Como ocurre con todos los pares dialécticos, la duda y la certeza son momentos inseparables. Cualquier certeza es provisional, pero instalarse en la duda para no actuar es una forma cómoda (¿o muy incómoda?) de inhibirse de los problemas, incluso de los más personales. En el fondo, el que quiere inhibirse y olvidar sabe que no puede olvidar. Como quien pone obsesivamente todo su empeño en dormir no logra dormir; como el borracho sabe en el fondo que tras la alegría vendrá la resaca.
Al momento de la duda, tan posmoderno como inoperante si nos instalamos en él, debe suceder el de la decisión racional, con todas sus limitaciones, que serán menores cuanto mayor sea nuestro conocimiento.
Es lo que viene a decir un texto de José María Agüera Lorente sobre ciencia y opinión pública en democracia que finaliza así:
Es verdad que, como reconoce el profesor de investigación del CSIC Pere Puigdomenech en un artículo titulado Certezas y dudas, cada
vez más se acude a los datos aportados por la investigación científica
para tomar decisiones sociales y políticas. Ahora bien, ¿significa esto
que la política democrática orienta sus pasos hacia el sendero de la
racionalidad (ideal)? Para responder a esta pregunta debemos fijar
nuestra atención en un elemento esencial del método científico: la duda.
Está claro que se investiga para buscar certezas, pero no es
infrecuente que en el camino tropecemos con dudas. Ahora bien, como
advierte el profesor Puigdomenech: «Ante la opinión pública, esta
situación puede aparecer como si hubiera alternativas igualmente
válidas, lo que se amplifica sobre todo cuando, además, hay intereses en
juego. (...) Al abrir este espacio de dudas se deja espacio para
aparentes contradicciones, de las que pueden aprovecharse quienes tienen
sus propias, y a menudo interesadas, certezas».
Y así –y valga
como ejemplos tomados a vuelapluma– se puede aprovechar de ese espacio
en sombras en el ágora democrática, donde campa a sus anchas la opinión
pública, tanto la postura contraria a los transgénicos como los
intereses de las grandes corporaciones que niegan el cambio climático.
Dejarlo, pues, como un lugar en el que pugnan, con total desasimiento de
la racionalidad, ideologías e intereses tiene un coste real muy
superior al psíquico de vencer nuestras ilusiones cognitivas. ¿Nos
podemos permitir, entonces, la ausencia de la ciencia del ámbito
político?
No podemos pensar que "todo vale" y que "no hay verdad, sino solo opiniones". El relativismo posmoderno que renuncia a los "grandes relatos" renuncia de hecho a encarar el futuro. La duda es necesaria como un momento en la búsqueda de la certeza, todo lo provisional que se quiera.
La duda, paso necesario:
¡Loada sea la duda! Os aconsejo que saludéis
serenamente y con respeto
a aquel que pesa vuestra palabra como una moneda falsa.
Quisiera que fueseis avisados y no dierais
vuestra palabra demasiado confiadamente.
Leed la historia. Ved
a ejércitos invencibles en fuga enloquecida.
Por todas partes
se derrumban fortalezas indestructibles,
y de aquella Armada innumerable al zarpar
podían contarse
las naves que volvieron.
Así fue como un hombre ascendió un día a la cima inaccesible,
y un barco logró llegar
al confín del mar infinito.
¡Oh hermoso gesto de sacudir la cabeza
ante la indiscutible verdad!
¡Oh valeroso médico que cura
al enfermo ya desahuciado!
Pero la más hermosa de todas las dudas
es cuando los débiles y desalentados levantan su cabeza
y dejan de creer
en la fuerza de sus opresores.
¡Cuánto esfuerzo hasta alcanzar el principio!
¡Cuántas víctimas costó!
¡Qué difícil fue ver
que aquello era así y no de otra forma!
Suspirando de alivio, un hombre lo escribió un día en el
libro del saber.
Quizá siga escrito en él mucho tiempo y generación tras
generación
de él se alimenten juzgándolo eterna verdad.
Quizá los sabios desprecien a quien no lo conozca.
Pero puede ocurrir que surja una sospecha, que nuevas
experiencias
hagan conmoverse al principio. Que la duda se despierte.
Y que, otro día, un hombre, gravemente,
tache el principio del libro del saber.
Instruido
por impacientes maestros, el pobre oye
que es éste el mejor de los mundos, y que la gotera
del techo de su cuarto fue prevista por Dios en persona.
Verdaderamente, le es difícil
dudar de este mundo.
Bañado en sudor, se curva el hombre construyendo la casa
en que no ha de vivir.
Pero también suda a mares el hombre que construye su
propia casa.
Son los irreflexivos los que nunca dudan.
Su digestión es espléndida, su juicio infalible.
No creen en los hechos, sólo creen en sí mismos. Si llega el
caso,
son los hechos los que tienen que creer en ellos. Tienen
ilimitada paciencia consigo mismos. Los argumentos
los escuchan con oídos de espía.
Frente a los irreflexivos, que nunca dudan,
están los reflexivos, que nunca actúan.
No dudan para llegar a la decisión, sino
para eludir la decisión. Las cabezas
sólo las utilizan para sacudirlas. Con aire grave
advierten contra el agua a los pasajeros de naves
hundiéndose.
Bajo el hacha del asesino,
se preguntan si acaso el asesino no es un hombre también.
Tras observar, refunfuñando,
que el asunto no está del todo claro, se van a la cama.
Su actividad consiste en vacilar.
Su frase favorita es: «No está listo para sentencia.»
Por eso, si alabáis la duda,
no alabéis, naturalmente,
la duda que es desesperación.
¿De qué le sirve poder dudar
a quien no puede decidirse?
Puede actuar equivocadamente
quien se contente con razones demasiado escasas,
pero quedará inactivo ante el peligro
quien necesite demasiadas.
Tú, que eres un dirigente, no olvides
que lo eres porque has dudado de los dirigentes.
Permite, por lo tanto, a los dirigidos
dudar.
Bertolt Brecht
El camino hacia la certeza pasa por el conocimiento:
:
¡Estudia lo elemental! Para aquellos
cuya hora ha llegado
no es nunca demasiado tarde.
¡Estudia el “abc”! No basta, pero
estúdialo ¡No te canses!
¡Empieza! ¡Tú tienes que saberlo todo!
Estás llamado a ser un dirigente.
¡Estudia, hombre en el asilo!
¡Estudia, hombre en la cárcel!
¡Estudia, mujer en la cocina!
¡Estudia, sexagenario!
Estás llamado a ser un dirigente.
¡Asiste a la escuela, desamparado!
¡Persigue el saber, muerto de frío!
¡Empuña el libro, hambriento! ¡Es un arma!
Estás llamado a ser un dirigente.
¡No temas preguntar, compañero!
¡No te dejes convencer!
¡Compruébalo tú mismo!
Lo que no sabes por ti,
no lo sabes.
Repasa la cuenta,
tú tienes que pagarla.
Apunta con tu dedo a cada cosa
y pregunta: ¿Y esto, por qué?
Estás llamado a ser un dirigente.
Bertolt Brecht