Los arbitrarios y peligrosos dioses griegos dieron a Epicuro el motivo para desterrarlos de la mente, y con ellos la preocupación por otra problemática vida. Buda, ante la amenaza de una eterna reencarnación, pone la esperanza en el Nirvana, que cierra definitivamente el paréntesis. Las religiones monoteístas, en cambio, ofrecen la vida eterna.
Pero el curso entre paréntesis de la existencia se inscribe en un texto mucho más largo, que por ahora está sin cerrar. Y al margen de la vida personal que no se prolonga queda la vida de la obra de cada cual. Por eso, cuando se calcula y se compara lo que uno considera que le queda por hacer y lo que realmente cabe en el tiempo que probablemente le quede para ello, surge una inquietud y una frustración.
De ahí otra razón para el deseo de prolongar la vida: prolongar la obra hasta perfeccionarla. Pero lograr esa perfección es imposible para una mente activa e inquieta. Próximo a su fin, Menéndez Pelayo se lamentaba: ¡morirme ahora, cuando me quedaba tanto por leer!
Él pensaba en leer, que era su alimento y el de su obra.
En El País Semanal del pasado domingo, Luisgé Martín insistía en esta idea en un artículo titulado La contabilidad de la vida. Echa sus cuentas
Yo le dedico a la lectura unas dos horas diarias de media. Eso quiere decir que, haciendo una ponderación intermedia de tamaños, aún podré leer antes de morirme 2.000 libros. En las estanterías de mi casa –los tengo inventariados– hay en este momento 770 obras pendientes de lectura. Cada año ingreso de promedio, según mi registro, alrededor de 130 títulos nuevos, lo que supone que de aquí a mi fallecimiento el catálogo se habrá engordado hasta los 4.300. La cuenta, por lo tanto, es fácil: 4.300 menos 2.000. Es decir, habrá 2.300 libros (no sé en qué proporción encuadernados o digitales) que quedarán sin abrir. Palabras mudas.
"Una media de dos horas de lectura diarias permitirían acabar 2.000 libros..." |
Cuando hace dos cursos "pasé a la reserva", yo también eché mis cuentas, y entonces me conformaba con dar a la luz, en estos años jubilares, algo de mis obras mejores o peores, en mi primera profesión como arquitecto o en la segunda como profesor. Bien es cierto que en ambos casos algo habrá quedado. Media docena de edificios que no me dan vergüenza (algunos sólo de papel), una tesis, publicaciones en revistas que se archivan sin leer, libros de texto que dejarán poca huella en nuestra universidad, en la que los recortes sucesivos (Bolonia y antes) dejaron escuálida mi área de conocimiento.
Incluso abrigué la idea de viajar a otro país en que esta labor no se perdiera. Luego me conformé con este blog. Con cuentagotas voy dejando en él algunas cosas, pero los "daños colaterales" de la etiqueta crecen muy lentamente, y los años pasan...
Es entonces cuando me encuentro esta reflexión consoladora de Jorge Riechmann en su blog que con sinceridad encomiable titula Tratar de comprender, tratar de ayudar. ¡Qué menos!:
Un jardín imperfecto
Debo una muerte a la naturaleza, decía Freud, hablando por cada uno de nosotros y nosotras. Difunto viene del latín defunctus, participio del verbo defungi: cumplir, pagar lo debido. El difunto es, etimológicamente, quien ha saldado su deuda.
Montaigne –Miguel de Montaña lo llamaban nuestros tatarabuelos–, en esa impresionante meditación sobre la muerte que hila en el capítulo 20 del libro primero de sus Ensayos, emplea esta imagen: hagamos cosas, concibamos proyectos y prolonguemos en lo posible –no a cualquier precio— una vita activa, pero que la mort me trouve plantant mes choux –mais nonchalant d’elle, et encore plus de mon jardín imparfait (“que la muerte me encuentre plantando mis coles, pero despreocupado de ella, y aún más de mi inacabado huerto”). Con las herramientas en la mano, pero desapegado de ellas; consciente de que el huerto quedará inacabado –en muchas ocasiones otros seguirán cuidándolo–; y alegre por haber sabido construir, en el breve plazo de la vida humana, un jardín imperfecto.
Mientras pueda, seguiré con las herramientas en la mano. Sin pausa, pero también sin prisa. Llegaré hasta donde pueda.
Tzvetan Todorov, director de investigaciones del CNRS y autor, entre otras obras, de Crítica de la crítica y Las morales de la historia, da el título de "El jardín imperfecto" a otra de sus obras. Encuentro de ella esta reseña:
Tzvetan Todorov, director de investigaciones del CNRS y autor, entre otras obras, de Crítica de la crítica y Las morales de la historia, da el título de "El jardín imperfecto" a otra de sus obras. Encuentro de ella esta reseña:
Hace ya dos siglos que el hombre moderno ha conquistado su libertad: la libertad de escoger sus propias normas y de conocer el mundo sin preocuparse demasiado por aquello que dijeron los antiguos. Pero ¿acaso no habrá que pagar un precio por esta libertad? Y si el hombre moderno quiere conservarla, ¿acaso no deberá renunciar a ciertos valores comunes, a la vida en sociedad, a su yo coherente y responsable? Entonces, ¿qué hacer? Varias estrategias se han adoptado frente a esta cruel alternativa. La de los humanistas consiste en conservar esa preciosa libertad sin abandonar, por otra parte, los valores, la sociedad y el yo. Ése es, por lo menos, su parecer, el que expone este libro basándose en el pensamiento de los grandes humanistas franceses, de Montaigne a Constant pasando por Rousseau. En el fondo, la existencia humana se parece mucho a ese «jardín imperfecto» del que habla Montaigne: ni enteramente determinado por las fuerzas que lo producen, ni infinitamente maleable por la voluntad de los poderosos. Ese lugar, en fin, en el que aprendemos a fabricar lo eterno a partir de lo fugitivo. Allí donde el azar del reencuentro se transforma en necesidad vital.Que resuene algo a partir de lo fugitivo. Sembrad, que algo quedará.
No hay comentarios:
Publicar un comentario