No es un bello producto, no es un fruto perfecto... pero alguna vez esto tenía que empezar. Todo corre prisa, el tiempo se encoge como la piel de zapa. Por eso lo importante se hace urgente y lo urgente cobra importancia. Ahí va eso. Irá cambiando, se desarrollará, pero no se puede esperar más. Época rara ésta. ¿Lo habrán sido todas? Posiblemente, pero no en tan alto grado. Ahora todo es apariencia. Intentemos descubrir juntos qué hay detrás del decorado.
miércoles, 27 de febrero de 2013
Políticamente incorrecto (VI)
En entradas anteriores de este blog ("políticamente incorrecto", I, II, III, IV, V) me he referido a algunos frecuentes (y fatigantes) usos y abusos del lenguaje relacionados con la idea de corrección política. A veces el hablante quiere marcar sus señas de identidad, otras evitar el rechazo del oyente. Otras muchas el que habla sigue la corriente para no entrar en discusiones de menor cuantía.
Soslayando polémicas improductivas, tratamos de mantener la corrección política, temiendo que algunas expresiones o usos gramaticales nos hagan parecer machistas, reaccionarios o "enemigos de la patria", no importa cuál sea, grande o chica. Y procuramos evitarlo.
Como puntualizó Álvaro García Meseguer, la lengua no es sexista, pero pueden serlo el hablante o el oyente. Aunque el hablante no sea machista, los oyentes hipersensibilizados pueden interpretar que lo es. La confusión entre sexo y género gramatical llena los discursos de "a todos y a todas", los / las, etc, por no mencionar miembras y otras cosas raras. Y como el lenguaje se hace con el uso, con frecuencia ese empleo ideologizado acaba por convertirse en norma.
Muy recientemente hemos leído en La Voz de Galicia cómo "la Universidad de Santiago niega ayudas al hijo de una maltratada por ser varón". Se basa para ello en el texto del decreto que la Consellería de Educación publicó en julio con el fin de fijar los precios públicos para este curso. En esa norma se indica que «quedan exentas do pagamento polos servizos académicos regulados no presente decreto as alumnas que sufran violencia de xénero. Tamén quedan exentas no caso de que sexan as súas proxenitoras as que o sufran». Con este texto como fundamento, la USC concluye que «a exención só é de aplicación ás mulleres e fillas». La preocupación feminista por la igualdad llevó tal vez a considerar que si en el decreto se hablaba de "alumnos" se entendería que el género gramatical excluía a las alumnas.
No sólo la presión feminista provoca incomodidades lingüísticas. Cuando un movimiento identitario pasa a la ofensiva, de manera natural lucha contra términos que considera peyorativos, y con mucha razón, cuando efectivamente llegaron a serlo. Quienes desde fuera del movimiento simpatizan con él suelen evitar esos téminos. Se recurre a redundancias o palabras alambicadamente neutras, o se sustituye una palabra por un circunloquio que no se pueda malinterpretar. Ya no hay gitanos, sino personas de etnia gitana. No hay negros, sino gente de color. Personas sexualmente diferentes, emprendedores, productores, ¿recordáis aquella película titulada "Los económicamente débiles"? Pues esos eran "los pobres".
Ante este hecho semántico hay dos caminos: uno es renegar del término, otro reivindicarlo orgullosamente. La clase obrera que adquirió conciencia de sí hizo de su situación de objetiva inferioridad y sometimiento una bandera de lucha. Dentro del sombrío mundo de la prostitución algunas mujeres reivindican, con razón, la denominación de trabajadoras del sexo.
Así se hacen las lenguas, con sus ideologemas cambiantes, y por eso la lucha ideológica retuerce en distintos sentidos el significado de las palabras, e incluso la forma de las palabras. Resultado de esa lucha, cristalizan significados eficaces, pero no inocentes. De ahí el empeño de los movimientos políticos, nacionales o sociales organizados para insuflar sus significados preferidos en conceptos aceptados universalmente.
En cuanto a los significados, ya comenté el término "estado español" que emplean muchos "nacionalistas periféricos", incluso en un listado de países en que los demás no aparecen como estados. Es un modo de reconocer la situación de hecho que los incluye contra su deseo en una estructura política y un territorio llamado "España". Pertenecen a ese estado español, pero no a España. Pertenecer a un estado es una situación de hecho. Pertenecer a España es reconocerse españoles. Emplean sin embargo España cuando quieren contraponerla a su nación como algo ajeno a ella. Se trata de independentismo puro, sea explícito o velado. Observad cómo emplean estos dos conceptos la izquierda abertzale, o buena parte de los nacionalistas gallegos. Y de inmediato debo aclarar, para defender mi propia corrección política, que estoy haciendo análisis de significados y contraposiciones lingüísticas, no juicios de valor.
No solamente el significado de las palabras puede estar lleno de contenido ideológico. También su propia forma puede delatar una intención. Voy a detenerme un poco en la voz "Galiza" y su uso militante.
La palabra "Galicia" ha oscilado desde la edad media entre esta forma y "Galiza". Del mismo modo que la palabra "pazo", que en zonas orientales aparece como "pacio". Pacio es apellido y Pacios topónimo.
Cuando las lenguas carecen de escritura normalizada es natural que no sean un todo homogéneo, sino un conjunto de variantes locales. La escritura, y sobre todo su uso oficial en los documentos de las cancillerias reales, acabaron fijando una forma estándar, que se fue imponiendo en el uso, primero de las personas cultas y más adelante en la mayor parte de la población. Así, las lenguas oficializadas fueron eliminando la mayor parte de los localismos, que acabaron siendo considerados formas defectuosas y vulgares. "Tamién" es vulgarismo en Andalucía, pero "tamén" es forma normalizada en gallego, frente a "também" en portugués, paralela al "también" castellano. Lo que en Galicia es norma, en Andalucía no lo es.
La definitiva separación política entre Galicia y Portugal dividió en dos lo que todavía era un magma lingüístico no consolidado. La lengua literaria había ido evolucionando hacia la forma estándar escrita galaico-portuguesa. No podemos conocer, salvo los indicios proporcionados por la toponimia o los intentos de "arqueología lingüística" a partir de formas locales actuales, las distintas variantes entonces existentes, que, como ocurre con todas las lenguas, siempre estuvieron sujetas a continuo mestizaje y deriva.
En Portugal un reino unificado creó la forma moderna del portugués. En Galicia no ocurrió nada parecido. Los Siglos Oscuros (Séculos Escuros) XVI, XVII y XVIII son un tiempo suficiente para mantener atomizadas las variantes locales y contaminarlas progresivamente con formas tomadas del castellano, que pasó a ser lengua dominante en la administración y la cultura. La ruralidad casi general del territorio, con ciudades que eran meros enclaves en un mar de aldeas dispersas, y la relativa relación interna entre ellas, contrastante con la difícil comunicación hacia Castilla, salvaron aquel gallegoportugués, si bien de forma progresivamente alterada, muy influída por la lengua general española. Tanto por el uso oficial de ésta como por el complejo de inferioridad de las clases subalternas frente a la nobleza y la iglesia oficial.
Como hace notar el profesor William J. Entwistle en su libro "Las lenguas de España", el "galego" llegó a estar constituido por una base gramatical autóctona, unida a un vocabulario mixto, en el que la riqueza de términos relativos a la vida campesina contrasta con un empobrecimiento para casi todo lo demás, y el abandono de las formas "enxebres". La castellanización fue progresiva, y nos ha dejado una lengua hablada que se nota aún en el modo de expresarse (ritual, casi litúrgico, pero "acastrapado") de casi todos los políticos, aunque escriban más o menos correctamente. Eso sí, hablan y escriben siguiendo dos o tres normativas que pelean entre sí. (¿O son más de tres...?).
El renacer de la lengua gallega lo iniciaron algunos notables ilustrados, mayoritariamente eclesiásticos, como Feijoo y Sarmiento, que la recogen del pueblo tal como la encuentran e inician un camino de amorosa reconstrucción que eclosionó imparable en el siglo XIX, como ya sabemos. Primero el regionalismo y luego un pujante nacionalismo tomaron el idioma como herramienta de regeneración colectiva. La escritura fue poco a poco puliendo incongruencias y variantes dialectales en esta lengua maltratada, pero sólo tras la oficialización se plantea como necesario dotar de normativa a esa lengua a duras penas recuperada.
El franquismo y la televisión casi dieron la puntilla al gallego. La autonomía ha creado en parte una neolengua, al necesitar términos que nunca se emplearon en el habla popular. Primero se recurrió a dar forma más o menos galleguizada a expresiones castellanas, y se dijo por ejemplo "comisió(n)s campesiñas", o "xuventude". Luego se recurrió a préstamos del portugues, rechazando los de resonancias grotescas o que no resultaran incomprensibles, y se pasó a decir "comisió(n)s labregas" o "mocidade". Pero ni con la mayor devoción lusista un gallego diría "cabeleireiro", "brincadeira", "camponês", "alcatifa". A pesar de ello, algunos forofos dicen "greve", así en francés, porque los portugueses emplean ese galicismo para decir "folga", que sin serlo suena a castellanismo.
Vocabulario aparte, se plantea el tema de la norma ortográfica. Cuando la evolución fonética ha hecho perder sentido a modos anteriores de escribir, la ortografía ya no refleja sonidos inequívocamente. En portugués, como en catalán, como en castellano antiguo, puede tener sentido diferenciar una "s" sonora de una "ss" sorda. A veces ayuda la etimología, pero con muchas excepciones. Si pueblo deriva de "populus", debe dar "pobo", pero en portugués se escribe "povo", porque así se pronuncia. ¿Pronunciamos nosotros "povo", con "v" fricativa?
El gallego que se fue recuperando a lo largo de dos siglos lo hizo desde la ortografía del castellano, sin graves discrepancias, porque también se habían ido aproximando las pronunciaciones de ambas lenguas. La pronunciación portuguesa y su la ortografía, mientras tanto, habían divergido.
Regenerar una lengua tiene su miga. Es como hacer cirugía reparadora. A veces a algunas beldades las dejan sin nariz.
Además de las dificultades técnicas tenemos las estrategias políticas. Y aquí, despues de un rodeo, vuelvo al par "Galicia / Galiza". Probablemente hubo otras pronunciaciones, como "Galiçia" o "Galiça". El hecho es que en el gallego actual escribir, y pronunciar, "Galiza" suena muy diferente de la lectura de un portugués.
Por eso choca tanto al oído, porque seguramente nunca se ha dicho así, si damos a la "z" su valor actual tanto en gallego como en castellano. Sólo el voluntarismo lleva a hablar de esta manera. Voluntarismo presente en Castelao, que escribía "a Galiza". Seguramente por diferenciar el gallego del castellano, o por aproximarse al portugués. Ambas razones van muchas veces juntas.
Porque el portugués es lengua grande, por su extensión geográfica y demográfica y por su cultura universal. Muchos ven, estratégicamente, la salvación de la lengua gallega en la confluencia con la portuguesa, o al menos en la mas fácil comunicabilidad que posibilitaría una mejor comprensión lectora. Suele ser el argumento que, haciendo abstracción de la historia, basa las naciones en las lenguas y sólo en ellas. Si esto se lleva al extremo de agrupar lenguas por su semejanza puede caerse en el absurdo de recomponer el mapa del mundo en base a los grandes grupos lingüísticos, sin otra consideración. Pero no puede sin más establecerse la ecuación "estado = nación = lengua", y mucho menos "estado = nación = grupo lingüístico". La historia es mucho más compleja, los pueblos son entidades cambiantes, mestizas, como las propias lenguas.
Las varias formas de intentar una norma ortográfica unificada en Galicia obedecen, entonces, a estrategias políticas diversas. Desde el reintegracionismo absoluto, que intenta la confluencia con el portugués, y dentro del cual encontramos formas maximalistas y otras atemperadas, hasta una castellanización, que, hay que reconocerlo, existe en las formas más habituales de la lengua coloquial. El camino fácil es este último, en el que basta dejar las cosas como están y que cada uno hable o escriba como le dé la gana.
El camino más difícil es el reintegracionista, que da a los no comulgantes la sensación de oir una lengua extraña, con el consiguiente rechazo. Con ello consigue resultados opuestos al fin pretendido, alejando a los hablantes. Pero a cambio, como todos los usos militantes, contribuye a la cohesión interna de los que lo practican. Tal vez por eso resulta tan fácil detectar por su forma de hablar a los fieles de la iglesia del BNG.
Reintroducir una lengua es difícil, pero posible. El caso extremo es una lengua oralmente desaparecida, el hebreo, en el estado de Israel, aunque en este caso es funcional, porque constituye una suerte de esperanto entre hablantes de lenguas diversas mutuamente incomprensibles. Algo así como el latín medieval en el mundo cultural europeo.
Pero modelar la forma de hablar habitual de la gente, redireccionarla hacia otra, es tarea mucho más ardua. Puede lograrse parcialmente, siguiendo el lema de la RAE, "limpia, fija y da esplendor". Siempre contando con la capacidad de convencer al hablante de las ventajas de corregir su discurso viciado. Esta es una labor esencialmete educativa y cultural. Si el pueblo detecta otros motivos y se siente manipulado, el fracaso es seguro.
Dedico esta larga y prolija entrada a compañeros que recientemente se sienten obligados por sus amistades nacionalistas (que no censuro) a parecerse a ellos en la forma de hablar.
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