Sucesivas "huidas hacia delante" para superar el agotamiento de los recursos. Hasta que llegan los límites absolutos.
Cada vez que se supera una dificultad surge un suspiro de alivio... y se vuelve a las andadas.
¿Y si la mayor amenaza para la existencia humana fuese la existencia humana?
Urge un profundo cambio de mentalidad.
Alternet
Traducido del inglés para Rebelión por Carlos Riba
García.
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Una breve introducción escrita
por el traductor
El autor presenta aquí 10 escenarios posibles; en dos de ellos describe
fenómenos naturales (la erupción de un supervolcán y el impacto en la Tierra de
un asteroide de gran tamaño) en los que los seres humanos –aparte de sufrirlos–,
no tenemos nada que hacer. En el resto de los escenarios, la actividad humana es
decisiva. Quiero comentar un poco este aspecto, el de la activad humana como
responsable de la posibilidad de extinción de la raza humana.
Hace varios cientos de millones de años una conjunción muy casual de
circunstancias –la existencia de agua, de aire y de unas temperaturas medias
benignas– permitió que en la Tierra surgiera la vida. Desde entonces, una
evolución necesariamente lenta permitió la aparición de las especies zoológicas
y botánicas como las que hoy conocemos. Eso fue posible gracias a un equilibrio
muy frágil, y siempre amenazado, de las condiciones necesarias para la
continuación de los ciclos vitales.
Ese equilibrio está a punto de romperse, si no se ha roto ya. Hace tres
días, algunos medios de prensa informaron de que un pueblo originario que vive
en Panamá, en un archipiélago de unas 35 islas, se ha planteado evacuarlas poco
a poco debido a que sus islas están siendo engullidas por el mar. Es decir, el
cambio climático –la principal amenaza global– no es algo que quizás podría
pasar en el futuro sino algo que está ocurriendo ahora mismo.
Desde luego, nada ha contribuido tanto en la posibilidad de la rotura de
ese equilibrio como el capitalismo –depredador, destructor de ecosistemas,
dilapidador y agotador de recursos, e interesado solo en el beneficio
inmediato–, cuya ambición es el “progreso infinito”. Progreso infinito en un
entorno de recursos finitos no parece ser una ecuación inteligente y sostenible.
Hace pocos días también, se celebró el día de la Pachamama, que no es
tanto una religión de los antepasados de los Andes centrales de la América del
Sur como una concepción del mundo, del estar en y con él, es decir, una noción
del “buen vivir”, que tiene como principales valores el cuidado y el respeto. El
cuidado y el respeto a la tierra y a todo lo que en ella vive. Al fin y al cabo,
cuidado y respeto son los principales ingredientes de toda relación
amorosa.
(...)
1. El cambio climático global
El cambio climático es el protagonista en todos los escenarios en los que se termina la presencia humana en el Tierra. A pesar de lo que puedan creer aquellos que lo niegan, el cambio climático es algo muy real. Está provocado por los seres humanos con la pequeña ayuda de los rebaños de vacunos que –con sus ventosidades– liberan metano, además del gigantesco depósito de metano que está debajo del hielo del Ártico. A medida que quemamos carbón e incrementamos el consumo de carne vacuna, más y más gases de efecto invernadero se acumulan en la atmósfera. Es muy fácil ver el final del juego en este escenario. Coged un telescopio y mirad Venus, un planeta con una espesa atmósfera que atrapa el calor del Sol; en la superficie de Venus, la temperatura es tan alta que puede derretir el plomo. Hace unas pocas décadas, el científico que se ocupa del clima James Hanson estudió Venus y vio ciertos paralelismos con lo que está ocurriendo en la Tierra. Lo que vio le alarmó; en 1988, habló sobre esta cuestión ante el Congreso de Estados Unidos para advertir a nuestro gobierno de que a menos que cambiáramos nuestros hábitos ligados a la combustión del carbón, íbamos directamente hacia el desastre. Hanson solo fue escuchado por un senador: Al Gore.
Mientras tanto, continuó quemándose carbón y el CO2 siguió aumentando; el resultado de ello es un lento aumento de la temperatura media del planeta, a pesar de las ocasionales heladas invernales. En promedio, la temperatura de la Tierra viene aumentando paulatinamente desde que la Revolución Industrial dio lugar a un frenético incremento de la quema de carbón. Los años más calientes de la historia han sido los de la última década.
El escritor y activista del medio ambiente Hill McKibben describe la situación: “El hielo del casquete polar del Ártico se está derritiendo (y liberando más gas de efecto invernadero), el enorme glaciar que cubre Groenlandia está perdiendo espesor; ambas circunstancias se dan a un ritmo que no esperábamos y nos desconcierta. Ha aumentado la acidez de los océanos y su nivel está creciendo… Ha aumentado la potencia de las tempestades, huracanes y ciclones en el planeta… Las fuertes lluvias ácidas en la Amazonia están secando las zonas marginales… Los extensos bosques boreales de América del Norte se están muriendo en los últimos años… [El] nuevo planeta tiene más o menos el aspecto que le conocíamos, pero claramente ya no es el mismo”.
Muchos ambientalistas piensan que ya hemos superado el punto en el que no hay retorno. Una vez que hayamos pasado cierto límite, la Tierra seguirá calentándose aunque consigamos cortar nuestras emisiones de CO2. Lo que sabemos es que si no empezamos a reducir la cantidad de CO2 que ponemos en el aire, y al menos minimizamos el daño, el desastre de dimensión planetaria está asegurado.
2. La pérdida de biodiversidad
Si no contribuimos a nuestra propia extinción, otro camino para llegar al final de los tiempos es un subproducto del cambio climático: la pérdida de la biodiversidad. La actividad humana es responsable de la extinción de innumerables especies que viven en el planeta Tierra. El Servicio de Noticias Medioambientales ya en 1999 informó de que “el índice de extinción actual se está aproximando a 1.000 veces el índice del entorno [lo que sería considerado el índice normal de extinción] y podría subir a 10.000 veces el índice del entorno durante los próximos 100 años, si continúa la tendencia actual [resultando en] una pérdida que podría igualar a la de las extinciones del pasado”.
La Evaluación del Ecosistema del Milenio, un importante informe ambiental publicado en 2005, informó de que entre el 10 y el 30 por ciento de los mamíferos, aves y reptiles del planeta están en peligro de extinción debido a la actividad humana, actividad que incluye la deforestación (con la consiguiente destrucción de hábitats), las emisiones de CO2 (lluvias ácidas), la sobreexplotación (por ejemplo, la excesiva pesca en los mares) y la introducción de especies exóticas (como la boa constrictora en Everglades, Florida). “Es muy probable que estas rápidas extinciones precipiten el colapso de ecosistemas a escala mundial”, dijo Jann Suurkula, director de Físicos y Científicos por la Aplicación Responsable de la Ciencia y la Tecnología. “Se prevé que esto produzca problemas agrícolas a gran escala, con la consecuente amenaza de la disponibilidad de alimentos para cientos de millones de personas. Esta predicción ecológica no tiene en cuenta los efectos del calentamiento global, que no harán más que agravar la situación”.
Los reptiles, como los sapos y las salamandras, están considerados como las “especies indicadoras”, es decir, que aportan importantes señales sobre la salud de un ecosistema. Ahora mismo, la población de sapos, como de otros reptiles está declinando rápidamente. En cualquier ecosistema, la desaparición de una especie afecta a las demás, que dependían de la especie extinguida para su alimentación y quizás otras necesidades vitales. Cuando se da una extinción súbita y masiva de varias especies, se produce una reacción en cadena de catastróficas consecuencias. Hasta ahora ha habido cinco enormes extinciones en la historia de la Tierra; muchos científicos dicen que estamos en medio de la sexta extinción planetaria. “Estamos entrando en un territorio desconocido de cambio del ecosistema marino y exponiendo a muchas criaturas a una intolerable presión evolutiva”, declara el Informe sobre el Estado de los Océanos (IPSO, por sus siglas en inglés), que se publica cada dos años. Puede que la próxima extinción masiva ya haya comenzado. ¿Qué puede pasar? Bueno, en la peor de ellas, hace 250 millones de años, desapareció el 96 por ciento de la vida marina y murió el 70 por ciento de la vida terrestre. ¿Qué podemos esperar de la sexta extinción masiva? Seguramente, preferiríamos no tener que averiguarlo.
3. La desaparición de las abejas
Las abejas se están muriendo; muchísimas de ellas, debido al “trastorno del colapso de las colonias” (CCD, por sus siglas en inglés). “Un tercio de lo que comemos los habitantes de la Tierra depende de los agentes polinizadores –entre ellos, las abejas–; para unas cosechas provechosas hacen falta las abejas”, dice Elizabeth Grossman, autora de Chasing Molecules: Poisonous Products, Human Health. Para producir alimentos, las plantas dependen de la dispersión del polen de sus flores. Las abejas se ocupan eso, de polinizar. Si no hay abejas, no hay comida (o al menos, toda la necesaria). En los últimos 10 años, tanto como el 50 por ciento de las colmenas de Estados Unidos y Europa ha muerto. Se sospecha que la muerte de las abejas se debe a un agente químico llamado neonicotinoide, un componente de los pesticidas utilizados a gran escala en la agricultura comercial. Se cree que el agente químico afecta al sentido de orientación de las abejas, lo que les impide regresar a su colmena.
Si hay menos polen en las colmenas, se producen menos reinas y finalmente la colonia se muere. Después de que la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria concluyera que estos pesticidas plantean un “alto riesgo” para la abeja melífera, la Comisión Europea los ha prohibido. Sin embargo, Estados Unidos ha declinado unirse a Europa en la prohibición de los neonicotinoides y ha insinuado otras posibles causas para el CCD, incluyendo los parásitos. Mientras tanto, Nerón sigue tocando el violín y Roma se quema; y las abejas están desapareciendo rápidamente. No resulta difícil imaginar un escenario en el que una grave escasez de alimentos provoque grandes hambrunas, guerras y la extinción del ser humano.
4. La desaparición de los murciélagos
Las abejas no son los únicos polinizadores que se están muriendo. Los murciélagos también están cayendo como moscas. Como resultado de la deforestación, la destrucción de hábitats y la caza, combinado todo con la dispersión de una micosis llamada “síndrome del hocico blanco”, los murciélagos están desapareciendo a un ritmo alarmante. Además de su contribución en la crisis de la polinización, la declinante población de murciélagos anticipa otro escenario de posible extinción de la vida humana. Según sus hábitats son destruidos, cada vez más los murciélagos y los seres humanos cruzan sus caminos en la búsqueda de alimento y cobijo. Y con los murciélagos vienen los virus de los murciélagos. “Es muy fácil ver cómo los agentes patógenos pueden saltar desde los animales a los seres humanos”, dice Jon Epstein en la EcoHealth Alliance, una organización sin ánimo de lucro dedicada a la conservación de la biodiversidad. En promedio, cada año surgen cinco nuevas enfermedades infecciosas y alrededor del 75 por ciento de ellas provienen de los animales. Ya se sospecha que males mortales, como el ébola, se han originado entre los murciélagos. ¿Podría algún nuevo patógeno –mortal para el ser humano– mutar desde los murciélagos y diezmar la humanidad?
5. Las pandemias
El punto anterior nos lleva a un escenario de extinción que está relacionado: una pandemia de alcance mundial. Cada día aparecen nuevas enfermedades; algunas de ellas tienen la capacidad potencial de devastar la población. En 1918, una cepa de gripe se extendió por todo el mundo y mató a entre 20 y 50 millones de personas, más que las que habían muerto en la Primera Guerra Mundial. En 2002-2003, el síndrome respiratorio agudo y grave (SARS, por sus siglas en inglés) estuvo cerca de convertirse en una pandemia de alcance mundial; no es inconcebible que en tiempos en los que se hacen tantos desplazamientos aéreos y el mundo está tan interconectado, pudieran presentarse otros gérmenes infecciosos con una virulencia y capacidad de transmisión como para diezmar, si no aniquilar, la población humana. “Ningún virus está interesado en la muerte de todos sus anfitriones, por lo tanto es improbable que un virus acabe con la raza humana”, dice María Zambón una viróloga del Laboratorio de la Agencia de Protección Contra la Gripe, “pero puede provocar un infortunio que dure unos cuantos años. Nunca podemos estar completamente preparados para enfrentar los avatares de la naturaleza: la naturaleza es el peor bioterrorista.
6. El terrorismo biológico o nuclear
En el ínterin, hay muchos terroristas –algunos más desinhibidos, otros más corrientes– cuya máxima aspiración es hacerse con un arma de destrucción masiva, como un artefacto nuclear o una ampolla de virus de la gripe. “La sociedad de hoy es más vulnerable al terrorismo porque es fácil que un grupo con malas intenciones pueda conseguir los materiales, la tecnología y la pericia necesarios para fabricar una arma de destrucción masiva”, dice Paul Wilkinson, director del consejo asesor del Centro de Estudios sobre el Terrorismo y la Violencia Política de la Universidad de St. Andrew. “Lo más probable es que, ahora mismo, un ataque terrorista a gran escala capaz de producir una mortandad masiva utilice un arma química o biológica. La liberación a gran escala de algo como el ántrax, el virus de la gripe o la peste, tendría un efecto formidable, y las comunicaciones modernas lo convertirían muy pronto en un problema que no respetaría ninguna frontera. Existe una elevada posibilidad de que, en el término de nuestra vida, ocurra un ataque importante en algún lugar del mundo.”
En lo que respecta a un ataque nuclear, con el incremento del número de países poco estables como Pakistán o Norcorea, que poseen armas nucleares, la posibilidad de que alguna de ellas caiga en manos de un grupo terrorista es solo una cuestión de tiempo.
7. Los supervolcanes
Existen los volcanes, y también existen los supervolcanes. “En la Tierra, un supervolcán entra en erupción más o menos cada 50.000 años. Más de mil kilómetros cuadrados de tierra pueden quedar arrasadas por ríos de lava piroclástica, mucha más superficie aún a su alrededor pude quedar cubierta de ceniza y liberarse en la atmósfera toneladas y toneladas de gases sulfurosos que crean un velo de ácido sulfúrico alrededor de todo el planeta; este velo rechazaría los rayos del sol durante años. En las horas diurnas no habría más luz que hay en una noche de luna llena.”
Este encantador escenario nos lo trae Hill McGuire, director del Centro Benfield de Investigación de Riesgos del University College de Londres. Hace unos 74.000 años la erupción más violenta de un supervolcán se produjo en Indonesia, en la región de Toba, cerca del Ecuador; esto hizo que los gases se extendieran pronto por ambos hemisferios. La luz del Sol no llegaba a la Tierra, y las temperaturas bajaron en todo el mundo durante los cinco o seis años siguientes, incluso por debajo del punto de congelación en las regiones tropicales. Estadísticamente, la probabilidad de la erupción de un supervolcán supera 12 veces a la del impacto de un asteroide. Los supervolcanes conocidos están en el parque Nacional de Yellowstone, EEUU, y en la región de Toba, Sumatra, Indonesia. También están los que no conocemos…
8. El impacto de asteroides
Películas recientes, como Impacto profundo o Armageddon, han hecho un espectáculo de este escenario de la extinción humana: un asteroide que golpea la Tierra. Holywood es Holywood, pero en 2013, sin previo aviso, un asteroide de verdad cayó sobre Chalyabinsk, Rusia. De unos 20 metros, penetró en la atmósfera terrestre a más de 64.000 kilómetros por hora. Gracias a su tamaño, relativamente pequeño, y al ángulo con que llegó, los daños fueron menores. Pero ¿qué hubiera pasado si un asteroide –nada fuera de lo común– de un kilómetro y medio de diámetro hubiera tocado la Tierra a esa velocidad? Es posible que hubiera acabado con la raza humana. La terrible explosión sobrevenida hubiera producido una nube de polvo tan espesa que la luz del Sol habría quedado bloqueada, la vida vegetal y las cosechas habrían muerto y los trozos incandescentes del pedrusco habrían causado tormentas de fuego en todo el planeta.
Esto ya ha pasado al menos una vez. La razón más probable de que ya no veamos dinosaurios entre nosotros es que fueron barridos por un fenómeno de esta naturaleza. Donald Yeomans, de la NASA, dice: “Creemos que, en promedio, un acontecimiento como ese puede ocurrir cada millón de años”.
9. La presencia de la máquina
Para presentar nuestro próximo escenario regresamos a Holywood. Las películas de la serie Terminator nos entretienen con sus androides asesinos propios de un futuro en el que la guerra ha sido dejada en manos de máquinas superinteligentes. Muy bien, eso todavía no ha llegado, pero a medida que contamos con programas que incrementan la “inteligencia” de nuestras computadoras, aumentando cada año exponencialmente su capacidad, la posibilidad de que se conviertan en más listas que nosotros solo es una cuestión de tiempo. Hoy día ya confiamos a las computadoras la gestión de los stocks de mercaderías, del aterrizaje de los aviones, la corrección de nuestros escritos, la búsqueda de los temas que nos interesan y el cálculo de la propina que dejamos en el restaurante. En su desarrollo, los robots tienen el mismo aspecto que nosotros, hablan como nosotros y, como nosotros, son capaces de reconocer los rasgos faciales. En la medida que les incorporamos los pensamientos y recuerdos que llevamos en nuestro disco rígido, es decir, nuestra “singularidad”, ¿cuánto tiempo falta para que nos suplanten?, ¿cuánto falta para que esas máquinas tengan su propia conciencia?
Ray Kurzwell, escritor interesado por la futurología, cree que hacia 2029 los ordenadores serán tan inteligentes como nosotros y que en 2045 serán muchísimo más inteligentes que los seres humanos. Y entonces, ¿qué? ¿Podrían decidir que ya no nos necesitan? También puede suceder que seamos nosotros quienes decidamos. Parece demasiada anticipación, pero hay personas muy inteligentes que se mueven es este escenario; personas como el genial físico Stephen Hawkin, que dice: “El peligro de que [los súper-ordenadores] puedan desarrollar inteligencia es real”.
10. El apocalipsis de los zombis
Lo sé. Dije que los zombis no existen. Pero hay un parásito llamado Toxoplasma gondii. Este pequeño bichejo infecta a las ratas, pero solo es capaz de reproducirse en los intestinos de los gatos, entonces ha desarrollado un ingenioso ardid y tomado el control del cerebro de la rata para obligarla a moverse cerca de un gato. Naturalmente, el gato se come a la rata y se siente feliz. El parásito también se siente feliz porque consigue reproducirse en el intestino del gato. ¿Y la rata? La rata no se siente tan feliz, como es de suponer. ¿Por qué tendríamos que preocuparnos por la felicidad de las ratas? Porque, en realidad, las ratas y los seres humanos son muy similares, y esta es la razón por la cual utilizamos ratas para los experimentos médicos. Y los seres humanos se infectan con el Toxoplasma gondii. De hecho, la mitad de la población de la Tierra está infectada con este parásito. Pero sucede que el Toxoplasma gondii no afecta a los seres humanos como afecta a la rata. Pero, ¿y si le afectara?; los virus mutan. En los laboratorios de armas biológicas se manipulan virus. De pronto, la mitad de la población no sería inmune a ellos. La mitad de la población infectada e incapaz de pensar racionalmente. De pronto, algo muy similar a lo de los zombis. “No; es imposible que pase”, nos decimos. Pero, ¿y si pasara?
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