jueves, 30 de junio de 2016

Cave canem !



Cuidado con el perro es una advertencia que se remonta a la antigüedad. Antes de entrar en un terreno mal conocido conviene tomar precauciones. Algo así nos recomienda el autor para entrar con la cabeza fría en el visceral campo de las señas de identidad compartidas.

Una circunstancia que no se tiene en cuenta muchas veces es el carácter cambiante y aún efímero de grupos a los que míticamente se concede una permanencia que no es tanta y una historia y unas raíces que se hunden en el mito. ¡Ah, los mitos fundacionales!
 
Esa falsa conciencia tiene a menudo mucho empuje. Con frecuencia la adscripción es voluntaria, como la que hermana a los hinchas de un club deportivo, y aun así posee una fuerza que puede resultar peligrosa. La identificación con grupos étnicos o nacionales es también a veces un acto de la voluntad, pero puede llevar al fervor (y al furor) de los conversos. Si el pretendiente es rechazado de plano se refugia fácilmente en sus viejas identidades. 
 
Las identidades extrañas se admiten o rechazan muchas veces por causas funcionales. En el seno de la omnipresente lucha de clases el forastero puede ser un "trabajador invitado" que nos enriquece o un competidor indeseado que nos quita el trabajo o lo devalúa. En el mejor de los casos, un aliado contra la explotación. En el peor, un esquirol.  
 
Las pugnas nacionalistas establecen también extraños aliados y extraños enemigos ocasionales. En un mundo cambiante y en crisis se pueden interpretar y justificar alianzas y enemistades a través de las señas de identidad. 
 
Por eso, sin que signifique perder el corazón caliente al identificarse con un grupo, la cabeza pensante debe mantenerse suficientemente fría para analizar causas y efectos de los conflictos intergrupales. 
 
Y como dice Wallerstein, ante la duda, debemos respaldar las demandas de los grupos menos favorecidos y que actualmente están siendo los más oprimidos. 
 
Cuidado con las simpatías o antipatías que suscita a priori la pertenencia. Sentirse dentro de un grupo o próximo a él no puede ser equivalente a apoyarlo incondicionalmente. Cuidado con el perro etnicista, que puede morder. Tome precauciones quien compre esta mercancía.




La Jornada


La etnicidad se refiere a una de las realidades básicas del moderno sistema-mundo. Todos nos hallamos incrustados en uno o varios grupos que tienen una base de supuesto parentesco (aunque sea remoto). En los tiempos que corren tendemos a referirnos a tales grupos como identidades. Con bastante frecuencia nuestros sentimientos de lealtad hacia tales grupos se vuelven bastante apasionados. Casi no reconocemos qué tan impermanentes son los nombres y fronteras de esos grupos. Lo cierto es que los sentimientos relativos a nuestras identidades, variables en intensidad, son siempre una parte muy importante de nuestras realidades políticas actuales.

Comencemos con la impermanencia de los agrupamientos. Los nombres de los grupos cambian constantemente. Los nombres que asignamos a los grupos de los que reivindicamos ser parte son con mucha frecuencia muy diferentes de los nombres que les asignan quienes no son miembros de estos grupos. Lo que es más importante es que los nombres desaparecen conforme los grupos se mezclan y asumen la identidad de otros grupos, frecuentemente más poderosos. A esto algunas veces se le llama asimilación. Pero al mismo tiempo se crean constantemente nuevos nombres, en parte por la secesión de miembros de un grupo dado o por su expulsión del grupo. Esto puede deberse a que difieren los intereses de clase dentro de los miembros del grupo.

La simple existencia de un grupo puede ser motivo de un gran (y apasionado) debate. ¿Son los tártaros de Crimea ucranianos o ciudadanos de Rusia? Los líderes políticos de Myanmar insisten en que no hay rohingya en el país, mayoritariamente budista. Aseveran que los rohingya musulmanes en realidad son bengalíes y, por tanto, no son nativos de Myanmar/Birmania. Fue muy conocida la ocasión en los 70 en que Golda Meir, entonces la primera ministra de Israel, negó que hubiera un grupo tal que se le llamaba palestino. Los nacionalistas japoneses se oponen a reconocer derechos a las personas coreanas étnicas cuyos ancestros vinieran o hubieran sido llevadas a Japón cuatro generaciones antes.

Y en Estados Unidos ahora debatimos quién es estadunidense. ¿Son sólo los WASP (White, anglo-saxon, protestant, es decir, blancos, anglo-sajones, protestantes) los verdaderos estadunidenses? ¿Es un verdadero estadunidense un musulmán nacido en Estados Unidos de inmigración afgana legal? ¿Son los nativos americanos los verdaderos estadunidenses cuyos reclamos de propiedad de lo que les fue arrebatado por siglos impiden los derechos de los actuales dueños legalmente reconocidos?

El por qué son importantes esas querellas en relación con los nombres se debe a que traen consigo consecuencias políticas inmediatas. La realidad fundamental del mundo es que no hay grupo en ninguna parte que haya estado en la misma localidad por siempre. Todos han migrado de alguna otra parte en algún momento. En este sentido, no hay grupos que tengan reclamos incuestionables de derechos. Estos reclamos se basan todos en narrativas actuales de una historia pasada. Es más, las fronteras que disputa de cualquier grupo particular con seguridad han cambiado con el tiempo.

Entonces, ¿sobre qué base puede uno juzgar lo razonable de los reclamos de etnicidad? Un modo de hacerlo es respaldar las demandas de los grupos menos favorecidos, los grupos que actualmente están siendo los más oprimidos. Pero esto, por supuesto, es difícil de hacer. Quienes son acusados de ser los opresores lo niegan vigorosamente sobre la base de narrativas históricas bastante diferentes.

Aquí es donde la pasión entra en escena. La pasión no es una constante. Grupos que han coexistido pacíficamente y se han entremezclado en matrimonio por largo tiempo pueden repentinamente ser encendidos al punto de matarse unos a otros, en particular si son producto de esos matrimonios interétnicos. La llamada pureza de nuestra genealogía se torna la consideración política primordial. La pasión engendra pasión de ambos lados y entonces tenemos lo que llamamos genocidios. Y el recuerdo de tales genocidios se vuelve, en sí mismo, algo sujeto a un apasionado debate y una justificación de ulterior violencia.

El ámbito completo de identidades y derechos es uno muy intrincado de navegar. Uno no puede y no debe ignorarlo. Pero necesitamos analizar las realidades con sobriedad, descontando las fábulas que se entrometen en las narrativas e intentar siempre respaldar a los menos poderosos, a los más inmediatamente oprimidos.

Las pasiones étnicas han impregnado el moderno sistema-mundo desde su inicio. Sin embargo, pareciera que se han vuelto más feroces y que consumen más de nuestras energías políticas en los últimos 30 años. Y tal vez es así porque entramos en un periodo de gran incertidumbre, aquella de la crisis estructural del sistema capitalista y, por tanto, un tiempo de lucha política en torno al sistema que habrá de sucederlo. Las incertidumbres y la impredictibilidad parecen empujar a muchos a buscar el reforzamiento de su compromiso con sus identidades como modo de lidiar con las incertidumbres. Pero eso también nos aparta la mirada de las decisiones políticas básicas que encaramos y de las opciones morales que implican. Ergo, yo digo, etnicidad: caveat emptor!

Traducción: Ramón Vera Herrera

miércoles, 29 de junio de 2016

Marxismo y ciencia (V)

La quinta de las partes en que he dividido el artículo de Monserrat Romero Alarcón, que se enlaza con la cuarta dedicada a la dialéctica, puntualiza lo que pretende ser la economía, que en su estado actual es ante todo un instrumento para explicar el capitalismo.

El texto, como en las entregas anteriores, está tomado del blog de Antonio Olivé.



Una clarificación epistemológica desarrollada por Manuel Sacristán
Monserrat Romero Alarcón

2. Dialéctica, economía y metodologías
Ningún profesor de economía o de sociología que no sea un poco raro gustará de exponer textos que se parecen más a Isaías que a Durkheim o Walras. Puro moralismo, como dicen.
Sacristán, 1983b

(...)

La dialéctica y la economía. 

Estos son conceptos utilizados en el marxismo para poder explicar la plausibilidad de la existencia de una sociedad comunista. En los párrafos previos se ha tratado de repasar el significado de algunos de los elementos más importantes del marxismo. La noción de dialéctica, en sentido estricto, es un elemento imprescindible de clarificar para una buena comprensión de las ideas de Marx. La economía y la dialéctica se encuentran en distintos niveles de conocimiento, ya que la economía es sólo un instrumento para explicar al capitalismo. En principio, la economía y la dialéctica “son vistas en un plano general, filosófico, no haciendo ciencia positiva sino haciendo a lo sumo teoría del conocimiento, metodología no más, cuando hablamos de cuestiones científicas” (Sacristán, 1977).

Ahora bien, el marxismo como comunismo científico se expresa como “un pensamiento emancipatorio, y también científico, en el sentido de explorador de las condiciones de posibilidad de la emancipación o revolución o movimiento libertario, o como se le quiera llamar a eso que tiene una antigüedad milenaria, es claro que las condiciones de posibilidad son, en este caso, condiciones no de posibilidad puramente lógica, puramente formal, sino condiciones materiales de posibilidad y esas condiciones de posibilidad tienen su ámbito privilegiado en lo que solemos llamar [ámbito] económico. Digo de «lo que solemos llamar» porque el concepto de lo económico, precisamente cuando se trata de marxismo y se tiene presente la experiencia de la enseñanza académica de la economía, no es tampoco ningún concepto sin problemas, sino un concepto bastante problemático” (Sacristán, 1977). Por ello el marxista español explica, en otro de sus escritos, que: “la matemática no es física, ni economía, etcétera. Pero desde el punto de vista marxista ninguna de esas disciplinas es conocimiento sustantivo, sino sólo instrumental. Sustantivo es exclusivamente el conocimiento de lo concreto, el cual es un conocimiento global o totalizador que no reconoce alcance cognoscitivo material (sino sólo metódico-formal) a las divisiones académicas” (Sacristán, 1968a).

Sacristán menciona que, sin duda alguna, “entablar una discusión sobre temas económicos a propósito del marxismo y del pensamiento académico no marxista es una fuente enorme de confusiones porque no se trata sin más de dos investigaciones cuyo campo sea exactamente el mismo, o, para decirlo de un modo más técnico (…): se trata de dos investigaciones de las que de ninguna manera está claro a priori que tengan el mismo objeto formal, el mismo campo de conceptos, el mismo sistema de categorías. Todo esto son groseros sinónimos para responder un poco al lenguaje filosófico que tenga cada cual” (Sacristán, 1977). Así, entramos a una extensión de la discusión, entre economía y marxismo aludiendo a una reflexión del lógico español: “A mí me habría parecido bueno regular el léxico de tal modo que así como se dice «economía política» o «la economía de Smith», etcétera, en el marxismo se dijera no «la economía marxista» sino la «económica marxista», [17] para evitar confusiones, para dejar claro que no es lo mismo, que son dos tipos de investigaciones diferentes, (…) y no olvidando que hay una zona de coincidencia y contraprosición, incluso como economistas, no ya en política, ni en lucha de clase” (Sacristán, 1977).

Con ello se afirma que “el tipo de validez de una totalización dialéctica no es el mismo que el tipo de validez de un trozo de teoría física, química o de teoría económica académica (…). Esto hace grotesco todo intento de decir que el marxismo ha demostrado que de esta sociedad se pasará a través de una transición a una sociedad comunista. Nada de esto es demostración. Demostración es lo que se obtiene de un cuerpo teórico formalizado mediante una serie de reglas fijas, bien definidas y con una aplicación limitada. Esto es demostrar; lo otro no es demostrar, es argüir y esperar una totalización confirmada o no, en la práctica. En cambio, la totalización dialéctica es lo que no es ciencia ni es nada porque la ciencia tiene que ser contrastable, operativa, mensurable” (Sacristán, 1977).

Por ende, el filósofo español explica que “una de las características más peculiares de la literatura acerca de El Capital es la extremosidad de los juicios que suscita su lectura”. Por ejemplo: “Croce dice: la ciencia económica ha conseguido ya formas de teoría pura, como la física o la biología, neutrales respecto de toda empresa o todo programa político-social; la obra de Marx como la de Ricardo, es anterior a ese nivel teórico; luego es una obra caducada” (Sacristán, 1968b). Por su parte, Sacristán menciona que “Marx describe como «cinismo» cierto rasgo de la obra de Ricardo, o incluso de toda la «economía nacional»” y precisa que aunque Marx se “exprese tan enérgicamente sobre los componentes ideológicos no significa que reduzca la ciencia social de la cultura burguesa a esos contenidos ideológicos, y menos a intenciones apologéticas” (Sacristán, 1983d).

En contraparte, “la obra de Michio Morishima es buena representante de un ambiente intelectual exento de las crispaciones de filósofos e ideólogos, marxistas o antimarxistas, de hábitos mentales predominantemente literarios. Escribe Morishima: «Se puede decir sin exagerar que antes de Kalecki, Frish y Tinbergen, ningún economista, excepto Marx, obtuvo un modelo macrodinámico [18] construido rigurosamente por medio de un método científico (…). Nuestro acercamiento a Marx es distinto de la llamada economía marxista (…). Nuestra intención es reconocer la grandeza de Marx desde el punto de vista de la teoría económica moderna avanzada y, haciendo esto, contribuir al desarrollo de nuestra ciencia»” (Sacristán, 1983a).

Una perspectiva diferente a la de Morishima es la del marxista Georg Lukács, quien entiende al “análisis económico matemático en ciertas sociedades muy industrializadas como necesidades exclusivamente ideológicas del sistema social. Lukács no parece ver más que la función ideológica (…) de la economía matemática (especialmente de la microeconomía) nacida en los países aludidos; no se pregunta siquiera si esa disciplina tiene alguna función técnica medianamente material, productiva, determinada más por la base del sistema que por las necesidades ideológicas. Parece verosímil que el análisis económico nacido en las sociedades burguesas más maduras haya tenido y tenga −además de su eficacia ecológica− una función nada despreciable −por su eficacia para la comprensión de ciertos mecanismos capitalistas− en la estabilización relativa del capitalismo tras la crisis de los años treinta; en este análisis han confluido, además, probablemente experiencias socialistas (como la técnica soviética de balances) que los escritores marxistas de formación exclusivamente filosófica (en el sentido académico por el cual «la» filosofía es una especialidad sistematizada) no supieron entender ni valorar [19] (Sacristán 1983a).

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NOTAS

[17] “El término «económica» estaría justificado (que es lo que me inspiraría la propuesta que, como digo, no cuajará nunca y por tanto sólo la saco a colocación para reforzar psicológicamente la diferencia) porque en el punto de partida fue que Marx, cuando hace historia de las ideas económicas, al llegar a Aristóteles, recoge con mucho gusto una distinción de Aristóteles entre lo que llamaba «las cosas económicas», literalmente «lo económico», o sea, «la económica», y lo que Aristóteles llamaba «las cosas crematísticas», «lo crematístico», «la crematística». Marx se coge a esa distinción con mucha afición, considerándola él también pérdida, pero señalando el mérito que tenía la distinción porque «la económica» de Aristóteles son las relaciones económicas prescindiendo de que haya mercancía. Son, por así decirlo, relaciones de intercambio naturales entre seres humanos plenos, que ellos mismos hacen su trabajo y no están a merced de ningún mercader que recoge su producto y luego lo redistribuye y haga él el intercambio en vez de hacerlo los interesados; mientras que, según Aristóteles, «crematística» es la ciencia que estudia esta segunda cosa, esta vida económica ya mediatizada («mediada» dice Marx de acuerdo con Hegel), no por los mismos interesados sino por una objetivización extraña a la que nosotros estamos ya acostumbrados, que nos parece lo natural, pero que, desde el punto de vista de Aristóteles, es extraña” (Sacristán, 1977).


[18] Para mayor información sobre el modelo macrodinámico véase Contreras Sosa, 2007.


[19] “Por ese camino de ideologización de todo hecho de conocimiento, llega Lukács a posiciones parcialmente infectadas por cierto irracionalismo. (…)” (Sacristán 1983a).

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Bibliografía

Contreras Sosa, Hugo (2007), “El proyecto emancipatorio y el modelo macrodinámico. Sentido y vigencia del marxismo en el enfoque de Manuel Sacristán”, ponencia presentada en “Marxismo, economía y ecología. Seminario sobre algunos aportes de Manuel Sacristán”, Seminario de Credibilidad Macroeconómica, FE-UNAM, marzo-abril.

(Sacristán, 1977), “Sobre economía y dialéctica”, en MSL, 2004.

(Sacristán, (2004), Escritos sobre El capital (y textos afines), editan Fundación de Investigaciones Marxistas/ El Viejo Topo, Barcelona.

— (1968a), “Por qué leer a Labriola”, en MSL, 1983a.

(1968b), “¿A qué «género literario» pertenece El Capital de Marx?”, en MSL, 2004.

(1983a), Sobre Marx y marxismo. Planfetos y materiales I, Icaria Editorial, Barcelona.

— (1983b), “¿Qué Marx se leerá en el siglo XXI?”, en MSL, 1987. 

(1983d), “Karl Marx como sociólogo de la ciencia”, mientras tanto núm. 16-17, agosto-noviembre, Barcelona.

lunes, 27 de junio de 2016

Despertar (¿o no?) del Sueño Americano

Ayer mismo, en Russia Today, pudimos ver el documental de Noam Chomsky Requiem for the American Dream. Puede verse completo en Netflix. 

En esta reseña se resumen diez importantes principios de la acumulación de poder y riquezadecálogo con que responde a la pregunta ¿cómo se convirtió Estados Unidos en una sociedad tan desigual?

Son estos principios:
  1. Reducir la democracia
  2. Moldear la ideología
  3. Rediseñar la economía
  4. Desplazar la carga
  5. Atacar la solidaridad
  6. Dirigir las instituciones reguladoras
  7. Manipular las elecciones
  8. Mantener a la plebe bajo control
  9. Fabricar consentimiento
  10. Marginar a la población


Son estrategias completamente globalizadas, aplicadas más allá (¡más acá!) de los Estados Unidos.

Téngase en cuenta que en ese país el concepto de "liberal" no tiene el mismo significado que aquí. En cuanto a "derecha" e "izquierda", aquí tampoco son ya términos nítidamente diferenciados...





Christopher Tibble

El nuevo documental de Noam Chomsky parece sacado de la campaña del precandidato demócrata a la presidencia estadounidense Bernie Sanders. Al igual que el senador de Vermont, el intelectual americano cree que la desigualdad económica de su país obedece a una serie de problemas que han puesto en entredicho la misma posibilidad de una democracia funcional: la excesiva relevancia del dinero en la política, la desregularización de las instituciones financieras, la manipulación de las campañas electorales.

“En la Gran Depresión de los años treinta, que tengo edad para recordar, la mayoría de mi familia perdió su trabajo, la situación era grave, subjetivamente peor que hoy, pero había la esperanza de que las cosas iban a mejorar -dice Chomsky al comienzo del documental distribuido por Netflix-. Hoy esa esperanza no existe”.

Para Chomsky, el sueño americano ha muerto. O si no ha muerto, por lo menos se encuentra en un profundo letargo. El sueño, en su mayoría simbólico, también era real, y su piedra angular, la movilidad de clase: cualquier persona, se creía, podía por medio de sus propios méritos volverse rico, pertenecer a la clase media, comprar una casa, un carro, mandar a sus hijos a una buena universidad o colegio.

Hoy, en cambio, en Estados Unidos apenas una décima parte del uno por ciento controla casi toda la riqueza del país. Una situación que no solo es extremadamente injusta, dice el intelectual, sino que corroe las bases del sistema democrático y tiene efectos altamente negativos para la sociedad. En una democracia funcional, explica, la opinión pública influye en las políticas. Pero la excesiva concentración de riqueza lleva a la excesiva concentración del poder, que a su vez se usa para favorecer a los pocos de arriba. Un ciclo vicioso.
  
Pero, ¿cómo se convirtió Estados Unidos en una sociedad así de desigual? Chomsky decide responder con un decálogo, titulado ‘Los diez principios de la acumulación de poder y riqueza’. Aquí un esbozo.

Uno: Reducir la democracia

Según el académico, durante toda la historia americana ha existido una pugna entre quienes presionan desde abajo por mejores condiciones y quienes, desde arriba, ejercen su poder para disminuir ese impulso. James Madison, el arquitecto de la Constitución americana, se aseguró de que el poder estuviera en las manos de pocos. ¿Cómo? Otorgando la mayoría del control a la rama legislativa, al senado, que en ese entonces no era elegido por el pueblo sino por el segmento de la población adinerado. Madison temía que si los pobres podían elegir a sus gobernantes, entonces estos les quitarían todo a los ricos. Y eso sería injusto.

En su Política, Aristóteles describió esa misma lucha. Su propuesta, sin embargo, fue la contraria. En vez de quitarle el poder a los muchos para proteger la opulencia de los pocos, los estados deben invertir en una especie de Estado de bienestar. Su lógica: la mejor manera de evitar una revolución es reduciendo la desigualdad. Y según Chomsky, entre la posibilidad de reducir la democracia o la inequidad, los gobernantes estadounidenses optaron desde el inicio por la primera opción. Para él, después de los avances democráticos de los años sesenta, cuando entraron en vigor los derechos civiles de las minorías y de las mujeres, esa mentalidad egoísta cobró dimensiones preocupantes. Y la reacción fue rotunda.

Dos: Moldear la ideología

En los años setenta tanto la derecha como la izquierda buscaron la manera de reducir los avances democráticos de la década anterior. La derecha con el Powell Memorandum de 1971, en el que el abogado y futuro juez de la Corte Suprema Lewis Powell hizo un llamado a las corporaciones para que encontraran formas de reprimir los avances de los sesenta. De ese memorando nacieron poderosas instituciones como The Heritage Foundation, The Manhattan Institute, entre otras, que buscaban influenciar al público para rechazar el creciente poder del gobierno en sus vidas. Una filosofía que se implementó con todo rigor en la administración de Ronald Reagan, en la que se redujeron de manera ostentosa los impuestos a la clase alta, pero no tanto al resto de la población.

La izquierda, por su lado, buscó algo similar con el primer informe importante de la Comisión Trilateral, titulado La crisis de la democracia. En él, se afirmaba que había “un exceso de democracia” y que se debía combatir a esos antes pasivos segmentos de la población que ahora estaban intentando entrar en la arena política. Sus arquitectos, que más adelante obtuvieron cargos importantes en la administración del demócrata Jimmy Carter a finales de los setenta, sentían que las universidades y los colegios habían fracasado a la hora de “adoctrinar a” la juventud.

Tres: Rediseñar la economía

En esa misma época, expone Chomsky, hubo dos cambios fundamentales en la economía estadounidense. El primero fue el impresionante crecimiento de las instituciones financieras. Si en los años cincuenta los bancos apenas cumplían un papel secundario en la economía, para 2007 ya eran responsables del 40 por ciento de las ganancias corporativas de todo el país. Ese proceso, que inició en los años setenta, es conocido como la financiación de la economía.

El segundo cambio instrumental fue la deslocalización de la producción. En otras palabras, el proceso mediante el cual los trabajadores americanos se vieron obligados a someterse a una competencia global, un hecho que llevó a la reducción de sus ingresos. Un obrero estadounidense por primera vez tuvo que competir con su homólogo chino, un país donde las condiciones laborales son peores y los empleadores se pueden dar el lujo de pagar menos. Así se acabaron la mayoría de los trabajos en las fábricas, y poco a poco se fue desvaneciendo esa industria, antaño el pilar de la economía estadounidense.

Cuatro: Desplazar la carga

Chomsky considera a los años cincuenta y sesenta la época dorada de Estados Unidos. Se trató de un periodo en el que hubo un continuo crecimiento en todos los rangos de la sociedad. Los ingresos de los más pobres subieron al mismo ritmo que el de los más adinerados. Un hecho que tenía que ver, para el académico, con el Estado de Bienestar que implemento el presidente Roosevelt durante los años de la Gran Depresión. Basándose en la red de seguridad social que creó FDR, en los cincuenta y sesenta un negro podía conseguir un buen trabajo, comprar una casa, tener un carro.

Para el intelectual, en los setenta EEUU empezó a convertirse en una plutonomía, un sistema económico que está significativamente influenciado por la clase alta. El  cambio se efectuó sobre todo con la creación de una nueva política tributaria: se rediseñó para que los de arriba pagaran menos y el grueso de la población pagara más. ¿Cómo? Subiendo los impuestos de salarios y consumo (que afectan a toda la población) y reduciendo los de dividendos (que principalmente afectan a los ricos).

El cambio entró en vigencia sobre todo durante la administración de Reagan, bajo el pretexto de que así se podía incrementar la inversión. Chomsky, sin embargo, no cree que haya evidencia que demuestre eso. “Si se quiere aumentar la inversión, pues que le den plata a los pobres, que van a consumir y así estimular la producción y generar más trabajos”, dice en el documental.

Cinco: Atacar la solidaridad

Según Chomsky, una de las máximas más peligrosas del sistema capitalista es la idea de que los individuos solo se deberían preocupar por ellos mismos. La simpatía, un rasgo inherente del hombre, se debe eliminar. Y algunos políticos de Estados Unidos han intentado hacer eso atacando a las principales instituciones de lo que queda del Estado de bienestar roosveliano.

A instituciones como la Seguridad Social, que está basada en el principio de la solidaridad: se paga impuestos para que la viuda que se encuentra al otro lado de pueblo pueda vivir con dignidad. O al sistema de educación pública, una de las joyas de la democracia estadounidense. Reagan, por ejemplo, eliminó la matrícula gratuita en las universidades de California cuando fue gobernador de ese estado y hoy la mayoría de los jóvenes que asisten a la universidad en Estados Unidos salen con deudas escandalosas. Algunas superan los 100.000 dólares.

Seis: Dirigir las instituciones reguladoras

En los setenta también inició la desregularización de las instituciones financieras, que desde entonces han producido una serie de crisis económicas. Cabe resaltar que, por ejemplo, entre el cincuenta y el setenta el mercado bursátil no entró en crisis ni una vez. Para Chomsky, el problema inició cuando las empresas sometidas a las regulaciones empezaron a escribir las mismas regulaciones. Un fenómeno que llama ‘regulatory capture’ y cuyo ejemplo perfecto se encuentra en la crisis de 2008. ¿Quiénes fueron los encargados de reestructurar la economía estadounidense después de la depresión, se pregunta Chomsky? Los mismos que la causaron.

Siete: Manipular las elecciones

Si bien el intelectual da por sentado que desde la fundación de Estados Unidos las elecciones presidenciales han sido influenciadas por grupos económicos e intereses privados, también considera que en 2009 la Corte Suprema de su país tomó una de las peores decisiones de su historia. La decisión conocida como ‘Citizens United’ concluye que el derecho de libertad de expresión de las corporaciones no puede limitarse, y que por ende estas pueden gastar lo que quieran financiando campañas electorales.

El problema para Chomsky, sin embargo, va más allá y tiene que ver con el hecho de que durante todo el siglo XX Estados Unidos le fue otorgando de manera gradual derechos a las empresas, al punto que hoy gozan de más libertades que los mismos ciudadanos. Una situación que no hesita en llamar “una perversión de la moralidad elemental”.

Ocho: Mantener a la plebe bajo control

Otro factor clave para explicar la desigualdad que hoy asola a Estados Unidos es la destrucción casi sistemática de los sindicatos que ocurrió bajo la presidencia de Reagan. El mandatario, según Chomsky, dio libertad total a las empresas para que trataran a las organizaciones laborales como instrumentos ilegales. Las secuelas de esa mentalidad persisten en el siglo XXI: hoy en día solo el 7 por ciento de los trabajadores del sector privado están afiliados a un sindicato, "la gran barrera contra la tiranía corporativa".

Nueve: Fabricar consentimiento

¿Cómo hacer para que la gente no se de cuenta de que vive en una situación desfavorable? Para Chomsky, uno de los instrumentos más fantásticos que se ha inventado el gobierno de Estados Unidos para controlar a la población es la publicidad. Con ella, desde comienzos del siglo XX las clases altas han podido controlar las actitudes y las creencias de las personas, fabricando y direccionando el deseo de la población.

“El ideal es lo que se ve hoy: niñas adolescentes que en su tiempo libre se van al centro comercial y no a la librería. La idea es controlar a la sociedad y convertirla en un sistema binario: uno y el televisor o uno y el internet, en el que la persona puede estar constantemente conectado al ideal de lo que se debería tener, y así entonces pasa el tiempo buscando cosas que ni va a utilizar -dice el académico, antes de agregar-: Si la idea es que los mercados están basados en consumidores informados tomando decisiones racionales, lo que la publicidad hace es fabricar consumidores desinformados que toman decisiones irracionales”.

Diez: Marginar a la población

En la última parte del documental, Chomsky parece hacerle un guiño al fenómeno de Donald Trump. Dice, con algo de tristeza, que la frustración de la población con la situación económica del país ha fomentado el odio hacia las instituciones públicas. Y que si bien ahora algunos quieren cambios -un hecho positivo- las movilizaciones populares como la de Trump tienen un componente autodestructivo, una rabia desenfocada que puede terminar desembocada sobre las poblaciones más vulnerables de la sociedad.

Según Chomsky, la solución, para el décimo punto pero también para el resto, es que exista una mayor participación de la población en las decisiones políticas. Y que así la situación vire hacía la reducción de la desigualdad, y no hacía la reducción de la democracia.