Miguel Manzanera Salavert, en Rebelión, publica este artículo, que a mi parecer resume, como dice su título, concepto que todos deberían hacer suyos, si quieren entender lo que nos está pasando e intentar otra vía que no sea, como la que seguimos, una "vía muerta".
Los apartados en que divide su exposición la articulan de la siguiente manera:La distinción entre sustancia y magnitud
Si bien el método científico ha progresado en la mayoría de las disciplinas cuando ha sido capaz de cuantificar variables, es cierto que esas magnitudes sólo significan algo cuando se asocian a unidades que trascienden la mera cantidad para asociarse a sustancias (en el sentido conceptual-categorial del término) que son las que las dotan de una identidad. Si 220 no tiene ningún significado concreto, sí lo tiene hablar de 220 voltios, los que a su vez se definen ligados a los significados de otras sustancias, como la carga eléctrica, etc.
Menos aún pueden desligarse los aspectos cuantitativos de los cualitativos en las ciencias sociales, en las que la ignorancia de estos últimos vacía de contenido la propia ciencia, al privarla de su sustancia propia, que es precisamente la humanidad.
Y esto es lo que ha hecho la ciencia económica, convertida en mero aparato matemático. Incluso si se deja a un lado la distancia entre sus esquemáticos constructos y la compleja y fluida realidad.
Por eso es tan importante en la crítica marxista la distinción inicial entre valor de uso, como aspecto cualitativo dado por la utilidad de los productos para satisfacer reales necesidades concretas, y el valor de cambio, aspecto cuantitativo que se manifiesta en el precio de las cosas, y que acaba siendo el único que cuenta para los economistas neoclásicos.
El problema de la medida del valor
Toda la complejidad de los intercambios basados en deseos y necesidades acaba subsumida en el acuerdo que supone la fijación de un precio en el trueque entre mercancías, una vez fijado el dinero como equivalente universal de todas ellas, lo que lo convierte de mero instrumento en sujeto, de medio en fin.
Marx no rechaza los aspectos cuantitativos del valor, pero cambia la sustancia a medir. El precio es una comparación de valores con el intermediario, vacío en sí mismo, del dinero. Su medida con la abstracción monetaria que supone el precio de las cosas, en función de su abundancia o escasez, y de los deseos que suscitan, oculta el valor basado en el trabajo humano (y habría que añadir el trabajo de la naturaleza, que en definitiva puede medirse con las mismas unidades físicas, como energía).
Analiza luego el autor las distorsiones que ocasiona el sistema, su inestabilidad intrínseca y las transformaciones con las que sucesivamente se enfrenta a su propia devaluación, cambiando su propia estructura y atravesando sucesivas formaciones sociales, cada cual más destructiva que la anterior, en una huída hacia adelante que no lo salvará, pero que puede condenarnos a todos:
- La primera distorsión: el fetichismo de la mercancía
- La segunda distorsión capitalista del valor económico: el interés del capital
- La tercera distorsión: la creciente explotación del trabajo y la tierra
- La cuarta distorsión: el papel de la innovación tecnológica
En la construcción de la ciencia económica contemporánea la
investigación de Marx ha jugado un papel fundamental. Y aunque hace un
par de décadas se consideró obsoleta y anticuada, hoy en día ha vuelto a
revalorizarse ante la profunda crisis del capitalismo neoliberal que
están padeciendo los países más ricos del planeta. Lo que Marx explicó
hace siglo y medio puede ser importante para salir de la crisis, y
seguramente mucha gente estará interesada en conocer un poco mejor sus
ideas. En este texto voy a intentar explicar sucintamente el
planteamiento fundamental de la economía marxista a partir de El capital, reconociendo que no se trata más que de un esquema general, que no pretende ser exhaustivo.
La distinción entre sustancia y magnitud
En primer lugar, Marx empieza El capital
explicando la doble forma del valor económico, valor de uso y valor de
cambio. Se trata de una cuestión de método: toda ciencia comienza su
estudio estableciendo las magnitudes que son objeto de su investigación,
a través de una distinción entre los aspectos cuantitativos y
cualitativos en su campo de estudio. En la ciencia económica el valor de
uso, expresa los aspectos cualitativos de las cosas en cuanto que
sirven para satisfacer necesidades humanas; el valor de cambio,
representa el valor cuantitativo de las mercancías producidas por el
trabajo humano en cuanto que son objeto de intercambio en el mercado. El
precio de las mercancías es su valor de cambio, la magnitud del valor, y
sirve como medida en la ciencia económica.
Muchos filósofos de
la naturaleza, en sus reflexiones sobre la actividad científica, han
afirmado que las cualidades de las cosas no tienen en realidad en sí
mismas, sino que solo existen para el ser humano que las percibe: las
cualidades naturales son la forma que tiene el ser humano de percibir el
universo en el que vive; pero el mundo natural es esencialmente un
conjunto de relaciones cuantitativas. En las disciplinas científicas,
pues, las cualidades se dejan de lado para hacer ciencia, fundada en la
medida y la cantidad. Pero cuando se trata de una ciencia social, el
método requiere hacerse más complejo, porque las cualidades forman parte
de nuestra naturaleza humana y de lo que queremos llegar a ser como
personas. No resulta tan fácil eliminar los aspectos cualitativos en el
conocimiento científico de la sociedad, ni es recomendable si es que
queremos conservar la humanidad.
Marx está convencido del valor
de la ciencia para el desarrollo cultural de la especie humana en su
historia, y por tanto plantea esa distinción básica de la investigación
científica. De ese modo, El capital comienza exponiendo los
fundamentos de la ciencia económica al distinguir en su campo de estudio
dos formas del valor económico: la utilidad de las cosas, como su
aspecto cualitativo, y el precio, como su aspecto cuantitativo. Marx lo
denomina la ‘sustancia del valor’ o ‘valor de uso’, y la ‘magnitud del valor’ o ‘valor de cambio’ (El capital,
Vol. I, capítulo 1, punto 1). El precio del mercado es la magnitud del
valor económico, es decir, la medida del valor, gracias a la cual se
puede establecer una ciencia de carácter cuantitativo. Pero lo que
interesa al ser humano concreto que tiene que vivir en el mundo, es la
utilidad de los productos que compra para satisfacer sus necesidades; el
planteamiento crítico de la economía marxista consiste en indagar hasta
qué punto la medida del valor expresada por el precio en el libre
mercado capitalista, es adecuada para las necesidades humanas –entre las
que se deben incluir además la emancipación de todos los seres
humanos-.
El problema de la medida del valor
La
intuición de Marx es que la medida del valor económico a partir de los
precios mercantiles es básicamente inadecuada para construir una
economía humana satisfactoria. Esa idea es fácil de adquirir sobre la
base de la observación de la vida social moderna: las crisis
capitalistas, la miseria de los trabajadores y los pueblos, la injusta
distribución de la riqueza social, la represión política para sostener
el orden establecido, la falsificación de la conciencia de los
ciudadanos, su esquilmar la riqueza terrestre y los problemas
ecológicos, etc. La investigación marxiana trata de averiguar cómo se
forman los precios en el mercado, para descubrir por qué no constituyen
una medida adecuada del valor económico, con la convicción de que esa
investigación pueda proporcionar también alguna idea acerca de cómo
podría sustituirse por una medición alternativa. A lo largo de su
trabajo, Marx irá desgranando diversos aspectos de esa inadecuación
desde distintos ángulos de aproximación
El intercambio de las
mercancías es necesario para toda sociedad desarrollada, cuya estructura
económica se organiza mediante la división del trabajo. El incremento
de la productividad que produce la especialización de los trabajadores,
tiene como contrapartida la necesidad de intercambiar los productos de
su trabajo, que se transforman así en mercancías. Se trata de
redistribuir la producción económica, para satisfacer las necesidades de
todos de modo equitativo. ¿Cómo se realiza ese intercambio?, ¿cómo se
debería realizar? Al intercambiar las mercancías que han producido, los
productores intentan hacerlo de forma equitativa, y Marx supone que ese
intercambio justo se hace sobre la base de la cantidad de trabajo
incorporada en su producción, el gasto de energía física que el
trabajador ha empleado para producir la mercancía. La medida del valor debe fundarse por tanto en el trabajo empleado en la producción –lo que se denomina como ‘teoría del valor-trabajo’-.
Se
debe discutir el papel epistemológico de esa propuesta teórica. Tal
como se ha formulado aquí tiene la forma de un ideal normativo, en
cuanto que no es una práctica social observable en el presente. Marx la
formula como una descripción de lo que los seres humanos debieron hacer
en el pasado, o de cómo les gustaría comportarse para ser justos –lo que
no deja de ser una aplicación de la teoría del contrato como ideal
político normativo-. Pero una ciencia social descriptiva puede
prescindir perfectamente de tal hipótesis. Como es sabido, la economía
neoclásica, en la que se funda el desarrollo moderno de la producción
capitalista, asume que el origen del valor es la propia utilidad de la
mercancía, que se traduce en demanda del producto dentro del mercado,
sin que el valor del trabajo pueda tener significado para determinar esa
operación. De ese modo, la economía se traduce en una mera técnica de
organización de la producción basada en la eficacia, sin tomar en cuenta
la posibilidad de hacer una asignación justa de los valores. Una
ciencia social de este tipo se limita a extrapolar las tendencias
presentes, suponiendo que el futuro será igual que el pasado
De
ahí que se proclamara hace algunos años la ideología del final de las
ideologías, esto es, la afirmación de que la única racionalidad posible
es la eficacia en la producción económica. La refutación de esa tesis,
tan de moda en las últimas décadas, es la crisis de superproducción del
capitalismo neoliberal, que, como también es sabido, repite un fenómeno
ya bien conocido desde hace siglos. Para entender ese fenómeno se hace
necesario repasar la teoría de El Capital, que predice esos
fenómenos cíclicos de la economía de mercado. Para lo cual es
imprescindible reconocer que la racionalidad humana no consiste en la
eficacia económica entendida pragmáticamente al modo liberal burgués.
Por el contrario, la propuesta del valor-trabajo es una hipótesis,
que Marx supone implícita en los comportamientos intencionales de los
sujetos humanos, en tanto que personalidades morales de carácter
racional que buscan la justicia en sus relaciones sociales. La base para
tal supuesto es que la cooperación en el trabajo es beneficiosa para
todos, y que es la forma específica de la naturaleza humana
Sobre
la base de esos presupuestos se obtiene el concepto de valor económico
fundado en el trabajo. Los intercambios de mercancías toman como pauta
para la valoración de los bienes, la cantidad de energía que los
trabajadores gastan en la producción de cada mercancía: ‘la forma
general del valor… presenta a los productos del trabajo como simple
gelatina de trabajo humano indiferenciado…, es la expresión social del
mundo de las mercancías’ (El capital, Tomo 1, Sección
Primera, Mercancía y dinero, capítulo I, 82, cito por la 9ª edición de
la traducción de Pedro Scaron publicada en Siglo XXI). Un tipo de
productos se intercambia por una cantidad equivalente de otro tipo,
cuando el trabajo empleado en su producción es el mismo.
La primera distorsión: el fetichismo de la mercancía
En esta parte de su investigación, Marx analiza las deficiencias de la forma general del valor para las necesidades del intercambio, y concluye que se hace necesario un equivalente general
que puede intercambiarse por cualquier mercancía; ese equivalente es el
dinero: la moneda se transforma en la unidad de cuenta económica o
medida del valor. Y en esa transformación aparece el primer
inconveniente: cuando el dinero, como equivalente general de todas las
mercancías, sustituye al intercambio de bienes entre los productores, la
cantidad de trabajo aplicada en la producción desaparece como medida
del valor, ocultado por la apariencia de un valor autónomo de las
mercancías expresado por su precio. La utilidad se muestra como una
realidad creada ex nihilo, de la nada, por así decirlo. Ese fenómeno es designado por Marx como ‘fetichismo de la mercancía’, en el Capítulo Primero, punto 4.
Es
aquí donde Marx muestra la conciencia epistemológica del método
científico, como crítica de la apariencia sensible para encontrar la
constitución material del mundo natural: ‘la impresión luminosa de
una cosa en el nervio óptico no se presenta como excitación subjetiva de
ese nervio, sino como forma objetiva de una cosa situada fuera del ojo’
(op.cit. 88). Las cualidades de las cosas, por ejemplo los
colores que vemos, existen en nuestras impresiones, percibidas
sensorialmente; pero para nosotros es como si el color existiera
realmente en las cosas –y hasta cierto punto, desde la subjetividad, es
así-. La percepción del color es una relación entre el sistema nervioso
humano y la luz que impresiona la retina; y ésta es una onda corpuscular
definible por sus características matemáticas según la física más
avanzada
El proceso de construcción de una ciencia social –nos
dice Marx aquí- es análogo: por detrás de las cualidades de las cosas
están las relaciones matemáticas expresadas por los precios en una
economía mercantil. Sin embargo, por tratarse de relaciones sociales, la
naturaleza de lo estudiado debe tratarse con más cuidado: los aspectos
cualitativos, como es su sentido de la justicia, no pueden ser
suprimidos sin eliminar al mismo tiempo la racionalidad humana. Ésta,
además, no se limita a la eficacia productiva –como piensan los
economistas liberales-, sino que debe tomar en cuenta la finalidad para
la que se hacen las cosas –la satisfacción humana de carácter
cualitativo-, finalidad que es el motor de la acción productiva humana.
Eso
no significa que el sentido de la justicia no pueda ser cuantificado,
como de hecho hace Marx con su teoría del valor-trabajo; significa sólo
que debe ser tomado en cuenta. Por otra parte, la finalidad humana del
trabajo debe constituirse como un elemento fundamental del análisis
económico. Esa existencia puramente subjetiva de los colores es
comparable a la utilidad de los objetos –la sustancia del valor-, que el
ser humano usa o produce como medios de satisfacción de sus
necesidades. La relatividad de las necesidades humanas deriva de su
carácter eminentemente subjetivo, si bien existen medios para darles un
aspecto objetivo cuantificable, como hace la economía del bienestar en
términos de utilidades
En cambio, la forma del valor
–como valor de cambio de la utilidad convertida en mercancía- representa
el aspecto cuantitativo del valor. Sin embargo, el análisis de Marx
descubre que en la sociedad mercantil se invierte la categorización
científica: es el mecanismo de medición cuantitativa lo que toma rasgos
de realidad fantasmagórica, de una falsa apariencia de realidad
sustancial. Lo que llama ‘fetichismo de la mercancía’ es que en la perspectiva capitalista del mercado, los hombres son tratados como cosas y las cosas como hombres. En el modo de producción mercantil se establecen ‘relaciones propias de cosas entre las personas y relaciones sociales entre las cosas’ (op.cit. 89)
Algo
anda mal en la economía humana para que eso suceda, y es precisamente
el mecanismo utilizado para cuantificar el valor de las mercancías: la
formación de precios en el mercado. Y la clave de todo el asunto es que
para ese mecanismo mercantil, el trabajo se convierte en una mercancía más y desaparece de la conciencia como creador del valor económico.
A partir de ahí la fuente del valor económico se presenta como el
dinero convertido en capital. Esa falsa conciencia impide organizar la
producción de forma científica, como la creencia religiosa en el
creacionismo impide concebir la teoría de la evolución de las especies y
la superstición del horóscopo impide concebir el universo físico
descubierto por la astronomía contemporánea.
La segunda distorsión capitalista del valor económico: el interés del capital
Debe
quedar claro lo que ese ‘desaparecer’ del trabajo significa: es un
desaparecer en la conciencia. A pesar de que el trabajo sigue siendo la
fuente del valor económico, la importancia de la moneda como instrumento
para fijar el valor resulta tan decisiva, que la persona que lo emplea
queda anulada por él; el individuo capitalista es un mero portador de
valor de cambio. La función del dinero es esencial para la economía de
una sociedad, fundada en la división del trabajo y el intercambio
generalizado de mercancías a gran escala; el movimiento de la moneda en
el mercado crea una circulación de dinero, que refleja la circulación de
mercancías en la redistribución del producto social, como en un espejo
formado por los libros contables. Baste pensar en el papel multiplicador
del dinero que tienen los bancos, para comprender el enorme poder que
acumula el que maneja el instrumento de intercambio. El capital
financiero domina la vida social capitalista.
En toda sociedad
hay funciones privilegiadas, en dependencia de su importancia para el
orden social. En el Estado Antiguo surgido a partir de las culturas
campesinas del neolítico, esa función capital consistía en la
acumulación del excedente, para solventar necesidades futuras e
imprevistos ocasionales. Creo que así se debe interpretar la leyenda de
José, el hijo de Jacob, cuando en Egipto adivina el sueño del faraón de
las vacas gordas y las vacas flacas, tal como nos lo cuenta la Biblia.
La importancia de la custodia de los excedentes, conservados para cubrir
futuras eventualidades, explica la realeza en aquellos antiguos
estados. En este sentido, la escuela funcionalista americana de Talcott
Parsons ha hecho interesantes observaciones.
Ese papel central
concede al dinero una potencia que le permite dominar la vida social y
subordinar a los trabajadores a su imperio. Entonces el dinero se
transforma en capital, dinero que crea riqueza por el préstamo
crediticio con interés, o a través de la inversión productiva en la
actividad económica (El capital, Sección Segunda, La
transformación del dinero en Capital). Es el capital el que crea
riqueza, y no el trabajo. Marx lo expresa con una fórmula: D’ = D + ΔD.
Determinado como fuente de la riqueza por el mecanismo del mercado, el
capital es capaz incluso de comprar fuerza de trabajo; transforma a la
propia fuerza de trabajo que crea el valor, en una mercancía que puede
comprarse y venderse en el mercado de trabajo a cambio de un salario. El
valor no es creado ya por el trabajador, sino por el empresario que
compra la fuerza de trabajo y la emplea para su propio beneficio. Y el
valor pertenece a quien lo crea, como señalaba John Locke al fundar el
liberalismo.
Ese crecimiento del capital, representado por el
interés y el beneficio, viene a ser la expresión de la reproducción
ampliada de la producción capitalista, su crecimiento compulsivo
constante. En el momento en que deja de crecer sobrevienen crisis con
sus consecuencias desastrosas: paro obrero, hambrunas y miseria
generalizada, guerras civiles e internacionales, sistemas políticos
totalitarios, etc. Es además un crecimiento deforme y desequilibrado,
que da origen a la sobreproducción de mercancías, al
sobredimensionamiento de la capacidad productiva, a la inversión en
sectores monstruosos como el armamento de destrucción masiva, etc. El
desarrollo del capital es un mecanismo de alienación, pues conduce a que
el ser humano pierda el control sobre los procesos temporales, en los
que están envueltas tanto la vida personal de los individuos, como la
historia colectiva de la sociedad. Las crisis de sobreproducción
capitalista, que conducen a conflictos y guerras espantosas, son un
claro ejemplo de esa falta de control sobre los procesos históricos. La
incapacidad para resolver los problemas ambientales, creando una
relación armoniosa y equilibrada con los ecosistemas naturales, son otro
ejemplo claro de los inconvenientes del modo de producción capitalista,
que puede acabar con la especie humana e incluso con la vida en el
planeta Tierra.
Si desde el punto de vista moral, resulta
insatisfactorio tratar a los seres humanos como meros portadores de
fuerza de trabajo que se compra y se vende en el mercado, desde el punto
de vista económico resulta ineficiente a largo plazo. La racionalidad
exigible para un sistema económico compatible con el medio ambiente
terrestre no se basa en la eficacia capitalista –que consiste en
incrementar constantemente el producto nacional bruto-, sino en la
eficiencia –cuyo objetivo es alcanzar las satisfacción de las
necesidades al menor costo posible, ahorrando lo medios-.
Con
esta observación, desarrollamos el marxismo en sentido ecologista, como
clave más acuciante de los problemas actuales de la humanidad. Pero
volvamos al planteamiento de Marx: la eficacia capitalista solo funciona
a corto plazo; ni siquiera es eficaz a largo plazo, porque genera
crisis de sobreproducción que conllevan una ingente destrucción de
fuerzas productivas en las crisis y guerras que suceden sin final. La
injusticia del sistema, que trata a los trabajadores como objetos de
compra-venta, genera un desequilibrio en la evolución social que acaba
redundando en la destrucción periódica de la riqueza creada. Como en la
torre de Babel, los hombres construyen una escalera al cielo que acaban
abandonando, no por una maldición divina, sino por la confusión y la
ignorancia. Veamos por qué.
La tercera distorsión: la creciente explotación del trabajo y la tierra
En el capítulo IV de la Sección Tercera del Primer Tomo de El Capital,
Marx explica que la explotación de los trabajadores nace de haber
considerado la fuerza de trabajo como una mercancía. A continuación, en
el capítulo V, determina en qué consiste esa explotación, a través de la
noción de trabajo excedente que da origen a la plusvalía o plusvalor. Si
el plusvalor surge, es únicamente en virtud de un excedente
‘cuantitativo’ de trabajo, en virtud de haberse prolongado la duración
del mismo proceso laboral (op.cit. 239). En el modo de
producción capitalista ese plusvalor da origen al beneficio del capital,
cuando los valores de uso producidos por el trabajador son vendidos en
el mercado
El plusvalor se representa monetariamente mediante
el interés del capital prestado o el beneficio del capital invertido.
Pero hay una diferencia entre el grado de explotación de los
trabajadores y la tasa de ganancia de los empresarios que los emplean.
Detengámonos en esos conceptos explicados en el capítulo VII de esa
Sección Tercera del Primer Tomo; nos van a mostrar una tercera
distorsión que el mecanismo del precio mercantil introduce en la
valoración de la producción económica. Nos dice Marx: ‘La tasa de plusvalor es la expresión exacta del grado de explotación de la fuerza de trabajo por el capital’ (op.cit. 262).
Esta tasa de plusvalor es el cociente entre el plusvalor, el excedente
de trabajo que el obrero se ve obligado a hacer para su empleador, y el
trabajo necesario para la reproducción de la fuerza de trabajo,
representado por las mercancías que necesita comprar ese mismo obrero
para subsistir. Marx construye una ecuación para visualizar esa
relación: p/v (siendo p = plusvalor o trabajo excedente, y v = capital
variable o capital invertido en la remuneración de los trabajadores)
En este punto de El capital, Marx distingue la tasa de plusvalor y ‘la
valorización del valor del Capital adelantado…, como excedente del
valor del producto sobre la suma de valor de sus elementos productivos’;
indicando que es un error muy frecuente entre los economistas confundir
la tasa de plusvalor antes definida con esa valorización del capital.
Ésta consiste en los beneficios del capitalista, que se queda con el
plusvalor producido por los trabajadores, y se corresponde con el hecho
de que el dinero adelantado para poner en marcha la producción genera un
rédito que son los intereses del capital.
Si saltamos ahora
hasta el Tercer Tomo, Sección Primera (La transformación del plusvalor
en ganancia y la tasa de plusvalor en tasa de ganancia), Capítulo II,
Marx y Engels definen la valorización del capital como tasa de ganancia,
que viene dada por la fórmula p/(c+v) (siendo p = plusvalor o trabajo
excedente, c = capital constante o capital invertido en los factores
productivos, y v = capital variable o capital invertido en las
remuneraciones de los trabajadores). El plusvalor se hace ganancia
capitalista transformándose en dinero al vender los productos en el
mercado. La tasa de plusvalor (p/v) se debe hacer tasa de ganancia
(p/c+v) en el mismo proceso de venta. Pero mientras la tasa de plusvalor
es una relación entre las horas trabajadas para satisfacer las
necesidades del obrero y las horas que el obrero tiene que hacer para su
patrón, la tasa de ganancia es una relación entre el capital total
invertido, C = c+v, y las ganancias del capitalista, el plusvalor
convertido en forma monetaria por la venta mercantil de plusvalor.
Si
el capitalismo fuera un modo de producción estable, que pudiera
sostenerse mediante su reproducción simple, quizás ese problema no sería
demasiado grave. Mas no es así. El capitalismo necesita la reproducción
ampliada, incrementando siempre las inversiones y las ganancias totales
conseguidas mediante el plusvalor arrancado al trabajador. Como
consecuencia del desarrollo del modo de producción, el capital constante
aumenta permanentemente. Y por tanto, al incrementarse el capital
constante, en la fórmula C = c+v, disminuye la proporción del capital
variable; con lo cual la tasa de plusvalor (p/v) necesita multiplicarse
creciendo exponencialmente, mientras que la tasa de ganancia (p/(v+c)) lo
hace de forma mucho más modesta o incluso puede disminuir.
Ese fenómeno se denomina Ley de la baja tendencial de la tasa de ganancia, en la Sección Tercera del Tomo III de El capital: ‘una tasa creciente de plusvalor tiene tendencia a expresarse en una tasa declinante de ganancia’ (op.cit.
309). Marx y Engels exponen en el Capítulo XIV de la misma Sección
Tercera cómo el capitalista se esfuerza en contrarrestar esa realidad: elevación del grado de explotación del trabajo, reducción del salario por debajo de su valor, abaratamiento de los elementos del capital constante (materias primas, energía, tecnología, infraestructuras, etc.), sobrepoblación relativa (el llamado ‘ejército de reserva’, los parados que actúan como fuerza de trabajo barata a disposición del capitalista), el comercio exterior y el aumento del capital accionariado.
Los rendimientos decrecientes del capital deben reponerse aumentando la
explotación del trabajo e incrementando exponencialmente la
productividad del trabajo, desvalorizando la riqueza terrestre y
globalizando la producción económica. Como el capitalista solo invertirá
si se garantizan los beneficios, y buscando además que estos crezcan lo
máximo posible, la explotación de los trabajadores y de la tierra tiene
que incrementarse permanentemente en el sistema.
A continuación
en el Capítulo XV de ese mismo Tomo III, los autores exponen las
contradicciones del desarrollo capitalista, que han de determinar antes o
después su decadencia definitiva y su sustitución por un nuevo modo de
producción. La acumulación acelera el descenso de la tasa de
ganancia, en tanto con ella está dada la concentración de los trabajos a
gran escala y, por consiguiente, una más alta composición del capital (el aumento del capital constante en la fórmula C = c+v). Por
otra parte, la baja de la tasa de ganancia acelera, a su vez, la
concentración de capital y su centralización mediante la expropiación de
los capitalistas menores…
Como señala el Manifiesto Comunista, toda la sociedad tiende a dividirse en las dos clases fundamentales del modo de producción capitalista, eliminando los estratos intermedios. Y como señaló Aristóteles una sociedad estable es aquella que tiene una clase media fuerte y numerosa. La dinámica capitalista conduce inexorablemente a la confrontación de clases y la revolución social. El capitalismo solo dispone de un medio para evitar esa dinámica destructora de sí mismo: ser moderado mediante la intervención del Estado en una economía del bienestar, consiguiendo redistribuir la riqueza mediante los impuestos, la planificación y la producción de bienes públicos. Es necesario superar el liberalismo hacia el capitalismo de Estado, como etapa necesaria para la superación del modo de producción mismo.
La cuarta distorsión: el papel de la innovación tecnológica
El
crecimiento decreciente del rendimiento capitalista, la ley de la baja
tendencial de la tasa de ganancia, impulsa a los capitalistas a buscar
por todos los medios un aumento de sus ganancias. Uno de los medios más
eficaces que tiene a su disposición consiste en buscar el apoyo de los
científicos que le prestan sus conocimientos para mejorar los
rendimientos industriales. El desarrollo tecnocientífico del capitalismo
ha sido impresionante en los últimos siglos, pero lo más sorprendente
es que detrás de ese desarrollo se encuentre el ansia de beneficios de
los empresarios, alcanzado mediante la explotación de los trabajadores.
El burgués moderno ha sido descrito por Goethe en el personaje de
Fausto, que busca alcanzar la perfección mediante la acción productiva
ayudado por el diablo Mefistófeles. El mal es inseparable de la
producción, al menos en el orden social capitalista, lo que Schumpeter
llamaba la destrucción creativa.
Gracias a la innovación
tecnológica se obtiene un incremento multiplicado del plusvalor,
necesario para remontar la tendencia a la disminución de las ganancias.
El mecanismo que hace posible ese prodigio es denominado plusvalor relativo en El capital,
Tomo I, Sección IV. El empresario introduce una nueva técnica, cuando
sirve para incrementar la productividad del trabajo, de modo que un
obrero puede producir una cantidad multiplicada de mercancías en el
mismo tiempo. Como las condiciones laborales de éste son las mismas por
término medio que el resto de los trabajadores, esa productividad
incrementada multiplica a su vez la cantidad de plusvalor arrancado al
trabajo por el capital. Ese aumento en la cantidad de plusvalor se
transforma en ganancias extraordinarias, al convertir el valor de los
bienes así producidos en dinero por la venta en el mercado. El
capitalista puede competir en condiciones ventajosas hundiendo a las
empresas rivales, que todavía no se han hecho con la innovación
tecnológica, quedándose para sí con toda la plusvalía producida. Marx
explica cómo en la India las mercancías inglesas hundieron la industria
textil por la competencia. Para ello el gobierno inglés tuvo que abolir
las leyes que prohibían la importación y limitaban el comercio, ocupando
el territorio.
En ese paso de su exposición Marx expone la distinción entre el plusvalor absoluto y el plusvalor relativo del siguiente modo: Denomino
‘plusvalor absoluto’ al producido mediante la ‘prolongación’ de la
jornada de trabajo; por el contrario, el que surge de la ‘reducción’ del
tiempo de trabajo necesario, y del consiguiente cambio en la
‘proporción de la magnitud’, que media entre ambas partes componentes de
la jornada laboral, lo denomino ‘plusvalor relativo’ (Volumen 1, Sección Cuarta, Capítulo X, Concepto de plusvalor relativo, op.cit.,383). Lenin expone la diferencia entre plusvalía absoluta y relativa, casi con las misma palabras en su trabajo sobre El plusvalor,
que resulta un resumen de la cuestión. Precisamente por su carácter
resumido, puede llevar a confusión: hay quien entiende de modo
simplificado la diferencia entre plusvalor absoluto y plusvalor
relativo, como la diferencia entre alargar la jornada en términos cuantitativos añadiendo más horas de trabajo, plusvalor absoluto, y acortar el tiempo de trabajo necesario para reponer el gasto de fuerza de trabajo expresada en el salario, plusvalía relativa. Pero la cosa tiene más miga.
Para
entender bien este párrafo hay que tomar la definición de plusvalor
absoluto que Marx realiza en los capítulos anteriores, en la que éste se
explica como una realidad constitutiva del modo de producción
capitalista, sin la cual no podría funcionar, ni siquiera haber
aparecido sobre la tierra. En cambio, el plusvalor relativo es definido
como ‘cambio en la proporción de la magnitud’, estos es, como la
multiplicación del plusvalor absoluto conseguida mediante la fabulosa
productividad que permite la introducción de innovaciones técnicas. Eso
significa que la plusvalía relativa es el factor de cambio en el modo de
producción capitalista, haciendo posibles las inversiones productivas,
la recuperación de la tasa de ganancia y la reproducción ampliada del
capital.
Pues el efecto de una innovación en la sociedad es mucho
más profundo que un mero aumento de productividad; ese aumento modifica
el orden social capitalista y la correlación de fuerzas políticas entre
las clases sociales, hasta el punto de que pueda hablarse de la
creación de una formación social diferente, provocada por los cambios
estructurales que trae la innovación tecnológica. Véanse, por ejemplo,
las importantes transformaciones de toda índole que ha traído la última
revolución tecnológica de la informática: automatización de las fábricas
sustituyendo los trabajos físicos que son realizados ahora por
máquinas, sustitución de empleados cualificados y funcionarios en la
administración de empresas privadas y públicas, revolución en las
telecomunicaciones y en el acceso a la información, etc
Sin
embargo, lo que más interesa desde el punto de vista marxista son sus
efectos sobre las luchas sociales –puesto que la lucha de clases es el
motor de la historia-. Los efectos para la clase obrera son
devastadores. Marx se dedica a analizarlos en el Capítulo XIII, Sección
IV del Tomo I, a partir de la introducción de la máquina de vapor como
fuerza motriz en la industria. En primer lugar, millones de trabajadores
fueron lanzados al paro, sustituidos por las máquinas; de ese modo
aumenta el número de obreros en busca de trabajo, es decir aumenta la
oferta de fuerza de trabajo, que se desvaloriza así por las leyes del
mercado. En segundo lugar, aparecieron trabajos que requerían menor
fuerza física y menor habilidad, de modo que los profesionales fueron
sustituidos por peones, y en algunos casos por mujeres y niños en
trabajos que no requerían fuerza física. En tercer lugar, el
abaratamiento de las mercancías abarató también la fuerza de trabajo que
se sirve de ellas. En todos esos aspectos el precio de la fuerza de
trabajo disminuye en beneficio de la valorización del capital. Como
señala Marx: la maquinaria desvaloriza la fuerza de trabajo (capítulo XIII del Tomo I, op.cit.
481). Se trata de un resultado de la lucha de clases: la burguesía
utiliza la ciencia para derrotar a los trabajadores en un ciclo que
lleva de la innovación tecnológica al paro, y de éste al descenso de los
salarios y la intensificación de la explotación: Se podría escribir
una historia entera de los inventos que surgieron, desde 1830, como
medios bélicos del capital contra los amotinamientos obreros (op.cit. 452)
Pero
ni la ciencia, ni la técnica, llevan en su esencia el estigma de la
explotación y la alienación de los trabajadores. Marx recuerda que la
introducción del molino en el modo de producción antiguo, fue saludada
por los poetas romanos como un avance que liberaría a las mujeres del
pesado trabajo de moler el grano. Solo en el medio social del
capitalismo los avances tecnológicos se convierten en elementos para la
esclavización de los trabajadores –por los motivos expuestos-. Ello se
hace posible porque el orden social burgués está dominado por los
poseedores de capital, que pueden hacer las leyes a su medida. En cada
coyuntura del proceso de desarrollo del capital, las leyes se ajustan a
las necesidades de ese desarrollo. Se trata de una acción conjuntada de
medios políticos y técnicos, que hacen posible obtener el sometimiento
de los trabajadores
Así, las consecuencias que la revolución
informática ha traído para el siglo XXI son devastadoras desde el punto
de vista del desarrollo histórico: la desaparición de la clase obrera
industrial en los países desarrollados con la consiguiente derechización
de las sociedades opulentas e imperialistas y la degradación moral que
eso supone; paralelamente la descomposición del campo socialista y su
transformación en un área pauperizada y sometida al imperialismo; además
el neoliberalismo depredador e irracional que conduce a la humanidad al
borde de un abismo de caos ecológico con peligro para la biosfera. Por
citar algunos ejemplos que me vienen a la mente.
Otra observación
importante de Marx acerca del uso de la tecnología por el capitalismo,
es que una innovación tecnológica solo será introducida en el sistema
cuando produzca un beneficio para el capitalista a través de la
plusvalía relativa. No serán introducidas innovaciones que puedan
interesar a la población o a los trabajadores, a menos que ayuden al
capitalista a mantener su dominio de la sociedad. Por ejemplo, el
desarrollo de una maquinaria bélica espeluznante por sus efectos sobre
la población, no tiene más sentido que sostener el poder establecido
sobre la base del terror y la crueldad. Como puede observarse, las
distorsiones graves, que se producen en las aplicaciones tecnológicas de
la ciencia por el capitalismo, cuya condición es la plusvalía relativa,
conducen a la humanidad al abismo de la desaparición como especie
inviable, y ponen en peligro la propia vida en la Tierra
Los avances técnicos configuran la dinámica del capitalismo, según expone Ernest Mandel en su estudio sobre Las ondas largas del desarrollo capitalista.
Las innovaciones aparecen por la necesidad del capitalismo de
transformar la estructura productiva con el objetivo de combatir el
rendimiento decreciente de sus inversiones de capital. Quizás la
explicación de Mandel no se ajuste perfectamente a los hechos, pero la
intuición subyacente es correcta y sus aportaciones importantes. En su
libro El capitalismo tardío, Mandel estudia los efectos de la
informatización sobre la industria capitalista. La onda larga de la
revolución informática ha terminado, en el sentido de que el capital ya
no es capaz de extraer ganancias extraordinarias a partir de esa
tecnología, dado que está extendida por todo el sistema y no sirve para
aumentar la competitividad empresarial. Esa realidad ha llevado a buscar
rendimientos capitalistas de forma espuria, y a una crisis de
superproducción en el área de la construcción de edificios, provocada
por el ansia desesperada de beneficios.
Pero hoy ya es evidente
que se está preparando un nuevo ciclo productivo, y una nueva formación
social asociada a éste, a partir de la revolución agrícola basada en las
tecnologías de manipulación genética. Las consecuencias de esa nueva
secuencia de desarrollo capitalista son previsibles, en los nuevos
desastres que están aguardando a la humanidad en este siglo que acaba de
comenzar. Más que nunca se hace necesario comenzar la fase de
transición al socialismo basada en el capitalismo de Estado, siguiendo
la estela trazada por los comunistas chinos y la República Popular.
Conclusiones
Los
rasgos estructurales del modo de producción capitalista, lo configuran
como un modo de producción que no puede dejar de crecer y desarrollarse,
pero ese crecimiento lo hace de un modo deforme y monstruoso,
atravesando crisis pavorosas y provocando guerras constantes. El
desarrollo del capitalismo, que Marx llama ‘la reproducción ampliada del capital’,
es una necesidad del sistema de explotación y una consecuencia de la
injusticia que constituye su mismo fundamento. Esa injusticia se
constituye como desvalorización del trabajo humano vivo para valorizar
el capital, trabajo humano muerto, y se traduce en la alienación
histórica, el hecho de que la sociedad se constituya como una dinámica
sin control posible por la razón humana. La opresión de los individuos
se corresponde con la alienación social e histórica.
Es claro que
la ciencia económica liberal es incapaz de aportar soluciones a la
crisis que ella misma ha creado. Ésta muestra además que el capitalismo
neoliberal ha acabado ya su función histórica de restablecer la
hegemonía mundial de la OTAN. Podemos observar que la emergencia de la
República Popular China ha trastocado el panorama internacional, no solo
como potencia hegemónica en la producción de mercancías, sino también
frenando el expansionismo militarista del imperialismo. Queda muy poco
para que sustituya también la expansión industrial y tecnológica del
neoliberalismo, por un desarrollo más apropiado a las necesidades
humanas
Los problemas que la economía neoliberal ha traído a la
humanidad, ya estaban previstos en el análisis de Marx y Engels. Y
demuestran que su crítica era acertada. Aquí hemos interpretado esa
crítica desde un punto de vista epistemológico, como las insuficiencias
provocadas por la medición capitalista del valor económico. Lo que la
experiencia histórica nos aporta respecto de las tesis de El capital,
es una nueva distorsión introducida por el precio mercantil en la
medida del valor: su ignorancia respecto de las utilidades producidas
por la naturaleza de forma gratuita y limitada, que son destruidas por
la falsa eficacia capitalista, con la consecuente crisis ambiental y
caos ambiental. La experiencia reciente no modifica la intuición
fundamental de Marx y Engels, sino que la hace más acuciante y radical.
Es
evidente que se está preparando una nueva formación social capitalista,
que intentará explotar las biotecnologías en beneficio del dominio de
las grandes empresas de la agroindustria. Resulta tan peligroso
manipular las fuentes de la vida, que esa nueva innovación tecnológica
habrá de ser cuidadosamente planificada. Sin embargo, la mayor parte de
los estudiosos de este tema señalan que el actual uso de los OGM
(organismos genéticamente modificados) está resultando desastroso para
la vida y los ecosistemas. Dado que las empresas utilizan la innovación
tecnológica para su propio beneficio, y no para mejorar la calidad de
vida de las poblaciones, es de esperar que esto siga siendo así, a menos
que la población se oponga a tales desarrollos.
La necesidad de
cambiar ese modo de producción es evidente. También es claro el fracaso
de haber intentado hacerlo de modo compulsivo, a través de una
dictadura férrea y quemando etapas previas. Según muestran los hechos
históricos recientes, el camino para superar el capitalismo pasa por la
construcción de un capitalismo de Estado con una economía mixta, estatal
y privada, como fase de transición hacia el socialismo.
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