En eso basa Paco Puche su esperanza, conducta activa que contrapone a las actitudes pasivas de optimismo, pesimismo y espera. Colocados en situaciones que lo requieren, y con conciencia de ellas, la colaboración se impone. Por pura racionalidad.
Este es el blog que motiva el título de esta reflexión: Última llamada
Rebelión
La verdad es que añoro a mi viejo cartero de uniforme azul.
Aquel que siempre llamaba dos veces y era mi amigo
Aquel que siempre llamaba dos veces y era mi amigo
Pérez –Reverte
“Una
civilización se acaba y hemos de construir otra nueva. Las
consecuencias de no hacer nada o hacer demasiado poco nos llevan
directamente al colapso social, económico y ecológico. Pero si empezamos
hoy, todavía podemos ser las y los protagonistas de una sociedad
solidaria, democrática y en paz con el planeta”.
Última llamada [1]
De nuevo el mito de Sísifo nos aguarda. La tarea es ardua, siempre
cuesta arriba y cuando se culmina la gravedad entrópica nos devuelve al
punto de partido, como si nada hubiésemos hecho. Y Sísifo emprende, de
nuevo, la obligada tarea de alcanzar la cima, su pasión inútil. Su
destino es cursar el camino empinado, bien cargado, pero si llega,
cualquiera que sea posteriormente su trayectoria, él ha cumplido. Es
posible imaginar a Sísifo alegre, como nos recordaba Camus. Resistir es
crear, apostillaba John Berger.
Ese cambio civilizatorio que con razón se nos anuncia (si seguimos con el business as usual)
está cargado de razón, no hay que insistir, es un dato. Y ante unos
desequilibrios de la envergadura de los que contemplamos, de acuerdo con
la teoría general de sistemas, solo quedan ya dos salidas: el colapso o
el cambio rápido hacia un nuevo paradigma, a un nuevo equilibrio. Como
en las tesis evolutivas de los saltacionistas, el tiempo de la estasis
(el statu quo) ha terminado y llegan los tiempos de los grandes
cambios, en los que de lo antiguo solo quedarán vestigios: es la
metamorfosis o la revolución. El capitalismo es un meteorito que
finalmente, después de muchos destrozos, no nos deja más salida que la
renovación del mundo.
Ante este panorama caben cuatro
posiciones anímicas: el optimismo, el pesimismo, la espera y la
esperanza. La espera es la posición fatalista y determinista de la
historia. El optimismo y el pesimismo son visiones lineales de la
historia. Yo me posiciono en la última de las opciones. Mis dos pilares
de esperanza (y de cierto optimismo, perdón) se fundamentan en lo que
creemos que es la vida y en cierto pasado del sapiens.
En el principio fue la cooperación
Tal como aquí entendemos “cooperación” se trata de un hacer en común
para beneficio general (“el Bien Común de la Comunidad de los Bienes” de
Babeuf), es por tanto lo contrario a la competencia en la que los
individuos o los grupos luchan incansablemente entre sí hasta
aniquilarse. El darwinismo entendido estrictamente como lucha
competitiva por la vida y selección del más apto, tienen aquí poca
cabida.
Pero indaguemos a fondo en este asunto de la
cooperación. La primera sorpresa aparece en los mismos orígenes de la
vida: un paso fundamental desde los organismos provistos de células sin
núcleo (procariotas, reino formado por bacterias) al de los organismos
con células nucleadas (eucariotas, reino de las Protoctistas, los
Hongos, Los Animales y las Plantas), se dio por la fusión de bacterias
que desarrollaron una relación de simbiosis y al final perdieron su
capacidad de vivir fuera del huésped como organismos independientes.
Esto ocurrió hace unos 2.000 millones de años y el resultado fueron los
primeros protoctictas (amebas, plancton, algas, etc.). Esta gran
división en el mundo vivo, según el tipo de células, fruto de una
simbiosis es la mayor discontinuidad presente en este planeta y
constituye la división fundamental de los seres vivos. En el principio
fue la cooperación, no el verbo ni la acción.
Y es que las
bacterias, esa grandes desconocidas salvo por el terror que nos
producen, “a demás de ser las unidades básicas estructurales de la vida,
también se encuentran en todos los demás seres que existen en la
Tierra, para los que son indispensables. Sin ellas, no tendríamos aire
para respirar, nuestro alimento carecería de nitrógeno y no habría
suelos donde cultivar nuestras cosechas”, subraya Lynn Margulis. El
mundo de la vida es bacteriocéntrico.
Pero como nos
recuerda Máximo Sandín “En las aguas superficiales del mar hay un valor
medio de 10.000 millones de diferentes tipos de virus por litro, su
papel ecológico consiste en el mantenimiento del equilibrio entre las
diferentes especies que componen el plancton marino (y como consecuencia
del resto de la cadena trófica) y entre los diferentes tipos de
bacterias, destruyéndolas cuando las hay en exceso”. Sin la cooperación
de los virus con los demás seres vivos la autodestrucción estaría
asegurada. El mundo es, también, viruscéntrico.
Y poner otro ejemplo muy significativo hablaremos de las micorrizas.
Estas son protuberancias simbióticas producidas por la alianza de un
hongo y una planta en las raíces de ésta. El hongo suministra nutrientes
minerales (fósforo y nitrógeno del suelo) y las plantas le proporcionan
alimento fotosintético. Hay micorrizas en las raíces de más del 95% de
las especies vegetales. Este hecho ha llevado a decir a algunos biólogos
que “los vegetales se formaron a partir de la simbiosis entre algas y
hongos”. Así “millones y millones de kilómetros de raíces son tapizadas
por un fino manto fúngico: el abrazo entre dos reinos, hongos y plantas,
protagonistas de una “historia de amor” de más de 400 millones de años.
A esta simbiosis se le conoce como micorriza (mico=hongo y rriza=raíz)
(…) contribuye a la absorción de nutrientes esenciales y comunican a las
raices de distintas plantas. Además, las protegen de enfermedades y
redistribuyen el carbono fijado. A cambio, el hongo recibe
carbohidratos. Las micorrizas son entonces una verdadera red de
intercomunicación entre distintas especies, como una forma más de
evolución adaptativa. En los bosques, los árboles más viejos y grandes
juegan un papel crucial, al ser capaces de nutrir a las nuevas
generaciones por medio de sus micorrizas. Dada la relevancia de esta
simbiosis para la ecología de los suelos, es necesario entenderla y
utilizarla en función de la conservación de los ecosistemas naturales y
agrícolas… (así) cualquier tendencia al individualismo empieza a perder
sentido” [2].
El mundo de la vida,
construido con una jerarquía de ecosistemas interrelacionados e
interdependientes, culmina en la Biosfera y en lo que se ha dado en
llamar la hipótesis Gaia atribuida a Lovelock. Se resume así: “la vida
no está rodeada por un medio esencialmente pasivo al cual se ha
adaptado, sino que se va construyendo una y otra vez su propio
ambiente”. El mundo de Gaia es neguentrópico.
El sesenta por ciento de la historia de la vida corresponde a las
bacterias en solitario, por eso lo han inventado casi todo: la
fermentación, la fotosíntesis, la utilización de oxígeno en la
respiración, la fijación del nitrógeno atmosférico y la transferencia
horizontal de genes. El resultado ha sido “un planeta que ha llegado a
ser fértil y habitable para formas de vida de mayor tamaño gracias a una
supraorganización de bacterias que han actuado comunicándose y
cooperando a escala global”, sentencia Margulis, y concluye diciendo que
“la vida no conquistó el planeta mediante combates, sino gracias a la
cooperación. Las formas de vida se multiplicaron y se hicieron más
complejas asociándose a otras, no matándolas”. Qué lejos quedan el “gen
egoísta” y el chimpancé.
La cooperación entre humanos (y entre nuestros parientes evolutivos)
Hablemos de nuestros primos evolutivos: los chimpancés y los bonobos. Ambas especies son las más próximas al homo sapiens, con ellas compartimos la mayor parte de nuestros genes; se separaron de nosotros hace unos 5,5 millones de años. Los
chimpancés tienen un comportamiento jerárquico y violento, los bonobos
son, por el contrario, pacíficos y resuelven sus disputas manteniendo
relaciones sexuales. La brutalidad y el afán de poder del chimpancé
contrastan con la amabilidad y el erotismo del bonobo.
Tenemos
afinidades cercanas a ambos parientes pero, siguiendo a Frans de Waal,
podemos saber que “comparaciones recientes de ADN muestran que humanos y
bonobos compartimos un microsatélite relacionado con la sociabilidad
que está ausente en el chimpancé”; y como en las primeras sociedades
humanas debieron de darse condiciones de reproducción óptimas para la
supervivencia de los elementos más amables de la especie, “en algún
momento la empatía se convirtió en un fin en sí mismo: pieza central de
la moralidad humana (…), nuestros sistemas morales refuerzan algo que es
en sí parte de nuestra herencia. No están transformando radicalmente el
comportamiento humano: sencillamente potencian capacidades
preexistentes”.
En este contexto se explican las neuronas espejo,
existentes en primates y en humanos, que permiten hacer propias las
acciones, sensaciones y emociones de los demás. Constituyen la base
neurológica de la empatía, lo que demuestra que somos seres
profundamente sociales. Por eso el psicobiólogo Michael Tomasello ha
podido afirmar que “las hazañas cognitivas de nuestra especie, sin
excepción no son productos de individuos que obraron solos sino de
individuos que interactuaban entre si, y lo dicho vale para las
tecnologías complejas, los símbolos lingüísticos y matemáticos, y las
más complicadas instituciones sociales (…) El origen de la cultura se
deriva del hecho de que los seres humanos se hayan puesto a pensar
juntos para llevar a cabo actividades cooperativas”.
Desde esta
perspectiva es posible entender la atrevida afirmación de los
economistas Gintis y Bowles, para referirse a nuestros ancestros
recolectoras-cazadores, como la época de los “cien mil años de
solidaridad”. Porque a la vista de los relatos de los antropólogos y de
los restos arqueológicos se puede inferir que en estos pueblos
originarios se cultivaban valores básicos como la igualdad, la
democracia, el “panteísmo”, la vida sencilla y la buena vida. Tenemos
mucho que aprender.
Sí, efectivamente, es la última llamada,
pero sabemos que tenemos otra oportunidad, que nos queda una segunda
llamada del cartero de la esperanza. Pero para lograrlo hay que
recuperar la alegría de la vida. La alegría de vivir como medio y la
alegría de vivir como fin (Georgescu-Roegen). Es la buena vida y la
vida buena en las cosmovisiones de los pueblos indígenas. O como se
canta en mi tierra: “mi Andalucía ríe con dolor y sufre con alegría”.
***
Y siempre nos quedarán las bacterias y los bosquimanos (Riechmann)… y los bonobos (Frans de Waal).
[1] Manifiesto aparecido en España, en verano de 2014, en el que se anuncia la megacrisis del capitalismo, una crisis de civilización que nos puede llevar al colapso. https://ultimallamadamanifiesto.wordpress.com/
[2] Ignacio Arroyo: “Un vistazo al inframundo”, en Ecoportal de 26.09.2014
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