Estas reflexiones de Miguel León me parecen lúcidas. Por eso las traigo aquí. No asumo sin más la proclama que da título al artículo, que tiene más de llamada de atención que de afirmación rotunda.
¡Naturalmente que todos los sistemas son reformables! Pero la contraposición entre reforma y revolución no significa eso. Son revolucionarios los cambios que minan el sistema. Son reformistas los que lo apuntalan.
Cuando se dice que un sistema no es reformable se denuncian los retoques dirigidos a consolidarlo, sea o no esa la intención.
Así que Podemos sería, como tantas cosas, profundamente reformable. Tan profundamente que dejaría atras sus pecados originales, sus ambigüedades calculadas, sus llamadas a compromisos que no comprometen, dirigidas a poco comprometidos adherentes periféricos.
El peligro de Podemos es acoger, como hacía la legión de Millán Astray, a unos indignados recientes bien provistos de (des)información y muy desprovistos de formación y, en medio de la urgencia de debates confusos dirigidos a conformar una heterogénea mayoría, renunciar a contribuir a que esos indignados se formen.
De los tres ejemplos analizados en el artículo que sigue, el primero los condiciona a hacer un análisis sin análisis. El medio televisivo de las frases cortas y los minutos contados, del control en la elección de los tertulietas, del diálogo para besugos, de la permanente reconducción, ejercida por el mal llamado moderador... Este medio, y sobre todo su más o menos invisible dueño, impide explicar a fondo la realidad. Por algo era tan televisivo aquel programa que se llamó "59 segundos"..
De esta imposibilidad se sigue el segundo ejemplo. Como No Podemos explicar, banalicemos el mensaje, adaptándolo a orejas entre las cuales se interiorizó hace mucho tiempo que la reforma política era la ruptura anunciada. Como no hay en una mayoría de espectadores conciencia de la continuidad entre franquismo y monarquía, "No Podemos" renuncia a un análisis fino y habla en grueso de "la casta". No niego que exista esa casta, pero las mentes heterogéneas de los oyentes pueden interpretar cualquier cosa si no se explica bien en qué consiste.
Los fascistas de toda laya pueden emplear términos así y aplicarlos a quienes quieran, desviándolos de los verdaderos causantes y beneficiarios, sustituidos por una entelequia que, aunque imaginada como ese pequeñísimo grupo de poderes financieros, los mantiene en una penumbra inalcanzable, y lanza sus proyectiles indiscriminadamente contra "los políticos", todos. (¿Incluidos los miembros de Podemos?).
El tercer ejemplo aducido es el objetivo inmediato de ganar elecciones. Cierto que es un paso esencial, pero sin una masa crítica coherente puede ser el paso hacia el derrumbe de ilusiones no bien explicitadas. Con la consecuencia de una desmoralización colectiva que nos haga llegar demasiado tarde a los problemas, cuando la degradación universal de la naturaleza y de los valores aleje definitivamente las soluciones que hoy aún son posibles.
Podemos será reformable en el mismo sentido en que lo llegue a ser el sistema que quiere reformar. Forma parte del mismo, pero esto nos ocurre a todos, nos guste o no. No será reformable mientras acepte sin discusión los medios y los métodos habituales, aunque pregone otros fines..
Esperemos que no los confunda el oleaje de su éxito reciente, que puede ser efímero (y de consecuencias devastadoras) si no contribuye a la creación de algo más sólido, unitario y con ideas mucho más claras.
Una convergencia necesaria, que no pueda digerir el sistema. No vaya a convertirse, con el hundimiento del PSOE, en el nuevo partido "por el cambio" para que nada cambie, impidiendo la solidificación de un gran movimiento de izquierda. No será, desde luego, el único responsable si eso llega a ocurrir.
Rebelión
Este es el texto de mi intervención en el acto organizado por el
Círculo de Podemos de Arganzuela el pasado 2 de Agosto de 2014, y en el
que también participó José Errejón. A nuestras dos intervenciones siguió
una hora de debate en el que intervinieron unas 20 personas; una gran
cantidad de ellas plantearon cuestiones y críticas relacionadas tanto
con lo que aquí sigue como con mi anterior artículo sobre Podemos [1].
No pude responder como hubiera querido a esas intervenciones, así que
me permito añadir al final unas breves notas en las que intento recoger
el guante y aclarar ciertos matices que no siempre expreso tan bien como
sería deseable. Algunas notas, que tampoco figuraban en la primera
versión, también están escritas en diálogo con esas observaciones.
***
En
primer lugar, me gustaría agradeceros enormemente la invitación. Es
para mí un placer tener la oportunidad de participar en este debate con
vosotros y un honor que se me ofrezca la posibilidad de contribuir a
delimitar las coordenadas de la discusión. Dicho eso, he de reconocer de
entrada, y porque se me ha sugerido la posibilidad de que haga una
intervención propositiva, lo problemático que es estar hoy aquí,
participando en uno de esos “grupos de discusión” a los que llamamos
círculos. Esa es una contradicción que resolver, y mi idea es hacerlo
planteando una intervención, unas contribuciones, que sean útiles para vosotros, que me habéis invitado, pero que no sean digeribles por la organización. Por eso mismo creo que tengo que plantearos cuál es mi posición con toda franqueza antes de decir nada más: el sistema no es reformable y el “fenómeno Podemos” tampoco.
No digo que sea imposible que quienes han visto en Podemos una
oportunidad valiosa consigan aunar fuerzas y subvertir la situación
actual, sino que esa subversión no puede realizarse sin pagar un alto
coste electoral y de visibilidad mediática. Por tanto, diría que lo que
yo puedo aportar a la discusión es una crítica re-constructiva.
Una
segunda advertencia inicial es que, aunque también se me había
propuesto que abordara el problema del análisis de clase, yo he decidido
omitir en su mayoría las referencias explícitas a esta cuestión, porque
para discutir con seriedad en qué consiste un análisis marxista y cuál
es su utilidad, hace falta aclarar primero cuál es el lugar político de la teoría y del análisis.
Ese asunto, que reconozco que no suena atractivo, va a estar en el
centro de mi intervención. Podemos es un proyecto impulsado por
intelectuales y que está teniendo especial éxito, como apuntó Íñigo
Errejón [2], entre los votantes “considerablemente educados”. En
ese sentido, que yo sitúe la discusión en ese plano tampoco está fuera
de lugar ni para ellos ni para mí, que me dedico a “la lucha de clases
en la teoría”.
Tal y como yo lo veo, Podemos nace lastrado por una cierta falta de rigor teórico que es causa y al mismo tiempo resultado de lo que me parece una grave irresponsabilidad en lo práctico.
Falta rigor porque el proyecto Podemos está basado en la confusión, sea
intencional o involuntaria, de lo analítico con lo estratégico. Hay,
por otra parte, irresponsabilidad porque nadie parece haberse parado ni
siquiera un segundo a pensar qué puede suceder si este despliegue de
audacia termina siendo, por la razón que sea, un estrepitoso fracaso.
Mi intervención se va a centrar en desarrollar con cierto detalle este par de ideas.
Podríamos convenir que los desacuerdos en el seno de “la izquierda” tienen dos causas: o bien son analíticos o bien son estratégicos [3].
Cuando tienen un origen analítico, nuestros desacuerdos son
objetivamente fáciles de resolver, puesto que basta con ser rigurosos.
Cuando, por contra, tienen un origen estratégico, es mucho más difícil
llegar a un acuerdo, porque entramos en esa parte de la política que más
tiene de “arte”.
En principio parece muy sencillo llegar a un
acuerdo de mínimos en el plano analítico y esperar que un diagnóstico
común facilitará que encontremos estrategias comunes, ya que es
incuestionable que de un mal diagnóstico no puede surgir una buena
estrategia. El problema es, por otra parte, que un buen diagnóstico
tampoco garantiza que la estrategia sea buena, y por eso los debates
estratégicos nos ubican en un terreno necesariamente resbaladizo pero
que es en último término ineludible. En cualquier caso, de lo dicho no
puede derivarse que el análisis esté blindado por la neutralidad y la
estrategia esté contaminada por la toma de partido: el posicionamiento
político determina evidentemente el análisis, pero tomar partido no
significa hacer concesiones en detrimento del rigor teórico.
Si
aplicamos estas ideas básicas a Podemos, vamos a descubrir
inmediatamente que en el planteamiento de sus promotores análisis y
estrategia no están correctamente identificados, discutidos, ni
delimitados. Hay una fascinación con la estrategia que distorsiona el
análisis y, en consecuencia, también impide tratar la parte “artística”
de la política de forma adecuada. Dicho de otra manera, Podemos comparte
con el resto de la izquierda española, institucionalizada o no, un
déficit crónico de análisis, de trabajo teórico, de intelectualidad
orgánica.
Hay una anécdota que vale la pena traer a colación, porque ilustra muy bien lo que quiero señalar:
Recién
celebradas las elecciones europeas leí en Facebook unas líneas escritas
por alguien personal y políticamente muy cercano a los promotores de
Podemos. Esa persona, que hasta apenas unos días antes de las elecciones
no daba (en público) un duro por Podemos, escribió el día 26 de Mayo:
“Lo que es absurdo es pensar que [Podemos] es un folio en blanco y un
proceso en disputa: anoche se zanjaron todos los debates teóricos de
calado y se demostró que el discurso funciona y las formas también (y lo
dice uno que no lo compraba hasta hace un par de semanas)”. Tal vez
compartáis conmigo que lo que acabo de citar es un disparate. Tal vez
esta postura no sea representativa de lo que sucede entre los miembros
de los círculos de Podemos. Pero me temo que se trata de un retrato
nítido de la postura adoptada de facto por sus promotores, por mucho que pueda haber honrosas excepciones individuales.
Esa cita muestra que el fenómeno Podemos delimita de facto
un campo de intervención política cuya forma y cuyos límites no pueden
ser discutidos. A la luz de los resultados de Podemos es urgente
discutir seriamente la pertinencia de recurrir a la televisión; o sobre
el papel político de los sentimientos; o si es inevitable pasar, tarde o
temprano, por la ordalía electoral; o si debemos camuflar nuestros
posicionamientos ideológicos para evitar el rechazo que provocan los
tabúes vigentes [4]. Son discusiones estratégicas pertinentes,
por no decir fundamentales, pero Podemos las da por cerradas y
verdaderamente las cierra al convertir determinadas opciones estratégicas en falsos elementos de análisis. Esto quiere decir que no
es el análisis el que sustenta la estrategia sino la estrategia la que
predetermina lo que se puede y no se puede decir en el análisis.
Así, no estamos ante un análisis que toma partido, sino ante un análisis
que realiza constantes concesiones (y distorsiones de la realidad y de
la teoría) para legitimar una estrategia definida acríticamente, en
términos meramente técnicos.
Una vez constatado ese defecto, y
por mucho que yo considere que los promotores de Podemos (al menos
algunos de ellos) son científicos sociales extremadamente competentes,
no tengo más remedio que concluir que en este caso concreto muestran una
preocupante falta de solidez intelectual y que eso tiene consecuencias
políticas potencialmente desastrosas. Si no tuviéramos más evidencias
que las que proporciona el propio proyecto de Podemos, diríamos que sus
promotores no tienen un conocimiento sólido de las contribuciones
teóricas fundamentales sin las cuales es imposible pensar el presente
(me refiero sobre todo a las de Karl Marx y Max Weber), que retuercen
los planteamientos de Gramsci hasta hacerlos irreconocibles, que ignoran
completamente las más fundamentales observaciones teóricas acerca del
origen y la naturaleza del fascismo, que distorsionan la realidad
latinoamericana según su conveniencia, que obvian la historia política y
constitucional de España, etc. Y todos esos defectos son consecuencia,
al menos, de una comprensión muy pobre de lo que es ser audaces en política.
Abordemos
tres ejemplos concretos en los que la estrategia está evidentemente
determinando el análisis (o, dicho en otros términos, en los que el
medio está determinando el mensaje):
(I) Los medios de
comunicación de masas. Los promotores de Podemos defienden con total
convencimiento que es necesario emplear los medios de comunicación de
masas como palanca de movilización del electorado en una determinada
dirección. Sin embargo, ese posicionamiento cierra automáticamente el
debate, que tiene que darse previamente, acerca de los condicionantes
ideológicos implícitos en las forma, el ritmo, el lenguaje… propios de
la televisión convencional. Y de hecho los promotores de Podemos asumen
como dados e incuestionables esos condicionantes, y lo hacen no
solamente en los canales convencionales (Cuatro, La Sexta…) donde el
presentador corta inmediatamente a aquél que quiera dar una explicación
compleja y no un mitin, sino también en sus propios programas
televisivos, donde igualmente mantienen, innecesariamente, hábitos,
métodos y formas que contribuyen a la “tertulianización” (y consiguiente
banalización) del debate político. Esta cuestión es todavía más
sangrante si se tiene en cuenta que estamos hablando de científicos
sociales, puesto que solamente la bibliografía de Pierre Bourdieu sobre
medios de comunicación [5] debería ser más que suficiente para pensar críticamente el problema de la comunicación política.
(II)
La actitud frente a la historia contemporánea de España. Si la
precaución que muestran los promotores de Podemos a la hora de tratar
ante las grandes audiencias la Guerra Civil, los cuarenta años de
franquismo y la Transición, fuera sólo resultado de una cierta prudencia
política, todavía podría abrirse una discusión sobre la pertinencia
estratégica de basar el discurso político en la reivindicación perpetua,
tal vez inútilmente nostálgica, del legado que nos deja la II
República, pero no es el caso.
El “régimen del 78” es la
etiqueta que sirve, en el discurso, para presentar el orden político
vigente no como la continuación del “régimen del 18 de Julio”, sino más
bien como el producto de la degradación las virtudes de la Transición
por obra del paso del tiempo y de la “traición” socialista. Estamos
ante un tipo de omisión histórica que, aparentemente justificada por
motivos estratégicos, de hecho ignora, entre otras cosas, que 40 años de
franquismo no nos vacunan frente al fascismo, sino todo lo contrario. Y
esa omisión puede tener efectos prácticos de gran envergadura, a pesar
de los réditos electorales que proporcione en el corto plazo. Se trata
de una incomprensible concesión al “sentido común” basada, como sugería
hace un segundo, en una dudosa lectura de Gramsci.
Esa misma
falta de perspectiva histórica sirve para obviar la relación específica
que existe en España entre movimientos sociales e instituciones. Podemos
obvia que, dada la propia génesis y desarrollo de nuestras
instituciones políticas, éstas funcionan de forma casi inevitable como
tapones para los movimientos sociales allí donde se producen tentativas
de fusión. Ese es probablemente además el principal motivo por el
que en España el anarquismo tiene una potencia y naturaleza sin parangón
en ningún otro país europeo, y también por el que el comunismo español
es particularmente torpe a la hora de desmarcarse del liberalismo (y de
ahí salen ciertas formas incomprensibles de trotskismo) y de los métodos
de la Restauración (donde tenemos las prácticas de aparato que el PCE
desarrolló durante la Transición).
Teniendo eso en mente resulta
de una irresponsabilidad política escalofriante la recuperación directa
del término “casta política”, que en España había sido hasta ahora
patrimonio de un tipo de derecha muy particular, y muy peligrosa, dentro
del PP y su entorno intelectual y mediático (Esperanza Aguirre,
Percival Manglano, Gabriel Albiac, Jiménez Losantos y la plana mayor de
Libertad Digital) [6]. Quiero decir con esto que Podemos corre el
riesgo de estar alimentando a un monstruo, el fascismo español latente,
que está precariamente embridado.
(III) La vía electoral. Si
uno dice “la vía electoral es la única vía posible de toma del poder”,
está automáticamente cerrando la discusión, fundamental y de carácter
analítico, sobre cómo el electorado por sí mismo no es un vector de poder constituyente sino un órgano del poder constituido.
Y frente a esa tesis difícilmente caben discusiones, porque no hay otra
forma de explicar cómo es posible instaurar el sufragio universal sin
que automáticamente se produzca una transformación del orden social; o,
mejor dicho, cómo es posible que no se produzca una transformación del
orden social antes de la instauración del sufragio universal. Sólo una
vez que ese análisis se ha realizado se puede evaluar y discutir
adecuadamente la relevancia estratégica real de la vía electoral,
considerando además las peculiaridades institucionales españolas que he
mencionado hace nada.
Al hilo de este asunto me gustaría plantear una curiosa realidad lingüística del castellano, que es la clarísima diferenciación semántica entre ganar y vencer. Creo que no es ninguna tontería apuntar que en castellano las elecciones se ganan y las guerras se vencen,
porque en la diferencia entre ambos términos se halla también la
diferencia entre dos formas de enfrentamiento absolutamente distintas,
y, por cierto, también entre dos maneras de comprender cuál es el papel
que debemos asignar a la lucha de clases como factor de transformación
política revolucionaria.
Cuando Pablo Iglesias dice que Podemos
sale “a ganar”, está circunscribiendo la contestación política al
espacio electoral y además está “emocionando” a los votantes de Podemos
con una retórica que no es la de lo político, sino la de lo lúdico-deportivo, y que por tanto parte de una inexplicable aceptación de las reglas del juego. La actitud de Podemos implica una
movilización de votantes que depende de la probabilística del cálculo
electoral y no de la definición de una posición política. En ese
sentido, convendría preguntarse cuántos votantes del PSOE, del PP y de
otras opciones “mayoritarias” no eligen su opción electoral guiados por
convicciones políticas claras sino simplemente buscando la apuesta
segura y el placer fácil que proporciona una victoria casi garantizada
de antemano. Estaríamos ante un serio problema de ludopatía electoral que tal vez contribuiría a explicar su contraparte: la apatía de quienes se abstienen sistemáticamente.
Pero es que, por otra parte, la recuperación del término “vencer” es absolutamente contradictoria con los fines de Podemos. En primer lugar,
porque la idea de “victoria” implica un tipo de enfrentamiento
incompatible de entrada con un respeto formal a los pilares del orden
vigente. En segundo lugar, porque todo hijo de vecino ya sabe que las elecciones se pueden ganar pero no sirven para vencer. En tercer lugar,
porque las resonancias bélicas del término son incompatibles con el
intento de obviar en la medida de lo posible el lapso de tiempo
1936-1978. Por último (y no menos importante) porque, cuando el
objetivo es vencer y no ganar, automáticamente emerge una serie de
problemas (la vinculación a la OTAN, la dependencia político-económica
de la Eurozona, los insostenibles hábitos cotidianos de vida y consumo,
etc.) que tienen, es obligado decirlo, muy difícil solución, y que sin
embargo deben ser resueltos para poner el programa de Podemos en
práctica.
Dados estos problemas de partida, no tiene sentido
pedirle a Podemos que analice y tome en consideración la estructura
socio-económica de este país. No tiene sentido que nos extrañemos si
Podemos no se pregunta cómo se expresa en España el conflicto entre
capital y trabajo. No tiene sentido que le exijamos a Podemos mayor
atención al plano sindical, porque de hecho las estrategias de Podemos
difícilmente funcionarían en las elecciones sindicales: nuestra
negociación colectiva es todavía más deudora del fascismo español que
nuestro sistema político, y la falta de homogeneidad entre trabajadores no se suple con “ilusión” y duelos verbales con Paco Marhuenda.
La
izquierda española en general no es capaz de dar una respuesta certera a
las cuestiones que acabo de enumerar porque ni siquiera se dan en su
seno las condiciones para poder formular las preguntas pertinentes. En
el caso de Podemos esas condiciones tampoco se dan porque de partida
aunar esfuerzos con los promotores de Podemos significa aceptar que “han
quedado zanjados todos los debates teóricos de calado y se ha
demostrado que el discurso funciona y las formas también”. Que Podemos funciona significa que tiene posibilidades de ganar, pero no que pueda vencer.
He
dicho en un par de ocasiones que Podemos está mostrando una
irresponsabilidad política escalofriante, y esa es una observación que
vale la pena recuperar para recapitular de alguna manera y sintetizar
las razones de mi profundo pesimismo. El franquismo y su prolongación
setentayochista han tenido efectos devastadores sobre la cultura
política española y el 15M, con todas sus potencialidades, no puede tomarse como una prueba de que nos hemos recuperado de ese trauma por ciencia infusa,
sino más bien como señal de que hay posibilidades de acción política
(no electoral) que hasta ahora eran simplemente impensables.
No
se trata de dudar que los procesos electorales puedan constituir
ventanas de oportunidad que alimenten la movilización social (ese es el
punto esencial que defiende Íñigo Errejón haciendo una lectura
cuestionable, al menos en su extrapolación a España, del proceso
ecuatoriano). Ni siquiera se trata de negar radicalmente que eso pueda
suceder jamás en España. Se trata simplemente de plantear que todavía estamos muy lejos del momento en el que esa estrategia pueda siquiera ser discutida razonablemente.
Con más razón estamos lejos, por tanto, de esa coyuntura histórica en
que sea pertinente ponerla en práctica con éxito (y aquí éxito significa
vencer, no simplemente ganar).
La irrupción de
Podemos ha acelerado (todavía más) el proceso de degeneración y
regeneración política en España, y ha espoleado innecesariamente las
iniciativas de renovación de las instituciones. De hecho, los autores
del pre-borrador de la ponencia política han hecho gala en el texto de
una sorprendente desfachatez al apuntar que la crisis política puede
cerrarse mucho antes que la económica, ya que esa posibilidad gana
peso gracias, entre otras cosas, al espejismo de las primarias abiertas
(es decir, cocinadas) que Podemos ha contribuido a generar.
Los
obstáculos a los que Podemos va a hacer frente a escala municipal,
autonómica y estatal son demasiados y demasiado importantes como para
pretender diluirlos con dosis descontroladas de ilusión, porque en el
momento en que se produzca el fracaso mas mínimo la euforia será
contrarrestada por un desconsuelo proporcionalmente intenso que no
dejará tras de sí ni siquiera una elaboración ideológica sólida, sino un
ataque indeterminado contra “la casta”. En el estado actual de cosas es
previsible, por desgracia, la degeneración progresiva de las actuales
demandas, genéricas pero radicales, de democracia, que al final quedarán
reducidas a la creación de mecanismos banales de participación
telemática. Se contará, por supuesto, con el inestimable apoyo de las
grandes corporaciones mediáticas, que juegan un papel esencial en la
forja de líderes carismáticos que son buenos comunicadores, pero no necesariamente comunican buenas ideas.
Estoy
de acuerdo con los promotores de Podemos en que es ahora o nunca, pero
no porque esta sea una coyuntura irrepetible sino porque no estamos en
condiciones de permitirnos nuevos errores. Sé que es cruel pedir
paciencia y análisis cuando nos azotan las urgencias del presente, pero
es perentorio desterrar el prejuicio según el cual la teoría no es una
forma específica de praxis. Esa es una idea extraordinariamente
importante en nuestra situación actual, porque cada paso en falso suma
cuarenta años más de travesía en el desierto, y nosotros llevamos por lo
menos ochenta años entre dunas.
Decía al inicio que Podemos no
es reformable y el sistema tampoco. Podemos no es reformable porque su
importancia actual no reside ni en una radical democratización ni en un
salto adelante en el campo de la argumentación política, sino en un
súbito éxito electoral y en una sospechosamente alta visibilidad
mediática que es necesario analizar con detenimiento. ¿Es capaz Podemos
de hacer frente a sus tabúes y resolver los problemas aquí planteados
sin perder pujanza electoral, visibilidad mediática, y por tanto gran
parte de su fuelle? Yo lo dudo mucho.
Pensar cuesta trabajo, y
por desgracia sigue siendo una actividad terriblemente impopular, pero
es lo que hace falta. Mafalda diría que tenemos que bajarnos del mundo, y
Walter Benjamin que hay que tirar del freno de mano de la Historia para
declarar un estado de excepción real que interrumpa el estado de
excepción permanente en el que vivimos. Esa es mi única propuesta, pero
de momento Podemos le está echando carbón a la locomotora.
***
Tomando
en consideración el debate surgido a raíz de mi intervención, es
conveniente matizar que, si Podemos no fuera algo más que sus promotores
y una masa indeterminada de votantes, no tendría para mí ningún sentido
escribir sobre sus defectos. Lo que me interesa en Podemos son sus
círculos, porque sólo ellos pueden poner fin a la situación subsidiaria
en que se encuentran actualmente dentro de la organización y a la que
parecen condenados, por pocas posibilidades que me parezca que tengan a
este respecto. El problema de Podemos en su configuración actual es que
los círculos son mecanismos de succión y capitalización de las
habilidades, los esfuerzos, las ideas, de sus miembros, y que no existen
mecanismos para controlar en qué grado ni con qué fines funciona ese
mecanismo. A cambio de esa contribución desinteresada, los miembros de
los círculos han recibido solamente, en el mejor de los casos, la excusa
que necesitaban para ponerse manos a la obra: una contribución
importante cuyo valor real disminuye debido al efecto negativo de las
múltiples distorsiones que acompañan al proyecto de Podemos.
A
quienes han elegido, y puedo entender perfectamente sus razones, remar a
contracorriente dentro de Podemos, les deseo ánimo y suerte, y ojalá
que los textos que he escrito les sean de utilidad para realizar sus
propios diagnósticos. La batalla que quieren librar me recuerda a otras
de menor escala en las que yo he estado enzarzado: supusieron un enorme
desgaste y no coseché el menor éxito. Espero que ellos sean más
competentes y tenaces que yo. Desde la distancia me atrevo a sugerirles
que se estudien muy despacio los pre-borradores que aspiran a delimitar
la discusión en la Asamblea Ciudadana, especialmente el organizativo, y
que no se dejen llevar por las prisas durante la preparación de la
Asamblea ni durante la celebración de la misma: es su oportunidad, tal
vez la única, de refundar Podemos y no sólo intentar reformarlo. Les sugiero también que apliquen cotidianamente la máxima básica que guió mi intervención en el debate del otro día: no hay nada en Podemos que esté cerrado, todos los debates de calado están abiertos, hay algo más que el discurso y la forma.
Notas:
[3]
Como bien se apuntó en una de las intervenciones durante el debate, el
término “estratégico” es confuso, puesto que podría entenderse que los
promotores de Podemos realizan acciones estratégicas cuando es evidente
que sus movimientos son tácticos. Sin embargo, utilizo la contraposición
analítico/estratégico para no caer en el tópico teoría/praxis, ya que
la contraposición entre ambos términos me parece políticamente
perjudicial. En el caso del binomio estrategia/táctica, también
propondría una ruptura en favor de “lo operacional”.
[4]
Es necesario aclarar, en relación con mi primer texto sobre Podemos,
que mi denuncia de los tabúes va encaminada a reivindicar la necesidad
urgente de emplear en el análisis y en el discurso determinados
significados, y no tanto de hacer uso público de determinados
significantes (al menos en un comienzo).
[5] Se puede encontrar la lista de referencias (en francés) aquí.
[6]
Quiero pensar que los promotores de Podemos han identificado bien los
movimientos discursivos de ese sector de la derecha española y que la
recuperación del término casta sirve para hacerles frente en su terreno.
Lo que me preocupa es que no hay forma de distinguir claramente las
críticas a “la casta” de parte de Pablo Iglesias de las que escribe
Gabriel Albiac (ver, por ejemplo, el reciente artículo de G. Albiac, “El síntoma Pujol”).