican su acierto. Jorge Riechmann nos sitúa ante lo demoledor, nos hace tomar conciencia de la gravedad del momento que vivimos, pero a la vez consigue que su entrega resulte inspiradora porque nos hace creer en otros caminos, en opciones que, por supuesto, exigen emprender nuevos rumbos, mirar hacia otros horizontes. “Hay que cambiar los objetivos, los valores. El valor no es ya la producción de bienes, sino de vida”, recurre Riechmann a las palabras del pensador ecomarxista español Manuel Sacristán.

Señala en otro momento el autor: “Los ecologistas somos personas que no sentimos la imperiosa necesidad de construir hoteles turísticos en la Luna; gente que no queremos viajar a Marte. No porque no apreciemos los aspectos atractivos de la propuesta (…) sino por ser bien conscientes de todo lo que necesariamente perderíamos en ese proceso de expansión cósmica (suponiendo, con muy poco realismo, que finalmente pudiese llevarse a cabo sin desembocar antes en un colapso civilizatorio”). Y a continuación nos muestra la gran disyuntiva histórica ante la que nos encontramos, en realidad una apuesta de todo o nada, porque se trata de elegir entre “morar en esta Tierra o dar el salto al cosmos”.

La primera opción, la de permanecer en nuestro planeta, supone ecologizar “a fondo nuestras sociedades”, lo que, argumenta Riechmann, “resulta del todo viable”, llevando a cabo “importantes transformaciones sociales, económicas y ético-políticas”, lo cual no “postula tecnologías mágicas, ni choca contra leyes o hechos biofísicos insuperables”. Mientras, la segunda opción, la de la salida al espacio exterior, presupondría “avances tecnológicos hoy por hoy inconcebibles, choca contra leyes físicas básicas (¿cómo alcanzar sistemas solares distintos del nuestro sin pretender viajar por encima de la velocidad de la luz?) y, por encima de todo, no se plantea la irracionalidad de la apuesta en juego”.

Gente que no quiere viajar a Marte es un libro lleno de interrogantes que nos hace abrir otros muchos a quienes lo leemos. He aquí el intercambio de preguntas y respuestas mantenido con el autor a través de correo electrónico.

“En esta hora sombría de la historia de la humanidad, todos estamos llamados a abrir los ojos y actuar”. 

–Empecemos por el título. Me parece que en tiempos de resignación, en los que, en gran parte de las poblaciones, se ha instalado la idea de lo irremediable (“es lo que hay”), decir “no” ya es un gesto esperanzador, incluso, me atrevería a decir “revolucionario”. A partir de un “no” contundente, colectivo, pueden iniciarse muchos cambios. ¿Cómo lo ves? ¿De dónde parte el título del libro, hacia dónde te ha conducido en tus reflexiones?

Me parece muy acertado llamar la atención sobre esa potencia del no, “la sílaba del no” sobre la que insistía el catedrático y ensayista Juan Carlos Rodríguez Gómez. Pensar es decir no, sugería, por su parte, el filósofo francés Alain (en sus Propos sur la religion). Y Plutarco sostenía que los habitantes de Asia servían a uno solo (señor, amo, emperador) por no saber pronunciar esta sílaba. Montaigne (Ensayos I, 25) indica que este es el punto de partida de su amigo La Boëtie en su obra Discurso de la servidumbre voluntaria, donde el joven poeta y jurista nos advirtió con palabras perdurables: la servidumbre empieza –y casi acaba– con nuestro asentimiento interior al tirano.“Estad resueltos a no servir más y seréis libres” sigue siendo un poderoso conjuro para los desobedientes actuales. 
Desde hace años (por precisar, desde la primera edición de Gente que no quiere viajar a Marte en 2004; y antes en algunos textos que lo precedieron) he reflexionado sobre lo siguiente: Teniendo en cuenta la dinámica autoexpansiva del capitalismo, uno no puede ser de forma coherente un “true believer” en el orden socioeconómico actual sin volverse antropófugo, es decir, sin tratar de escapar de la condición humana en dos direcciones (por lo demás vinculadas entre sí): la expansión extraterrestre en primer lugar, y la superación del organismo humano (percibido como deficiente en la Era de la Máquina) en segundo lugar. Esta última es la senda del transhumanismo, una poderosa corriente cultural que se plasma en diversas iniciativas tecnocientíficas y empresariales. 
El proyecto ecologista de autocontención se enfrenta al proyecto productivista, extractivista y antropófugo de extralimitación, de autotrascendencia tecnológica, con ese doble impulso de abandonar la condición humana hacia lo extraterrestre y hacia lo transhumano… que acaba en un enorme desastre, según hoy cabe prever. 

–¿Por qué la idea de viajar a Marte ya parece haberse aceptado como válida, como solución? ¿Por qué cuesta tanto aceptar que hay que cuidar al máximo la Tierra como “un tesoro irremplazable”? (recurro a tus palabras). Si algo se demuestra en el recorrido que trazas es que, pese a todo, tenemos más posibilidades de remediar algo del desastre ecológico en el que estamos inmersos, de frenarlo, que plantearnos hacer habitable Marte o la Luna… 

–Hay mucho de desesperación en ese aceptar como válido un imposible autodestructivo como el de colonizar Marte. (Ojo, no soy yo quien advierte sobre ese carácter imposible de la empresa: lean ustedes a los expertos… Por ejemplo, Albert Burneko, “Ni Elon Musk ni nadie colonizará nunca Marte”, («El Salto», 24 de septiembre de 2024). Quizá subestimamos el nivel de nihilismo que se despliega en nuestras sociedades. El nihilismo activo de las elites se ve reflejado en el nihilismo pasivo de las masas –y eso, por desgracia, conforma una mayoría social en el Norte global–. Claudio Magris escribió en 1996: “En este inicio de milenio muchas cosas dependerán de cómo nuestra civilización recoja este dilema: combatir el nihilismo o llevarlo hasta sus últimas consecuencias”. No hay muchas dudas del camino que ha venido siguiendo “nuestra civilización”. 
¡Cuidado con las maniobras de distracción! Elon Musk intenta que soñemos con viajes espaciales y la colonización de Marte mientras él acumula poder para imponer aquí y ahora el imperialismo “high tech” y el fascismo aceleracionista. Importa no caer en la trampa. Los nexos entre los colonialismos y fascismos europeos en el pasado, y los planes de expansión extraterrestre actuales, son patentes. Fijémonos por ejemplo en uno que sí quería viajar a Marte: “El mundo se halla completamente parcelado y lo que queda de él está siendo dividido, conquistado y colonizado. Pienso en esas estrellas que uno ve en lo alto por la noche, esos vastos mundos que nunca podremos alcanzar. Anexionaría los planetas si pudiera; a menudo pienso en eso. Me pone triste verlos tan claros y sin embargo tan lejanos…” Esto lo escribió nada menos que Cecil Rhodes (1853- 1902), todo un emblema de la destructividad colonial europea en África.

ELON MUSK INTENTA QUE SOÑEMOS CON VIAJES ESPACIALES Y LA COLONIZACIÓN DE MARTE MIENTRAS ÉL ACUMULA PODER PARA IMPONER AQUÍ Y AHORA EL IMPERIALISMO “HIGH TECH” Y EL FASCISMO ACELERACIONISTA. IMPORTA NO CAER EN LA TRAMPA.

–Se trata de “una apuesta de todo o nada”, señalas. “Morar en esta Tierra o dar el salto al cosmos”.

–Recuerdo cómo, en una amistosa reseña a la primera edición de Gente que no quiere viajar a Marte, el catedrático en Economía Óscar Carpintero glosaba las palabras de un físico excepcional, Werner Heisenberg, quien ya en 1955 apelaba a la conciencia de los riesgos inaceptables en que nos embarca la hybris tecnocientífica y convocaba la necesidad de enfrentarse a los límites: “La esperanza de que la expansión del poderío material y espiritual del hombre haya de constituir siempre un progreso se ve constreñida por limitaciones ciertas, por más que resulte difícil dibujarlas con nitidez; y los riesgos crecen en la medida en que la ola de optimismo, impulsada por la fe en el progreso, se obstina en batir contra aquellos límites. (…) La expansión, ilimitada en apariencia, de su poderío material ha colocado a la humanidad en la tesitura de un capitán cuyo buque está construido con tanta abundancia de acero y hierro que la aguja de su brújula sólo apunta a la masa férrea del propio buque, y no al Norte. Con un barco semejante no hay modo de poner proa hacia ninguna meta; navegará en círculo, entregado a vientos y mareas”. 

Hace diez años ya mantuvimos una conversación a propósito de otra de tus obras, Autoconstrucción (La transformación cultural que necesitamos), y ya sostenías que estábamos en “tiempo de descuento”. Desde entonces, lejos de mejorar, todo se ha ido precipitando a peor. Ahora ya se han superado los límites, el mundo se halla en fase de “extralimitación”, análisis que se convierte en pilar de esta nueva entrega. ¿Hasta qué punto la ventana de oportunidad hacia sociedades sostenibles está cerrándose más rápido de lo que podíamos imaginar? 

–Estamos en una cuenta atrás, sí. Ese es el aspecto más perturbador de la situación actual. Y se diría que nos resulta imposible asumirlo, y por ello buscamos todas las (falsas) escapatorias posibles, desde la esperanza-ficción hasta el encastillamiento en una cotidianidad consumista blindada contra las realidades exteriores. 

Diría que dos poemas breves (escritos hace bastante tiempo) captan aspectos importantes de la situación en que nos encontramos. El primero, brevísimo, es una copla de Antonio Machado en Los complementarios:

“¡Qué difícil es
cuando todo baja
no bajar también!” 

Y el segundo, estos versos de Pedro Casaldáliga:

“Es tarde
pero es nuestra hora.

Es tarde
pero es todo el tiempo
que tenemos a mano
para hacer futuro.

Es tarde
pero somos nosotros
esta hora tardía.

Es tarde
pero es madrugada
si insistimos un poco.” 

–Conceptos como limitación, precaución, autocontención, son básicos en el recorrido. Pero ¿cómo convencer a la gente de que, como se indica en uno de los capítulos, “poner límites al crecimiento material no significa renunciar a la mejora de la vida humana”? ¿A quién corresponde ahora mismo la tarea de concienciar, de desmontar el relato de que la tecnología nos va a salvar del desastre, de que en la aventura espacial y transhumana están las soluciones? 

– Desde luego, yo no asignaría esas difíciles tareas especialmente a los y las jóvenes. Hace unos días, un poeta y ensayista admirable como Ramón Andrés esbozaba una carta a los jóvenes que comienza recordando la etimología de delirar: procede de delirare, el término latino que se usaba para indicar que el arado se había salido del surco. Y Andrés (en «El Cultural» del 18 de abril de 2025) encomendaba a los jóvenes una tremenda misión: a ellos y ellas correspondería volver a poner el arado en el surco, recolocar lo que se desquició, reducir los esguinces (esguinzar viene del latín vulgar “exquintiare”, que alude a que algo está desgarrado por cinco partes). No, don Ramón: nuestro descoyuntamiento no atañe sólo a los jóvenes. No arrojemos esa carga demasiado pesada sobre sus hombros; no rehuyamos nuestra propia responsabilidad. Desesguinzar nuestro mundo es una tarea de todos, no sólo de los y las jóvenes. En esta hora sombría de la historia de la humanidad, todos (desde los “yayoflautas” hasta las adolescentes) estamos llamados a abrir los ojos y actuar.

«ESTAMOS EN UNA CUENTA ATRÁS. ESE ES EL ASPECTO MÁS PERTURBADOR DE LA SITUACIÓN ACTUAL. Y SE DIRÍA QUE NOS RESULTA IMPOSIBLE ASUMIRLO, Y POR ELLO BUSCAMOS TODAS LAS (FALSAS) ESCAPATORIAS POSIBLES…»

–Algo que desde los distintos poderes (económicos, políticos) se quiere evitar por todos los medios.

–Este llamamiento a abrir los ojos, a despertar (llamamiento que encontramos en todas las tradiciones sapienciales, filosóficas y espirituales), quizá nos haga pensar en la cruzada de las derechas y ultraderechas contra lo woke (término que remite directamente al despertar: “to wake up”, “to be awake”). Hace pocos días, Trump ha firmado un decreto para eliminar en EEUU las normas sobre cabezales de ducha (destinadas a evitar el desperdicio de agua). Según este patán, la medida hará que las duchas de EEUU “vuelvan a ser grandiosas” y “pondrá fin a la guerra de Obama y Biden contra la presión del agua [para ahorrar]”. 
“En mi caso, me gusta darme una buena ducha para cuidar mi hermoso cabello”, dijo Trump al firmar el decreto que, según la Casa Blanca, se aplicará a varios aparatos domésticos, incluidos los inodoros y los lavabos: “Tengo que quedarme bajo la ducha durante 15 minutos hasta que se moja el pelo. Sale gota a gota. Es ridículo”. La Casa Blanca afirmó en un comunicado sobre la orden: “Al restaurar la libertad en la ducha, el presidente Trump cumple con su compromiso de eliminar regulaciones innecesarias y poner a los estadounidenses en primer lugar”. 
Así que el ahorro de agua es woke… Puede parecer una minucia, pero está lejos de serlo: yo lo llamaría nihilismo de alcachofa de ducha. Durante su primer mandato, Trump eliminó normas más estrictas sobre eficiencia energética en bombillas, argumentando que los consumidores debían tener libertad de elección. En ese momento, Xavier Becerra, entonces fiscal general de California, calificó la medida como “otra decisión absurda que desperdiciará energía a costa de nuestra gente y del planeta”. El primer gobierno de Trump también introdujo excepciones que permitían fabricar electrodomésticos menos eficientes, como lavavajillas y duchas. Ya saben ustedes: ahorrar agua o energía es woke. En realidad, cuidar del prójimo es woke. Y ya, cuando se vienen arriba, acaban desvelando que todo lo que no sea sadomasoquismo es woke. 

–¿Te puedes centrar en la “precaución”? ¿Habrá que reparar, preservar, centrarnos en lo que tenemos antes de iniciar esas aventuras tan espectaculares que se nos venden? ¿Hemos perdido la noción del tiempo lento, de la capacidad de espera? 

–El principio de precaución, alguna vez invocado pero casi nunca practicado, debería ser una norma de conducta básica en la situación en que nos encontramos (potencia tecnocientífica descomunal, enorme capacidad de impacto de una humanidad muy numerosa, dinámica autoexpansiva del capitalismo, alucinantes niveles de desigualdad social, extralimitación ecológica). Cuando las nuevas herramientas tecnológicas parecen prometer recompensas sociales y –sobre todo–beneficios privados instantáneos, se pasa de inmediato a la fase de aplicación masiva, sin atender al hecho de que la ciencia rara vez tiene mucho que decir sobre los efectos a medio y largo plazo de estas aplicaciones sobre la misma sociedad y sobre los ecosistemas. 
A la euforia inicial sucede luego un largo y a veces amargo despertar inducido por efectos secundarios, indirectos, de largo alcance… No hay más que pensar en los efectos a largo plazo de la fisión nuclear o los plaguicidas agrícolas para darnos cuenta de cómo los efectos totales –para bien y para mal– de estas aplicaciones de la tecnociencia van muchísimo más allá de los usos inmediatos para los que fueron concebidas, transformando y configurando la sociedad y la biosfera de manera muchas veces sorprendente y a menudo negativa. La lógica de la prudencia no casa bien con la lógica del lucro inmediato. El enfoque cautelar o precautorio recomienda actuar antes de que existan pruebas fehacientes del daño, especialmente si se trata de perjuicios a largo plazo o irreversibles. Pues cuando se avistan problemas graves en el horizonte, no es razonable esperar a saberlo todo para actuar (en la literatura especializada sobre riesgo y precaución esto se describe con la fórmula “parálisis por los análisis”). 
El biólogo Michel Loreau nos advertía hace dos decenios: “Buscamos el origen de la vida y nos gastamos una cantidad de dinero increíble para enviar una sonda a Marte o a Titán. Con la décima parte de lo que cuesta una de estas misiones podríamos descubrir lo que tenemos en la Tierra y, de paso, los secretos del origen de la vida”. 

–¿Qué ha pasado en estos diez años? ¿Te atreves a hacer un resumen rápido? Yo pienso en algunos hechos: la pandemia reciente, que al parecer, tan poco nos ha enseñado; el aumento del negacionismo contra los límites biofísicos del planeta, contra el ya tan visible cambio climático, impulsado por el capitalismo, asociado al ascenso del fascismo… 

–Empleamos nociones como crisis de civilización, crisis ecológico-social o policrisis. Esto, para la sociedad, quiere decir crisis de habitabilidad (de la Tierra) más cierta crisis de escasez (comenzando por la energía). Y así la pregunta lancinante es la que planteaba Carl Amery en 1998: “Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI?” Por desgracia, parece que hay que responder que sí. 
¿Por qué no nos hacemos cargo de una situación tan apurada, si efectivamente nos va la vida en ello? No es cuestión aquí de ser más listo que los demás, sino de querer engañarse menos. “En algún momento habrá que vivir como si la verdad fuera cierta”, dice Tamara Lindeman en su canción Loss (con su banda The Weather Station). 
Blas de Otero quería escribir “la poesía en los siglos futuros con el pan en medio de la mesa y un avión a Marte todos los miércoles”. El gran poeta bilbaíno no llegó a intuir –como le pasa a la mayor parte de nuestra izquierda– que el esfuerzo por inaugurar la línea aérea a Marte (que no se inaugurará jamás, dicho sea de paso) es una de las causas que impiden que haya pan encima de cada mesa. 
Pero sin ese giro ético-político, ni siquiera vemos la tragedia que está teniendo lugar, y alentamos la fantasía de que podremos sobrevivir en una biosfera radicalmente empobrecida, o emigrar a Marte. Seguimos básicamente ignorando el ecocidio –y éste lleva consigo el genocidio–… El vuelo de la fantasía susurra que nos salvarán las finanzas verdes y el coche eléctrico. (De la demencia normalizada que cifra esa salvación en la colonización de Marte mejor no hablar.) Compañeras y compañeros: ánimo… 

–Y, por otro lado, los movimientos ecologistas se demonizan cada vez más; los activistas son tachados incluso de “terroristas”, sus acciones condenadas judicialmente. Incluso tú te has visto involucrado… La lucha juvenil contra el cambio climático parece haberse adormecido. Partidos verdes como el alemán han resultado decepcionantes… ¿Qué opinas de todo esto? 

–Hay que constatar una situación difícil: a medida que se encona y agrava la crisis ecosocial, lejos de avanzar, la sociedad española está retrocediendo en lo que a conciencia y praxis se refiere. Algunos datos del último lustro (proceden del informe El consumo sostenible y los productos certificados 2025, elaborado por ClicKoala con el apoyo del Grupo de Investigación en Psicología Ambiental de la Universidad de Castilla-La Mancha): en 2019, casi 4 de cada 10 españoles (40%) decían que vivir de forma sostenible y respetuosa con el medio ambiente era algo importante que les definía, que contaba en su identidad personal. Hoy ese porcentaje ha caído al 30%. Parece que la sostenibilidad sigue presente, pero está cada vez menos en el centro de cómo nos autoconstruimos… 
También ha menguado la percepción de responsabilidad individual frente al cambio climático. En sólo dos años, entre 2022 y 2024, se ha pasado de que uno de cada cuatro ciudadanos y ciudadanas se sintiera claramente implicado en la solución al problema a menos de un 18%. La mayor caída en la preocupación climática se da entre los hombres jóvenes (16 a 24 años), cuyo nivel de implicación ha descendido drásticamente en los últimos años: de un 68% que se declaraban “muy preocupados por el cambio climático” hace un lustro a sólo un 42% hoy. Entre los hombres de mediana edad (35-54) la preocupación también es baja, aunque el retroceso ha sido más moderado: partían ya de niveles menores. Las mujeres siguen declarando mayor preocupación climática en todos los niveles de edad.
Mientras tanto, el pasado 13 de abril el observatorio de Mauna Loa (centro de referencia estadounidense en Hawai) registró la primera concentración promedio semanal de CO₂ superior a 430 ppm en los últimos tres millones de años.

«HAY QUE CONSTATAR UNA SITUACIÓN DIFÍCIL: A MEDIDA QUE SE ENCONA Y AGRAVA LA CRISIS ECOSOCIAL, LEJOS DE AVANZAR, LA SOCIEDAD ESPAÑOLA ESTÁ RETROCEDIENDO EN LO QUE A CONCIENCIA Y PRAXIS SE REFIERE».

–No podemos olvidar el segundo mandato en Estados Unidos de un gran negacionista como Trump, al que ya hemos citado. Los principios del sistema neoliberal, de la globalización, se tambalean, pero nos cuesta imaginar que eso implique un cambio en la buena dirección. Todo lo contrario. La imagen que tenemos es la de una regresión en todos los sentidos. En Europa la idea que impera es la del rearme, se quiere imponer nuevamente el consenso belicista; se ridiculiza a los defensores de la paz. ¿Cómo hacer frente a todo esto de manera colectiva e individual? ¿Cabe algún tipo de esperanza?

Autolimitación, precaución y biomímesis son las cuestiones clave. Sobre las dos primeras ya hemos dicho alguna cosa: atendamos un momento a la biomímesis. Etimológicamente esta noción remite a la “imitación de la vida”. La idea esencial sería: si tenemos, como lo tenemos, un grave problema de mala inserción de las sociedades humanas en la biosfera (mal encaje de los sistemas socioeconómicos humanos dentro de la biosfera) y de choque entre esos sistemas humanos y los sistemas naturales, entonces, teniendo en cuenta que lo que no podemos hacer es cambiar de biosfera por más ilusiones al respecto que nos hagamos (pues no vamos a conquistar otros planetas y hacerlos habitables para irnos a vivir en ellos), parece de sentido común que la manera más sensata de intentar remediar eso será cambiar esos sistemas socioeconómicos humanos que encajan tan mal en la biosfera. 
¿Cómo hacerlo? La propuesta es: fijémonos en cuáles son los principios básicos de funcionamiento de los ecosistemas, observemos con qué energía funcionan los ecosistemas, cómo se cierran dentro de ellos los ciclos de materiales, qué sucede con el transporte o con la diversidad biológica, e intentemos extraer de ahí principios a partir de los cuales podamos reconstruir los sistemas humanos de manera que sean más compatibles con los sistemas naturales. Si nos fijamos en que en la biosfera prácticamente todo se mueve gracias a la energía solar, entonces tenemos una buena razón para pensar que las sociedades humanas que se muevan también gracias a la energía solar serán sostenibles como no lo son las sociedades industriales actuales… Esa idea básica puede desarrollarse en una serie de criterios biomiméticos que, por ejemplo, las buenas prácticas agroecológicas ejemplifican muy bien. 

–En distintos capítulos del libro se aborda el tema, sin duda controvertido, del crecimiento demográfico, de la necesidad de frenarlo. ¿Por qué se habla tan poco de esto? Los bajos índices de natalidad siempre se analizan negativamente, pero hay expertos que ven en el “hijo único” un acto de responsabilidad. ¿Cómo abordar esto? 

–Hay algo muy importante que no se suele mencionar en este punto: sólo ha sido posible construir tantos cuerpos (humanos y de nuestro ganado y mascotas) gracias a un uso masivo de combustibles fósiles que ahora se están agotando. Sin tanto petróleo, carbón y gas natural, y en una biosfera degradada (entre otras causas, por los desmanes de nuestra agroindustria), no será viable una población humana tan enorme como la que ahora nos parece normal. El proyecto capitalista de expansión, históricamente, ha ido de la mano de la expansión demográfica; a la inversa, un proyecto de decrecimiento y autolimitación debe incluir también la autocontención demográfica. Pero sobre este último debate se ha impuesto una especie de tabú, en parte por buenas razones (los proyectos de eugenesia desde finales del siglo XIX, el control sobre la fecundidad de las mujeres desde mucho antes) y en parte por otros motivos que no hemos de aceptar (que tienen que ver con la fantasía de que será posible proseguir la expansión). 

–Una y otra vez se choca con lo mismo, los profundos cambios sociales y culturales que son necesarios para ecologizar la sociedad y remediar en lo posible el desastre que ya estamos viviendo. La idea de cambio, de transformación, es temida por mucha gente. ¿Por qué tanto miedo a soñar con lograr mejores horizontes de futuro para los humanos y las demás especies? 

–Nos hallamos entre un nosotros que ya no es (de clase, religioso, de nación…) y un nosotros que debería ser (“terrestre soy, solidario de todos los demás seres terrestres”), pero no existe aún. Nuestra cultura tecnolátrica espera grandes novedades (¡y hasta la salvación!) de la inteligencia artificial, la robótica, la biología sintética, las nanotecnologías… No espera grandes novedades en el terreno de la convivencia humana. Contra el transhumanismo y la fantasía de la fuga a Marte, lo esencial de nuestra tarea de autoconstrucción sería aceptar la condición humana y rechazar la dominación. 

–Volviendo a la esperanza se me ocurre hacer una parada en el feminismo y la noción de cuidado. Creo que es algo a tener en cuenta en la balanza de lo positivo, aunque el ataque contra el movimiento feminista y todo lo que supone ya está en marcha. 

–¡Sin duda! La erosión del patriarcado, los avances de los feminismos y la profundización en éticas del cuidado se cuentan entre los avances más luminosos que hemos experimentado en los decenios últimos. Una buena lectura en este sentido: Ecofeminismo de Catherine Larrère, recién traducido al español (publicado por La Marca editora en 2024). Junto a cualquiera de los libros de Alicia Puleo y Yayo Herrero, grandes referentes del ecofeminismo en nuestro país.

«LA EROSIÓN DEL PATRIARCADO, LOS AVANCES DE LOS FEMINISMOS Y LA PROFUNDIZACIÓN EN ÉTICAS DEL CUIDADO SE CUENTAN ENTRE LOS AVANCES MÁS LUMINOSOS QUE HEMOS EXPERIMENTADO EN LOS DECENIOS ÚLTIMOS».

–Poetas y filósofos: Pier Paolo Pasolini, Juan Ramón Jiménez, Claudio Rodríguez, Joaquín Araújo, Marco Aurelio, Zygmunt Bauman, Pierre Adot, por citar algunos nombres, son referencias en el trayecto. ¿Te has sentido, te sientes bien acompañado? 

–¡Muchísimo! Me siento muy afortunado por ciertos encuentros cruciales que, a lo largo de mi vida, me abrieron caminos y posibilitaron lo que me parece una buena orientación (así, por ejemplo, los colectivos de las revistas En pie de paz y Mientras tanto, que tuvieron mucho que ver con ese acceso a autores decisivos como Manuel Sacristán o Pier Paolo Pasolini). Me he sentido muy bien acompañado no sólo en el plano intelectual sino también vivencial, y eso se prolonga hasta hoy: la cercanía de los miembros del grupo de investigación en Humanidades ecológicas GHECO y la red RHECO, los doctorandos y doctorandas, los buenos estudiantes como los que uno encuentra en la Facultad de Filosofía y Letras de la UAM… No dejo de dar gracias por lo que ha sido mi vida, por todo lo que recibí desde mi infancia hasta hoy, ya sexagenario. Si lo pienso, lo que quise ser (ya desde adolescente), lo he sido. El reconocimiento al que podía aspirar no me ha faltado. Una historia de éxito personal, se podría decir. El problema es que nada de lo que quise para el mundo ha sido. 
Si no podemos aceptar la finitud humana, tampoco lograremos superar la crisis en nuestra relación con la naturaleza. Si no nos reconciliamos con nuestra vulnerabilidad y mortalidad, el intento por trascender la condición humana a través de un dominio ilimitado sobre la naturaleza acabará –es de temer– en un desastre mayúsculo. En lugar del seremos como dioses, quizá podríamos decir: todos somos minusválidos. Son temas que he tratado por extenso en Gente que no quiere viajar a Marte: parece oportuno dejarlos resonar al final de esta entrevista.

Gente que no quiere viajar a Marte ha sido publicado por la editorial Los Libros de La Catarata. Se trata de una segunda edición, en la que Jorge Riechmann actualiza y corrige la ya publicada en 2004. 

En Lecturas Sumergidas publicamos otra entrevista con el autor, a propósito de otra de sus obras: Autoconstrucción (La transformación cultural que necesitamos), también en La Catarata.

1 comentario:

  1. Lo que necesitamos es gente que no quiera viajar, no ya a Marte, sino ni siquiera a cualquier sitio que haya que coger un avión, o a cualquier otro sin que se plantee si el gasto ecológico de su desplazamiento es superior o no a su necesidad de trasladarse. Y que eso lo explique para ser votado.

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