|
Verbas |
Mi amigo y sin embargo artista (¿o se dice al revés?) Javier Meléndez, "Urza", expone desde el viernes en Compostela, en la misma plaza de la Quintana, una serie de cuadros inspirados en palabras escogidas de los 600Versos de Marta Leira Novo. Hasta mayo tenéis tiempo de verla. Creo que merece la pena.
No es la primera vez que cuelgo en este blog una referencia a Urza. El año pasado una exposición suya me servía para reflexionar sobre el hueco cálido que se intuye en algún rincón del cuadro, en el que nos gustaría penetrar.
Tuve la suerte de asistir a la inauguración de esta nueva muestra, durante la cual, mientras la autora de los versos recitaba sus poemas (muy bien, por cierto), el pintor iba colgando los cuadros que los inspiraron. Acompañó la performance el pianista cubano Alejandro Vargas.
No voy a hacer la crónica del acto, pero quiero prolongar una reflexión, cuando hablaba con el artista amigo sobre la autocontención, la necesidad de embridar la exuberancia, contener la profusión.
Indagábamos sobre lo que otorga coherencia a una obra de arte. Desde luego, el primer requisito es la mente atenta y abierta del espectador, al que corresponde dar sentido a lo que ve, porque la obra solamente vive en el acto de percibirla. Pero ¿cómo organizamos lo que vemos? ¿cuáles son los hilos que el autor nos deja y entre cuyos nudos podemos movernos, libremente, pero con la necesaria seguridad?
El primer requisito es estructura y organización. Tal vez alguien vea en mi afirmación la mente cuadriculada del arquitecto, pero creo que puedo explicarlo.
Un exceso de elementos desorganizados solo engendra caos. Claro que puede ser un divertimento buscar imágenes en las nubes o en las manchas de humedad de una pared, pero la obra de arte no puede limitarse a lo que ya sabe hacer la naturaleza. Entonces es cuando el autor debe organizar aquellos elementos con que compone su obra, aunque siempre dejará, si no quiere caer en la obviedad, un amplio margen para la imaginación del que la contempla.
Se plantea entonces cuántos elementos diferenciados es capaz de organizar la mente. Para poner un ejemplo sencillo: ¿cuántos objetos debe tener un conjunto para captarlo de una vez? Dicho de otro modo ¿qué números podemos percibir sin descomponerlos mentalmente en suma de otros más simples?
Nadie tiene una imagen mental del número trece. A partir del tres, cuatro es dos más dos, cinco es dos más tres, doce es tres veces cuatro...
Contemplando los cuadros, percibí de pronto que constaban de cuatro elementos.
Los cuatro elementos, convenientemente separados por el creador, como hizo el del mundo para hacer surgir el orden del caos, según todas las mitologías, estaban allí presentes, y eran los elementos que desde los filósofos presocráticos se consideró que configuraban toda la realidad física.
Sobre las aguas, el blanco del fondo, nuestro particular demiurgo había hecho emerger la oscura tierra, y en algunos lugares se podía ver el paso de uno a otro elemento.
El aire aparece en aquellos espacios vacíos, recuerdos del hueco amable de la anterior exposición. Nada ha dejado el artista, sino aire, en esos perímetros sutilmente calibrados.
¿Donde está entonces el fuego? La energía que mantiene atados los otros elementos está representada por esas cuerdas que tensan el cuadro y dan al espectador las líneas de fuerza que lo dirigen, sin forzarlo, para integrar la composición.
Tal vez urza no fue consciente de este análisis posible, pero para mí que esa es la función que, seguramente por el instinto creador y la experiencia de su oficio de escultor, obligado a manejar y estructurar volúmenes reales, otorgó, aún sin pensarlo, a los cuatro elementos que ordenan estos potentes cuadros.
Tierra y agua del ceramista
Aire del escultor
Y el fuego...
Juan José Guirado
Marzo de 2017