Cuidado con el perro es una advertencia que se remonta a
la antigüedad. Antes de entrar en un terreno mal conocido conviene tomar
precauciones. Algo así nos recomienda el autor para entrar con la cabeza fría
en el visceral campo de las señas de identidad compartidas.
Una circunstancia que no se tiene en cuenta muchas veces es el carácter cambiante y aún efímero de grupos a los que míticamente se concede una permanencia que no es tanta y una historia y unas raíces que se hunden en el mito. ¡Ah, los mitos fundacionales!
Esa falsa conciencia tiene
a menudo mucho empuje. Con frecuencia la adscripción es voluntaria, como la que
hermana a los hinchas de un club deportivo, y aun así posee una fuerza que
puede resultar peligrosa. La identificación con grupos étnicos o nacionales es también
a veces un acto de la voluntad, pero puede llevar al fervor (y al furor) de los
conversos. Si el pretendiente es rechazado de plano se refugia fácilmente en
sus viejas identidades.
Las identidades extrañas
se admiten o rechazan muchas veces por causas funcionales. En el seno de la
omnipresente lucha de clases el forastero puede ser un "trabajador
invitado" que nos enriquece o un competidor indeseado que nos quita el
trabajo o lo devalúa. En el mejor de los casos, un aliado contra la explotación.
En el peor, un esquirol.
Las pugnas nacionalistas
establecen también extraños aliados y extraños enemigos ocasionales. En un
mundo cambiante y en crisis se pueden interpretar y justificar alianzas y
enemistades a través de las señas de identidad.
Por eso, sin que
signifique perder el corazón caliente al identificarse con un grupo, la cabeza
pensante debe mantenerse suficientemente fría para analizar causas y efectos de
los conflictos intergrupales.
Y como dice Wallerstein, ante la duda, debemos
respaldar las demandas de los grupos menos favorecidos y que actualmente están
siendo los más oprimidos.
Cuidado con las simpatías
o antipatías que suscita a priori la pertenencia. Sentirse dentro de un grupo o
próximo a él no puede ser equivalente a apoyarlo incondicionalmente. Cuidado
con el perro etnicista, que puede morder. Tome precauciones quien compre esta mercancía.
La Jornada
La
etnicidad se refiere a una de las realidades básicas del moderno sistema-mundo. Todos nos hallamos incrustados en uno
o varios grupos que tienen una base de supuesto parentesco (aunque sea
remoto). En los tiempos que corren tendemos a referirnos a tales grupos como
identidades. Con bastante frecuencia nuestros sentimientos de
lealtad hacia tales grupos se vuelven bastante apasionados. Casi no
reconocemos qué tan impermanentes son los nombres y fronteras de esos
grupos. Lo cierto es que los sentimientos relativos a nuestras
identidades, variables en intensidad, son siempre una parte muy
importante de nuestras realidades políticas actuales.
Comencemos
con la impermanencia de los agrupamientos. Los nombres de los grupos cambian
constantemente. Los nombres que asignamos a los grupos de los que
reivindicamos ser parte son con mucha frecuencia muy diferentes de los nombres
que les asignan quienes no son miembros de estos grupos. Lo que es más
importante es que los nombres desaparecen conforme los grupos se mezclan y
asumen la identidad de otros grupos, frecuentemente más poderosos. A esto
algunas veces se le llama asimilación. Pero al mismo tiempo se
crean constantemente nuevos nombres, en parte por la secesión de
miembros de un grupo dado o por su expulsión del grupo. Esto puede
deberse a que difieren los intereses de clase dentro de los miembros del
grupo.
La
simple existencia de un grupo puede ser motivo de un gran (y apasionado)
debate. ¿Son los
tártaros de Crimea ucranianos o ciudadanos de Rusia? Los líderes políticos de
Myanmar insisten en que no hay rohingya en el país,
mayoritariamente budista. Aseveran que los rohingya musulmanes en realidad
son bengalíes y, por tanto, no son nativos de Myanmar/Birmania. Fue muy
conocida la ocasión en los 70 en que Golda Meir, entonces la primera
ministra de Israel, negó que hubiera un grupo tal que se le llamaba
palestino. Los nacionalistas japoneses se oponen a reconocer derechos a
las personas coreanas étnicas cuyos ancestros vinieran o
hubieran sido llevadas a Japón cuatro generaciones antes.
Y
en Estados Unidos ahora debatimos quién es estadunidense. ¿Son sólo los WASP (White,
anglo-saxon, protestant, es decir, blancos, anglo-sajones, protestantes) los verdaderos
estadunidenses? ¿Es un verdadero estadunidense un musulmán nacido en
Estados Unidos de inmigración afgana legal? ¿Son los nativos americanos
los verdaderos estadunidenses cuyos reclamos de propiedad de lo que les
fue arrebatado por siglos impiden los derechos de los actuales dueños
legalmente reconocidos?
El por qué son importantes esas querellas en relación con los nombres se debe a que traen consigo consecuencias políticas inmediatas. La realidad fundamental del mundo es que no hay grupo en ninguna parte que haya estado en la misma localidad por siempre. Todos han migrado de alguna otra parte en algún momento. En este sentido, no hay grupos que tengan reclamos incuestionables de derechos. Estos reclamos se basan todos en narrativas actuales de una historia pasada. Es más, las fronteras que disputa de cualquier grupo particular con seguridad han cambiado con el tiempo.
Entonces,
¿sobre qué base puede uno juzgar lo razonable de los reclamos de etnicidad? Un
modo de hacerlo es respaldar las demandas de los grupos menos
favorecidos, los grupos que actualmente están siendo los más oprimidos.
Pero esto, por supuesto, es difícil de hacer. Quienes son acusados de ser los
opresores lo niegan vigorosamente sobre la base de narrativas históricas
bastante diferentes.
Aquí
es donde la pasión entra en escena. La pasión no es una constante. Grupos que han
coexistido pacíficamente y se han entremezclado en matrimonio por largo
tiempo pueden repentinamente ser encendidos al punto de matarse unos a otros,
en particular si son producto de esos matrimonios interétnicos. La llamada
pureza de nuestra genealogía se torna la consideración política primordial. La
pasión engendra pasión de ambos lados y entonces tenemos lo que llamamos genocidios.
Y el recuerdo de tales genocidios se vuelve, en sí mismo, algo sujeto a un apasionado
debate y una justificación de ulterior violencia.
El
ámbito completo de identidades y derechos es uno muy intrincado de navegar. Uno no puede y no debe ignorarlo. Pero
necesitamos analizar las realidades con sobriedad, descontando las
fábulas que se entrometen en las narrativas e intentar siempre respaldar a los
menos poderosos, a los más inmediatamente oprimidos.
Las pasiones étnicas han impregnado el moderno sistema-mundo desde su inicio. Sin embargo, pareciera que se han vuelto más feroces y que consumen más de nuestras energías políticas en los últimos 30 años. Y tal vez es así porque entramos en un periodo de gran incertidumbre, aquella de la crisis estructural del sistema capitalista y, por tanto, un tiempo de lucha política en torno al sistema que habrá de sucederlo. Las incertidumbres y la impredictibilidad parecen empujar a muchos a buscar el reforzamiento de su compromiso con sus identidades como modo de lidiar con las incertidumbres. Pero eso también nos aparta la mirada de las decisiones políticas básicas que encaramos y de las opciones morales que implican. Ergo, yo digo, etnicidad: caveat emptor!
Traducción:
Ramón Vera Herrera