Es uno de los prólogos más citados, interpretados y simplificados, para bien y para mal. Reflexión y confesión (y confusión añadida por los exégetas) se mezclan en esta mirada a una trayectoria rememorada "nel mezzo del cammin di nostra vita" (que no de la suya, más trabajada y corta).
Puede rastrearse aquí la noción de ideología en su sentido moderno. Concepto polisémico y autoinclusivo, y como tal imperfecto, tiene varios sentidos que Manuel Sacristán analizó bien. Tal vez Gonzalo Fernández de la Mora creyó cerrar el ciclo ideológico con su ideología de El Crepúsculo de las Ideologías.
Ideología y ciencia, que inexactamente se contraponen, son conceptos absolutos que carecen de sentido como categorías separadas. No hay ciencia posible sin componentes ideológicos, pero tampoco ideologías que no contengan, como elementos sobre los que se apoyan, realidades concretas de un tiempo y un espacio, y desde luego del conocimiento, más o menos "científico", de su época. Sólo en su despliegue dialéctico se modifican, evolucionan y se revolucionan las ideas, sean vulgares o científicas.
Dos verbos ("condiciona" y "determina") han dado origen a interpretaciones contrapuestas e interesadas sobre el determinismo de Marx, Ignoro el texto original y los matices que ambos verbos admiten en alemán, pero por más que el autor lo desmintiera, quedó la idea de que este prólogo era, para unos, la prueba de un pensamiento rígido y anquilosado ("anticuado", según algunas flores de un día). Para otros, ellos también de pensamiento rígido y anquilosado, el no va más que recetaba la fórmula del bálsamo de Fierabrás.
Para interpretar con honesto criterio su significado e importancia, valen los versos de la Divina Comedia que evoca al final:
Déjese aquí cuanto sea recelo;
Mátese aquí cuanto sea vileza.
El prólogo entero puede verse aquí y bajarse en PDF aquí.
(...)
Mi investigación me llevó a la conclusión de que, tanto las relaciones jurídicas como las formas de Estado no pueden comprenderse por sí mismas ni por la llamada evolución general del espíritu humano, sino que, por el contrario, radican en las condiciones materiales de vida cuyo conjunto resume Hegel siguiendo el precedente de los ingleses y franceses del siglo XVIII, bajo el nombre de “sociedad civil”, y que la anatomía de la sociedad civil hay que buscarla en la economía política. En Bruselas a donde me trasladé a consecuencia de una orden de destierro dictada por el señor Guizot proseguí mis estudios de economía política comenzados en París. El resultado general al que llegué y que una vez obtenido sirvió de hilo conductor a mis estudios puede resumirse así: en la producción social de su vida los hombres establecen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia.
(...)
Al cambiar la base económica se transforma, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella. Cuando se estudian esas transformaciones hay que distinguir siempre entre los cambios materiales ocurridos en las condiciones económicas de producción y que pueden apreciarse con la exactitud propia de las ciencias naturales, y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas, en una palabra las formas ideológicas en que los hombres adquieren conciencia de este conflicto y luchan por resolverlo. Y del mismo modo que no podemos juzgar a un individuo por lo que él piensa de sí, no podemos juzgar tampoco a estas épocas de transformación por su conciencia, sino que, por el contrario, hay que explicarse esta conciencia por las contradicciones de la vida material, por el conflicto existente entre las fuerzas productivas sociales y las relaciones de producción.
(...)
Las relaciones burguesas de producción son la última forma antagónica del proceso social de producción; antagónica, no en el sentido de un antagonismo individual, sino de un antagonismo que proviene de las condiciones sociales de vida de los individuos.
(...)
El enorme material sobre la historia de la economía política acumulado en el British Museum, la posición tan favorable que brinda Londres para la observación de la sociedad burguesa y, finalmente, la nueva etapa de desarrollo en que parecía entrar ésta con el descubrimiento del oro en California y en Australia, me impulsaron a volver a empezar desde el principio, abriéndome paso, de un modo crítico, a través de los nuevos materiales. Estos estudios a veces me llevaban por sí mismos a campos aparentemente alejados y en los que tenía que detenerme durante más o menos tiempo. Pero lo que sobre todo reducía el tiempo de que disponía era la necesidad imperiosa de trabajar para vivir. Mi colaboración desde hace ya ocho años en el primer periódico anglo‑americano, el New York Daily Tribune, me obligaba a desperdigar extraordinariamente mis estudios, ya que sólo en casos excepcionales me dedico a escribir para la prensa correspondencias propiamente dichas. Sin embargo, los artículos sobre los acontecimientos económicos más salientes de Inglaterra y del continente formaba una parte tan importante de mi colaboración, que esto me obligaba a familiarizarme con una serie de detalles de carácter práctico situados fuera de la órbita de la verdadera ciencia de la economía política.
Este esbozo sobre la trayectoria de mis estudios en el campo de la economía política tiende simplemente a demostrar que mis ideas, cualquiera que sea el juicio que merezcan, y por mucho que choquen con los prejuicios interesados de las clases dominantes, son el fruto de largos años de concienzuda investigación. Pero en la puerta de la ciencia, como en la del infierno, debiera estamparse esta consigna:
Qui si convien lasciare ogni sospetto;
Ogni viltá convien che qui sia morta
Londres, enero de 1859.
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