Wallerstein cree que los estados construyen las naciones, y no al revés. Históricamente, los estados modernos tendieron a centralizar el poder, y una de las formas más seguras era homogeneizar a las poblaciones. Mientras en el Antiguo Régimen el rey podía ser el elemento de unión de varias estructuras nacionales, a partir de las revoluciones burguesas la pretendida igualdad de los ciudadanos requería una nivelación de sus derechos en una patria común, la nación de ciudadanos iguales, cuya construcción era labor del Estado. La nación francesa es el paradigma de esa construcción. Pero esa Igualdad nunca ha sido realmente alcanzada.
Inicialmente, ni siquiera la igualdad formal a través del sufragio alcanzaba a todos. Varones mayores de edad con cierto nivel económico, nativos del territorio, eran los únicos ciudadanos de pleno derecho. La exclusión alcanzaba en primer lugar a las mujeres, pero también a la mayor parte de la clase trabajadora, a minorías étnicas, a inmigrantes y en algunos lugares también a sus descendientes e incluso a otros grupos por razones culturales, religiosas u otras.
Progresivamente, muchos de estos grupos discriminados fueron alcanzando el derecho de sufragio, hasta que ha llegado en la mayor parte de los estados a ser (casi) universal. Pero el sufragio no lo es todo, porque además de los derechos políticos hay derechos económicos y sociales, y por debajo de todos ellos subyacen los derechos humanos, a veces difícilmente distinguibles de los privilegios, cuando la "igualdad" protege a los privilegiados.
Además, el sufragio universal, como otros derechos, se ha logrado a través de las luchas de los grupos excluidos, lo que contradice ese ideal de igualdad previa de los ciudadanos a través de la nación-estado, porque es la presión del grupo la que logra imponerse.
Es decir: ese estado imaginario que no tolera otra presión que la de los individuos, ante los que aparece como único mediador, no es capaz de evitar completamente la mediación de otros grupos menores, siendo a su vez él mismo un mediador poco eficaz ante algunos poderosos grupos supranacionales.
¿Es de izquierda ser internacionalista o mundialista, o es de izquierda ser nacionalista contra la intrusión de las poderosas fuerzas del mundo? ¿Es conciencia de clase oponerse al nacionalismo o respaldar la resistencia nacional contra el imperialismo?
En esta situación, la salida fácil es el inevitable "depende". Salir del debate sugiriendo que la respuesta varía de un lugar a otro, de un momento a otro, de una a otra situación. Pero esta indefinición es precisamente el problema.
El nacionalismo es defensa de un grupo nacional frente a otros y el internacionalismo de la izquierda es también defensa de un grupo, el de los oprimidos, frente a poderosas fuerzas internacionales. En términos absolutos no se puede ser nacionalista sin traicionar los intereses de clase, pero hay ocasiones en que se puede apoyar a un nacionalismo frente a otros en nombre del internacionalismo.
Siendo el nacionalismo el compromiso emocional más fuerte de los pueblos, es difícil entrar en un debate que sea interno a la clase y a un tiempo nacional y global. Sin ese espíritu colectivo y solidario no se puede ser actor principal en la escena mundial. Ni siquiera dentro de un sólo Estado.
Aquí mismo y ahora mismo asistimos a un "corazón partío" en las izquierdas de las nacionalidades históricas, que pretenden a un tiempo ser y no ser nacionalistas. Eso produce divisiones tan flagrantes como la que ha presidido, convenientemente "mediada" por las instituciones del Estado y sus grupos de presión, en la dudosamente legal existencia de miembros de un mismo partido en grupos parlamentarios que ocasionalmente competirán entre sí.
El término
Si quienes forman una nación dan pie a la creación de un Estado, o si es el Estado el que crea la categoría de la nación y por tanto los derechos que operan dentro del Estado, es un debate que lleva mucho tiempo vigente. En mi caso, pienso que los Estados crean las naciones y no al revés.
Sin embargo, el punto es por qué crean naciones los Estados, y cuál debería ser la actitud de la
El jacobinismo da pie a la categoría de ciudadano. Las personas son ciudadanas por derecho de nacimiento y no por algún origen
Según esta percepción de la ciudadanía, es crucial considerar a todos los ciudadanos como individuos. Es crucial suprimir la idea de que hay grupos que podrían ser intermediarios entre el individuo y el Estado. De hecho, como lo podría sugerir una visión más rígida de la nación, es ilegítimo que esos otros grupos existan: todos los ciudadanos deben utilizar el lenguaje de la nación y ningún otro; ningún grupo político puede tener sus propias instituciones; no pueden ejercerse otras costumbres que las de la nación.
En la práctica, por supuesto, la gente es parte de muchos, muchos grupos que constantemente reivindican sus demandas de participación y lealtad por parte de sus miembros. También, en la práctica, y a veces a guisa de tratamiento igual para todos los ciudadanos, hay innumerables modos en que los derechos iguales para todos los ciudadanos pueden acotarse.
La idea de una ciudadanía puede llegar a definirse primordialmente como el sufragio. Y existen múltiples limitaciones al acceso al sufragio. La más obvia y numéricamente importante es el sexo. El sufragio, por ley, era sólo para los hombres. Con frecuencia se han puesto límites por ingreso, poniendo el requisito de un ingreso mínimo para votar. También se ha limitado el sufragio por raza y religión o debido al número de generaciones de ancestros que han residido en un Estado. El resultado neto, es que eso que fue concebido originalmente como el gran ecualizador de hecho no abrazó a todos; ni siquiera a la mayoría de las personas. Con frecuencia abrazó a un grupo bastante reducido.
Para los jacobinos que se piensan a sí mismos como la izquierda, la solución fue luchar en pro de la expansión del sufragio. Y con el tiempo, este esfuerzo rindió frutos. El sufragio sí se ha expandido a más y más personas. No obstante, de algún modo, esto no logró el objetivo de hacer que todos los ciudadanos, todos los miembros de la nación, gozaran de un acceso igual a los supuestos beneficios de la ciudadanía –educación, servicios de salud, empleo.
Debido a esta realidad de continuas desigualdades, surgió una visión
El resultado ha venido a ser que la izquierda no tiene una única visión de la nación. ¡Muy por el contrario! La izquierda está desgarrada entre visiones profundamente confrontadas de la nación. En la actualidad esto ocurre de muchos modos. Uno de ellos es el carácter explosivo de las demandas relacionadas con el género, la construcción social de lo que alguna vez se pensó que eran fenómenos genéticos. Pero una vez involucrados en la construcción social, no existen límites obvios a los derechos de las subcategorías, previamente definidas o en proceso de tener existencia social.
Si el género está estallando, también lo es la indigenidad. Lo indígena es también una construcción social. Se refiere a los derechos de aquellos que vivieron en ciertas áreas físicas con anterioridad a otros (los
Una última ambigüedad. ¿Es de izquierda ser internacionalista o mundialista, o es de izquierda ser nacionalista contra la intrusión de las poderosas fuerzas del mundo? ¿Es conciencia de clase oponerse al nacionalismo o respaldar la resistencia nacional contra el imperialismo?
Uno podría salirse de este debate por la vía fácil sugiriendo que la respuesta varía de lugar en lugar, de momento a momento, de situación a situación. Pero éste es precisamente el problema. A la izquierda global le resulta muy difícil confrontar estos puntos directamente y arribar a una actitud razonada y políticamente significativa hacia el concepto de la nación. Dado que en la actualidad se supone que el nacionalismo es el compromiso emocional más fuerte de los pueblos del mundo, el que la izquierda global no pueda entrar en un debate interno colectivo de un modo solidario, le resta capacidad para ser un actor principal en la escena mundial.
La Revolución Francesa nos legó un concepto que se suponía iba a ser el gran ecualizador. ¿Acaso nos legó una píldora venenosa que podría destruir a la izquierda global y por tanto al gran ecualizador? Es muy urgente una reunificación intelectual, política y moral de la izquierda global. Requerirá un mucho mayor sentido del dar y recibir de lo que han estado mostrando los actores principales. Hasta ahora no hay una alternativa seria.
naciónha tenido muchos y muy diferentes significados a lo largo de los siglos. Pero en los días que corren, y más o menos desde la Revolución Francesa, el término se ha vinculado al Estado, como en
Estado-nación. Según este uso,
naciónse refiere a aquellos que por derecho son miembros de la comunidad localizada dentro de un Estado.
Si quienes forman una nación dan pie a la creación de un Estado, o si es el Estado el que crea la categoría de la nación y por tanto los derechos que operan dentro del Estado, es un debate que lleva mucho tiempo vigente. En mi caso, pienso que los Estados crean las naciones y no al revés.
Sin embargo, el punto es por qué crean naciones los Estados, y cuál debería ser la actitud de la
izquierdaante el concepto de la nación. Para algunos de izquierda, el concepto de nación es el gran ecualizador. Es la afirmación de que todos (o casi todos) tienen el derecho a una plena e igualitaria participación en la toma de decisiones del Estado, en oposición a que solamente una minoría (por ejemplo la aristocracia) tenga derechos a una plena participación. Hoy, a esta visión de la nación la llamamos
jacobina.
El jacobinismo da pie a la categoría de ciudadano. Las personas son ciudadanas por derecho de nacimiento y no por algún origen
étnicoparticular o por una religión particular o cualquier otra característica que les atribuyan otros o se atribuyan ellas mismas. Los ciudadanos tienen los votos (desde cierta edad). Cada ciudadano tiene un voto. Todos los ciudadanos son por tanto iguales ante la ley.
Según esta percepción de la ciudadanía, es crucial considerar a todos los ciudadanos como individuos. Es crucial suprimir la idea de que hay grupos que podrían ser intermediarios entre el individuo y el Estado. De hecho, como lo podría sugerir una visión más rígida de la nación, es ilegítimo que esos otros grupos existan: todos los ciudadanos deben utilizar el lenguaje de la nación y ningún otro; ningún grupo político puede tener sus propias instituciones; no pueden ejercerse otras costumbres que las de la nación.
En la práctica, por supuesto, la gente es parte de muchos, muchos grupos que constantemente reivindican sus demandas de participación y lealtad por parte de sus miembros. También, en la práctica, y a veces a guisa de tratamiento igual para todos los ciudadanos, hay innumerables modos en que los derechos iguales para todos los ciudadanos pueden acotarse.
La idea de una ciudadanía puede llegar a definirse primordialmente como el sufragio. Y existen múltiples limitaciones al acceso al sufragio. La más obvia y numéricamente importante es el sexo. El sufragio, por ley, era sólo para los hombres. Con frecuencia se han puesto límites por ingreso, poniendo el requisito de un ingreso mínimo para votar. También se ha limitado el sufragio por raza y religión o debido al número de generaciones de ancestros que han residido en un Estado. El resultado neto, es que eso que fue concebido originalmente como el gran ecualizador de hecho no abrazó a todos; ni siquiera a la mayoría de las personas. Con frecuencia abrazó a un grupo bastante reducido.
Para los jacobinos que se piensan a sí mismos como la izquierda, la solución fue luchar en pro de la expansión del sufragio. Y con el tiempo, este esfuerzo rindió frutos. El sufragio sí se ha expandido a más y más personas. No obstante, de algún modo, esto no logró el objetivo de hacer que todos los ciudadanos, todos los miembros de la nación, gozaran de un acceso igual a los supuestos beneficios de la ciudadanía –educación, servicios de salud, empleo.
Debido a esta realidad de continuas desigualdades, surgió una visión
contra-jacobinade la izquierda. Esta visión contra-jacobina no vio a la nación como la gran ecualizadora, sino como la gran hipnotizadora. La solución no era luchar por suprimir a los otros grupos, sino alentar a todos los grupos a reivindicar su valía como modos de vida y modos de una conciencia propia. Las feministas insistieron en que no se trataba solamente de que las mujeres obtuvieran el sufragio, sino de que las mujeres lograran el derecho a tener sus propias organizaciones y su propia conciencia. De igual modo se pronunciaron las comunidades de grupos étnicos o raciales, las llamadas minorías.
El resultado ha venido a ser que la izquierda no tiene una única visión de la nación. ¡Muy por el contrario! La izquierda está desgarrada entre visiones profundamente confrontadas de la nación. En la actualidad esto ocurre de muchos modos. Uno de ellos es el carácter explosivo de las demandas relacionadas con el género, la construcción social de lo que alguna vez se pensó que eran fenómenos genéticos. Pero una vez involucrados en la construcción social, no existen límites obvios a los derechos de las subcategorías, previamente definidas o en proceso de tener existencia social.
Si el género está estallando, también lo es la indigenidad. Lo indígena es también una construcción social. Se refiere a los derechos de aquellos que vivieron en ciertas áreas físicas con anterioridad a otros (los
migrantes). Si lo empujamos lo suficiente, cada persona individual es un migrante. Si lo discutimos razonablemente, hay en la actualidad grupos sociales importantes que saben que viven en grupos significativamente diferentes de aquellos que ejercen el poder en el Estado, y por tanto buscan mantener a sus comunidades con sus actuales modos importantes de vida en vez de perder los derechos que les brindan sus fronteras debido a que la nación reivindica los derechos de una nación.
Una última ambigüedad. ¿Es de izquierda ser internacionalista o mundialista, o es de izquierda ser nacionalista contra la intrusión de las poderosas fuerzas del mundo? ¿Es conciencia de clase oponerse al nacionalismo o respaldar la resistencia nacional contra el imperialismo?
Uno podría salirse de este debate por la vía fácil sugiriendo que la respuesta varía de lugar en lugar, de momento a momento, de situación a situación. Pero éste es precisamente el problema. A la izquierda global le resulta muy difícil confrontar estos puntos directamente y arribar a una actitud razonada y políticamente significativa hacia el concepto de la nación. Dado que en la actualidad se supone que el nacionalismo es el compromiso emocional más fuerte de los pueblos del mundo, el que la izquierda global no pueda entrar en un debate interno colectivo de un modo solidario, le resta capacidad para ser un actor principal en la escena mundial.
La Revolución Francesa nos legó un concepto que se suponía iba a ser el gran ecualizador. ¿Acaso nos legó una píldora venenosa que podría destruir a la izquierda global y por tanto al gran ecualizador? Es muy urgente una reunificación intelectual, política y moral de la izquierda global. Requerirá un mucho mayor sentido del dar y recibir de lo que han estado mostrando los actores principales. Hasta ahora no hay una alternativa seria.
Traducción: Ramón Vera Herrera
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ResponderEliminarCreo que sí. Tengo FaceBook, así que supongo que sí
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