Por el contrario, esos trabajadores de la gestión que son los manipuladores de grandes capitales, continuamente convierten su trabajo en capital. Y se comportan realmente, no como propietarios nominales de su pequeña porción en la empresa, sino como poseedores reales de todo el que está bajo su dominio.
No es entonces lo mismo. Si el "trabajador propietario" es arrastrado a la defensa del capital, el "propietario trabajador" no lo es a la defensa del trabajo: "Gana la banca".
Lo que me parece poco acertado del artículo es el esquematismo con que defiende a los estados capitalistas como parapeto frente a los mercados, a los que realmente sirven.
El debate sobre la permanencia o no en la Unión Europea, y en concreto en el ámbito de su moneda, es más complicado que todo eso. De ningún modo me parece nacionalismo estrecho romper con la Europa de los mercaderes, aunque seguramente es algo que no debe hacer un país aisladamente. Mucho mejor sería, si es posible, lograr fuerza común en los "países proletarios", bien para apostar fuerte y dar un golpe en la mesa enfrentándose a los "países propietarios", bien para intentar otra Europa desgajándose de ellos.
Aunque (soñemos un poco) sería mejor convencer a los "trabajadores propietarios" (de Grecia o España, pero también de Alemania u Holanda) de que no tienen futuro como tales. De que como propietarios valen menos que una cagarruta, porque si pierden su trabajo ¿cuánto les durará su "capital"?
¿Seré yo la voz que clama en el desierto? El tiempo lo dirá. De momento también me llamo Juan...
Rebelión
Llevo un tiempo
desilusionado y desganado con lo que ocurre en la realidad. Lo que
sucede en la realidad contradice mi fondo de esperanza, que no es otro
que ver algún día una manifiesta y aplastante victoria del trabajo sobre
el capital. Solo observando los conflictos sociales de Ucrania podemos
comprobar que las luchas entre las grandes regiones económicas están
determinando el curso del desarrollo social y no las luchas sociales
entre capital y trabajo. Me desgana aún más ver a insignes
representantes de la izquierda radical caer una y otra vez en el mismo
error: tomar como punto de partida de sus análisis no lo que ocurre en
la realidad, sino lo que gravita en su pensamiento. Siguen presa de la
representación de la lucha de clases del siglo XIX y principios del
siglo XX: las diferencias entre el capital y el trabajo eran en ese
entonces claras y sus contornos no se confundían. Pero aquel mundo ha
dejado de existir. No en el sentido de que la lucha de clases y con ella
las clases sociales hayan desparecido, sino en el sentido en que las
transiciones entre las clases sociales y las formas mixtas de clase son
lo dominante. Este mundo nuevo, que tomó cuerpo después de la segunda
guerra mundial, fue lo que provocó el revisionismo de los partidos
comunistas europeos y la volatilización de los principios de la
izquierda radical, que sigue moviéndose en los márgenes de la historia.
Sigue hablando de los trabajadores como si constituyeran una masa
homogénea con intereses comunes fáciles de organizar, aunque la
realidad, y la prueba la encontramos en las consultas electorales, sigue
demostrándoles que dicha masa es enormemente heterogénea.
La heterogeneidad de las clases sociales: propiedad y gestión
En el siglo XIX quienes percibían beneficios se volvían ricos, mientras
que los que percibían un salario solo tenían para satisfacer sus
necesidades básicas. Antes para enriquecerse había que ser propietario
privado de los medios de producción, mientras que hoy día puedes
enriquecerte hasta los topes sin necesidad de cumplir con ese requisito.
Desde que surgieron las grandes empresas, desde que la propiedad de las
empresas se volvió social, los grandes directivos se volvieron los amos
del mundo. En concepto de salario, primas e incentivos ganan más dinero
en un mes que lo que ganan en concepto de beneficio los pequeños y
medianos capitalistas en un año. Resulta contradictorio que cuando
sobrevino la propiedad social de las empresas, cuando los propietarios
de las empresas se cuentan por millones, el enriquecimiento de las
minorías se ha vuelto disparatado e incontrolable. A los consejos de
administración de las grandes empresas nadie los controla y sus miembros
ganan lo que quieren. Han convertido el contrario del capital, esto es,
el trabajo, bajo la modalidad especial de directivo, en una fuente de
tal caudal de ingreso que el más avispado de los capitalistas del siglo
XIX jamás pudo imaginar. Marx celebraba el advenimiento de las
sociedades anónimas, con la separación de la propiedad de la gestión,
como un momento clave en la transición entre la sociedad capitalista y
la sociedad socialista. Se demostraría de ese modo que los capitalistas
se enriquecían no por su trabajo sino por ser los propietarios de los
medios de producción. No pudo imaginar en ese entonces que el golpe de
gracia a favor del capitalismo más desaforado iba a provenir de la
función de trabajo y no de la función de la propiedad. Y así ha sido:
los sueldos de los directivos de las grandes empresas no dejan de
impresionarnos. Los sueldos, por ejemplo, de los directivos del BBVA
pueden ascender a 7 millones de euros anuales. En diez años se vuelven
inmensamente ricos.
Hay otra cuestión más importante. Para
dominar el mundo no necesitas poseer la mayoría de las acciones de una
empresa. Piénsese que Emilio Botín posee solo el 1 por ciento de las
acciones del Banco Santander y preside esa entidad bancaria desde 1986.
Su patrimonio asciende a más de 1.600 millones de euros. Se ha
enriquecido mediante la función de trabajo y mediante la propiedad
minoritaria del banco. Hay un cambio sustancial en las relaciones entre
capital y trabajo tal y como se daba en el siglo XIX y tal como se ha
ido dando desde los años veinte del siglo pasado. Capitalistas, en el
sentido de propietarios de acciones, lo son una gran masa social, donde
debemos incluir a muchos trabajadores. Los trabajadores dueños de
acciones no son trabajadores puros, han sido flechados por las formas
del capital y cobran dividendos, aunque sean en poca cantidad. Y los
directivos, como Emilio Botín, son capitalistas flechados por la función
de trabajo, la de gestor, y por ese concepto se enriquecen más que por
su condición de propietario de capital. O para mayor precisión: el
dinero que ingresan bajo el concepto de salario lo convierten de
continuo a la forma de capital. De ahí que afirme que las clases
sociales en la actualidad no son puras sino mixtas. Pero los líderes más
destacados de la izquierda radical siguen representándose el mundo de
forma errónea: en un lado ponen a los trabajadores, como una gran masa
social desposeída de los medios de producción, y enfrente ponen a los
capitalistas, como los grupos minoritarios propietarios de los medios de
producción. Les domina la representación de la lucha de clases del
siglo XIX frente a la realidad actual, donde solo el caso de Emilio
Botín demuestra que el mundo ya no es aquel, pues poseyendo solo el 1
por ciento de las acciones tiene el poder del Banco de Santander, esto
es, el poder de un capital social cuya capitalización asciende al 28 de
febrero de 2014 a 75.909 millones de euros.
Los dueños de
preferentes y subordinadas, aunque sean muchos de ellos familias de
trabajadores y hayan sido estafados, han participado de los beneficios
que reporta las formas del capital productor de interés. Luego una gran
masa de trabajadores no solo perciben ingresos derivados de su función
de trabajo, sino también de su función de propietarios de capital. Si a
ello sumamos el hecho de que hay bastantes trabajadores que tienen
viviendas en alquiler, esto nos afianza aún más en la idea de que las
clases sociales tienen formas mixtas. Y las formas mixtas es el anuncio
de que vivimos en una época de transición. Lo que sucede es que muchos
creen que cuando se habla de transición se habla de un periodo corto, de
un puente que nos lleva de un lugar a otro; pero en la historia
económica esto no es así: los periodos de transición pueden durar
siglos.
La globalización y la adecuación de las fuerzas sociales
Que el mundo se haya vuelto global significa no solo una mayor
interdependencia entre las naciones respecto a periodos anteriores,
puesto que desde el descubrimiento de América podemos considerar que el
mundo inició la etapa de su globalización, sino que la regionalización
de la economía ha recibido nuevos impulsos –la Unión Europea es una de
las pujantes manifestaciones de esa regionalización– y los fenómenos
económicos se han vuelto más simultáneos, hecho que se demuestra
fundamentalmente en el ámbito financiero. La época de la globalización
exige fuerzas sociales globales y, por lo tanto, superpoderosas. En este
respecto son las grandes empresas y en especial los grandes bancos los
que más se adecuan por sus dimensiones al mundo global. Han quedado por
detrás los Estados y aún más por detrás los partidos políticos. De ahí
la importancia de los macroestados, como son los casos de EEUU, China y
Rusia, como medio para combatir el desenfreno generado en el mercado
mundial por las grandes empresas. De ahí igualmente la necesidad de
avanzar en el proceso de institucionalización de la Unión Europea. No
podemos pensar en pequeño y actuar con fuerzas pequeñas en el periodo
histórico donde domina lo grande. En este sentido las tendencias
dominantes en la izquierda radical siguen siendo desoladoras: por una
parte, por esa tendencia imparable a crear pequeñas formaciones
políticas, y por otra parte, por esa tendencia carente de horizonte y de
apego a la realidad que la lleva a defender que España se salga de la
unión monetaria europea. Si ya desde la Unión Europea resulta difícil
luchar contra las fuerzas capitalistas globales, mucho más lo será desde
una nación aislada. Creo que sin la mentalidad de pensar en grande en
el ámbito de la actuación política, el destino de la izquierda radical
seguirá siendo los márgenes de la historia.
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