Rebelión
(...)
Los términos políticos que no utilizamos porque son tabú forman el
rastro que deja el poder desnudo que funda un determinado orden social,
sirviéndose normalmente de nuestra reacción contra él. Y existen varias
vías por las que esas palabras nos gobiernan: nos gobiernan cuando las
decimos y cae sobre nosotros el castigo esperado; nos gobiernan también
cuando respetamos la prohibición o la quebramos con la boca chica, como
el niño que acusa al otro de haber dicho “hijo-de-y-lo-que-sigue” para
así decir y no decir “hijo de puta”; nos gobiernan, por último, cuando
las empleamos colectivamente en los momentos permitidos, los carnavales
de la izquierda (sean debates de televisión o manifestaciones anodinas).
De
nuevo cito a Juan Carlos Monedero, que siempre insistía: realmente
tienes una idea clara de lo que quieres decir cuando puedes poner un
ejemplo. La Guerra Civil y la represión franquista garantizaron que el
término “comunista” estuviera proscrito, la Transición convirtió esa
prohibición despótica en un tabú, que podía ser quebrado colectivamente
por un PCE reducido a folclore mientras que el sistema político, en la
práctica, convertía la represión despótica franquista en ley y
resucitaba, con fondos de la CIA, el PSOE como buque insignia de la
izquierda (tendremos tiempo de volver sobre el palabro). Y ahí comienza
el largo desaprendizaje político que a duras penas comenzó a rehacerse,
siempre a trompicones, cuando el insigne José María Aznar decidió que
España podía declararle la guerra a Irak.
El reflejo verbalizable
de los tabúes son los significante vacíos (salió, por fin, Laclau,
referente intelectual explícito de los promotores de Podemos). Éstos son
palabras que se han desgastado con el uso igual que las monedas y que
pueden significar tantas cosas que realmente no significan nada. Son
palabras que sirven, básicamente, para que uno diga lo que no quiere
decir y crea llegar a un consenso cada vez que se produce una derrota.
Los significantes vacíos son útiles políticamente en la medida en que
los llenamos, y si no son como un barco de cáscara de nuez que no lleva
dulce miel sino, en el mejor de los casos, nada.
Confundir este
punto es uno de los grandes errores históricos de la izquierda
tardo-franquista (desde 1975 hasta ahora) y por eso la Constitución de
1978 está llena de significantes vacíos que el PCE aplaudió con las
orejas porque creía ver en ellos una posibilidad de transformación
social al mismo tiempo que comulgó con ruedas de molino, a veces sin
saberlo, cada vez que la derecha y los poderes fácticos nos colaban una
palabra con connotaciones claras. Entre los primeros, “Estado social y
democrático” (art. 1), “pueblo” (ibid), “nación” (art. 2),
“nacionalidad” (ibid), “autonomía” (ibid), “partidos políticos” (art.
6), “derechos fundamentales” (art. 15-29), “derecho al trabajo” (art.
35), “planificación” (art. 38), “vivienda digna y adecuada” (art. 47),
etc.; entre los segundos, “Monarquía” (art. 1), “indisoluble unidad”
(art. 2), “instrumento fundamental de participación política” (art. 6),
“deber de trabajar” (art. 35), “los poderes públicos garantizan y
protegen [la economía de libre mercado] y la defensa de la
productividad” (art. 38), etc.
Mientras no llenamos de sentido
los significantes vacíos, éstos contribuyen a reproducir los tabúes con
los que conectan. El caso del término “partido” es muy ilustrativo.
Durante el franquismo, y sobre todo a partir del declive de la “familia”
falangista, “partido” era un término proscrito, asociado al PCE. En la
Transición, sin embargo, se rescata vaciado de contenido para
convertirlo en “instrumento fundamental de participación política” y,
por esa vía, en aparato del Estado y válvula de control frente al
descontento. El PCE no pudo o no quiso oponerse a ese vaciamiento y el
término “partido” ha terminado convirtiéndose en tabú, haciendo aquí
también que los descontentos asuman como ley los mandatos de la antigua
voluntad despótica.
El tabú que recae sobre la palabra es un fetiche y por tanto funciona como una trampa. Igual que el viejo blasfemo de La Vida de Brian,
podemos violar las prohibiciones creyéndonos muy radicales y sin evitar
que nos lluevan piedras. Frente a eso siempre cabe la opción defendida
por el difunto Agustín García Calvo: desprendernos de cada uno de los
términos que el poder ha dejado inservibles por unos u otros motivos.
Pero esa es una solución para iluminados. La otra vía, potente sin duda,
es la de pelear los significados, y decir que democracia no es eso sino esto, donde “esto” puede no ser todavía un significado pero es un sentido acompañado de una práctica.
La
justificación de esa estrategia es clara: allí donde hay un tabú o un
significante vacío hay sin duda poder, pero el poder no está en el
término sino en las relaciones que lo atraviesan. Quienes ocupan una
posición privilegiada nos gobiernan con el lenguaje porque temen el
significado de ciertas palabras (comunista, por ejemplo) y se benefician
de la elasticidad de otras muchas (democracia, pueblo…). Con las
primeras, viejas y nuevas, nos inventamos a nosotros mismos. Con las
segundas disputamos la hegemonía (salió el término gramsciano, otra
muleta teórica confesa de los promotores de Podemos) a quienes la
detentan. Al hacerlo estamos, desde luego, rompiendo el tabú, pero de
una forma muy peculiar: por una parte, es una ruptura colectiva, y no el
absurdo brindis al sol de un viejo blasfemo; por otra, es una ruptura
que se sale de los cauces establecidos y disputa los significantes
vacíos llenándolos de contenido, diferenciándose por tanto de un
estallido de carnaval. En resumen, lo que se hace es ignorar el tabú y
tomar posesión del vocabulario.
Es por estos motivos que resulta
tan interesante, tan crucial, prestar atención a los tabúes de Podemos,
ya que éstos son prueba de que Podemos pretende ignorar el tabú
respetándolo, y pretende tomar posesión del vocabulario sin acabar con
su flacidez. Podemos tiene muchos tabúes, pero nosotros vamos a
centrarnos, en lo que sigue, en los cuatro que consideramos
fundamentales.
Primer tabú: “Partido”
Podemos no es un partido, es un método. Podemos no es un partido, es
una multitud (primera muleta teórica implícita: Antonio Negri) de
círculos ciudadanos. En rigor, Podemos ahora mismo es una nebulosa tras
la cual se puede entrever cierta forma definida. Para analizar esa
nebulosa debemos asumir que estamos tomando en consideración la
información que ellos proporcionan sobre sí mismos, pero lamentablemente
puede haber más que aquello que Podemos deja ver: en 1982 Felipe
González también se recorrió España en autobús y también daba la
impresión de ir con lo puesto. Hecha esa advertencia, lo cierto es que
dar un voto de confianza a los promotores de Podemos en lo que se
refiere a la transparencia no es suficiente para echar por tierra el
análisis que aquí presentamos.
Por lo que sabemos, Podemos es en
primer lugar sus promotores, bien organizados y con tareas bien
distribuidas, apoyados en una red de contactos de tamaño medio (todos o
casi todos se conocen en persona) que hacen el trabajo cotidiano. En
segundo lugar, Podemos es un aparato y una base militante modestos (los
de Izquierda Anticapitalista), que han sido fagocitados con a saber qué
consecuencias negativas (las positivas son el salto de la irrelevancia a
la notoriedad, yendo más allá de lo soñado en Francia por el NPA y
Besancenot). En tercer lugar, Podemos es sus círculos, más o
menos numerosos y más o menos homogéneos, más o menos solapados según el
caso al remanente de las asambleas generadas por el 15M (todo depende
del municipio y hasta del barrio), a las bases militantes de IA y a las
distintas mareas. Por último, Podemos es sus votantes, un millón y pico,
robados con más razón al PSOE (y hasta al PP) que a IU, y eso sin duda
hay que celebrarlo porque contribuye, con sus múltiples límites, a
inclinar la balanza institucional. Ahora bien, decíamos que esta nebulosa en realidad esconde una forma definida, que es sin duda la del partido.
El
primer indicio son las primarias cocinadas. No queremos decir que
hubiera tongo, sino que no hacía falta. La elección de Pablo Iglesias
como cabeza de lista era inevitable, y la inteligente abstención de Juan
Carlos Monedero le dejaba de hecho sin el único rival de peso en lo
escénico. Además, varios de los candidatos a las primarias gozaban de
visibilidad previa dentro de los actos de presentación de la iniciativa
y/o formaban parte de la selección propuesta por Pablo. Por último, el propio Pablo Iglesias reconoció en una entrevista con Público,
y este ha debido ser uno de sus pocos renuncios, no solamente que
conocía en persona a la mayoría de los candidatos que salieron sino
además que lo que realmente le sorprendió es ¡que probaran suerte tantas
personas!
El segundo indicio es el reciente anuncio de la
creación de un equipo técnico que se encargará de sintetizar y elaborar
las propuestas presentadas por los círculos de cara a la gran Asamblea
Ciudadana que se celebrará en otoño. La carta de Pablo Iglesias
dice: (1) que “le han pedido” que presente un equipo; (2) que hay una
semana para presentar candidaturas; (3) que el equipo tiene que estar
compuesto por 24 personas; (4) que el perfil de esas personas tiene que
demostrar fehacientemente su capacidad para asumir la tarea que se
enfrenta. Los entusiastas de Podemos aplaudirán el gesto de “democracia
interna” y obviarán: (1) que se presenta como técnico un proceso de
enorme enjundia política; (2) que la medida de lo que es un grupo
fehacientemente capaz de asumir la tarea que hay que enfrentar la da
precisamente el extraordinariamente eficaz grupo promotor; (3) que en
una semana es imposible formar con seriedad un grupo alternativo de 24
personas, porque si lo hubiera ya se habría puesto a trabajar y, tal
vez, otro Podemos hubiera surgido al mismo tiempo; (4) que por todo ello
es evidente que hasta los que somos escépticos asumimos que el proyecto
sólo puede funcionar como hasta ahora si el grupo promotor sigue allí,
legitimado o no (es innecesario y hasta puede que torpe hacerlo así) por
unas nuevas primarias. Deducimos de todo ello, al menos de forma
provisional, que esto no es más que nada un chulesco desafío a los
sectores descontentos de IA que creen, y seguramente se equivocan, que
pueden hacerlo mejor.
El tercer indicio deriva del segundo, y es
el papel reservado a los círculos por el momento. La idea de los
círculos deriva de un excelente diagnóstico del límite de las asambleas:
se genera mucha información, muchas ideas muy buenas, y no hay quien
elabore todo ese flujo y, sobre todo, le dé un objetivo. Además hay
mucha gente, demasiada, y la “muestra” de los sectores movilizados que
proporcionan las asambleas es mucho más grande de lo necesario si de lo
que se trata es de captar las mejores ideas gestadas en estos años de
aprendizaje político y, al mismo tiempo, de ver hasta dónde puede llegar
el leninismo flácido de los promotores. Los trescientos círculos son un
excelente primer filtro natural que, por ejemplo, ha contribuido a dar
forma al programa y también a medir la potencial reacción negativa, por
parte de los votantes de Podemos ajenos a los círculos, al intento de
dar a Jorge Verstrynge un papel visible. En suma, Podemos articula de
forma notablemente eficaz la multitud de los círculos como un general intellect
y es, para entendernos, la expresión práctica más acertada de las ideas
políticas de ese Antonio Negri que decidió, y perdonen la expresión,
pasarse a Marx por la piedra (estaba en su derecho, por supuesto).
Si,
hasta donde sabemos, los círculos y las bases de IA con su aparato
precario hacen el trabajo militante, la financiación deriva del crowdfunding
(derivaba, porque ahora reciben dinero público y están financieramente
atrapados por el Estado, como toda organización integrante del sistema
de partidos), y hay una cúpula que tiene que asumir la tarea crucial de
elaborar y sintetizar ese trabajo, ¿qué es lo que diferencia exactamente
a Podemos de un partido? Alguien nos dirá que la ausencia de aparato, y
responderemos que precisamente eso es lo que va a cambiar desde ahora
hasta las elecciones autonómicas, ya que ese equipo técnico diseñado por
los promotores de Podemos y refrendado por las primarias tiene que
asumir la tarea de dar forma a los elementos esenciales de un esquema
orgánico capaz de garantizar a nivel local y autonómico que las
primarias sean tan vistosas, legitimadoras e inofensivas como en el caso
de las elecciones europeas. Para entendernos: tendrán que garantizar
(es lógico que así sea) que no se cuele nadie que no es bienvenido, es
decir, nadie que no esté dispuesto a trabajar ciegamente en la dirección
en la que diga el grupo promotor.
Podemos no emplea el término
partido porque es un significante vacío que ha adquirido, en el régimen
de la Transición, un significado aborrecible. Podemos no emplea el
término partido, pero tampoco llena realmente de contenido “ciudadano”,
ni “círculo”, ni siquiera “método de participación”. Podemos conseguirá
demostrar que es posible hacer elecciones primarias abiertas sin poner
realmente en peligro la estructura de poder de un partido si se tiene
una buena estrategia de comunicación y los medios para llevarla a cabo
(y la televisión juega un papel crucial). Esto no contribuirá a
democratizar el espacio público sino que reforzará el papel de los
medios de comunicación convencionales como instrumentos de control
social.
Podemos se comporta como un partido sin decir que es un
partido, y por tanto respeta el tabú en su lenguaje y lo reproduce en la
práctica. Tal vez Podemos podría reconocer que es un partido y, a
partir de ahí, disputar el significante partido para hacernos comprender
por qué motivo, y con qué límites y variaciones, es necesario calcar
los métodos de “la casta”. Es más, podrían tal vez decirnos por qué, con
qué límites y hasta cuándo hemos de asumir que el grupo promotor ha de
marcar el rumbo. Eso sería más honesto y audaz (no sabemos si más
astuto) que el recurso perpetuo a las primarias cocinadas.
Segundo tabú: “Izquierda”
Podemos no dice que es de izquierdas aunque lo sea evidentemente.
Podemos utiliza significantes vacíos y dice “ciudadanos”, “sentido
común”, “patriota” (cada vez menos), “decente” (como la gente a la que
Monedero dedica su curso de política)… Podemos habla de “arriba” y
“abajo”. Recientemente en televisión Pablo Iglesias habló de “casta” y
un tipo del PSOE se rebotó, negó que hubiera casta, y terminó, con tono
siciliano, dándole a Pablo la bienvenida y pidiéndole respeto.
Podemos habla de “arriba” y “abajo” porque “izquierda” y “derecha” son
palabras que remiten, es verdad, a la lógica parlamentaria. Tomar en
consideración el eje de poder es imprescindible. Añadiríamos que, desde
su lenguaje, también hay un “arriba” y un “abajo” entre esos que se
presentan como “los de abajo y a la izquierda”, y si tal cosa es
inevitable estaría bien que se explicara.
Podemos tiene entre sus
apoyos a célebres intelectuales de la izquierda (sí, izquierda) que
critican el “error histórico” que cometió la izquierda (sí, izquierda)
al regalarle palabras como “Estado de derecho” a la derecha. Al mismo
tiempo decide regalarle al PSOE el término “izquierda”. ¿No sería más
importante intentar llenar de contenido ese significante vacío en vez de
camuflarlo, en el mejor de los casos, con el plural “izquierdas”? Lo de
ser plurales, por cierto, sí podíamos regalárselo a la derecha, y
nosotros trabajar por no serlo; tal vez así conseguiríamos dejar atrás
los tiempos en los que la derecha vota unida y las izquierdas a sus
partidos (nótese que todo son plurales).
Podemos ha obviado el
término izquierda y se lo ha regalado al PSOE precisamente para poder
disputarle terreno al PSOE. Alguien considerará por eso mismo que la
maniobra ha sido un éxito, y nosotros le responderemos que hasta ahora
Podemos lo único que ha hecho, en rigor, es ganar cinco diputados en el
Parlamento Europeo. Todo lo demás, todas las victorias cotidianas, son
hasta ahora fruto del esfuerzo realizado por otros y que Podemos quiere
fagocitar. Podemos ha ganado cinco diputados y le ha disputado terreno
al PSOE precisamente en las instituciones, en ese espacio partidista que
pervierte inicialmente el término izquierda. Podemos esquiva el término
izquierda y con ello puede creer que se lo apropia, cuando lo que hace
es legitimar las instituciones que lo vacían de contenido.
Tercer tabú: “Ideología”
Lo dicho en el punto anterior nos lleva al tercer tabú, que es la
ideología. Podemos no tiene ideología, sino “sentido común”. Podemos no
tiene ideología sino círculos y una reivindicación genérica de los
derechos humanos. Podemos responde a los puños en alto con las palmas
abiertas porque Podemos quiere “pueblo detrás” (las palabras nos
gobiernan, querido Juan Carlos). Podemos quiere “pueblo detrás” pero no
hace un sólo esfuerzo por definir qué es el pueblo o por organizarlo
como sujeto político. Podemos no organiza un sujeto político sino
círculos: grupos de discusión espontáneos que recogen ellos solos
transcripciones abreviadas de sus discusiones y las ponen al servicio de
científicos sociales técnicamente competentes.
Podemos piensa
que la ideología es sólo una cuestión de conciencia y que los
significantes vacíos ayudan a transformarla. Podemos cree que la
ideología es sólo una cuestión de conciencia y no presta apenas atención
a los hábitos concretos (también en nuestra forma de hablar). Podemos
cree que la forma de avanzar en la apropiación del significante
“democracia” son las primarias cocinadas y el general intellect.
Podemos quiere combatir la ideología de la clase dominante con una
ideología fofa que ha convencido a votantes del PSOE y del PP. La
ideología que Podemos pretende no tener tiende a parecerse a la
ideología de la clase dominante. A eso Podemos lo llama contrahegemonía.
Podemos
no cree que la gente sea tonta. Podemos se ha dado cuenta de que la
gente es lista y no lo sabe, y defiende con su práctica que es mejor así
porque el “pueblo” vota en primarias cocinadas (lo astuto, por
supuesto, es que las primarias estén cocinadas) y se reúne en asambleas
que funcionan como grupos de discusión. Podemos busca, más allá de los
círculos, votantes a los que no les importe la revolución, siempre y
cuando se la hagan otros, que de momento no son realmente ni Podemos ni
los círculos que piensan en voz alta, sino otros sujetos a los que
Podemos interpela indirectamente. El pueblo va detrás.
Podemos
critica a IU y pretende hacer lo mismo que IU: subir como la espuma a
cuenta del descontento. Podemos es más astuto y ágil. A IU, en las
instancias donde importa, le sobra grasa y le falta materia gris. IU
tiene la ideología poco más que en el nombre; Podemos, en el nombre,
tiene la traducción libre del eslogan de Obama, el lema de la campaña de
promoción de la selección española en el último mundial y una respuesta
inteligente, firme, al “sí se puede” coreado en las pequeñas victorias
cotidianas en las que Podemos, como tal, no participa, pero de las que
Podemos quiere alimentarse a través de las personas implicadas en
movimientos sociales que participan en los círculos. El pueblo, ya lo
dicen, va detrás.
Podemos es una marca. IU aspira a ser marca.
Los dos aspiran a ser homologables con otras “marcas” tras las cuales
puede que no haya nada o puede que sí (Syriza, Front de Gauche, ¿un NPA o
un Movimiento 5 Estrellas, pero bien hecho?), pero para ambos son sólo
eso: marcas. Podemos no tiene ideología sino “ilusión”; la del 82, para
ser más exactos.
Podemos es una marca magnífica y
prometemos invitar una cerveza a quien nos revele cuáles eran las otras
opciones. Es más: si nos confirman o desmienten (es sólo una suposición)
que hubo un mínimo de trabajo de campo (encuestas o grupos de
discusión, por ejemplo) para tantear qué nombres tenían la mejor
valoración, serán dos cervezas. Si nos lo cuenta uno de los alumnos que
han estado picando datos para los sondeos, ofrecemos una cerveza más.
También Carolina Bescansa, que es la máxima fuente autorizada, puede decidir respondernos.
Cuarto tabú, “Clase”
Podemos es de izquierdas y no lo dice. Podemos no dice que es
comunista porque probablemente no lo es. Podemos tampoco es anarquista y
desde luego no dice serlo. Podemos es una iniciativa de politólogos que
no comprenden de qué manera sus conocimientos son una herramienta de
control social. O de politólogos que lo comprenden demasiado bien.
Podemos es intelectual pero sin pasarse. Podemos, desde luego, no es
marxista, pero ni siquiera marxiano. Podemos es un Antonio Negri
atravesado. Podemos no comprende el punto de vista de la clase obrera, ni siquiera cuando quien lo explica, con mucho cariño, es el Nega.
Podemos
no habla de clases (en plural) sino de casta (en singular). Podemos
dice “capitalismo” puntualmente y en voz baja, como si estuviéramos en
2007 y la palabra correcta todavía fuera “sociedad post-industrial”.
Podemos considera revolucionario reducir la jornada laboral de 40 a 35
horas semanales, como si las 40 no fueran como mínimo 45 y las 35 no
fueran a ser 40 o 45. Podemos no entenderá que digamos que como poco
habría que plantear las 20. El lenguaje económico de Podemos está lleno
de significantes vacíos y conceptos con carga ideológica (del enemigo):
“I+D”, “nacionalización”, “productivo”, etc. Podemos cuenta con al menos
un economista competente y eso tampoco nos inspira necesariamente
demasiada confianza.
Podemos no ha visto un sindicato en su vida.
Muchos afiliados a los sindicatos tampoco han visto en su vida un
sindicato. Nosotros tampoco lo hemos visto, pero sospechamos que el
sindicato de verdad va, igual que el pueblo en Podemos, “detrás”, y la
única diferencia es que la cúpula del sindicato, esa que tomamos
erróneamente por el sindicato, en contadas ocasiones representa al
sindicato. Podemos, por contra, sí representa a sus votantes. O tal vez
no, puesto que en realidad Podemos no es un partido, no es de
izquierdas, no tiene intención de representar al 15M y no tiene
ideología. La ideología que Podemos pretende no tener le hace criticar a
Izquierda Unida y le regala el término “comunista” al PCE. A eso
Podemos también lo llama contrahegemonía.
Podemos quiere utilizar
el significante vacío “pueblo” y no hace apenas nada por conseguir que
“pueblo” signifique “clase”. Entre otras cosas, porque regala la “clase”
a los sindicatos (a los de mentira) y a un léxico económico que no
significa apenas nada. Podemos no ha visto en su vida un sindicato pero
ni siquiera sabe por dónde empezar a buscar (o tal vez es que no le
interesa). Podemos quiere nacionalizar las grandes empresas y no sabría
por dónde empezar. Podemos podría encontrarse a partir de 2015 con una
situación como la de la Corrala Utopía en Sevilla y podría tomar una
decisión parecida a la que tomó la Consejera de Vivienda, pero si las
cosas no cambian mucho el resultado será el mismo: cuando tome esa
decisión, independientemente de que la consideremos acertada o no, lo
más probable es que no haya ni pueblo ni clase detrás. Mejor dicho: no
habrá pueblo porque no habrá clase. Y no estará detrás porque nunca
estuvo realmente delante. Y seguirá habiendo casta.
Conclusión: la amenaza del politólogo-fontanero
“Partido”, “izquierda”, “ideología”, “clase”. Cuatro tabúes del
régimen en descomposición. Cuatro tabúes de la casta acongojada. Cuatro
tabúes de un Podemos exultante en una sociedad neurótica perdida.
Nuestra responsabilidad, dada nuestra capacidad de hacer una crítica
política no mediada por intereses de aparato, era señalarlos.
Podemos
ha obtenido hasta el momento victorias tácticas que, más allá de
sobrevaloraciones o minusvaloraciones interesadas, sin duda hace a los
promotores merecedores de reconocimiento y a sus votantes de nuestra
felicitación y nuestro respeto. Esas victorias tácticas dependen de las
virtudes de Podemos, que son varias, pero están limitadas por sus
defectos, algunos de los cuales hemos intentado apuntar en estas
páginas. Pablo Iglesias lo hace fenomenal en la televisión si
“fenomenal” significa robarle votos al PP sin hacer nada para cambiar el
hecho de que esos votantes son “sociológicamente del PP”.
Podemos
se enfrenta, como solución política potencial, a una triste paradoja:
sólo puede funcionar correctamente si durante un largo período de tiempo
sus promotores actuales marcan el rumbo como hasta ahora, pero eso
mismo significa que hay muchas posibilidades de que Podemos sufra un
descalabro supino en cuanto tenga que hacerse cargo de las consecuencias
de un juego institucional cuyas reglas no están en condiciones de
cambiar ni tampoco de seguir.
El gran problema, y la repercusión
que eventualmente tenga este texto tal vez dará sobrada prueba de su
existencia, es que los principales promotores de Podemos no van a querer
o poder ver cuál es el problema porque llevan toda su vida actuando de
la misma manera frente a las instituciones, por interés o por
negligencia. Los promotores de Podemos no han conseguido adquirir jamás
una conciencia crítica acerca de las repercusiones políticas que tienen
sus conocimientos técnicos cuando los ponen en juego en su militancia.
Podemos es un fontanero frente a un sistema político en declive visto
como una tubería rota. Podemos cree que ese punto de vista le dota de un
poder extraordinario, y es cierto, pero no se da cuenta (queremos
pensar bien) de que el ejercicio de ese poder tiene efectos
reaccionarios. La pervivencia interesada pero profundamente equivocada
de estos tabúes revela que Podemos es, cuesta creerlo pero es cierto,
una solución autoritaria, represiva, a las catástrofes políticas
sufridas durante el último siglo.
El reto, repetimos, tiene un
enunciado simple pero una solución tan compleja que diríamos que es
imposible: Podemos tiene que dejar de ser Podemos si realmente quiere
contribuir a la transformación política radical de nuestro país.
Mientras eso no suceda, o mientras no nos convenzan de que estamos
equivocados (y ojalá fuera así), nuestra posición es clara: si no hemos
trabajado gratis para otros partidos no vamos a trabajar gratis (ni
cobrando) para ellos, que ya nos conocemos.