Pincelo aquí el párrafo final de un artículo de Carlos Fernández Liria incluído en el libro Educación Pública: de tod@s para tod@s, recientemente publicado por la Editorial Bomarzo, coordinado por Javier Diez y Adoración Guamán. Como indica su subtítulo, Las claves de la marea verde, el libro intenta ser una herramienta para las mareas ciudadanas que se enfrentan hoy día a la ofensiva neoliberal contra la educación y la sanidad públicas. En él han participado quince autores, profesores de primaria, secundaria y universidad. Los distintos artículos recogidos muchas veces no están en absoluto de acuerdo entre sí, pero todos tienen la voluntad de ser un instrumento útil para la movilización social en defensa de enseñanza pública.
Es importante resaltarlo. Si decimos que esto que vivimos, por ejemplo en
Europa, no es un Estado de derecho no lo hacemos para expresar nuestra opinión
de furibundos comunistas antisistema. Tampoco porque seamos unos idealistas que
hablan de quimeras sin querer mirar a los ojos la cruda realidad de los “estados
de derecho” realmente existentes. Lo que decimos es que son los propios
filósofos gracias a los cuales hemos entendido lo que significa esa fórmula
-“estado-de-derecho”- los que se negarían a reconocerla en esos estados
realmente existentes. Sócrates, Platón, Rousseau, Kant, Hegel, creemos que se
escandalizarían al ver a nuestros políticos afirmar que en España, Francia,
Alemania o Grecia vivimos bajo el “imperio de la ley”, en “estado de derecho”. Y
no es porque seamos estados de derechos muy imperfectos, es que no tenemos nada
que ver con ese proyecto político. Vivimos en una sociedad capitalista. El
capitalismo es un sistema de producción en el que la población en general carece
de medios de producción para subsistir por su cuenta o, lo que no es sino la
otra cara de la moneda, un sistema en el que la mayor parte de la población
tiene que buscarse la vida –vender su fuerza de trabajo- en el mercado laboral,
a cambio de un salario. En este mercado laboral, la gente se ve obligada a
trabajar en lo que sea, al precio que sea, para producir lo que sea, en la
cantidad que sea y de la manera que sea, es decir, la gente está vendida a vida
o muerte a una lógica de producción que se determina a sus espaldas y, además,
actualmente, de forma cada vez más misteriosa incluso para los economistas más
pretenciosos, en ese mundo del sinsentido y lo imprevisto al que llaman “los
mercados”. Esto no es un “imperio de la ley”, sino una dictadura capitalista.
Esto no es la realización del monstruo soñado por la Ilustración. Es la
pesadilla a la que nos vimos abocados cuando la Ilustración fue derrotada.
Institucionalmente, hemos regresado a la Edad Media. Antropológicamente -es lo
que Santiago Alba y yo intentábamos explicar en El naufragio del hombre (*), en cambio,
hemos ido más allá: hemos regresado a la prehistoria anterior a la Revolución
Neolítica.
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(*) Santiago Alba y Carlos Fernández Liria:
El naufragio del hombre, Hiru,
2010.
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