Hablo con un amigo de la clausura de algunas salidas "optimistas" a la Crisis (así, con mayúscula). De la entropía creciente de los sistemas cerrados, de la flecha del tiempo, de termodinámica, irreversibilidad, límites del crecimiento, energía, agotamiento de materiales, acumulación insostenible de residuos, calentamiento y envenenamiento del planeta...
Mi amigo es algo ingenuo. Invariablemente me contesta que "el progreso técnico resolverá los problemas según se vayan presentando". Y no se queda ahí: "las soluciones ya existen, pero las ocultan hasta que sean rentables económicamente". Imagina sistemas de producción de energía inagotables, un aumento sin fin de las posibilidades de nuevos materiales, nuevas máquinas. Pero no puede imaginar otra sociedad.
No es capaz de pensar otras formas de relación entre humanos, no hay otra organización posible. No cree que sea buena la actual. Da por sentada la perversidad de esas compañías petrolíferas que, como él dice, guardan sus inventos en el cajón hasta que se agote su negocio actual, para crear con ellos un nuevo negocio. Pero no cree que eso tenga solución.
Rechaza caer en la desesperación, y su salida es la fe en la tecnociencia, en el progreso indefinido. Para él, la sociedad está en continuo desarrollo y crecimiento material, pero es estacionaria en sentido moral. Si acaso, en un horizonte muy lejano de prosperidad, los seres humanos se irán volviendo paulatinamente mejores.
No es un caso único. La mejor forma de ser feliz, mientras el cuerpo aguante, es el escapismo. Los aguafiestas, fuera de la fiesta, y que la fiesta siga. Y la mayoría espera religiosamente soluciones fantásticas.
Se ha dicho que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del sistema capitalista.
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Ciberperros robóticos atados con longanizas tecnocientíficas |
La crisis de la energía, de los residuos, en definitiva, del desorden, la entropía creciente y a fe ciega en la tecnociencia que resolverá todos nuestros problemas. Energéticos y medioambientales, y a través de ellos económicos y sociales....
Sobre esto reflexionaba yo cuando leía esta nota de Salvador López Arnal, referida a una nota sobre otro texto. El mío es de cuarta mano. Sirva para esta reflexión sobre esta ideología, la ya no tan nueva nueva religión positivista, como bálsamo consolador. Algo así querría expresar el clásico cuando dijo que "la religión es el opio del pueblo". Muchos no lo supieron interpretar. Otros no quisieron.
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Un breve y luminoso texto de Antonio Gramsci sobre filosofía,
sociología de la ciencia y educación científica
Rebelión
Para Marta Arnal, que me enseñó ríos y montañas
En una de las anotaciones que Francisco Fernández Buey dejó escritas para su
nuevo libro sobre humanidades y tercera cultura [1] puede leerse: “Nota.
Gramsci: Con un punto de vista más ecuánime que el de los filósofos alemanes de
la crisis también Antonio Gramsci escribió, hacia 1932, en los Cuadernos de
la cárcel, sobre la infatuación por la ciencia y la superstición científica;
pero para luchar contra ella Gramsci propone, precisamente, un mejor
conocimiento público de las nociones científicas esenciales. Véaselo en “Sobre
la superstición científica”, A. G. Para la reforma moral e intelectual.
Los Libros de la Catarata, Madrid, 1998”.
Efectivamente, mejor resumen imposible, el texto del revolucionario sardo fue
escrito entre 1932 y 1933, pertenece al Cuaderno XI, y fue seleccionado por el
propio Francisco Fernández Buey para la antología que él mismo preparó y editó,
con prólogo del malogrado Antonio A. Santucci, para “Pensamiento crítico” de Los
Libros de la Catarata, una colección que también él codirigía con su discípulo,
amigo y compañero Jorge Riechmann [2].
Es justo y conveniente recordar (y comentar brevemente) el texto
gramsciano.
“Hay que notar que junto a la más superficial infautación por la ciencia”,
señala el autor de los Quaderni, “existe en realidad la mayor de las
ignorancias respecto de los hechos y de los método científicos”. La descripción
y valoración no ha perdido su actualidad ni corrección; la percepción grasmciana
apunta, sigue apuntando a una de las paradojas centrales de nuestra
situación.
La creciente dificultad de los saberes y procedimientos científicos no se le
escapa al antifascista encarcelado. Hechos y métodos, prosigue, son “cosas ambas
muy difíciles y que cada vez tienden a serlo más por la progresiva
especialización en los nuevos campos de investigación”. Podemos suponer lo que
pensaría sobre nuestra actual hiperespecialización 80 años después.
Sigue Gramsci apuntando, y el paso es especialmente brillante, que “la
superstición científica conlleva ilusiones tan ridículas y concepciones tan
infantiles que hasta la superstición religiosa acaba ennoblecida”. ¿Por qué?
Porque los avances científicos, lo que comunista internacionalista en expresión
de la época llama “el progreso científico”, “ha hecho nacer la creencia
expectante en un nuevo tipo de Mesías que convertirá esta tierra en el país de
Jauja”. La falsaria ideología tecno-cientificista que asegura, contra toda
aproximación crítica y contra toda descripción social objetiva, la resolución
vía “progreso científico” de los conflictos, problemas y desigualdades
sociales.
País de Jauja, ensoñación abonada y no externa a sus propios promotores, que
Gramsci describe magníficamente: “como si las fuerzas de la naturaleza, sin que
intervenga la fatiga humana, sino por obra de mecanismos cada vez más
perfeccionados, fueran a dar a la sociedad, y en abundancia, todo lo
necesario para satisfacer sus necesidades y vivir cómodamente”. La creencia,
no por casualidad por supuesto, sigue estando esculpida en hierro en la mente de
muchos colectivos. Vale la pena destacar la mirada equilibrada, de límites, casi
ecologista avant la lettre, que Gramsci parece transitar en este
brillante paso.
Hay que combatir, pues, esta infautación; sus peligros son evidentes.
¿Cuáles? La fe abstracta y supersticiosa en la fuerza taumatúrgica del hombre,
escribe un magnífico Gramsci dialéctico, “lleva paradójicamente a esterilizar
las bases mismas de la fuerza humana y contribuye a destruir todo amor al
trabajo concreto y necesario, como si se hubiera fumado una nueva especie de
opio”. La denuncia de la apuesta fáustica, a la consideración quimérica en la
peor de sus acepciones de la empresa tecnocientífica, y el desprecio al trabajo
concreto, a sus valores y complejidades, a su misma necesidad, es, sigue siendo
más que pertinente.
Hay que combatir, pues, esta infautación con varios medios, prosigue, de lo
cuales el más importante –son palabras de Gramsci- “debería ser: facilitar un
mejor conocimiento de las nociones científicas sencillas”. En absoluto abandono,
en absoluto búsqueda de otro tipo de conocimiento no-científico o supuestamente
superador del muy limitado saber tecno-científico sino mejor conocimiento de las
nociones básicas de las ciencias, instrucción real en este ámbito de la cultura
humana. Ninguna concesión al irracionalismo anticientífico.
Para ello, va concluyendo el autor de La revolución contra El Capital,
“lo que conviene es que el trabajo de divulgación de la ciencia lo hagan los
propios científicos y estudiosos serios”. Trabajo de divulgación, pues, de
educación científica de la ciudadanía, hecho no sólo por científicos sino por
estudiosos serios, informados, que no tienen por qué ser científicos, que sepan
en verdad de qué están hablando. No, por el contrario, por “periodistas
sabelotodo o autodidactas presuntuosos”. Tal cual. La pregunta es pertinente:
aparte de mil cosas más, ¿era Gramsci vidente también?
En realidad, es el excelente toque final, “como se espera demasiado de la
ciencia, se la concibe como una superior hechicería”, como una forma idolatrada
de ideología, y por eso “no se logra valorar de manera realista lo que la
ciencia ofrece en concreto”. El racionalismo temperado de Gramsci, su llamada al
realismo político y cultural en la consideración social de la ciencia, hecha
además en condiciones difíciles, casi insoportables, es si cabe aún más digno de
admirar.
Nunca tanto en tan pocas líneas. ¿Se entiende que el texto de Gramsci pudiera
servir de inspiración a Manuel Sacristán [3] y Francisco Fernández Buey, dos de
sus grandes estudiosos y continuadores? Una conjetura, una sugerencia: leer
La ilusión del método y muchos artículos de Pacifismo, ecologismo y
política alternativa (y otros materiales inéditos) desde la mirada esbozada
por el autor de los Quaderni en este breve, magnífico e imprescindible
texto.
Salvador López Arnal es miembro del Front Cívic Somos Mayoría y del CEMS
(Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra de
Barcelona, cuyo director es Jordi Mir Garcia)
Notas:
[1] De próxima aparición en El Viejo Topo, con prólogo de Jorge Riechmann y
Alicia Durán.
[2] Con la antología de Gramsci se abría la colección crítica de los Libros
de la Catarata.
[3] La siguiente nota fue escrita por Sacristán como entrada “Gramsci” para
el Diccionario de filosofía de Dagobert D. Runes cuya traducción él mismo
coordinó:
“Antonio Gramsci (1891-1937). Político y filósofo italiano, fundador del PCI.
Estudió lingüística y Filología (sobre todo Glotología) en la Universidad de
Turín, sin llegar a terminar la carrera por su dedicación a la política...
Encarcelado en 1926, muere el 27 de abril de 1937, a los seis días de haber
cumplido la condena que el fiscal había motivado con la frase “Durante veinte
años tenemos que impedir que funcione este cerebro”. La obra de Gramsci consta
de artículos periodísticos anteriores a su encarcelamiento y de una treintena de
cuadernos de notas escritos en la cárcel (“Quaderni del carcere”). Las cartas
escritas por Gramsci desde la cárcel fueron consideradas por Benedetto Croce
como una nueva pieza de la literatura italiana”.
De Sacristán sobre Gramsci sigue siendo imprescindible El orden y el
tiempo (Trotta, Madrid, edición de Albert Domingo Curto). De Francisco
Fernández Buey, Leyendo a Gramsci (El Viejo Topo, Barcelona).