Panorámica de Segovia |
El urbanismo actual se propone ordenar un crecimiento sin final. Hace cincuenta años que se hizo la primera Ley del Suelo, pensada sobre todo para organizar nuevos desarrollos. Sus sucesoras no han variado en este aspecto de forma sustancial.
Se tiende a que los planes, aún los menos expansivos (los de reforma interior) se autofinancien; lo habitual es lograrlo creando nuevo tejido urbano. En la programación y estudio económico-financiero hay siempre un modelo basado en que el municipio crezca.
A poco que uno lo piense entiende que el crecimiento indefinido es inviable. En condiciones, que serían las deseables, de equilibrio demográfico, un municipio crece si los otros decrecen. Las entidades locales, estados en miniatura que hacen los planes, se obligan a competir, como los estados auténticos, en la subasta por atraer inversores: pueden dar facilidades a las industrias que se instalen en su territorio, servir de ciudad dormitorio a entidades mayores, pugnar con otras para convertirse en centros turísticos, o en ciudades con atractivo comercial...
En ocasiones están dispuestas a acoger industrias nocivas o peligrosas. Aunque una comunidad autónoma o el estado pueden obligarlas a soportar instalaciones poco atractivas en aras al interés general, son a veces las autoridades locales o un sector de la población quienes las buscan, como forma de revitalizar una localidad declinante. Se ha visto a algún alcalde ofrecerse para instalar en su término un cementerio nuclear.
¿Hay alguna alternativa de desarrollo urbano sin crecer a toda costa? La idea, ya tópica, de un desarrollo sostenible sólo se puede defender si se entiende por desarrollo algo distinto del crecimiento vegetativo: desarrollo humano.
El término humanización se emplea ya para referirse a la reforma en los espacios públicos que da prioridad a las personas frente a las facilidades al tráfico. Casi siempre el cambio se limita a peatonalizar calles, ensanchar aceras... y exportar la incomodidad a otras zonas. Pero si se quiere humanizar de verdad, hay que plantearse en serio limitar el uso privado de vehículos.
Esto pide simultanear la humanización con alternativas de transporte eficaces y a la vez atractivas. Para recorridos largos, transporte público con una red suficiente y jerarquizada (trenes, metros ligeros, autobuses, taxis, por este orden). Para los cortos, fomento de la bicicleta. Pero ante todo hay que hacer agradable andar. En esto plazas, parques y jardines jugarán un papel primordial.
Así sería la ciudad deseable. Habría una red de transporte jerarquizada, basada en vehículos no privados. Otra red peatonal, bien diferenciada de la anterior, incluiría no sólo vías de circulación, sino también plazas, parques, jardines. Los edificios públicos (sanitarios, asistenciales, educativos, recreativos...) se repartirían con racionalidad, esto es, cerca de sus usuarios, jerarquizados en función del número de habitantes a los que sirviesen (dotaciones de toda la ciudad, de distrito, de barrio...). Así no habría población desatendida.
Las viviendas se construirían en función de las verdaderas necesidades de la población, nunca de la capacidad de compra especulativa. Son bienes de uso, no una forma de invertir. Se limitaría su número y tasaría su precio, con preferencia para la vivienda pública, en venta o renta limitada, castigándose ejemplarmente los abusos.
La planificación urbana ha de contar con suelo industrial, pero siempre en función de necesidades reales, no de expectativas exageradas. En un futuro no remoto se ha de racionalizar la producción, adaptándola al consumo cercano. La falta de energía encarecerá el transporte e irá eliminado el de larga distancia. Industrias y cultivos producirán para un entorno. La planificación regional cobrará nueva vida, recortando esta mala globalización, capaz hasta de traer fruta desde las antípodas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario